Desde que su amigo Zahid Raza fue asesinado a tiros en la capital de Madagascar, cuando trasladaba restos del avión de Malaysia Airlines que desapareció misteriosamente en 2014, con 239 personas a bordo, Blaine Alan Gibson ha continuado su rastreo de escombros con un perfil mucho más bajo que antes. Existe —eso cree él— una conexión entre el malhadado vuelo MH370 y el homicidio que, dos años más tarde, no se ha resuelto.
Este abogado estadounidense, investigador amateur que encontró los primeros fragmentos del Boeing 777, permitió consolidar la hipótesis principal sobre la tragedia, que ha sido un objeto de especulación global —las pérdidas afectaron a familias en cuatro continentes— porque, simplemente, un avión de esas dimensiones no puede desvanecerse en el aire en una era de constante comunicación electrónica. Tras seguir el camino que los restos de la nave podrían haber tomado desde el sudeste asiático tras un impacto en el océano Índico, Gibson encontró las pruebas que terminaron con las esperanzas de los pasajeros y la tripulación de aquel vuelo del 8 de marzo de 2014.
Había acordado con Raza, el cónsul honorario malayo en Antananarivo, un mecanismo formal para trasladar los escombros a Malasia. Sabía que no todo el mundo compartía su entusiasmo de Indiana Jones: había recibido amenazas de muerte. El asesinato de su amigo cuando se disponía a completar el envío de seis piezas hizo que las tomara en serio.
No por eso interrumpió su búsqueda: en noviembre dio con un segmento de piso que contenía letras y números correspondientes al Boeing 777; varios meses antes había entregado, con Grace Nathan, una joven abogada que perdió a su madre en el vuelo, otras cinco piezas, para gran incomodidad del ministro de transporte malayo, Anthony Loke. Pero tomó algunas precauciones.
“Actualmente evita revelar su ubicación o sus planes de viaje, y por razones similares evita emplear el correo electrónico y rara vez habla por teléfono”, contó The Atlantic, que lo entrevistó para una nota definitiva sobre la desaparición del MH370. “Le gustan Skype y WhatsApp porque están encriptados. Con frecuencia cambia sus tarjetas SIM. Cree que a veces lo siguen y lo fotografían”.
A casi seis años del misterio del vuelo que salió de Kuala Lumpur rumbo a Beijing, adonde nunca llegó, Gibson es el único hombre que salió a buscar pruebas de la destrucción de la nave, y las encontró. La trayectoria que siguó, por consejo de científicos de Australia —el país que hizo la investigación mayor, parte de la trayectoria final—, comprobó la hipótesis que parece sostenerse por encima de todas las demás: el avión fue desviado, controlado por alguien desde la cabina de mando, mientras ganaba altitud y torcía violentamente hacia la izquierda, se despresurizaba por completo la cabina de pasajeros, morían todas las personas a bordo excepto la que piloteaba, y luego se mantenía durante horas sin señal, en vuelo tranquilo, hasta agotar el combustible y hacer una caída en picada a 15.000 pies (4.600 metros) por minuto.
“Sabemos por la velocidad de descenso, como por los escombros destrozados que encontró Blaine Gibson, que el avión se desintegró como papel picado al golpear contra el agua”, agregó el piloto William Langewiesche, autor del artículo.
Un enigma de 18 minutos
El copiloto Fariq Hamid, de 27 años, hacía su último vuelo para certificarse antes de casarse. Su inspector era el piloto a cargo, Zaharie Ahmad Shah, de 53 años. Con ellos trabajaban 10 personas a cargo de la seguridad y la atención de los pasajeros, que eran 227, entre ellos cinco niños: en su mayoría, chinos, además de 38 malayos y —en cantidad decreciente— ciudadanos de Indonesia, Australia, India, Francia, Estados Unidos, Irán, Ucrania, Canadá, Nueva Zelanda, Holanda, Rusia y Taiwán.
