El Reino Unido está sumergido en una de las crisis políticas más largas y complejas de su historia reciente. En los tres años y medio que transcurrieron desde el referéndum en el que una ajustada mayoría decidió salir de la Unión Europea (UE), pasaron tres primeros ministros y ninguno logró avances significativos. El país sigue esencialmente igual que en junio de 2016: aún no sabe cómo va a ser el divorcio con la UE y ni siquiera se puede descartar que aborte la misión.
Las elecciones generales de este jueves —las segundas en poco más de dos años— podrían ser una bisagra. La principal razón de la parálisis es la ausencia de una mayoría clara en el Parlamento. Theresa May la perdió en los comicios de junio de 2017. Se mantuvo como primera ministra gracias a una alianza del Partido Conservador con los unionistas de Irlanda del Norte, pero no pudo reunir apoyo suficiente en torno al plan de salida que había acordado con la UE.
Boris Johnson se enfrentó al mismo problema cuando la sucedió el 24 de julio pasado. Por eso, desde un primer momento se propuso anticipar los comicios, aunque la oposición se negaba. Solo luego de que la UE prorrogara por tercera vez la fecha oficial de salida del Reino Unido, que pasó a ser el 31 de enero, Johnson consiguió el respaldo para llamar a elecciones.
Serán las más decisivas de las últimas décadas. Si el Partido Conservador obtiene una mayoría holgada, es casi un hecho que el nuevo Parlamento aprobaría el reciente acuerdo de divorcio negociado por Johnson con los líderes europeos. El Brexit podría empezar a resolverse después de tanto tiempo de incertidumbre.
Si los comicios repitieran el escenario actual, en el que ningún partido alcanza la mayoría, crecen las probabilidades de que se forme una inusual alianza entre el Partido Laborista, los Liberal Demócratas (LibDems) y el Partido Nacional Escocés (SNP por la sigla en inglés). El primer ministro sería Jeremy Corbyn, líder laborista.
El pacto de gobierno incluiría la realización de dos referéndums. Uno para que los británicos vuelvan a votar si quieren irse de Europa o quedarse, que sería otra forma de resolver la crisis del Brexit, en caso de que el resultado sea opuesto al de 2016. El otro sería en Escocia y lo que se definiría es si continúa formando parte del Reino Unido o se independiza, como quiere el SNP.
Boris Johnson, el favorito
En mayo, cuando ya había fracasado definitivamente el Brexit diseñado por May y su gobierno estaba en estado crítico, los tories tenían apenas un 24% de intención de voto según el promedio de encuestas que realiza The Economist. El Partido Laborista alcanzaba entonces un 30% de apoyo.
Al mes siguiente, cuando May presentó su renuncia, el Partido Conservador cayó a 21% y fue superado por primera vez por el Partido del Brexit de Nigel Farage, que llegó a 22%, y que en los comicios del Parlamento Europeo había obtenido el 30% de los votos.
La tendencia empezó a cambiar en agosto, semanas después de que Johnson asumiera el liderazgo conservador. Los tories subieron a 31% y no pararon de crecer desde ese momento, hasta alcanzar 44% en las últimas mediciones. La señal de alarma para el premier es que el voto opositor, que estaba fragmentado, empezó a volcarse hacia los laboristas, que treparon de 25% a 34% entre agosto y diciembre. En el mismo período, el Partido del Brexit se derrumbó de 20% a 1% —porcentaje que fue íntegramente a los tories—; los LibDems, que son los más europeístas, pasaron de 19% a 13%; y los Verdes, de 6 a 3 por ciento.
“La campaña conservadora fue muy efectiva en los primeros días. Toda su estrategia se basó en ganar el apoyo de los votantes que están a favor del Brexit. La mayoría de estas personas votaron por los conservadores en 2017, y una pequeña minoría apoyó al Partido Laborista, al Partido del Brexit o a UKIP. Sin embargo, en las elecciones al Parlamento Europeo de 2019, la mayoría apoyó al Partido del Brexit. Los tories han tenido que recuperar a sus votantes pro Brexit y atraer a tantos de ese pequeño grupo de electores pro Brexit del Partido Laborista como les sea posible. Hasta ahora, han sido muy eficaces en esto. El único problema es que no tienen mucho más espacio para seguir creciendo, y hay un número muy pequeño de votantes anti Brexit dispuestos a apoyarlos”, dijo a Infobae Stuart Fox, profesor de política e historia británica de la Universidad Brunel.
