Al norte, el desierto caliente más grandes del planeta, el Sahara. Al sur, la apacible y al mismo tiempo brutal sabana. Entre medio, el Sahel, la franja del norte de África que recorre 5.400 kilómetros entre el Océano Atlántico y el Mar Rojo. Tres millones de kilómetros cuadrados del norte de Senegal, el sur de Mauritania, Malí, el norte de Burkina Faso, el extremo sur de Argelia, Níger, norte de Nigeria, franja central de Chad y de Sudán, Eritrea y parte norte de Etiopía. Un enorme territorio que está siendo aprovechado por diferentes grupos terroristas para expandirse y usar como retaguardia para sus frentes de guerra de Libia, Siria, Irak y las células dormidas de Europa.
La mayor parte del Sahel era conocido como la Francáfrica, el imperio colonial francés en el norte y centro africano. Allí estuvieron las tropas colonialistas enviadas por París hasta que en los sesenta les dieron la independencia. Pero desde entonces, Francia siguió siendo el árbitro de cualquier disputa en la región. Y ahora, las tropas francesas se convirtieron en el muro de contención contra la expansión del yihadismo en el Sahel. El gobierno de Emmanuel Macron considera que allí no solo está defendiendo a sus antiguas colonias de ultramar o la frontera sur de Europa, sino su propia seguridad interna. Allí, en el norte de África, está el origen de algunos de los terroristas que atentaron en Francia en los últimos años. La última semana, la ministra de Defensa, Florence Parly, anunció el envío de 600 soldados adicionales que sumarán a los 5.100 que ya formaban parte de la “Operación Barkhane”, diseñada para detener a los grupos terroristas que descienden desde el Mediterráneo.
Francia intenta “aumentar la presión” sobre la rama local del ISIS, el Estado Islámico en el Gran Sahara (EIGS), que opera la triple frontera entre Malí, Burkina Faso y Níger. En esa zona, el año pasado murieron casi cinco mil personas por la violencia terrorista. Pero el gobierno de París sabe que no podrá hacerlo solo y pide desde hace meses un mayor compromiso de sus vecinos. “Esta etapa significativa de nuestro compromiso en el Sahel debe marcar un giro en la movilización de nuestros socios europeos. Porque, aunque Francia sea la primera potencia militar europea en la zona, no debe estar sola en ese esfuerzo”, dijo la ministra Parly en un comunicado. La única respuesta, hasta ahora, provino de la República Checa que se comprometió a enviar 60 de sus hombres de la unidad de elite Takuba.
La expansión yihadista es, sobre todo, consecuencia directa de la guerra civil en Libia y la desintegración del Estado en ese país. Miles de tuaregs que habían engrosado las filas del ejército de Khadafi regresaron a sus regiones de origen, llevando consigo buena parte del arsenal libio, de potencia considerable. Formaron milicias y se enfrentaron al endeble ejército de Mali por sus reivindicaciones políticas y territoriales. Se aliaron con grupos terroristas como Al Qaeda en el Magreb Islámico (AQMI) y el Movimiento Nacional para la Liberación de Azawad (MNLA). Exigían al gobierno de Bamako la independencia del territorio que ellos denominan Azawad, en el norte maliense, a pesar de que los tuaregs costituyen un pueblo tradicionalmente nómada.
Pero cuando ya estaban a las afueras de la ciudad de Mopti, y muy cerca de conquistar la capital, Bamako, sus aliados salafistas decidieron cambiar de estrategia y “secuestrar” al movimiento con el fin de crear un nuevo estado islámico en pleno Sahel. Si la amenaza tuareg era preocupante, a pesar de tener una salida política, la presencia de cientos de yihadistas a unos pocos kilómetros de la capital maliense hizo saltar las alarmas. Fue cuando la Comunidad de Estados del África Occidental pidieron ayuda a Francia. El país galo intervino de forma contundente mediante la Operación Serval y en unas pocas semanas, a inicios de 2013, las tropas malienses y africanas con ayuda del ejército francés, habían retomado la mayor parte del norte del país y empujado a los yihadistas hacia el Sahara.
Desde entonces, Francia considera esta operación africana una prioridad nacional. Creen que es allí donde deben detener a la incesante migración hacia su territorio y a los terroristas que amenazan con más atentados en París. El primer viaje al exterior de Emmanuel Macron fuera de Europa, en su primera semana como presidente francés, en mayo de 2017, fue a Malí. El contingente militar galo está bajo el mando del general Frédéric Blachon, que opera desde N’Djamena, en Chad. Además, cuenta con tres bases de apoyo permanentes en Gao (Malí), Niamey (Níger) y N’Djamena. Una apuesta militar que tiene muchos críticos en París. Ya son 17 los soldados muertos que participaban de la misión. El gobierno de Macron defiende los logros de las operaciones. Solo en 2018, asegura el ministerio de Defensa, “se neutralizó a casi 200 terroristas”. El jefe del Estado Mayor francés, François Lecointre, reconocía en una entrevista con Le Monde que “el indicador de éxito no es el número de yihadistas muertos, sino la cantidad de población que no está, o deja de estar, bajo el control de esos grupos de ideología asesina”. También advirtió que en este tipo de conflictos no se pueden esperar logros espectaculares: “Hay que admitir la idea de que, en las guerras de hoy en día, jamás lograremos una victoria militar extraordinaria. Si no aceptamos eso, y si no admitimos que la acción militar no es más que parte de una acción política global, será inútil que intervengan los ejércitos”.
La oposición socialista y conservadora del congreso galo no quiere escuchar estas sutilezas. A finales de noviembre pasado, después de un choque accidental entre dos helicópteros, durante una acción antiterrorista en Mali, en el que murieron 13 soldados franceses, hubo fuerte presiones políticas dentro del propio gobierno para terminar con “la aventura africana” y el presidente Macron se planteó una retirada militar. En enero hubo una reunión en Pau, en el sur de Francia, con los presidentes del G-5 Sahel (Mauritania, Mali, Níger, Burkina Faso y Chad), que aportan miles de soldados en las operaciones y pagan el precio más elevado en bajas. Ante ellos, Macron se quejó del creciente sentimiento antifrancés en esos países y pidió más compromiso para seguir adelante. También reclamó a Estados Unidos, que colabora desde 2013 sólo con logística en la llamada entonces operación Barján -que es el nombre que le dan a un tipo de duna que con el viento toma la forma de un típico croissant francés-. Pero nadie quiere enviar más tropas. Los franceses se ven obligados a asumir con resignación su incómodo liderazgo.
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