Designada por la flamante ministra de Igualdad de España Irene Montero, Beatriz Gimeno es la nueva directora del Instituto de la Mujer. La ahora funcionaria presidió la Federación Española de Lesbianas, Gais, Transexuales y Bisexuales (FELGTB) hasta 2007, fue responsable del área de Igualdad de Podemos en la Comunidad de Madrid y diputada por esa fuerza de izquierda que lidera Pablo Iglesias, esposo de Montero.
El nombramiento de Gimeno causó polémica por las posiciones radicales de que hace gala y el lógico temor de que quiera promover desde el organismo que ahora dirige la agenda sexual radical que ha enunciado en varias ocasiones.
La nueva funcionaria había expuesto en detalle su teoría sexual en un artículo del año 2003, cuyo título es Una aproximación política al lesbianismo, ahora reflotado en los medios.
“El lesbianismo -escribió Gimeno en ese paper- no es sólo una manera de vivir la sexualidad, sino que puede ser también una opción política o vital. Para entender [esto] hay que asumir que homosexualidad y heterosexualidad no son equivalentes, ni son distintas maneras de vivir la sexualidad sin más, sino que son regímenes que cumplen distintas funciones sociales”.
“La heterosexualidad no es la manera natural de vivir la sexualidad” (Beatriz Gimeno)
Ya podemos imaginarnos dónde está el bien y dónde el mal. Dónde lo “correcto” y dónde el “error”.
El párrafo antes citado es la introducción a su definición más radical: “La heterosexualidad, el régimen regulador por excelencia, no es la manera natural de vivir la sexualidad, sino que es una herramienta política y social con una función muy concreta que las feministas denunciaron hace décadas: subordinar las mujeres a los hombres”.
Heterosexualidad y patriarcado son una sola y misma cosa. O, mejor dicho, la primera es la herramienta de la segunda. Citando a Ivan Illich, Gimeno define a la heterosexualidad como “un régimen regulador de la sexualidad que tiene como finalidad contribuir a distribuir el poder de manera desigual entre mujeres y hombres construyendo así una categoría de opresores, los hombres, y una de oprimidas, las mujeres”.
El asunto está clarísimo: si la heterosexualidad es el instrumento de la opresión de todas las mujeres, la liberación del género femenino es, naturalmente, el lesbianismo.
Así lo formula Beatriz Gimeno: “Si reconocemos que el poder masculino se ha ejercido sobre las mujeres, sobre todas las mujeres, a través de la institución de la heterosexualidad, es lógico esperar encontrar resistencia a esta institución en cualquier época; y así ha sido. La heterosexualidad es la herramienta principal del patriarcado y la resistencia de las mujeres a esta institución comienza con el cuerpo, puesto que es el cuerpo el que está en juego; la resistencia comienza con un cuerpo que se niega y que dice ‘No’ a la opresión”.
Para Gimeno, ser lesbiana no es simplemente una inclinación sexual, es estar a la vanguardia de la liberación femenina. Es el estado ideal de toda mujer.
“Las feministas lesbianas defendemos que el lesbianismo es una opción de vida”. insiste.
Y avisa que cualquier mujer “puede ser lesbiana” porque “no hay una construcción ideológica rígida de la feminidad”. [El documento completo de Gimeno puede leerse en la página de la Federación Estatal de Lesbianas, Gais, Trans y Bisexuales].
Curiosamente, quienes tildan todo de “construcción cultural”, suelen ser insistentes en imponer sus opciones a los demás.
La lactancia materna también es blanco de los ataques de Gimeno. Es difícil negar la biología en esto, pero siempre se la puede relativizar. Así, la activista ha escrito cosas tales como: “La lactancia materna no es una cuestión exclusivamente biológica, sino que es también una práctica política. En este trabajo se pone de manifiesto la presión que el sistema patriarcal ha ejercido casi siempre sobre las madres para que den de mamar y la resistencia frente a esta obligatoriedad".
<b>La propuesta “anal” de Beatriz Gimeno</b>
Basada en su requisitoria contra la heterosexualidad, Gimeno formula una propuesta que probablemente haya sido la más comentada en estos días en España, con las consabidas ironías, chistes e incluso exabruptos, ya que roza lo escatológico.
La agenda sexual radical de la nueva directora del Instituto de la Mujer incluye propuestas tales como convocar a las mujeres a penetrar analmente a los hombres como camino hacia la verdadera igualdad de género.
Una reseña del libro Por el culo. Políticas anales (sic), publicada en 2011 en Wayback Machine, fue la ocasión para Beatriz Gimeno de exponer su teoría del cambio: “El ano es una de las principales zonas erógenas para hombres y mujeres -escribió-, pero especialmente para los hombres. Estoy convencida, cada vez más, que para que se produzca un verdadero cambio cultural tienen que cambiar también las prácticas sexuales hegemónicas y heteronormativas y que sin ese cambio, que afecta a lo simbólico y a la construcción de las subjetividades, no se producirá un verdadero cambio social que iguale a hombres y mujeres”.
En otra parte del artículo, Gimeno tranquiliza a las mujeres que, frente a “la expresión de un deseo sexual” (vinculado a esa parte del cuerpo, se entiende), cambiaban la percepción de sus compañeros. “Aparecía la desconfianza”, el temor de haber estado viviendo con un falso heterosexual. “Incluso en parejas que se supone que eran igualitarias”, afirma. “Para estas mujeres sólo los gays pueden disfrutar sexualmente del ano”, dice Gimeno, asegurando que no es así.
Los sexólogos dirían que, entre adultos, todo vale. El problema es la carga que Beatriz Gimeno le pone al asunto; una carga que roza la vindicta, en nombre de ¿siglos? de opresión de todas las mujeres por una sexualidad que ella rechaza y por lo tanto considera negativa para el conjunto.
Su formulación es clara: “Me gustaría contribuir a problematizar la siguiente cuestión: dado el profundo simbolismo asociado al poder y a la masculinidad que tiene en la cultura patriarcal la penetración (a las mujeres), ¿qué podría cambiar, qué importancia cultural tendría una redistribución igualitaria de todas las prácticas, de todos los placeres, de todos los roles sexuales, incluida la penetración anal de mujeres a hombres?”
Las posturas de Gimeno no son compartidas por todas las feministas de España, desde ya. De hecho, ella las increpa con su argumento de que “no solo las feministas lesbianas” deben “tener una agenda sexual cuestionadora del heteropatriarcado, sino que también las feministas heterosexuales también deberían tener una agenda sexual radical”. Ahora bien, muy probablemente tampoco todas las lesbianas coincidan con Gimeno.
Es natural en definitiva que haya causado polémica el nombramiento en un Instituto de la Mujer de alguien que está lejos de representar al conjunto de mujeres.
Ahora bien, no debe pensarse que posturas extremas como la de Beatriz Gimeno son una rareza o una excentricidad nada más. El hecho de que muchas feministas -que seguramente dirían que no comparten el ideario de la nueva directora del Instituto de la Mujer- hayan pasado de hablar de patriarcado a usar el término “heteropatriarcado” es una forma más o menos inconsciente de ir adoptando el discurso heterofóbico de las activistas lesbianas radicalizadas. El lesbofeminismo es una corriente, minoritaria, pero corriente al fin del feminismo. Una de sus teóricas, la ensayista francesa Mónica Wittig, critica lo que llama heterofeminismo y ha sido una de las primeras en postular que el sexo no es algo dado sino una construcción sociopolítica.
Tal vez las feministas deberían diferenciarse de quienes llegan a postular abiertamente que “la pareja heterosexual” es un factor de riesgo para las mujeres.
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