(Especial para Infobae) Madrid, España - “¿Mamá por qué no hay más cole?”. Pablo (5 años) camina de la mano de Mariela (38), su madre. Acaba de salir de un colegio público de la localidad de San Sebastián de Los Reyes, al norte de la Comunidad de Madrid. No entiende por qué tendrá que quedarse en casa. Él está sano. Su mamá y su papá están sanos. Y sus amiguitos están sanos. “Yo quiero seguir viniendo, jope”, refunfuña cuando escucha que es por “culpa de un virus”.
Pablo pasará los próximos quince días –todas las mañanas y parte de las tardes- con sus abuelos. Mariela y su pareja, el papá del chico, trabajan ocho horas fuera de casa. No tienen dinero para contratar a una niñera/o, ni tampoco una familia numerosa para “pedir una mano”. Los “yayos” quedarán, entonces, a cargo del único nieto.
Mariela dice que la medida de cerrar guarderías (jardines) y colegios es “peligrosa” por una simple razón: muchos padres tirarán de los abuelos para el cuidado de los pequeños. “Los chicos parecen estar todos sanos. Pero, ¿si alguno está incubando el virus y contagia algún abuelo? El resultado puede ser muy grave”, razona. Su argumento no parece nada descabellado. Los 36 muertos que registra España por el coronavirus pertenecen a esta población, la más vulnerable a la epidemia. Todos los fallecidos superan los 59 años. Y casi todos tenían patologías previas.
Los alumnos liberados de sus obligaciones superan el millón y medio en Madrid. Ernesto (42) todavía no sabe dónde se quedarán Marta (6) y Hugo (7), sus dos hijos. Cree que su empresa le va a permitir trabajar desde casa. El hombre plantea otra “incongruencia” de la medida: los colegios estarán cerrados, pero los cines, los parques y los centros comerciales, por poner ejemplos de espacios recreativos, permanecerán abiertos y sin ninguna restricción de circulación. “Se van a dar amontonamientos de niños en otros lugares”, dice con atino desde la puerta del colegio bilingüe “Miguel Delibes”.
San Sebastián de los Reyes (86 mil habitantes) es codiciado, justamente, por sus lugares de esparcimiento. Veinticinco kilómetros separan a este municipio de la ciudad de Madrid. El ritmo de vida es más lento, más parsimonioso. Por las mañanas, oficinas, guarderías y colegios. Por las tardes, bares, cañas (cervezas), compras y chicos jugando en las calles y en los areneros.
El coronavirus preocupa a los vecinos, pero, por el momento, no paraliza. “La gente hace vida normal con los recaudos que recomiendan los especialistas. Es cierto que creció el temor desde que el gobierno empezó con las medidas restrictivas. Hoy (martes) solo se habla de coronavirus”, dice César, uno de los camareros de la confitería Digadí.
Los anuncios de Moncloa crecen con el correr de las horas. El aumento de casos (2.109 contagiados y 48 fallecidos en Madrid, según el último conteo oficial) encendieron todas las alarmas de un poder Ejecutivo que, hasta hace pocos días atrás, creía tener la epidemia bajo control.
El pánico, invisible por el momento para quien camine por las calles de “Sanse”, como se conoce a esta ciudad, se hizo carne y hueso en los pasillos de los supermercados. “La gente enloqueció aquí adentro. Nunca vi algo igual. Y eso que llevo 20 años trabajando en este rubro”, cuenta Mabel, la verdulera de Ahorramás, ubicado en una de las avenidas principales. “Todos los supermercados están con las estanterías semivacías. Es como si se acabase el mundo”, remata con sorna.
Rosa (65) carga un changuito repleto de comida. Dice que se asustó al enterarse del desabastecimiento. Que cree que no va a pasar nada grave, pero “mejor prevenir que curar”. “Con esta compra me meto en casa y por algunos días no salgo. No quiero contagiarme”, dice.
Para José Miguel (45), quien se bajó de su auto para “comprar cuatro cosas”, se trata de “una psicosis sin fundamentos”. Sacó fotos de las estanterías para mandárselas a familiares y amigos. “Voy a ver si encuentro lo que vine a buscar. No tengo ninguna urgencia. Imagino que en tres días volveremos a la normalidad. Estas imágenes son de película”, dice mientras camina por pasillos arrasados. No hay leche, ni fideos, ni carne envasada.
Las otras grandes tiendas de alimentación en esta localidad pertenecen a la comunidad china. La mitad tiene las persianas bajas. Los dueños decidieron cerrar por quince días en una especia de cuarentena voluntaria. No entienden las medidas laxas que está tomando España para combatir el virus. Su espejo está en China, donde desde el minuto uno de la epidemia se cerraron todos los negocios.
Los locales que todavía siguen abiertos tienen un cartel pegado en las puertas de ingreso que dice “sentimos que usemos las mascarillas para trabajar. El motivo es para proteger mejor a toda la población. Gracias por su comprensión”. Ante la consulta, los comerciantes chinos repiten el mismo latiguillo: “Si no hay salud, no hay dinero”.
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