“Cuarentena en el departamento de emergencias”, escribió el oftalmólogo Li Wenliang el 30 de diciembre en un grupo de WeChat que compartía con ex compañeros de universidad. El médico del Hospital Central de la Ciudad de Wuhan, capital de la provincia de Hubei, describió con preocupación el cuadro que vio en siete personas que habían sido internadas poco antes.
“¿El SARS está de regreso?”, preguntó uno de sus interlocutores, luego de que su colega describiera los síntomas de los enfermos. Estaba muy fresco el recuerdo de la epidemia surgida en noviembre de 2002 en la provincia de Guangdong, que terminó con un saldo de 800 muertos.
La inquietud de los médicos trascendió rápidamente el grupo de WeChat. Horas más tarde, Li recibió una citación por parte de la autoridad sanitaria de Wuhan, que le pidió explicaciones por la información que había divulgado. Tres días después fue a buscarlo la Policía, que le hizo una advertencia por “comportamiento ilegal” y lo forzó a firmar una declaración en la que reconocía haber esparcido un rumor infundado.
La enfermedad no era SARS, sino COVID-19, causada por otro tipo de coronavirus. Pasaron menos de dos meses y se contagiaron en China más de 76.000 personas, de las cuales murieron 2.345. Entre ellas, el propio Li. Tenía 34 años y había contraído el virus en enero, tras atender por un glaucoma a una mujer infectada.
El oftalmólogo se convirtió en un potente ícono para cientos de miles de chinos que sienten una profunda indignación por el modo en el que el gobierno manejó el brote. Sobre todo en las primeras semanas, en las que priorizó el silencio en aras de la estabilidad política antes que buscar una rápida respuesta para prevenir un mal mayor.
Si Li es el símbolo de la frustración, el profesor de derecho Xu Zhangrun decidió ser la voz, sabiendo las consecuencias que iba a sufrir por ello. En 2018 había sido desplazado de la Universidad de Tsinghua por publicar en internet un artículo en el que hablaba de los peligros del gobierno unipersonal que se estaba gestando alrededor de Xi Jinping, y cuestionaba a la “burocracia aduladora”, que pone a la política por delante del profesionalismo.
Xu difundió el 4 de febrero pasado un ensayo llamado “Alarma viral: Cuando la furia vence al miedo”. Un retrato crudo de todo lo que puso en evidencia la epidemia de coronavirus, y que concluye con una resignada premonición: “Esta puede ser la última pieza que escriba”.
“De la noche a la mañana —sostiene Xu en el ensayo—, el país se encontró en medio de una crisis devastadora (...) La causa de todo esto está en el Axlerod (en alusión a Xi Jinping) y la camarilla que lo rodea. Comenzó con la imposición de severas prohibiciones a la divulgación de información objetiva que sirvió para alentar el engaño en todos los niveles de gobierno, aunque solo alcanzó su verdadero punto cuando los burócratas de todo el sistema se desentendieron de la responsabilidad de la situación mientras seguían buscando la aprobación de sus superiores. Todos ellos se mantuvieron al margen alegremente cuando la ventana crucial de oportunidad para hacer frente al brote se les cerró en las narices”.
Xu, que no estaba en su casa cuando publicó el escrito, fue puesto bajo arresto domiciliario ni bien regresó. Durante varios días se le impidió salir de la casa y fue intensamente vigilado. Luego lo liberaron, pero cerraron todas sus cuentas en redes sociales y le cortaron el acceso a internet.
“El coronavirus expuso los peligros del estado de vigilancia autoritario y su obsesión por el control de la información y la comunicación. Los funcionarios locales son evaluados en dos facetas: el crecimiento económico y la estabilidad social de su región. En un sistema que carece de transparencia y que prefiere el imperio de los hombres al de la ley, se acostumbraron a falsear números y a encubrir problemas para proteger su reputación. Lo hacen porque siempre se los culpa de los errores una vez que se hacen públicos, pero el verdadero inconveniente es el sistema de gobernanza que promueve la rendición de cuentas de abajo hacia arriba y hace hincapié en el control político por encima de todo”, dijo a Infobae Benjamin Hillman, investigador del Colegio de Asia y el Pacífico de la Universidad Nacional Australiana.
Un sistema político diseñado para callar
La obsesión por silenciar cualquier voz disidente e imponer un discurso único es un rasgo común de todos los regímenes autoritarios. China adquirió una habilidad notable, porque es mucho más difícil controlar los flujos de información en la era de internet. Sin embargo, la mayor parte del tiempo lo logra.
La necesidad de restringir cualquier voz autónoma es perfectamente lógica. Como no hay forma de cambiar al gobierno, este tiene que ser perfecto. Cualquier error que llegue a los ojos o a los oídos del público puede ser peligroso, ya que puede llevar a muchas personas a preguntarse por qué tienen que resignarse a aceptar un régimen que no funciona bien.
