En 1994, Argelia vivía el tercer año de una violenta guerra civil entre el Gobierno y una combinación de distintos grupos rebeldes islamistas. El más fundamentalista de ellos era el Grupo Armado Islamista (GIA), que, cuando una de las facciones comenzó a negociar con las fuerzas oficiales, le declaró la guerra a sus otrora aliados y dejó de circunscribir su atención a la guerra de guerrillas y comenzó a llevar a cabo una serie de ataques hacia la población civil.
Inequívocamente, el caso de más alto perfil involucra el secuestro del vuelo 8969 de Air France: el drama tuvo al mundo en vilo durante 54 horas y se extendió por dos países, y su culminación cinematográfica –de la que se cumplen 25 años– frustró la intención de los terroristas de estrellar la aeronave contra la Torre Eiffel.
El drama comenzó durante la Nochebuena de 1994, cuando los cuatro terroristas, disfrazados de oficiales de policía presidencial argelinos, abordaron un Airbus 330 con 220 pasajeros y 12 tripulantes. Las autoridades francesas no eran ajenas al peligro que corrían las aeronaves, sobre todo las de su bandera, al volar hacia la capital argelina: al ser su antigua colonizadora, no eran pocos los que albergaban resentimiento contra el país.
Con este escenario, los vuelos de Air France estaban compuestos enteramente por tripulantes que se habían ofrecido como voluntarios para cubrir la ruta. La tensión era de un nivel tal que la aerolínea le había consultado al Gobierno si realmente tenía que seguir cubriendola. Pero para el momento del hecho, no habían recibido respuesta.
Inicialmente, la presencia de los “oficiales” en el avión no fue motivo de alarma. Dos de los hombres comenzaron a inspeccionar los pasaportes de los pasajeros, otro fue a la cabina, y el último mantuvo guardia. Sin embargo, poco después de que abordaran, un tripulante de a bordo advirtió que todos estaban armados –algo que no era común– y uno de ellos tenía una barra de dinamita.
Poco después llegó la revelación: los hombres indicaron que su intención era anunciar en una conferencia de prensa el establecimiento de un Estado islámico en Argelia. Habían elegido el avión como objetivo pues consideraban a Air France –y por ende a Francia– como un símbolo de invasión extranjera infiel (es decir, no musulmán). Y comenzaron a implementar su ideología en el mismo avión: forzaron a las mujeres a cubrir sus cabezas. Aquellas que no tenían con qué hacerlo debieron recurrir a servilletas.
Enterados de la situación, oficiales del Gobierno argelino llegaron al aeropuerto para comenzar a negociar. Los secuestradores, quienes usaban al capitán del vuelo como portavoz, demandaron la liberación de dos de sus referentes políticos. El ministro del Interior del país exigió a cambio que ellos comenzaran a liberar a ancianos y niños.
Luego de dos horas, los secuestradores desistieron de su pedido inicial y dijeron al capitán que emprendiera vuelo hacia París, donde querían hacer el anuncio. Este, no obstante, les indicó que esto no era posible porque había escaleras unidas a la aeronave y patrullas que bloqueaban la pista. Los terroristas demandaron que se cumplieran sus demandas, pero ante la negativa del Gobierno seleccionaron a un pasajero –un oficial de policía argelino– y lo ejecutaron en las mismas escaleras. Sin obtener resultados, hicieron lo mismo con otro.
Ante la escalada de la situación, el Gobierno francés solicitó enviar agentes propios para resolver el asunto. Pero su homólogo se negó, diciendo que no permitiría que fuerzas externas se involucraran en un conflicto interno. El jefe de Estado francés, Édouard Balladur, expresó después que sentía que esto no era así debido a que el avión era de bandera francesa, lo mismo que casi un tercio de los pasajeros.
Durante la noche, Balladur recibió permiso de las autoridades españolas para que fuerzas nacionales arribaran al país, ubicado más cerca de Argelia. Durante el trayecto se familiarizaron con las dimensiones del Airbus 330 y se prepararon para un eventual asalto.
Al día siguiente, los secuestradores liberaron a decenas de pasajeros, principalmente mujeres, niños y enfermos, sin exigir nada a cambio. También ofrecieron lo mismo a los argelinos, pero estos se negaron.
