Pocos discuten que, en las décadas por venir, Asia será el principal centro del poder económico global. El presente de China, su gigantesco mercado interno y las inversiones millonarias en el extranjero son elementos que consolidaron discursos basados en la ilusión de un mundo nuevo. Allí, no existirían las restricciones occidentales y las magnitudes en el comercio y el consumo permiten soñar con la posibilidad de grandes intercambios y ganancias sin límites.
Pero China fue solo el comienzo. Más recientemente, otro gigante muestra credenciales que potencian aún más la idea de la utopía asiática: India superará a China en la carrera demográfica y en las tasas de crecimiento y ahora, con el liderazgo de su actual Primer Ministro Narendra Modi, parece dispuesta a jugar en la liga de las potencias globales.
Pero estos dos países no están solos en este ya mítico renacer oriental. Hace décadas que, con otras magnitudes, se conoce el crecimiento estable de los dragones asiáticos, tanto los viejos (Corea del Sur, Hong Kong, Singapur y Taiwán) como los nuevos (Tailandia, Filipinas, Indonesia y Malasia). Japón se mantiene siempre entre los primeras economías del mundo y, en los últimos tiempos, se suman los restantes países del ASEAN, otro destino apetecible para el comercio y las finanzas mundiales.
Este panorama, que convive con el estancamiento permanente o las bajas tasas de crecimiento que caracterizan a otras partes del mundo, terminó de configurar la imagen de un presente/futuro donde todo parece ser oportunidades y promesas de expansión.
Ante tanto optimismo, es más difícil hacerse algunas preguntas en otro sentido: ¿cómo deben evaluarse los costos de esta oportunidad?, ¿es posible medir los riesgos?, ¿cuáles son las amenazas y las nuevas problemáticas que trae este cambio de orientación en el poder mundial?
¿El reloj del fin del mundo apunta a Asia?
En 1945 un grupo de científicos de la Universidad de Chicago – algunos de los cuales habían participado en los desarrollos de las primeras armas atómicas en el llamado Proyecto Manhattan- fundaron el Boletín de los Científicos Atómicos. En ese marco crearon el “Reloj del Juicio Final”. Lo bautizaron así al combinar el relato del apocalipsis (medianoche) con la imagen que caracterizó la explosión nuclear en la cultura occidental (una cuenta regresiva a cero).
Este reloj mide las amenazas a la humanidad con la mayor o menor cercanía de las 12 de la noche. Al llegar a esa hora, el mundo entraría en una fase irreversible de destrucción. La decisión de mover o no el minutero del reloj, se toma anualmente por los miembros del Boletín que incluye 13 premios Nobel. Para ello también son asesorados por un grupo de personalidades nucleados en la organización “Los Mayores” (The elders), creada en 2007 por Nelson Mandela e integrada por ex presidentes y altos cargos retirados de la ONU.
Días atrás, se anunció que el minutero estaba solo a 100 segundos de la medianoche, la distancia más cercana al “apocalipsis” desde la creación del reloj. Esto ocurre según argumentaron los científicos, debido a la combinación del aumento de la carrera armamentista, sobre todo de armas nucleares, con el avance del cambio climático.
A este diagnóstico agregaron que los efectos se potencian por un contexto donde las intervenciones organizadas en las redes sociales y las fake news producen una guerra de información que amenaza la democracia en todo el mundo. Los hechos se vuelven así, indistinguibles de la ficción, y eso también hace más difícil resolver los problemas.
La prensa internacional reprodujo y amplificó este debate. La prestigiosa revista The Diplomat, se planteó en su última edición cuánto de este aumento en los peligros globales tendría que ver con la creciente preponderancia asiática. Es que allí, particularmente en el corredor del Pacífico, conviven cuatro países con armas nucleares (China, Corea del Norte, India y Pakistán), a los que deberían sumarse Estados Unidos y Rusia, también “vecinos” de Océano. Además, se acumulan algunos de los más importantes conflictos geopolíticos latentes, como el que enfrenta a ambas coreas, el del Mar de China meridional, Taiwán, Hong Kong y Cachemira.
Las amenazas medio ambientales en ese espacio son notorias. Aunque hubo avances en China, muchos de los Estados de la región suelen ser débiles para controlar todo su territorio y para resistirse a grandes inversiones que no vienen acompañadas de previsiones y controles. Esto afecta a millones de personas que ligan su supervivencia al mundo rural y a las regularidades climáticas. La falta de respeto a los Derechos Humanos y la corrupción endémica también son parte del “combo” de la “utopía asiática” y afectan a todas las demás áreas en cuestión.
¿Hay una responsabilidad asiática o es un problema del mundo entero?
Según Cristina Reigadas, investigadora y profesora consulta de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de Buenos Aires, “el problema plantea matices, ya que no deben reducirse al mundo asiático cuestiones que llevan muchas décadas y son globales. Pero, al mismo tiempo, existen nuevos desafíos que se deben considerar debido al cambio en la hegemonía mundial y, sobre todo, a la escala y la aceleración de los procesos que se viven en Asia”.
El secretismo, la corrupción, la falta de controles y de instituciones públicas democráticas -nacionales y regionales- y la creciente represión llevada adelante por algunos Estados nacionales ante cualquier disidencia, dificultan abordar eficientemente los desafíos del momento. Pero reducir la conflictividad geopolítica, controlar el avance armamentístico, revertir el cambio climático e impedir el avance de enfermedades de contagio masivo como el corona virus, no son solo responsabilidades de los países asiáticos.
Diego Bernardini, profesor e investigador de la Facultad de Medicina de la Universidad de Mar del Plata, considera que “si bien la falta de transparencia y rendición de cuentas en algunos países asiáticos complica y aumenta la repercusión de los problemas, hace falta una nueva visión de la gobernanza global, ya que las actuales instituciones internacionales quedaron obsoletas, como se ve en el papel de la OMS en la actual crisis del coronavirus”.
Pensar Asia, un desafío urgente
La presencia de Asia en el radar global como nueva región hegemónica, también implicó la aparición de numerosos incentivos para su estudio y análisis, sobre todo, entre académicos, científicos y especialistas diversos. Pero tantos recursos, muchas veces invertidos por los propios gobiernos asiáticos, ocasionaron una “inflación” de expertos acríticos que, generalmente, repiten lugares comunes o se convierten en los voceros de los mismos gobiernos asiáticos.
En América Latina, hablar de Asia parece como una renovada oportunidad de sublimar un anti occidentalismo que se había vuelto anacrónico desde la caída del Muro de Berlín. La mirada ideologizada solo vuelve erróneos los análisis y los diagnósticos, impidiendo entender la naturaleza compleja del proceso capitalista que representa la región.
Pero sobre todo, querer presentarla como un modelo exitoso sin someterla a un análisis crítico, que debe realizarse sin preconceptos ni prejuicios, solo oscurece la existencia y aumenta la imposibilidad de abordar problemáticas que tendrán enormes consecuencias en todo el planeta en general y en Latinoamérica en particular.