Por eso, siempre hay que dar buenas noticias y mostrar que está todo bien. Así, mientras la prensa mundial comenzaba a informar lo que sucedía con el coronavirus, los medios chinos callaban para no preocupar a la población.
La reacción oficial ante cualquiera que hable de más es la censura sin demasiadas contemplaciones. En una resolución sin antecedentes recientes, el gobierno expulsó esta semana a tres corresponsales del Wall Street Journal, en represalia por una columna de opinión que decía que China era “el verdadero enfermo de Asia”. Los periodistas no habían tenido relación con esa nota, pero para las autoridades era importante dar el mensaje.
En este contexto, cuando hay un problema, la reacción inicial de los funcionarios es siempre es taparlo. Pero convencer a las personas de que nada grave está ocurriendo puede ser un plan maestro para que se propague una enfermedad muy contagiosa.
“La falta de transparencia del régimen político contribuyó a la ineficacia de la respuesta. Si la información más oportuna se hubiera hecho pública antes, la situación probablemente sería muy diferente. El esfuerzo de las autoridades por controlar la información en las redes sociales y en otras plataformas busca prevenir las amenazas al sistema, pero en cuestiones de salud pública puede obstaculizar las cruciales respuestas tempranas a una posible epidemia”, explicó Gang Guo, profesor de política de Asia del Este en el Instituto Croft de Estudios Internacionales, consultado por Infobae.
Ese método de toma de decisiones explica que hayan pasado siete semanas entre la aparición de los primeros síntomas de la enfermedad, a comienzos de diciembre, y la decisión de aislar completamente a Wuhan. Entre una punta y otra, las negligencias fueron notables. A pesar de que los médicos en el terreno veían que el virus se contagiaba de persona a persona, las autoridades insistieron durante semanas en que no era así.
Las primeras medidas no solo llegaron tarde, sino que fueron incompletas. Por ejemplo, el Mercado mayorista de mariscos de Huanan, donde se cree que nació la infección, fue cerrado muchos días después de que surgieran evidencias fundadas, y el cierre no se extendió a mercados similares. Desde hace tiempo se sabe que el comercio de animales exóticos es un potencial foco infeccioso, pero actuar ahora implicaría asumir que el sistema de controles falló.
Hay ámbitos en los que el Estado podría admitir errores, pero es mucho más difícil que lo haga en el campo de la salud, donde la consecuencia es la muerte de personas. El pacto tácito entre el régimen chino y los ciudadanos es que estos ceden su libertad política a cambio de bienestar y protección. Cuando este principio se viola de manera flagrante, el enojo brota de inmediato.
“La crisis mostró la debilidad y la fuerza del sistema. Inicialmente, hubo una obvia falta de gobernanza. Primero, por la incapacidad de regular los mercados húmedos. Se sabe desde el SARS que son una fuente de posibles enfermedades. Segundo, por la ineficaz presentación de informes. La respuesta normal ante las malas noticias es tratar de reprimirlas. Si bien siempre es difícil informar sobre una nueva enfermedad, el hecho de no hacerlo a tiempo permitió que la propagación fuera peor de lo que podría haber sido. Por otro lado, la fuerza quedó demostrada en la reacción para limitar el movimiento de personas y poner en marcha nuevas instalaciones”, dijo a Infobae Anthony Saich, profesor de asuntos internacionales de la Universidad de Harvard.
Xi Jinping y la necesidad de contener la crisis
Cuando Xi asumió la presidencia de la República Popular, en marzo de 2013, el sistema chino era indudablemente partido-céntrico. Lo líderes pasaban, pero el partido seguía más o menos igual que antes. Eso empezó a cambiar con Xi, que se convirtió en el secretario general más poderoso del Partido Comunista Chino (PCCh) desde los tiempos de Mao. Al punto de incluir su pensamiento en la Constitución y de reformarla para poner fin al límite de dos mandatos, habilitándose a continuar indefinidamente en el poder.
El problema de esta concentración de atribuciones en torno a su figura, que vino de la mano de un recrudecimiento de la represión, es que cualquier fisura en el sistema es vista como una fisura en el liderazgo de Xi. A medida que se agravaba la crisis, su virtual desaparición de la esfera pública generó un creciente malestar, que él se vio obligado a aplacar.
“No creo que a largo plazo se erosione la legitimidad del sistema —dijo Saich—. La ira fue evidente, pero lo que pase dependerá más del desempeño general de la economía y de su recuperación del impacto. Claramente se ha dañado la confianza en el liderazgo de Xi. Hay un claro riesgo en centralizar el poder en las manos de una persona. ¿Quién tiene la culpa cuando las cosas van mal? De ahí los recientes intentos de presentar a Xi dirigiendo la respuesta”.
