El príncipe Harry y su esposa, Meghan Markle, renunciarán sus títulos nobiliarios y dejarán de recibir fondos públicos luego de su decisión de abandonar los deberes reales, informó el sábado el Palacio de Buckingham a través de un comunicado.
“Los Sussex no usarán sus títulos de RHS ya que ya no son miembros activos de la Familia Real”, dijo el Palacio, y agregó que la pareja acordó pagar algunos gastos pasados, como las refacciones de la residencia Frogmore Cottage. De acuerdo con la cadena BBC, esa cifra ascendería a unos 2.4 millones de libras.
“Según lo acordado en este nuevo pacto, comprenden que es necesario que renuncien a sus deberes reales, incluidos los nombramientos militares oficiales. Ya no recibirán fondos públicos por sus funciones reales”, agregó la Casa Real británica.
El texto subraya que la pareja seguirá manteniendo sus patronatos y asociaciones “con la bendición de la reina”, pero ya no podrán representar formalmente a la reina. En cualquier caso “los duques de Sussex han dejado claro que todo lo que harán seguirán respetando los valores de su majestad”.
Acompaña al comunicado del Palacio de Buckingham un comunicado personal de Isabel II en el que la reina expresa su “satisfacción” por haber logrado “una vía constructiva” para resolver la situación después de que la pareja expresara su intención de independizarse de la Casa Real.
En la declaración de la monarca se anunció que, después de una serie de conversaciones, la decisión había sido parte de un acuerdo y “una manera constructiva” de apoyar a su nieto y su familia. “Harry, Meghan y Archie siempre serán amados miembros de mi familia”, añadió.
“Reconozco los desafíos que han experimentado como resultado del intenso escrutinio público de los últimos dos años y apoyo su deseo de una vida más independiente”, reconoció la Reina, en una fuerte señal de apoyo hacia la pareja.
El acuerdo alcanzado comenzará a regir en la primavera boreal del 2020.
El anuncio oficial llega después de que la semana pasada los duques de Sussex comunicaran su deseo de dejar la primera línea de la monarquía británica para pasar a ser económicamente independientes. También anunciaron su deseo de vivir un tiempo fuera de Reino Unido, previsiblemente en Canadá. Uno de los proyectos con los que contarían sería la creación de una organización caritativa.
La historia de una pareja moderna, incómoda con la etiqueta y la presión
Él era un playboy desenfrenado que sentó cabeza. Ella, una relajada actriz californiana que debió adaptar su estilo cuando se convirtió en duquesa. Harry y Meghan se mostraron desde su boda incómodos con las obligaciones impuestas a la familia real británica.
Gracias a su imagen de modernidad, desenfado y compromiso con causas sociales, la joven pareja logró, desde su boda en 2018, una enorme popularidad: abrieron una cuenta Instagram el 2 de abril y en menos de seis horas alcanzaron el millón de seguidores, batiendo un récord mundial.
Pero en los últimos meses expresaron cada vez que pudieron su incomodidad con el estricto estilo de vida impuesto a los miembros de la realeza británica, escrutados con lupa por una prensa sensacionalista a menudo despiadada con unos jóvenes que rompieron los moldes tradicionales.
“A ambos nos apasiona el querer cambiar las cosas para mejor”, afirmó recientemente el príncipe, que antes de sentar cabeza era conocido como el miembro más disipado y problemático de la familia real. Muchos guardan todavía en la memoria la imagen del adolescente con aire perdido que caminaba junto a su hermano William siguiendo el féretro de su madre, la princesa Diana, por las calles de Londres en 1997.
Cuando nació Harry, el 15 de septiembre de 1984, era tercero en el orden sucesorio, una posición que exigía un comportamiento ejemplar. Sin embargo, el enérgico pelirrojo confesó a los 17 años haber fumado cannabis y su afición por las fiestas regadas de alcohol lo convirtió en una de las personalidades favoritas de la prensa sensacionalista.
Los tabloides publicaron innumerables fotos del joven príncipe, frecuentemente a la salida de bares y discotecas y en compañía de bellas jóvenes aristócratas, o de la que fue su novia en diferentes períodos, la zimbabuense Chelsy Davy.
En 2005 cometió un grave error al aparecer en una fiesta de disfraces vestido de oficial nazi. Tras aquel escándalo, este gran deportista, apasionado por el rugby, entró en la prestigiosa academia real militar de Sandhurst. En 2008, tras una indiscreción de la prensa, se supo que se encontraba en una misión en Afganistán, por lo que todo el país le acompañó en su decepción cuando tuvo que ser repatriado de urgencia por motivos de seguridad.
A partir de ahí empezó a cosechar éxitos mediáticos, como cuando fue testigo de honor en la boda de su hermano en 2011, o cuando un año después presidió la ceremonia de clausura de los Juegos Olímpicos de Londres.
Pero lo que pareció transformarlo definitivamente fue conocer en 2016 a la actriz Meghan Markle.
Hija de Thomas Markle, un director de iluminación de televisión que ganó un Emmy por su trabajo en la serie “Hospital General”, y de Doria Ragland, asistente social y profesora de yoga, Meghan nació el 4 de agosto de 1981 en Los Ángeles. Sus padres se separaron cuando ella tenía dos años y se divorciaron cinco más tarde.
Markle se graduó en teatro y relaciones internacionales en la Northwestern University, cerca de Chicago, tras lo cual pasó seis semanas haciendo prácticas en la embajada estadounidense en Argentina.
La actriz alcanzó la fama gracias a la televisión, trabajando en la serie “Suits”, sobre un bufete de abogados de Nueva York. Y antes de contraer matrimonio con Harry estuvo casada con el productor Trevor Engelson, del que se divorció al cabo de dos años.
Viejos amigos la han acusado de haberlos dejado de lado a medida que iba progresando en la vida, y sus dos hermanastros, que no fueron invitados a la boda, le lanzaron críticas feroces, sugiriendo que se avergonzaba de ellos. Su padre, que tampoco asistió a la ceremonia, acaparó las portadas de todo el mundo tras prestarse a escenificar unas fotos para unos paparazzi.
Desde que se convirtió en duquesa de Sussex, Meghan, que cultivaba un estilo informal californiano de shorts y sandalias, tuvo que acostumbrarse a las reglas de vestir de la monarquía británica: medias de color carne o neutro, esmaltes de uñas discretos y vestidos por debajo de la rodilla.
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