El vuelo salió a las 12:42 de la noche y su última comunicación con los controladores aéreos de Subang, Malasia, fue a las 01:21. “Malaysia tres-siete-cero, contacte a Ho Chi Minh uno-dos-cero-decimal-nueve. Buenas noches”, pidieron al piloto cuando la nave se disponía a entrar en el espacio aéreo de Vietnam. Pero Zaharie no repitió la frecuencia, como tendría que haber hecho, ni contactó al aeropuerto que lleva el nombre del revolucionario y ex presidente vietnamita.
Por eso los controladores de Vietnam no avisaron a Malasia que el punto que habían visto en sus monitores de pronto había desaparecido.
“Dieciocho minutos enteros pasaron antes que el personal de tierra en Kuala Lumpur comprendiera que uno de sus jets se había evaporado. Lo que siguió fue un ejercicio de confusión e incompetencia”, calificó Langewiesche. “El Centro de Coordinación de Rescates Aeronáuticos de Kuala Lumpur debería haber notificado la desaparición en el plazo de una hora. A las 2:30 no lo había hecho. Otras cuatro horas transcurrieron antes de que finalmente comenzara la respuesta de emergencia, a las 6:32”.
A esa hora el avión tendría que haber estado aterrizando en Beijing.
Esos 18 minutos sin información parecen haber sido el tiempo que quien haya piloteado el MH370 hacia la destrucción necesitó para quedarse solo en la cabina de mando, despresurizar la cabina de pasajeros y torcer el rumbo, en un ángulo tan agudo que requirió una maniobra manual.
“A pesar de las negativas reflejas de los funcionarios malayos y la ofuscación lisa y llana de la fuerza aérea malaya, la verdad sobre la extraña trayectoria del vuelo comenzó a emerger”, siguió el experto. En los días siguientes se comprobó que el avión se había contactado siete veces a lo largo de seis horas con un satélite de Inmarsat que permanece en un punto fijo. “Esto significaba que el avión no había sufrido alguna catástrofe de pronto”, como hubiera convenido a las autoridades de Kuala Lumpur.
Esas comunicaciones marcaron una curva posible desde Asia Central hasta el Índico sur rumbo a la Antártida, y un análisis más sofisticado de los datos permitió establecer que el avión había hecho un último giro hacia el sudoeste. Hacia el final del registro, la nave fue en picada hacia el océano. “A juzgar por las pruebas electrónicas, no se trató de un intento controlado de aterrizar en el agua”, subrayó The Atlantic. Esta información delimitó una zona en la que el avión podría haberse estrellado: cerca de Australia, muy lejos del área donde insistían los malayos, el mar de China Meridional.
“El avión se debe haber roto instantáneamente en un millón de fragmentos. Pero nadie sabía dónde había ocurrido el impacto, mucho menos por qué. Y nadie tenía la menor evidencia física para interpretar que las interpretaciones del satélite eran correctas”, agregó Langewiesche. No es fácil hallarla ni siquiera cuando se conoce el punto exacto del desastre: dos años se demoró el hallazgo de las cajas negras del vuelo 447 de AirFrance, que se estrelló en el Atlántico en 2009, en ruta desde Rio de Janeiro a París.
En ese momento, entró en escena Gibson.
Con el sombrero de Indiana Jones
A los siete años Gibson había decidido que conocería todos y cada uno de los países del mundo. Pero al crecer sus intereses cambiaron: “Aventurero, explorador, buscador de la verdad”, dicen sus tarjetas. Como Indiana Jones, el famoso personaje, usa un sombrero flexible de ala ancha, un fedora o borsalino. “Según su propio relato, a lo largo del camino se adentró en algunos misterios célebres: el fin de la civilización maya en las selvas de Guatemala y Belize, la explosión del bólido Tunguska en la meseta central de Siberia y la localización del Arca de la Alianza en las montañas de Etiopía”, contó el piloto.
