Mohamed bin Salman (MBS) consiguió algo sin precedentes en Arabia Saudita: que la personalidad de un gobernante trascienda y sea reconocida en todo el mundo. La Casa de Saúd gobernó siempre repartiendo el poder en una estructura casi colegiada, que si bien está liderada por el rey, incluye a varios príncipes que cumplen distintas funciones y que tienen importantes atribuciones. Eso empezó a cambiar el 21 de junio de 2017, cuando el rey Salman bin Abdulaziz nombró príncipe heredero a MBS, que asumió con solo 31 años.
Como Salman tiene 84 años y su salud es bastante delicada, se convirtió en la cabeza efectiva del gobierno y empezó a acumular poder como ninguno de sus predecesores. El emblema de su gestión es el plan Visión 2030, que incluye ambiciosas reformas para modernizar el estado, diversificar la economía y flexibilizar algunas de las rígidas normas sociales impuestas por el wahabismo.
Pero el paquete de medidas vino de la mano de purgas nunca antes vistas en el seno de la corte. Cientos de miembros de la familia real y de ex funcionarios de gobierno fueron arrestados en los últimos dos años. Algunos, por ser potenciales rivales del nuevo jefe. Otros, solo para dar a los demás un mensaje claro: las decisiones ya no se comparten como antes.
Más allá de que nunca hubo algo parecido a libertad de expresión en el país, la censura dio varios pasos más con MBS. El atroz asesinato del periodista Jamal Khashoggi en el consulado saudita en Estambul el 2 de octubre de 2018 fue la prueba más cruda. Khashoggi no era alguien ajeno a los ámbitos oficiales, pero se había ido del país y era cada vez más crítico con la nueva administración desde su columna en The Washington Post.
El escándalo diplomático fue tan grande que MBS estuvo cerca de transformarse en un paria en la escena internacional. Sobre todo luego de que se confirmara la participación directa de personal de su círculo más cercano en el crimen. Su capital político se erosionó decididamente y se abrió un interrogante sobre su futuro.
Sin embargo, a casi un año y medio del estallido de esa crisis, MBS dio muestras de que su liderazgo se mantiene inalterado. Tras varios meses de moverse con mayor cautela, volvió a levantar el perfil la semana pasada con dos decisiones drásticas e inesperadas: el arresto de dos príncipes muy importantes y un histórico recorte del precio del petróleo.
Una nueva purga
El príncipe Ahmed bin Abdul Aziz es el único hermano que le queda al rey Salman. Mohammed bin Nayef fue el príncipe heredero anterior a MBS, que lo desplazó tras ganar por 31 a tres la votación en el Consejo de la Lealtad, creado en 2007 para nombrar al futuro monarca. Nayef se sentía el legítimo heredero, así que nunca miró con simpatía a su sucesor. Y se presume que Ahmed es uno de los tres que votó en su contra en 2017, porque no confía en su sobrino.
Los dos príncipes empezaron a conspirar para evitar el ascenso de su rival al trono. Su plan era reactivar el Consejo de la Lealtad, que quedó acéfalo, poniendo a Ahmed al frente para promover una nueva votación. Pero MBS se enteró y actuó de manera implacable. Los dos fueron arrestados y enfrentan cargos de traición.
“Está claro que hay bastantes miembros de la familia real que no quieren que MBS se convierta en rey. Debido a su comportamiento a menudo imprudente e intempestivo, tanto en el ámbito nacional como en el internacional, lo consideran peligroso para el futuro de la Casa de Saud”, dijo a Infobae Paul Aarts, profesor de relaciones internacionales de la Universidad de Ámsterdam. “Al arrestar a familiares prominentes, puede dar una señal a cualquier otro rival potencial de que no es una persona a la que se deba tomar a la ligera. Pero, al concentrar cada vez más poder en sus manos, corre el riesgo de alienar a un posible número de aliados que podría necesitar cuando los tiempos se pongan difíciles. Esto puede ocurrir pronto debido al estancamiento de las reformas económicas y del mercado de trabajo, y a la caída de los precios del petróleo”.
La lógica indica que los conspiradores hicieron todo lo posible para mantener ocultos sus planes. Así que el caso revela que MBS dispone de un aparato de inteligencia confiable, capaz de frustrar los intentos de sus detractores.
También demuestra que el Príncipe se siente lo suficientemente fuerte como para avanzar contra figuras de primera línea, sin temor a las consecuencias. De hecho, se difundió en Riad el rumor de que la salud del rey Salmán se había deteriorado y que su hijo se estaba preparando para anticipar su coronación. No obstante, la aparición del monarca en un acto público recibiendo a diplomáticos enterró esas especulaciones.
“MBS estuvo observando los movimientos y acciones de los príncipes detenidos. Supongo que esto fue posible porque quitó la inteligencia doméstica de la órbita del Ministerio del Interior, un bastión tradicional de la familia Nayef, y lo puso bajo la Presidencia General de Seguridad, que reporta directamente al rey o a él mismo. Al ser informado de estas quejas, consideró que era el momento de imponer su autoridad. Por otro lado, se confirma que en todo esto el Rey apoya firmemente a su hijo”, explicó Umer Karim, profesor de política exterior saudita en la Universidad de Birmingham, consultado por Infobae.
La pulseada que desató una crisis global
Arabia Saudita vive esencialmente del petróleo, del que es el mayor exportador mundial. Consume una pequeña parte de lo que produce, a diferencia de Estados Unidos y de Rusia, que necesitan la energía para sus industrias.
La revolución del petróleo shale o no convencional, que le permitió a Estados Unidos dejar de ser un importador neto y convertirse en un exportador, es uno de los mayores desafíos que enfrentan los sauditas. La abundancia de oferta es la razón por la que el barril pasó de más 165 dólares en 2008 a 60 a fines del año pasado.
