Nathan Wolfe es el “cazador de virus” más prominente del mundo, una especie de Indiana Jones de la virología que viaja a las selvas africanas y asiáticas en busca de los microorganismos más letales. Su misión: comprender cómo saltan de animales a humanos y, si es posible, matarlos antes de que nos eliminen. Una pandemia global nunca había sido una amenaza mayor para los humanos de lo que es ahora. El coronavirus es apenas un ejemplo. Wolfe está seguro de que vienen muchas más pero que también vamos a tener cada vez más información de esos virus y los podremos enfrentar con mayor éxito.
La historia del desarrollo del virus es la historia de la intimidad cada vez mayor entre animales y humanos. Comenzó hace unos ocho millones de años cuando el ancestro común que compartimos con los chimpancés desarrolló un gusto por la carne de mono. Eso hizo que el ADN se mezclara y los virus de mono salvajes mutaran. A principios del siglo XX, impulsados por la domesticación del ganado, saltaron a los humanos. Ahora, hay muchas docenas de nuevos virus peligrosos que han pasado de animales a humanos -la zoonosis-, desde el Ébola hasta la Gripe Aviar, el SARS, el VIH y el Covid19. Y gracias a los automóviles, barcos, aviones y trenes, todo el mundo se ha convertido en una única incubadora microbiana. “Este mundo radicalmente móvil ofrece a los agentes infecciosos ... un escenario verdaderamente global en el que actuar”, dice Wolfe ante una enorme audiencia, la semana pasada, de un foro de San Francisco organizado por la CNN para discutir las consecuencias del coronavirus. El doctor Wolfe fue el asesor técnico del film Contagio dirigida por Steven Soderbergh y protagonizada por Matt Damon, Jude Law, Kate Winslet, Laurence Fishburne, Marion Cotillard y Gwyneth Paltrow. Fue estrenada en septiembre de 2011 y en ese momento los críticos veían similitudes entre el relato y la pandemia de gripe A (H1N1) de tres años antes, pero ahora se está viendo como un adelanto casi literal de la pandemia del coronavirus Covid19. Es en estas últimas semanas una de las películas más vistas en los servicios de streaming de todo el mundo.
Para detectar a estos asesinos antes de que ataquen a los seres humanos, Wolfe y su equipo viajan a lo más profundo de las selvas y sabanas. Por ejemplo, las cuevas que rodean el pueblo de Gbentu, en el norte de Sierra Leona, consideradas sagradas en la cultura local. Los reyes de las etnias que habitaron el lugar fueron enterrados allí, y los tributos que se le hicieron se fueron acumulado entre las grietas. Durante siglos, en tiempos de muerte o crisis, los ancianos tribales recorren la jungla para celebrar rituales secretos en la oscuridad de las cuevas. Ahora, los que se mueven en ese lugar son una docena de científicos locales y extranjeros con uniformes azules y botas de goma que caminan penosamente en la penumbra. Tienen que estar atentos tanto a los animales que buscan como a los rituales locales. Mientras avanzan, los científicos tosen nerviosamente. El jefe de la aldea les dio el permiso de entrar con la condición de que se limpiaran la garganta cuando llegaran a las cuevas para activar un hechizo que él mismo conjuró para ayudarlos a protegerse de las serpientes venenosas que habitan allí.
Mientras los asistentes, todos habitantes de la aldea, usan machetes para abrir el camino, los científicos se ponen los trajes blancos y fantasmales de protección personal que provocan miedo en los corazones de muchos en esta parte devastada por la enfermedad de África occidental. Entre 2014 y 2016 sufrió el peor brote de Ébola en la historia, que dejó 11.325 muertos. Las redes que se utilizan para capturar murciélagos y pájaros se despliegan a través de las diversas bocas de las cuevas. Todos esperan en silencio. Sólo se escuchan ranas eructando y mosquitos zumbando. De pronto se desata un sonido de alas revoloteando y aparece una nube de murciélagos que se encuentran con las redes. Los que quedan atrapados, gruñen y se agitan. Tratando de evitar los colmillos de estos mamíferos de tan mala fama, unos científicos desenredan los murciélagos y los pasan a otros que están alrededor de una mesa de picnic de plástico convertida en laboratorio de campo improvisado. Bajo la luz de las antorchas, los murciélagos son pesados y medidos, sometidos a hisopos orales y rectales, y se toman muestras de sangre de las venas que corren por sus alas. Los tubos de ensayo se colocan en un congelador móvil antes de que los murciélagos sean liberados. Toda la atmósfera huele al cloro que los asistentes pasan por la mesa y cualquier otro utensillo utilizado.
Cuando terminan la tarea, el jefe del equipo que responde a Nathan Wolfe tiene pruebas positivas de 21 murciélagos del tipo de los hipposideros. La esperanza, si se puede llamar así, es que uno de ellos pueda estar albergando lo que es una especie de santo grial para los cazadores de virus: el próximo patógeno mortal que podría barrer el mundo. En julio del año pasado, este mismo equipo descubrió una cepa completamente nueva del virus Ébola entre los murciélagos capturados en el distrito vecino de Bombali. Es un trabajo agotador y potencialmente letal. Pero prevalece la ambición de localizar nuevas enfermedades en la naturaleza que pueden prevenir epidemias antes de que se propaguen. “Sé que todo esto que hacemos es muy peligroso. Podríamos descubrir el nuevo virus cuando ya esté instalado en nuestros cuerpos”, dice uno de los cazadores de virus, el doctor Edwin Lavalie, un especialista en biología y ecología. “Pero al mismo tiempo sé que estamos contribuyendo a algo global. De ahí proviene mi energía para seguir haciéndolo”.