Otros han ofrecido una versión alternativa de este “personaje excéntrico”, como lo llamó Jeff Wise, periodista de la revista New York y autor de The Taking of MH370. “En los medios con toda intención presentó una imagen al estilo de Indiana Jones, con un fedora marrón y una chaqueta de cuero. Se describía a sí mismo como un abogado retirado, vecino de Seattle, quien había heredado dinero de su madre para financiar sus pesquisas”. Wise estableció que en la década de 1980 Gibson trabajó para el Departamento de Estado de los Estados Unidos y en la de 1990, tras haber estado casualmente en Moscú durante la desintegración de la Unión Soviética, fundó una de las nuevas compañías rusas que delinearon un paisaje de sospecha en el paso a manos privadas de los bienes públicos.
En cualquier caso, Gibson llegó a Kuala Lumpur para el primer aniversario de la desaparición decidido a iniciar una búsqueda. Percibía que faltaba algo: la búsqueda costera de desechos flotantes.
No tenía un plan definido. Viajó a Birmania y preguntó en distintas aldeas costeras cuáles eran los puntos donde solían encontrar desechos flotantes. Un pescador lo acompañó a recorrer las playas que le habían indicado: encontró restos, pero nada que pareciera venir de un avión. Hizo lo mismo en las islas Maldivas, en Rodrigues y en Mauricio, con idéntico resultado.
Habían pasado ya 16 meses desde la desaparición del vuelo 370. Entonces Gibson conoció la noticia que segó las últimas esperanzas de los familiares de los pasajeros: en Réunion, una isla francesa, un equipo municipal de limpieza encontró en la playa un fragmento de alerón de un avión. El primer examen arrojó que había pertenecido a un Boeing 777; la identificación del número de serie confirmó que se trataba de la nave desaparecida de Malaysian Airlines.
Después de hablar con el equipo que había hecho el hallazgo, en Réunion, Gibson voló a Australia y pidió consejo a dos oceanógrafos, Charitha Pattiaratchi, de la Universidad de Australia Occidental en Perth, y David Griffin, quien trabajaba para un centro que participaba en la investigación más importante que se hizo sobre el caso: mientras que las dos que hizo Malasia fueron malversadas por los obstáculos que el mismo gobierno ponía, más interesado en que el tema se terminara que en que se aclarase, la de Australia (que involucró operaciones marítimas y submarinas, expertos en aviación, datos de radares y satélites, oceanógrafos, ingenieros y otros científicos) fue rigurosa, y aunque al cabo de tres años y USD 160 millones se cerró sin resultados, marcó un hito.
Pattiaratchi y Griffin coincidieron: las corrientes y los vientos del océano Índico arrastrarían los escombros de un avión que hubiera sido destrozado al oeste de Australia hacia la corta norte de Madagascar y, en menor medida, hacia la costa de Mozambique.
“¿Esto quiere decir 370?”
Gibson eligió el punto de menor impacto: quería agregar a su lista de 176 países visitados uno más, y en Madagascar ya había estado antes. Así llegó a Vilanculos, un pueblo costero de Mozambique, donde los pescadores le hablaron de un banco de arena, Paluma, ubicado detrás de un arrecife, donde solían acumularse restos flotantes. En el bote de un hombre llamado Suleman, Gibson fue hasta Paluma. Revisaron toda clase de basura, en su mayoría plástico. Entonces Suleman se acercó con un escombro triangular y le señaló las palabras que tenía escritas: “¿Esto quiere decir 370?”.
Gibson leyó “No Step” (no pisar) y pensó que, si bien el metal gris parecía de un avión, no le daba la impresión de que se tratara de uno grande. Recordó Langewiesche el relato del aventurero: “Me dijo: 'La mente me decía que no era del avión, pero mi corazón me decía que era del avión. Entonces se hizo la hora de devolver el bote. Y aquí entramos a un terreno personal: aparecieron dos delfines y nos orientaron para salir del banco de arena, y los delfines eran el animal espiritual de mi madre. Cuando vi esos delfines pensé: ‘Esto es del avión’”.
