El Brexit que se concretará este viernes a las 11 p.m. de Londres (GMT) será parcial. Formalmente, el Reino Unido dejará de pertenecer a la Unión Europea (UE) y ya no podrá dar marcha atrás en la separación. Pero en términos prácticos, hasta el 31 de diciembre seguirá formando parte del mercado común y deberá someterse a las mismas normas que cualquier otro estado miembro. La vida cotidiana para las personas y las empresas británicas continuará como antes.
Lo que comienza el viernes es un período de transición. A lo largo de 11 meses, el gobierno británico y los líderes europeos tendrán la titánica tarea de reformular sus relaciones políticas, económicas y sociales, que están profundamente interconectadas desde hace décadas. En Bruselas creen que es imposible llegar a un acuerdo tan complejo en tan poco tiempo, pero el primer ministro Boris Johnson insiste en que no hará uso de su potestad de pedir una extensión por uno o dos años.
Si el 31 de diciembre no hay un entendimiento definitivo sobre los términos del nuevo vínculo entre el Reino Unido y la UE, la ruptura podría ser dramática. El temido Brexit sin acuerdo, que se evitó ahora gracias al pacto alcanzado en octubre entre Johnson y el resto de los mandatarios de la UE, podría ser realidad entonces.
El acuerdo que aprobó la Cámara de los Comunes británica el 9 de enero, y que fue ratificado por el Parlamento Europeo en una histórica sesión este miércoles, apenas fijó los términos de la transición. Entre otras cosas, que el Reino Unido ya no tendrá representación en las instituciones europeas, aunque deberá acatar sus decisiones, y que podrá seguir comerciando como un socio más.
Y estableció algunas garantías en caso de que no haya una negociación exitosa antes de fin de año. La más importante, que no habrá controles fronterizos en la isla de Irlanda. De producirse ese escenario, Irlanda del Norte seguirá virtualmente formando parte del mercado común europeo y habría una división al interior del Reino Unido, entre Irlanda del Norte y las otras tres naciones que lo componen, ya que estas sí quedarían por fuera del mercado común.
Pero eso es todo lo que dice del futuro entre el Reino Unido y la UE, una discusión que abarca temas de una altísima complejidad. Algunos ejemplos:
Las nuevas relaciones comerciales
Las negociaciones que comenzarán a partir de febrero tienen un reto central: definir un tratado de libre comercio que satisfaga los intereses y las necesidades de las economías británica y europea. Sin un pacto de estas características, las empresas británicas que tienen a otros países europeos como principal destino pasarían a pagar aranceles, quedando en desventaja frente a competidoras de estados miembros de la UE.
De la misma manera, compañías europeas tendrían dificultades para acceder al importante mercado británico, que estará libre para firmar tratados con países no europeos. Estados Unidos es el primero en la lista de interesados.
Una de las mayores trabas es que la UE sólo parece dispuesta a aceptar un régimen sin aranceles ni cuotas de exportación e importación si el Reino Unido se compromete a no rebajar las normas laborales y ambientales para abaratar costos, una de las razones por las que muchos británicos querían el Brexit.
Otro foco de conflicto es la negativa de la UE a incluir el intercambio de servicios en un eventual acuerdo comercial, lo que afectaría mucho a la city londinense, uno de los grandes centros financieros del mundo. La UE es el mayor mercado de servicios financieros británicos, por un valor estimado en 33.000 millones de dólares al año en exportaciones.
También se esperan fuertes diferencias en torno a la pesca. La UE pretende tener el mismo acceso que antes a las aguas británicas, una demanda que indigna a los pesqueros locales.
Libertad de movimiento
Hasta ahora, cualquier ciudadano británico sabía que podía moverse libremente por cualquier país de la UE, además de desarrollar una carrera universitaria o laboral en cualquier parte, sin ningún tipo de restricción. Lo mismo sucedía a la inversa, con los casi 3 millones de europeos que viven actualmente en el Reino Unido y los muchos que tenían planeado radicarse allí.
No va a ser fácil definir el margen de libertad de movimiento que se va a permitir, considerando que el rechazo a la inmigración fue un combustible para el movimiento euroescéptico que impulsó el Brexit. En este y en muchos otros de los asuntos que estarán en la mesa de negociación no solo hay diferencias entre británicos y europeos: hay una profunda división al interior del Reino Unido.
Discusiones en otras áreas sensibles
Si bien la dimensión comercial es la más urgente por su complejidad y por los miles de millones de dólares que representa, hay otros temas de conversación que requieren definiciones. El Reino Unido y la UE están interconectados en temas tan diversos como seguridad, normas de aviación comercial, suministro de energía y la industria farmacéutica. Sobre estos y otros temas las partes tendrán que llegar a un acuerdo para definir cómo seguirán a partir del año que viene.
La seguridad es un área especialmente sensible, sobre todo a la luz de los ataques terroristas que tuvieron como blanco a distintas ciudades europeas en los últimos años. Hay bases de datos compartidas entre los países de la UE a las que el Reino Unido no podría acceder, ya que sería como cualquier otro país externo.
El plazo
Si bien el período de transición termina el 31 de diciembre, existe la posibilidad de extenderlo por uno o dos años. Johnson se niega y hasta trató de impedir por ley la posibilidad de pedir una prórroga. Pero la UE cree que no se podrá acordar todo en solo 11 meses.
"Sin una extensión del período de transición más allá de 2020, no se puede esperar alcanzar un acuerdo en todos y cada uno de los aspectos de nuestra nueva asociación”, dijo semanas atrás Ursula Von der Leyen, presidenta de la Comisión Europea.
Está claro que la apuesta de Johnson es presionar con los riesgos de una ruptura traumática que no le conviene a nadie para conseguir un mejor acuerdo. Pero es una estrategia peligrosa, de resultado incierto.
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