De todos modos, las encuestas hay que tomarlas con cautela en cualquier país, y sobre todo en el Reino Unido. La intención de voto a nivel nacional es un termómetro importante del grado de apoyo hacia un partido, pero puede ser un predictor muy deficiente del número de bancas que obtendrá en el Parlamento.
Al primer ministro lo pone el partido que alcanza la mayoría en la Cámara de los Comunes, compuesta por 650 integrantes. Pero para las elecciones el territorio británico se divide en 650 distritos, y los habitantes de cada uno de ellos eligen a un solo representante. Es decir que hay 650 elecciones simultáneas. Entonces, si un partido gana por un voto en 100 distritos, puede terminar con más diputados que uno que consiguió más votos en total, pero ganando por mucha diferencia en 80 distritos y perdiendo en todos los demás.
Bajo el liderazgo de David Cameron, los tories obtuvieron en 2015 el 36,9% de los votos, que les permitieron conseguir una mayoría de 330 bancas en la Cámara de los Comunes. Dos años más tarde, Theresa May elevó el porcentaje de votos a 42,4%, pero terminó con 317 escaños.
Por eso es tan importante si la oposición está fragmentada o si hay un partido que se destaca. En cada distrito, la banca se la queda el que saca más votos. Por ejemplo, los conservadores podrían ganar un distrito con el 30%, si el laborismo obtiene 25% y los LibDems 16 por ciento. Pero, si los liberales caen a 10% y los laboristas suben a 31%, estos terminarían imponiéndose a los conservadores.
No obstante, en los comicios de 2017, Corbyn sacó el 40%, apenas dos puntos menos que May. En 2015, la diferencia a favor de Cameron había sido superior a seis puntos. Eso significa que los diez que lleva actualmente Johnson son una ventaja holgada.
“En el margen izquierdo, no se están haciendo suficientes acuerdos entre los partidos. Por lo tanto, los laboristas, los LibDems, los Verdes, el SNP y Plaid Cymru en Gales están compitiendo por el voto contra Boris Johnson, que está solo en la derecha. Dado que no tenemos representación proporcional, sino que gana el partido con más votos, la derecha hace las cuentas, mientras la izquierda se apegan a la pureza del mensaje. En consecuencia, los conservadores tienen más probabilidades de ganar, y la izquierda terminará confundida, sin saber por qué perdió. No es la ciencia de los cohetes: la izquierda tiene que actuar unida y hacer tratos si quiere ganar”, explicó Mark Peter Shephard, profesor de política de la Universidad de Strathclyde, consultado por Infobae.
Cuando se disecciona el voto de acuerdo con la edad, los conservadores tienen razones para respirar tranquilos. Entre los jóvenes de 18 a 34 años, Corbyn arrasa con el 53%, ante un magro 25% de Johnson. En cambio, entre las personas de 45 a 54 años, el premier pasa a la delantera con 44%, ante 33% de su principal rival. Entre los mayores de 65, los conservadores llegan al 66%, frente a apenas 16% del laborismo.
¿Por qué son datos tranquilizadores para el gobierno? Porque la tasa de participación electoral crece con la edad: los adultos mayores tienden a ir a votar en mayor número que los jóvenes, más proclives a la abstención.
“La campaña conservadora es discreta y está exponiendo poco a Johnson, pero parece ser efectiva. La del Partido Laborista, no tanto. Ha fracasado claramente debido a la reticencia de la opinión pública hacia Corbyn. El Partido Laborista no ha conseguido centrar suficientemente la atención en sus propuestas, y los votantes no están necesariamente convencidos de lo que promete. En este punto, parece más un fracaso suyo que una clara victoria del gobierno”, dijo a Infobae Ben Seyd, profesor de la Escuela de Política y Relaciones Internacionales de la Universidad de Kent.