Consciente de la debilidad del pensamiento mágico, Langewiesche agregó: “Piensen lo que quieran, pero resultó que Gibson tenía razón. Se determinó que la chatarra —de un panel estabilizador horizontal— era con casi total certeza del MH370. Gibson voló a la capital, Maputo, y entregó el escombro al cónsul australiano. A continuación voló a Kuala Lumpur, justo a tiempo para la conmemoración del segundo aniversario”.
A mediados de 2016 Gibson se dirigió al noreste de Madagascar. Sólo el primer día de rastreo halló tres restos del vuelo de Malaysian Airlines.
Días más tarde encontró otras dos; una semana después, otras tres. Y así ha sido desde entonces.
Del total de restos del MH370 que se recuperaron hasta el momento, Gibson descubrió aproximadamente la tercera parte. Y quedan muchos otros fragmentos que el investigador amateur aportó a las autoridades, que todavía se analiza si pertenecieron al avión.
Amenazas de muerte y un asesinato
Gibson era nuevo en las redes sociales cuando comenzó su búsqueda. Nuevo y cándido: pensó en lo bueno de compartir sus novedades globalmente y cosas por el estilo. Pero los trolls aparecieron apenas publicó su hallazgo del escombro “No Step” y se multiplicaron con cada novedad.
“Internet provoca pasiones aun en respuesta a hechos sin trascendencia”, reflexionó Langewiesche. “Una catástrofe se puede convertir en algo tóxico. Gibson fue acusado de explotar a las familias y de ser un fraude, un buscador de publicidad, un adicto a las drogas, un agente ruso, un agente estadounidense, y como mínimo un embaucador. Comenzó a recibir amenazas de muerte: amenazas en las redes sociales y llamadas a sus amigos para anticipar su defunción. Un mensaje dijo que o bien dejaba de buscar escombros o se iría de Madagascar en un ataúd. Otro le advirtió que moriría por envenenamiento con polonio. Hubo más”.
Con menos donaire que Indiana Jones, Gibson no estaba preparado y se sintió muy afectado por las amenazas. Entonces el asesinato de su amigo Raza, el cónsul honorario de Malasia en Antananarivo, poco antes del envío de otros seis restos de avión a Kuala Lumpur, lo hizo reducir radicalmente su exposición.
No obstante, algo no cambió: todos los hallazgos de Gibson encajan en la única hipótesis sólida que se ha podido armar a partir de lo que se sabe.
Muerte de los pasajeros y seis horas de vuelo más
En primer lugar, la desaparición del MH370 fue un acto intencional. “Es imposible que la trayectoria de vuelo que se ha establecido, en combinación con el silencio de radio y electrónico, haya sido causada por cualquier combinación de falla de sistemas y error humano. Fallo informático, colapso del sistema de control, zonas de ráfagas y clima violento, hielo, impacto de rayo, impacto de ave, meteorito, ceniza volcánica, falla mecánica, falla de sensores, falla de instrumentos, falla de radio, falla eléctrica, fuego, humo, descompresión por explosión, explosión de la carga, confusión del piloto, emergencia médica, bomba, guerra o intervención divina: ninguno de estos factores puede explicar la trayectoria del vuelo”, explicó el artículo de The Atlantic.
El control de la nave se hizo desde la cabina de mando, en el periodo entre el anuncio de la altitud que hizo el piloto Zaharie, a la 1:01, y la desaparición de la nave de los radares, a la 1:21. Uno de los pilotos debía estar incapacitado, muerto o fuera de la cabina de mando; el piloto automático se había apagado.
Eso permitió que, manualmente, la persona que llevó a los pasajeros del MH370 a la muerte hiciera una maniobra específica: un giro extremo hacia el sudoeste al mismo tiempo que ascendía a 40.000 pies (12.200 metros) de altitud. Las máscaras de oxígeno de la cabina de control funcionan a cualquier altura y durante horas; en cambio, las de la cabina de pasajeros son para 15 minutos de uso durante los descensos de emergencia a altitudes por debajo de los 13.000 pies. A 40.000 pies sirven para poco.
