En octubre de 2018 la entonces directora del FMI Christine Lagarde resumía su análisis de los retos globales en tres T:
- T de Trade, por los problemas comerciales que dieron un salto cualitativo ese año,
- T de Turbulencias,
- T de Trust, referida tanto al deterioro de la confianza en las reglas del juego vigentes en las últimas décadas como a la creciente insatisfacción en muchos lugares de importantes sectores de la sociedad.
En octubre de 2019, la nueva directora del FMI, Kristalina Georgieva, en su esperado primer discurso ante las reuniones de otoño de los organismos multilaterales, hablaba con crudeza de fracturas, tanto económicas como potencialmente tecnológicas, si se continuaba profundizando lo que otros llaman “desglobalización” o las “fragmentaciones”, apelando a su origen nacional en un país del este de Europa, Bulgaria, para esbozar analogías nada menos que con lo que significó el Muro de Berlín o el Telón de Acero.
Tanto el FMI como la OCDE, en sus informes de otoño 2019, coincidían en estimar para ese año el menor ritmo de crecimiento desde 2009 y preveían para 2020 unas mejoras solo marginales y además sujetas a grandes riesgos.
El análisis de la OCDE se refería crudamente al riesgo de prolongarse una fase de “bajos niveles de crecimiento económico, baja inflación y bajos tipos de interés” con efectos que no permitían ninguna complacencia.
Unos tipos de interés que se situaron en mínimos históricos –incluso en terreno negativo– tras la crisis de 2008, inicialmente de forma coyuntural para aliviar el excesivo endeudamiento y tratar de estimular la recuperación, parecían estar convirtiéndose en un rasgo permanente con efectos colaterales peligrosos, como facilitar el aumento de las cifras de endeudamiento global, especialmente en emisiones de baja calidad/solvencia, con los riesgos asociados de continuar sentados “sobre un barril de deuda”.
Ventanas de oportunidad
La “relectura” en positivo señala que esos bajos tipos de interés abren una ventana de oportunidad para poner en marcha programas de inversiones públicas financiadas a bajo coste para modernizar infraestructuras especialmente en ámbitos como la digitalización y la lucha contra el cambio climático, lo que puede ser un constructivo ingrediente de lo que UNCTAD viene denominando el necesario nuevo green global new deal (nuevo acuerdo global verde).
Las reticencias de algunos países con márgenes fiscales de maniobra importantes, como Alemania, siguen presentes, al tiempo que otros países tienen realmente un menor espacio fiscal.
Esta es una de las razones por las cuales se suceden las apelaciones a retomar con efectividad la cooperación / coordinación internacional… en un contexto en el que los planteamientos unilateralistas de algunas grandes potencias han llevado al límite la tensión en muchos ámbitos, y no solo el comercial.
Las elevadas incertidumbres están lastrando las inversiones y el dinamismo económico. Se ha convertido ya en una cláusula de estilo que los análisis sobre la situación global incorporen diversos indicadores de riesgos de los múltiples que han proliferado en los últimos tiempos.
Es un tópico, y pese a ello es cierto, que las fricciones van mucho más allá de las dimensiones económicas para afectar de lleno a los ámbitos geoestratégicos y sociopolíticos.
Guerra comercial y hegemonía
Debemos recordar que China e India perdieron a principios del siglo XIX las posiciones destacadas que tenían en la economía mundial por no conectar con las enormes ganancias de productividad que supuso la primera revolución industrial –que sí aprovecharon primero Inglaterra, luego Europa Occidental y Estados Unidos, para conformar lo que desde entonces se han llamado las “economías avanzadas”– y que ahora China, cada vez de forma más explícita, quiere recuperar la hegemonía liderando la nueva oleada tecnológica, en ámbitos que van desde el 5G a la inteligencia artificial.
Ya es evidente que la “guerra comercial” es solo una parte de la más amplia pugna por la hegemonía, y la duda es si el mundo acabará sucumbiendo a la “trampa de Tucídides”, actualizada por el profesor Allison, que anuncia riesgos de confrontación total cuando está en juego la disputa por la hegemonía.
En el ámbito sociopolítico estamos asistiendo en muchas latitudes, y en países con muy diferentes niveles de ingresos, a eclosiones de malestar que sintonizan con la formulación de Stiglitz acerca de que, pese a que algunos indicadores apuntan a una cierta “desglobalización”, lo que sí parece continuar globalizándose es el malestar con las consecuencias de la globalización.
Algunos análisis apuntan al papel relevante de una distribución percibida como no equitativa de los denominados “dividendos de la globalización” como una fuente importante de ese malestar.
Y, en efecto, los datos van por esa línea en ámbitos como la concentración de rentas en los segmentos más favorecidos de las sociedades –en ocasiones retornando a valores más propios de hace un siglo (o más) que a los de las décadas posteriores a la segunda guerra mundial, como han documentado los análisis de Piketty y Zucman, entre otros– o el deterioro de las clases medias en las economías avanzadas, o el creciente poder de algunas grandes corporaciones, las BigTech, no solo económico sino en una peligrosa concentración de datos e informaciones que amenaza la privacidad con el riesgo de utilizaciones que conduzcan a un control social que dejaría pequeño el 1984 de Orwell… o algunos escenarios de Black Mirror.
Por Juan Tugores Ques, Profesor de Economía, Universitat de Barcelon
Publicado originalmente por The Conversation