Para comprender cómo hizo Johnson para subir tanto el apoyo hacia su partido hay que mirar al Brexit. Hay un sector importante de la población británica, que coincide con las personas de mayor edad y menor nivel educativo, que miran con mucha desconfianza a la globalización y a la UE, porque sienten que sus condiciones de vida eran mejores antes, cuando no existían o no estaban tan avanzadas.
Desde hace años, Johnson le habla específicamente a ese grupo. Por eso alentó el Brexit en 2016 y, tras asumir el gobierno, se comprometió a conseguir la salida de Europa como fuera necesario. No lo logró el 31 de octubre, fecha límite en la que se había comprometido, pero pudo culpar al Parlamento, ya que este prefirió pedir una prórroga a la UE antes que votar su propuesta de salida.
Corbyn, en cambio, prefiere no hablar del Brexit. Nunca asumió una posición definida. En parte porque no la tiene y en parte porque cree que los votantes laboristas están divididos, aunque los sondeos muestran que la amplia mayoría es europeísta. Esa ambivalencia le había permitido crecer en las encuestas a los LibDems, la alternativa anti Brexit más confiable.
“Los laboristas han intentado desviar el debate del Brexit hacia otras cuestiones de política interior, principalmente el Servicio Nacional de Salud y el riesgo, según ellos, de que un gobierno conservador lo privatice —dijo Fox—. Pero se han visto desafiados por el hecho de que la mayoría de los votantes considera que el Brexit es el tema más importante de las elecciones, y su intención de apelar a ambos bandos no ha sido popular. También se ven perjudicados por el hecho de que la dirección del partido sobreestima constantemente el tamaño de su base de apoyo favorable al Brexit, que fue alrededor de una cuarta parte del voto laborista en 2017. Sin embargo, recientemente han podido recuperar a sus partidarios anti Brexit de los Verdes y de los LibDems, un poco porque sus mensajes sobre otros temas empezaron a hacerse oír”.
La apuesta de Corbyn es quedarse con el núcleo histórico del laborismo, la clase obrera y los sectores más vulnerables y dependientes del apoyo estatal, como los pensionados. Con eso en mente presentó uno de los programas de gobierno más radicales de las últimas décadas, que propone subir los impuestos a los ricos y aumentar el gasto público —a niveles que muchos economistas dudan que sean sustentables—.
Es verdad que su apuesta parece haber empezado a dar resultado en las últimas semanas, en las que subió su intención de voto. Pero continúa bastante por debajo de lo que había obtenido en 2017. Por otro lado, con su discurso nacionalista y conservador, Johnson logró sacarle el dominio sobre los trabajadores de cuello azul. Cuando May estaba el frente de los tories, el Laborismo se imponía en ese segmento por 31 a 19 por ciento. Ahora, los conservadores están al frente por 46 a 36 por ciento.
“Cuando Johnson tomó el relevo de May, pasamos de tener un primer ministro ambivalente o anti Brexit a uno pro Brexit. Dado que el referéndum de 2016 obligó a tomar una posición binaria, Boris ahora deja más claro para qué están los conservadores. Esto diluyó el apoyo al Partido del Brexit, ya que los conservadores han tomado este espacio. Pero además de recoger el apoyo de los conservadores, también está sumando el de votantes tradicionales de la clase obrera laborista del norte de Inglaterra, que votaron a favor del Brexit y que ven que quizás Boris es capaz de conseguirlo. Su atractivo es que tiende a parecerse a un personaje como Homero Simpson, algo que está bastante orquestado”, afirmó Shephard.
Dos escenarios muy diferentes
La consultora YouGov desarrolló un modelo para estimar el número probable de bancas que obtendría cada partido en las elecciones, a partir de encuestas realizadas en cada distrito electoral. El método acertó en 2017 el ganador en el 93% de las circunscripciones.
El pronóstico de YouGov es que, si las elecciones fueran hoy, el Partido Conservador se quedaría con 359 bancas, 42 más de lo que consiguió en los comicios pasados. Eso le daría una amplia mayoría, la más importante desde 1987. Los laboristas perderían 51 escaños y terminarían con apenas 211, el peor número desde 1983.
Si este escenario se hiciera realidad, Johnson conseguiría la aprobación del acuerdo que alcanzó a último momento con la UE en octubre. El proyecto evita que se impongan controles fronterizos entre la República de Irlanda e Irlanda del Norte, pero al precio de dejar a la última con un estatus diferente al de las otras naciones constitutivas del Reino Unido. Johnson logró que los unionistas norirlandeses acepten esa condición como un mal necesario.