El Gobierno francés probó una táctica osada: llevó a la madre del líder de los secuestradores para que le pidiera que dejaran ir a los rehenes. Esto no solo no resultó, sino que tuvo el efecto opuesto. Iracundo, el hombre tomó a un pasajero francés y lo forzó a exigir a las autoridades que liberaran la pista para el despegue. De lo contrario, advirtió, matarían a un rehén cada media hora. Esos 30 minutos pasaron sin cambios. Y aunque los argelinos aseguraban que se trataba de un farol, los secuestradores asesinaron al pasajero y tiraron su cuerpo por las escaleras.
Enterado de la muerte de un nacional, el jefe de Estado francés llamó a su homólogo y le informó que si no lo autorizaba a intervenir, lo consideraría responsable del resultado de los hechos. También le dijo que Francia estaba lista para recibir al avión.
La aeronave no contaba con suficiente combustible para llegar a París debido que había consumido parte de él durante las horas desde el comienzo del secuestro. En consecuencia, cambiaron el rumbo hacia Marsella para hacer una recarga y luego ir a la capital. Las fuerzas especiales que se encontraban en España también enfilaron hacia allí.
Una vez en el aeropuerto, los secuestradores exigieron 27 toneladas de combustible, cuando la aeronave solo necesitaba 9 para hacer su vuelo. Con base en ello, las autoridades concluyeron que el objetivo real no consistía en anunciar la creación del Estado islámico, sino convertir el avión en una bomba. Y esa bomba, se supo después, sería detonada contra la Torre Eiffel.
Al día siguiente, los terroristas demandaron que se les permitiera despegar en un plazo de dos horas. Las fuerzas francesas ganaron tiempo mediante la provisión de agua y comida, el vaciamiento de los baños y la limpieza general de la cabina. Quienes lo hicieron, no obstante, eran agentes de los servicios especiales disfrazados que, durante el operativo, advirtieron que las puertas no estaban bloqueadas ni tenían explosivos. A su salida plantaron micrófonos.
La parte final del operativo comenzó poco después. Las autoridades preguntaron a los secuestradores si no preferían dar la conferencia en Marsella, considerando que los principales medios mundiales también contaban con oficinas allí. Ellos accedieron a hacerlo dentro del avión, por lo que los negociadores pidieron que liberaran la parte delantera.
Sin embargo, los secuestradores comenzaron a inquietarse a medida que el tiempo transcurría sin que llegara la prensa. Frustrado, el líder volvió al plan original y forzó al piloto a mover la aeronave. Pero como no recibió el combustible demandado, volvió a la cabina para buscar una cuarta persona a la que matar: el elegido fue el miembro más joven de Air France.
Finalmente tomaron otro rumbo: abrieron la puerta y abrieron fuego hacia la torre de control, donde se encontraban los negociadores. Y allí el líder de las fuerzas especiales dio la orden de comenzar el operativo: grupos de agentes ingresaron a la aeronave por distintos puntos. Unos liberaron a los rehenes y otros atacaron a los secuestradores.
El intercambio fue feroz: las fuerzas gubernamentales se valieron de granadas cegadoras y de humo, y dispararon cientos de rondas. Tres de los terroristas fueron abatidos pocos minutos después del inicio, pero otro logró sobrevivir 20 minutos antes de quedarse sin municiones y morir a causa de sus heridas.
El resultado de los eventos en Marsella fue fructífero: los cuatro terroristas fueron abatidos y no se registraron bajas civiles ni militares, aunque sí heridos. Sin embargo, el GIA tomó represalias en otra parte del mundo: horas después de su conclusión, otro grupo terrorista asesinó a cuatro sacerdotes romanos en Argelia. Tres de ellos eran franceses y uno, belga.
Los hechos mantuvieron en vilo al mundo y pasaron a formar parte de la historia, tanto francesa como global. A lo largo de los años se produjeron numerosas dramatizaciones y documentales, entre los que se destacan el documental de la BBC llamado Era de terror y una película francesa, El asalto, que contó con la asesoría de las fuerzas especiales del país que llevaron a cabo el operativo. La tripulación del vuelo y los agentes que participaron de los hechos recibieron altas condecoraciones del Gobierno francés.
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