Riad combate el derrumbe del precio reduciendo la producción, para hacer un contrapeso al exceso de oferta. Eso lo llevó a producir unos 9,7 millones de barriles por día, por debajo de los 12 que podría por su capacidad.
Si Arabia Saudita actuara unilateralmente, los efectos serían demasiado leves, ya que no tiene una porción tan grande del mercado. Para eso existe la Organización de Países Exportadores de Petróleo (OPEP), que integra junto a Irán, Irak, Emiratos Árabes, Nigeria y Venezuela, entre otras naciones.
Para maximizar el efecto de sus medidas, la OPEP firmó tres años atrás un pacto con Rusia, el tercer productor del mundo, con una capacidad de 11,4 millones de barriles por día. La alianza ayudó a estabilizar los precios, pero no duró mucho.
“El acuerdo se dirigía hacia una crisis desde hacía tiempo. Rusia nunca se comprometió a realizar recortes muy sustanciales y solo cumplía parcialmente sus promesas, mientras que Arabia Saudita debía hacer la peor parte de los recortes. Al mismo tiempo, el shale estadounidense aumentó rápidamente su cuota de mercado gracias a los precios relativamente más altos que habían resultado del acuerdo, y los líderes de la industria petrolera rusa nunca pensaron que eso fuera sostenible. Al parecer, MBS se exasperó con la negativa rusa a reaccionar inmediatamente a la crisis del coronavirus, y está tratando de llevarla de nuevo a la mesa de negociaciones empujando los precios a un nivel incómodo”, sostuvo Steffen Hertog, profesor del Departamento de Gobierno de la London School of Economics, en diálogo con Infobae.
Ante la estampida de los mercados por la pandemia de COVID-19 y la consecuente merma de la demanda, Riad pretendía un recorte equivalente a 1,5% de la producción global, para evitar el colapso del petróleo. Pero Moscú se opuso. En represalia, MBS decidió incrementar el bombeo de crudo en lugar de disminuirlo, lo que provocó una brutal caída de precios. El barril Brent, que había cerrado a 45 dólares el viernes 6 de marzo, abrió el lunes siguiente a 34 dólares, la mayor baja desde 1991.
“La estrategia saudita de ofrecer un shock de suministro es una gran apuesta. Ciertamente, será difícil para el presupuesto del gobierno y para la planificación en 2020, pero podría dar resultados si los precios se recuperan en los próximos meses, ya que Arabia Saudita habrá perjudicado a sus competidores estadounidenses y posiblemente le quitará una cuota de mercado a Rusia. Ese parece ser el plan, pero no está claro si funcionará”, dijo a Infobae Karen E. Young, investigadora del American Enterprise Institute especializada en la península arábiga.
La determinación de MBS contribuyó a agravar el derrumbe de las bolsas globales por los temores a una parálisis generalizada de la economía mundial. Wall Street sufrió la peor caída desde el crash de 1987. Pero los primeros afectados por el golpe fueron los propios sauditas. Las acciones de Aramco, la petrolera del reino, cayeron 10% el lunes, y las finanzas del gobierno no van a tardar en sentir el impacto.
MBS confía en que el país tiene reservas suficientes para aguantar y que Rusia sentirá antes el impacto y aceptará volver a negociar. Pero Putin está muy interesado en comprobar si una baja de precios prolongada afecta la rentabilidad de las petroleras estadounidenses, ya que el costo de extracción del shale es mucho mayor, y requiere un valor de venta más alto para tener sentido.
“MBS tiene el instinto de tomar decisiones audaces y descaradas, y eso es muy visible en este caso, aunque la película es un poco más complicada —dijo Karim—. Al parecer estuvo de acuerdo con los intentos de su hermano, el ministro de Energía, de llegar a un acuerdo con Rusia para recortar producción, y se ha informado que incluso le pidió al rey que hable con Putin. Pero como los rusos se negaron a avanzar, MBS le pidió a su equipo que aumente la producción utilizando la capacidad sobrante para conseguir la máxima cuota de mercado. No creo que esta guerra vaya a durar mucho tiempo y pronto ambas partes llegarán a un acuerdo sobre posibles recortes”.
Hay un antecedente preocupante para Arabia Saudita. En 2014 también impulsó una fuerte baja de precios para desalentar el petróleo no convencional, pero le salió muy mal. En esa ocasión, las compañías estadounidenses consiguieron en la bolsa el financiamiento suficiente para mejorar su tecnología y bajar sus costos de producción.
Es cierto que el panorama es diferente ahora, ya que los inversores están espantados. Pero la jugada de MBS es igualmente temeraria y el costo puede ser muy alto para la economía saudita y para sus ambiciones políticas. Claro que, si le sale bien, su dominio sobre el país será total.
“El fracaso de la colaboración rusosaudita tendrá importantes consecuencias, en particular para la propia Arabia Saudita. El reino está corriendo un alto riesgo al jugar una pulseada con Rusia, que es más resistente a los precios bajos. En los últimos años, los rusos aumentaron considerablemente sus reservas de divisas, Arabia Saudita no. Su colchón fiscal se ha reducido desde el colapso del petróleo en 2014, aunque todavía tiene abundantes reservas financieras. Sin embargo, un prolongado período bajista ejercerá presión sobre su presupuesto, dará lugar a especulaciones sobre la devaluación del riyal y disuadirá a los muy necesarios inversores. El tan promocionado plan Visión 2030, que ya sufre retrasos, también padecerá un golpe. Todo esto debería preocupar al príncipe heredero”, concluyó Aarts.
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