La conmovedora carta de un residente de Shanghai frente al desafío mundial del coronavirus: “La primavera está cerca”

Willie Yang es un abogado chino con gran conocimiento del mundo. Escribió la misiva para contar su experiencia y porque ahora, dice, puede disfrutar de otras cosas de la vida

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Personas con máscaras faciales protectoras
Personas con máscaras faciales protectoras tras el brote de coronavirus (COVID-19), en el distrito financiero de Lujiazui en Shanghai, China, este 19 de marzo de 2020 (Reuters)

El mundo atraviesa, en su conjunto, el mayor desafío de los últimos 70 años. El anterior, la Segunda Guerra Mundial, tenía claros componentes y un enemigo visible: el nazismo. Allí se unieron dos polos que luego se disputarían todo el planeta durante los años “fríos”. El que se antepuso hoy no reconoce fronteras: ataca a todos por igual, con mayor o menor impacto sobre su población. Pero esta vez, el enemigo es invisible y causa estragos. El combate contra el coronavirus COVID-19 es total y en todos los frentes y tiene al planeta entero movilizado.

Tanto es así que las cartas recorren miles de kilómetros (de fibra óptica) para poder expresar en tiempos de cuarentena global (dependiendo de los calendarios) los sentimientos que el encierro y la tragedia provocan en cada uno. Sin importar nacionalidades. De este modo, la misiva de un abogado chino se depositó en la bandeja de entrada de un colega argentino. Willie Yang, de Shanghai, le escribió un extenso mensaje a Luis Ovsejevich, presidente de la Fundación Konex.

A continuación, los párrafos más salientes de la misiva:

"Querido Luis,

Todo empezó en la primera semana de febrero, cuando toda China estaba en los preparativos del año nuevo chino. La gran mayoría trabajando fuera de su tierra natal, siendo esta festividad la única época del año que muchos ven a los padres o hijos por una o dos semanas. Todos los medios de transporte se alistan a recibir alrededor de mil millones de personas, en un lapso de 20 días. Es el mayor movimiento de personas en el mundo.

Comenzaron a surgir rumores de contagio por un virus no conocido. Eso podía llegar a ser catastrófico o apocalíptico. Mi esposa Clare, como toda dama bien precavida, me pidió que fuera a la farmacia por los barbijos. Siendo un marido complaciente, inmediatamente fui a dos donde no los encontré, y recién en la tercera quedaron unos pocos en las góndolas. Eran de cinco unidades por paquete. No las de cirugía, pero de algo servían. Tomé todas. Sin embargo, al oír a otras personas entrando por lo mismo, y que la respuesta era ‘No hay más, están todas en la góndola’. En ese instante sentí la obligación de devolver algunas a su lugar, llevarme lo que la conciencia y prudencia permitió.

Así, aparte de barbijos, los gel de alcohol, artículos de limpieza, lavandina, ante el bombardeo en TV, internet, rumores, y a través de Wechat (el Facebook + Twitter + WhatsApp chino). De repente, todo se convirtió en caos, y terror; corridas a supermercados. ¡Ni papel higiénico o fideos quedaron!

Ni te cuento cuando, por temor a la propagación, de noche a la mañana, clausuraron la primera ciudad, Wuhan. Una estratégica y pujante ciudad céntrica del país, equivalente a Chicago en los Estados Unidos. El ejército bloqueó cuanto acceso y salida por tierra, aire y tren posible. No había manera de salir ni de entrar. En todas las casas de familia en su puerta de entrada se pegó un cartel, con la orden de cuarentena. De repente, los quince millones de habitantes quedaron todo en casa, con las calles desiertas. Cuestionamientos, críticas y censuras a nivel mundial llovieron por doquier.

Dada la experiencia asimilada por el SARS, la otra epidemia de 2003, el gobierno central de Beijing dispuso la construcción en el epicentro de dos hospitales con un total de 2500 camas; y ordenó poner a disponibilidad la cantidad suficiente de camas y recursos médicos en todos los hospitales de la provincia en forma inmediata. Al día siguiente, entraron cientos de escuadrillas, con miles de obreros. Se trabajó día y noche sin parar. De nivelar el terreno a la inauguración en condición operativa todo en tan solo 15 días.

Gente amiga de la zona, también cuenta que a cualquier hora sin cesar sonaban sirenas de ambulancias. Casi todos los días algún conocido era contagiado o partió al otro mundo. Las conversaciones telefónicas eran llantos.

A partir de ahí, en menos de diez días, todas las ciudades del país se auto-encerraron. Nadie quiso contagiar o ser contagiado. Quien infringiere las ordenanzas era penalizada. Los funcionarios también, perdiendo sus puestos ante alguna falla. Y así ocurrió. No hubo excepciones. Solo había acatamiento y cumplimiento. La gente lo entendió y apoyó de buen modo sin titubear; diciendo que ese esfuerzo era necesario. Con encierros claustrofóbicos. Una noche toda la población de Wuhan acordó en abrir las ventanas, y todos juntos gritaron con fuerza, para dar ánimo entre sí. Eso fue como un haz de luz en medio de una noche gélida en pleno invierno con cinco grados bajo cero.

El país se movilizó. Las distintas provincias enviaron contingentes médicos, llevando consigo equipamientos al epicentro. Había que parar la epidemia cueste lo que cueste. Muchos de los médicos antes de partir hacia esa zona, dejaron firmados sus testamentos y se despidieron de los suyos. No sabían con qué se iban a encontrar, la magnitud, y por cuánto tiempo. Pero igual fueron. Chinos dispersos en el resto del mundo compraron con dinero propio cuánto barbijo y respirador podían conseguir al precio que fuere; y fluyeron de vuelta a su patria. ¡Y muchos eran Made in China!