“Una mayoría conservadora conducirá casi con toda seguridad a un acuerdo con la UE por el Brexit, probablemente el que negoció antes de convocar las elecciones. Esto podría ser un problema para la integridad territorial del Reino Unido, con Escocia exigiendo un referéndum. Pero a corto plazo, al menos, la economía podría recuperarse y Johnson debería ser capaz de llegar a un acuerdo. Esto no significa que el Brexit se resuelva. Ese será un asunto de un año. Los partidos de la oposición serán completamente ignorados y el gobierno conservador tendrá la libertad y la plena responsabilidad de concretarlo”, sostuvo Despina Alexiadou, profesora de la Escuela de Gobierno y Políticas Públicas de la Universidad de Strathclyde, en diálogo con Infobae.
El Reino Unido quedaría el 31 de enero afuera de la UE. Pero entonces comenzaría un nuevo proceso de negociación, que podría extenderse por al menos 12 meses, para definir cuál será el vínculo definitivo con Europa. No será fácil negociar un tratado comercial y político que permita darle mayor libertad al Reino Unido sin desguazar completamente la integración.
El escenario alternativo es que se repita la secuencia de los comicios de 2017, en la que ningún partido alcanzó la mayoría. La principal hipótesis en ese caso es que los partidos que hoy son oposición se unan para promover una agenda opuesta a la de Johnson.
“Si se forma un Parlamento sin mayorías, podemos estar seguros de que habrá un segundo referéndum sobre la adhesión del Reino Unido a la UE en el plazo de un año —dijo Fox—. Esta es la política del Partido Laborista, de los Verdes, de los LibDems, de Plaid Cymru y del SNP, los partidos que se podría esperar que apoyen un gobierno minoritario dirigido por Corbyn. También produciría cambios dramáticos en la economía, como el aumento de los impuestos sobre los ricos, un gasto muy superior en los servicios sanitarios, las escuelas, las prisiones, las autoridades locales y el transporte, y la nacionalización de las empresas de servicios públicos. Además de un giro drástico en la política exterior, con un abordaje mucho más frío hacia la OTAN y Estados Unidos”.
Pero el propio Corbyn puede ser el principal escollo para la realización de sus planes. Es mirado con mucho recelo por los LibDems, que se sentirían más cómodos apoyando a un líder con vocación europeísta. Sus potenciales socios lo presionarán para que se corra y deje asumir a un compañero de su partido. Cuesta creer que vaya a estar dispuesto a semejante renunciamiento, pero la discusión estará sobre la mesa.
“El SNP ya ha indicado que apoyaría al Partido Laborista y espera obtener a cambio un referéndum de independencia. Jo Swinson (jefa de los LibDems) dijo que apoyaría a un gobierno laborista, siempre y cuando cambie de líder. Pero los partidos no cambian de líder cuando ganan elecciones, aunque en algunos países europeos los referentes partidarios optan por mantenerse al margen del ejecutivo. Si, por ejemplo, los LibDems apoyaran al Partido Laborista bajo la condición de un premier diferente, el líder adjunto podría asumir en lugar de Corbyn. Es improbable, pero nunca se sabe en estos días”, dijo Alexiadou.
El Reino Unido tendría entonces la oportunidad de viajar en la máquina del tiempo a junio de 2016, para ratificar la decisión de salir de la UE o cambiar la historia votando en contra. Corbyn ya anticipó que se abstendría de hacer campaña por alguna de las alternativas, pero los LibDems y el SNP alentarían la permanencia en la UE. Según el promedio de encuestas que realiza el sitio especializado BritainElects, hoy se impondría la decisión de quedarse en Europa con el 52 por ciento.
Luego vendría el otro referéndum, en el que los escoceses definirían su futuro. En 2014 se realizó el último, con la aceptación del gobierno británico, y el No a la independencia ganó con el 55,3 por ciento. Los sondeos muestran hoy una paridad absoluta, con una ventaja a favor del No de 50,7% a 49,3%, que es muy inferior al margen de error.
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