Clavados a los asientos por el efecto del ascenso veloz, los pasajeros y la tripulación habrán sentido mareos mientras caían las máscaras de oxígeno, y en el caos de lo que parecía una emergencia controlable, mientras los aeronavegantes sacaban las unidades móviles de oxígeno e intentaban avanzar por los pasillos, todos habrán comenzado a desmayarse, y luego, a morir suavemente. En la cabina de control, la persona al timón sólo habrá tenido que colocarse una de las cuatro máscaras con reservas de oxígeno prolongadas.
A continuación se cerró deliberadamente el sistema eléctrico, lo cual cortó temporalmente la comunicación con el satélite. En algún momento de las seis horas que siguieron, mientras el Boeing avanzaba en la oscuridad previa al amanecer, se restableció, también por acción de alguien en la cabina de control.
El capitán no estaba tan bien como dijeron las autoridades
La explicación más plausible es que Zaharie secuestró el vuelo, mató a los pasajeros y se estrelló contra la superficie del océano.
No sería el único que se trastorna y asesina inocentes: The Atlantic citó otros casos. En 1997 sucedió en la aerolínea de Singapur SilkAir: se bloquearon las cajas negras y se llevó un Boeing 737 a velocidad supersónica hacia un río. En 1999, el copiloto del vuelo 990 de EgyptAir lo estrelló cerca de la costa de Long Island. En 2013, meses antes de la desaparición del MH370, el capitán del vuelo 470 de Mozambique Airlines desplomó un Embraer E190 desde la altura de crucero hasta la tierra. Y en 2015 el copiloto de Germanwings esperó a que el piloto fuera al baño, trabó la cabina de mando y estrelló el Airbus en los Alpes franceses.
Zaharie era un hombre feliz con una familia plácida a quien le gustaba jugar con su simulador de vuelo. O eso dijeron las autoridades malayas.
“La verdad, según descubrí tras hablar en Kuala Lumpur con gente que lo conoció o que estaba al tanto de él, es que Zaharie solía sentirse solo y triste”, reveló Langewiesche. “Su esposa se había ido del hogar, y vivía en la segunda casa de la familia. Según él mismo le dijo a sus amigos, pasaba mucho tiempo inquieto en las habitaciones vacías esperando que pasaran los días entre un vuelo y otro”. Se había enamorado de una mujer casada y con hijos, y flirteaba con jóvenes modelos en las redes sociales, sin suerte. Sus hijos ya eran grandes y vivían solos. Los investigadores encontraron señales de depresión grave al analizar su conducta.
La trayectoria del avión que confirmaron los hallazgos de Gibson coinciden con una que Zaharie practicó en el simulador de vuelo de su casa: un recorrido hacia el norte cerca de Indonesia seguido por una extensa navegación hacia el sur que terminaba cuando se quedaba sin combustible sobre el océano Índico.
“Dado que no había nada técnico que Zaharie podría haber aprendido de ensayar este acto”, analizó el autor del texto, acaso la simulación fue una simulación: una pista.
Gibson continúa su búsqueda con la esperanza de encontrar algo parecido.
Aunque nadie ha logrado aún reconstruir el camino exacto y encontrar el punto de origen de los escombros en el océano Índico, el Indiana Jones del vuelo MH370 sigue pesquisando un nuevo fragmento de la nave que explique la desaparición súbita del Boeing 777 luego de su curva hacia el sur, con ascenso brutal, y seis horas de trayectoria.
“Nadie en los controles se esforzó por aterrizar la aeronave suavemente. Se estrelló. Todavía existe la oportunidad, cree Gibson, de encontrar el equivalente a un mensaje en una botella: una nota desesperada garabateada por alguien en sus últimos momentos en el avión condenado", cerró Langewiesche.
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