Los cazadores de virus de Sierra Leona son parte de una red internacional conocida como Predict, que tiene un presupuesto de 200 millones de dólares al año y opera en más de 30 países. El proyecto ya acumuló decenas de miles de muestras para su análisis y descubrió más de 900 nuevos virus. Predict es el precursor del más ambicioso Global Virome Proyect, creado por Nathan Wolfe; un plan de 10 años para identificar la mayor cantidad posible de los 1,6 millones de virus desconocidos en aves y mamíferos. De estos, se cree que entre 600.000 y 800.000 son zoonóticos, es decir que tienen el potencial de saltar de animales a personas.
Otro de los trabajos de los cazadores de virus es determinar el potencial de esos microorganismos para provocar una pandemia y a cuántas personas podría afectar. Existe una ecuación clásica de los doctores May y Anderson para evaluar la vida útil de una epidemia. La virulencia, los contactos y el período de tiempo durante el cual las personas son infecciosas son los tres factores que determinan lo que se llama “tasa reproductiva básica”: qué tan rápido y por dónde se propagará la epidemia. Es la que se está utilizando en este momento para predecir la posible curva de contagio en cada país. Uno de los ejemplos en los que se basaron May y Anderson es el de un niño de dos años que enfermó y murió de ébola en la aldea aislada de Meliandou, en Guinea, en diciembre de 2013. La enfermedad se propagó como un incendio forestal sobre las porosas fronteras de África occidental. Poco antes de enfermarse el niño estuvo jugando cerca de un árbol infestado de murciélagos. Tres meses más tarde, la enfermedad se había generalizado en Guinea, Sierra Leona y Liberia, y luego se extendió a Lagos en Nigeria, una ciudad 21 millones de habitantes que tuvo que ser prácticamente cerrada para atenuar las consecuencias.
La caza de virus comenzó en los años setenta del siglo pasado por científicos como Peter Piot, director de la London School of Hygiene & Tropical Medicine, y su colega Karl Johnson, que identificó por primera vez el virus del Ébola en 1976. En su autobiografía, “No hay tiempo que perder”, Piot relata los enormes riesgos que asumió en Zaire mientras viajaba en decrépitos aviones de transporte y sin ningún protocolo de bioseguridad. Mientras trabajaba en un laboratorio de Bélgica, recibió una caja térmica que contenía dos tubos de muestras de sangre infectadas con ébola. Habían sido transportados desde Zaire en un equipaje de mano y en un vuelo comercial. Cuando lo abrió encontró que uno de los tubos se había roto. En el fondo del recipiente había quedado una mezcla de sangre infectada de murciélago y agua descongelada. Sin pensarlo, metió la mano para salvar al otro tubo de ensayo que estaba intacto. Tuvo suerte, no se contagió. Y con la muestra salvada pudo desarrollar un complejo estudio sobre el virus que tantas muertes había causado. Salvó muchas vidas.
El descubrimiento del virus de Bombali en murciélagos denominados “de cola libre” logró detener un nuevo y devastador brote de Ébola. Podía haber mutado varias veces sin ningún control antes de que se encontrara un protocolo para tratar la enfermedad. “Los virus nos sorprenden todo el tiempo. Bajo el telescopio podemos ver cómo van mutando”, explicó una de las científicas que participa del proyecto Predict, la doctora Tracey Goldstein, directora del departamento de detección de patógenos en la universidad UC Davis. También da cifras extrapoladas que sugieren que puede haber más de 3.200 tipos diferentes de coronavirus alojados solo en murciélagos. Podría haber muchos más en otras especies. “Tenemos que mantenernos muy alertas y tratar de adelantarnos a lo que se viene. Aprender de estos virus una vez que los hayamos encontrado es de vital importancia para todos”.
Los cazadores de virus se encuentran ahora ante un nuevo desafío. La población se expande y necesita tierras que la gana a la selva. Allí se encuentra con los animales salvajes que le transmiten sus virus. Se espera que la población de África se duplique para 2050. Serán más de 2.000 millones de personas. A medida que esas personas invadan cada vez más el medio ambiente, el potencial de contraer nuevos virus para los cuales no tenemos inmunidad natural es enorme.
Al mismo tiempo, explica Nathan Wolfe en una de sus charlas del sistema TED, “el aspecto de una epidemia continuará cambiando a medida que avanzamos en un mundo globalizado hiperconectado”. “Hablamos sobre la pandemia de 1918 de la gripe española, ¿cuántos vuelos había en 1918? Cero. ¿Cuántos vuelos va a haber en este 2020? 40 millones. La naturaleza de nuestro mundo y la conectividad han cambiado dramáticamente, así que vamos a seguir viendo estos brotes una y otra vez”, dice Wolfe. Y advirtió: "Muchas personas, pueden sentir que lo que estamos experimentando es `un día de la marmota´ -el método folclórico usado por los granjeros de Estados Unidos y Canadá para predecir el fin del invierno, basado en el comportamiento del animal cuando sale de hibernar-, pero no es así. Tenemos ya el conocimiento y los recursos para hacer frente a estos virus. Simplemente, debemos estar más atentos y pedir transparencia total a los gobiernos para actuar en el instante mismo en que se conoce el primer caso”.
Y a pesar de todo, Wolfe sigue siendo optimista. Se muestra sorprendentemente esperanzado cuando se trata de cuán lejos hemos llegado en la comprensión de los virus y las armas desarrolladas para derrotarlos. La tecnología, dice, es la clave, ya que nos acercamos al objetivo final de un “sistema inmunológico global” para pronosticar y prevenir pandemias.