El Presidente reapareció el pasado 10 de febrero en un barrio del centro de Beijing. Llevaba barbijo y estaba caminando entre los vecinos, una imagen muy inusual en Xi, que reveló su necesidad de mostrarse cerca de la gente. Luego recorrió un hospital y habló con médicos, para escenificar que se estaba poniendo al frente de la crisis. Como complemento, dialogó a través de una videoconferencia con trabajadores de la salud de Wuhan, a la que llamó “ciudad de héroes”.
La reacción también consistió en mostrar la inigualable capacidad del estado chino para movilizar recursos para atender a la emergencia. El ejemplo más claro fue la construcción en solo diez días de un hospital en Wuhan, destinado a los enfermos de COVID-19. El video de la edificación fue difundido por todos los medios para mostrar la eficacia gubernamental.
Una forma habitual de responder ante crisis de esta envergadura es cortar cabezas. El objetivo es siempre encontrar culpables individuales, funcionarios desviados que impiden el normal funcionamiento de un sistema virtuoso. Xi despidió a dos jerarcas del Partido Comunista en la provincia de Hubei, que a su vez habían desplazado a varios funcionarios de distinto rango vinculados al sistema de salud.
“El público chino ha reaccionado con furia ante el manejo de la epidemia por parte del gobierno. Tanto es así que la formidable máquina de censura del Partido ha fallado en controlar los estallidos de descontento online. La crisis también ha atraído críticas de prominentes celebridades y CEOs, que normalmente serían más reticentes al hablar del gobierno. Las consecuencias políticas dependerán de la rapidez y eficacia con que el partido pueda poner fin a la crisis. La estrategia habitual es culpar a los funcionarios locales, y muchos líderes provinciales y municipales ya han sido despedidos, pero Xi ha dejado claro que ahora está personalmente a cargo. Quedaría considerablemente debilitado y sus enemigos políticos se envalentonarían si no se controla pronto la epidemia”, sostuvo Hillman.
Ninguna de las medidas que viene tomando el gobierno puede por sí sola apaciguar la furia que sienten muchas personas. Si el número de víctimas sigue subiendo, las consecuencias políticas son imprevisibles. Si bien sería descabellado pensar en un efecto Chernobyl, hay algunos puntos de contacto entre una crisis y otra que no se pueden soslayar.
La explosión de un reactor nuclear en la planta de energía ubicada en el norte de Ucrania, el 26 de abril de 1986, puso de manifiesto algunos de los más graves problemas estructurales de la Unión Soviética. La mayor coincidencia entre esa catástrofe y esta epidemia es la demora en la respuesta, producto de la decisión de los principales funcionarios involucrados de minimizar y silenciar lo ocurrido en un primer momento, afectando dramáticamente la respuesta inicial.
“Chernobyl, incluso más que mi lanzamiento de la Perestroika, fue quizás la verdadera causa del colapso de la Unión Soviética cinco años después”, escribió Mijaíl Gorbachov en un artículo publicado en 2006. Claro que la URSS era un régimen en decadencia, con una economía estancada y sin capacidad de respuesta ante un mundo que cambiaba demasiado rápido a su alrededor.
“Algunos han comparado la crisis con el desastre nuclear de Chernobyl y el terremoto de México de 1985, cada uno de los cuales contribuyó a la desaparición de respectivos gobiernos de partido único —dijo Gang Guo—. Pero una comparación más relevante puede ser con la pandemia del SARS de 2003, que debilitó la posición del entonces secretario general Hu Jintao. Xi ya es el líder chino más poderoso en al menos tres décadas. Puede que pierda algunos protegidos políticos debido a su incompetencia, pero por lo demás se espera que salga en gran medida ileso políticamente”.
A diferencia de la URSS, la China del PCCh es hoy mucho más fuerte que hace 20 o 30 años, y logró crear un modelo económico muy competitivo sin ceder un ápice el control político, algo con lo que los soviéticos ni siquiera soñaron. Así sería impensable un derrumbe del gobierno o algo parecido. No obstante, si la epidemia continúa causando estragos, el proyecto político de Xi podría verse comprometido en el futuro.
“Los usuarios de las redes sociales chinas están enojados con los funcionarios del gobierno local y exigen transparencia y libertad de expresión. Sin embargo, el sistema político autoritario también ha demostrado su capacidad para movilizar a todo el país, coordinar rápidamente y asignar recursos en su lucha contra el brote del virus. Estas acciones parecen calmar el descontento de la población y mantener la confianza del público en el gobierno central”, dijo a Infobae Wenfang Tang, profesor de la División de Ciencias Sociales de la Universidad de Ciencia y Tecnología de Hong Kong.
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