Yo vivo en Shanghai. Aquí la cuarentena también fue absoluta. Con similar grado de exigencia. Lo interesante es una aplicación que hicieron bajar a todos en su respectivo celular personal. Ahí contenían las fechas de comienzo y finalización de la cuarentena, lugares concurridos, su recorrido. Y cualquiera podía ser sujeto a verificación del cumplimiento; pasible de apercibimiento, penalización o confinamiento. Por eso las calles quedaron muy vacías, y rara vez alguien quedaba infraganti.

Cada dos días una familia podía enviar un representante a hacer sus compras en los supermercados. A la entrada se toma la temperatura, y a lavar las manos con spray de agua alcoholizada. Era una regla general en todos los lugares con acceso al público.

Viajeros del exterior, también debían cumplir la misma regla. Que hoy sigue vigente. Quien no tuviere residencia estable en la ciudad, era llevado por un transporte especial a centros específicamente preparados, por lo general es un hotel, a cumplir los 14 días de reclusión. El traslado y estadía es a costa del usuario. Si uno es residente, debe ser recibido por un familiar con auto propio; pero luego, sin excepción, todos los integrantes de la misma vivienda deben completar otra vez una nueva cuarentena. En esta semana comenzó a regresar muchísima gente principalmente procedente de Europa o de los Estados Unidos, vuelos llenos, a precio de pasaje exorbitante. Estos recién ingresados, para evitar una nueva molestia a la familia, prefieren irse a esos hoteles. Y de repente, ya no dan abasto las habitaciones. Esto sí es algo inesperado.

Cuando los hoteleros estaban ante un futuro incierto, ahora a muchos les cayó oro del cielo.

Hoy por hoy, Shanghai está volviendo a la normalidad. Las empresas tratan que haya más espacio libre, por lo general es turnar para que haya un 50% de plantel en la oficina, y el resto trabajar en la casa. En los edificios premium quien ingresa, además de la liberación por el App, tiene la necesidad de presentar el certificado de cumplimiento emitido por la comisión vecinal. No se permite ingreso de visitantes.

La prioridad es reactivar la actividad económica lo más pronto posible. Las fábricas vuelven paulatinamente a la normalidad. Los restaurants también vuelven a funcionar. El tráfico congestionado que antes era molesto, ahora pasa a que quedar atrapado en la autopista es una alegría. Es síntoma que la primavera está cerca.

Todo lo que te estoy contando fue en los últimos 45 días.

China libró una gran guerra a nivel nacional, y frente de combate en todas las provincias. Solo que es ante un enemigo invisible, a un costo difícil de calcular. Muchísimas PYMES, están en una situación más que difícil, como arrastre de la guerra comercial iniciada por Donald Trump. Muchos han perdido trabajo, y muchos más ante un futuro incierto.

Surgió una nueva modalidad de saludar, como ya habrás visto por internet. ¿Abrazos, y besos? Ni uno vi.

Todos los vagones de tren, subte, colectivo, lo limpian tres veces al día pasándole el trapo con desinfectante. Así también en las estaciones. Nunca vi algo tan limpio. Nos lavamos tantas veces las manos al día, y seguimos lavándolas.

Los barbijos es un tema cultural. En el mundo occidental, los que están enfermos los usan. En China y Japón, es un signo de respeto y responsabilidad social. Se colocan estando en un lugar público para no contagiar y para no ser contagiados. Cuesta adaptar esa idiosincrasia al mundo occidental. En esta epidemia se demostró que una persona sin síntoma igual puede ser transmisor del virus. Será por los barbijos y la drástica cuarentena, que en países densamente pobladas como estos dos, mermó con tal velocidad la epidemia. Yo por las dudas tengo un barbijo en el bolsillo todo el tiempo, y me lo pongo en el subte y en el ascensor.

Si me preguntas qué conclusiones saqué bajo esta circunstancias. Que China -en casi treinta años de crecimiento sostenido- casi todo se mide con éxito y dinero. En estos últimos cuarenta días, ante el encierro forzoso, y sin lugar para salir; los matrimonios volvieron a encontrarse. Los hijos con tiempo de conversar y jugar con el padre.

Con los amigos entre cinco o seis, por WeChat nos vemos en vivo y directo, la pasamos bárbaro; hablamos de todo, y con dos horas es más que suficiente. Se terminaron las tertulias interminables. Tengo más tiempo de leer y de meditar; inclusive en escribirte tan extensamente. Uno se vuelve más eficiente y menos superfluo.

A nivel país. Hubo errores y falta de preparación al comienzo, como en toda catástrofe. Una aparente alienación de la libertad esencial, como es la libre circulación. Pero aquí fue una guerra. Como toda guerra, hay que ganarla. Primó el bienestar y la vida de la mayoría por encima de la libertad de algunos pocos.

El coraje político y determinación de los líderes del país. La madurez y responsabilidad social del pueblo en general.

Vi un país y un pueblo unido, con la preparación y mentalidad necesaria para otras clases de contingencias, gran parte es el fruto a tantos años invirtiendo intensivamente en educación.

Espero que sea de alguna manera una reflexión fiel de la realidad.

Recibe un gran abrazo,

Willie Yang".

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