Las cifras no son exactas. Irán se niega a dar números. Pero diferentes organismos internacionales y organizaciones no gubernamentales se animan a decir que al menos 180 personas fueron ejecutadas por miembros de la Guardia Revolucionaria Islámica, la feroz fuerza represiva del régimen teocrático iraní. Sin embargo, otros registros indican que la totalidad de ejecuciones llegaría a 450 muertos. El conteo sitúa a las actuales protestas como las más mortales desde 1979, año que coronó al fundamentalismo como forma de gobierno en aquella nación.
Las protestas se iniciaron a mediados de noviembre, cuando Teherán anunció un incremento del 300 por ciento en las tarifas de los combustibles. De inmediato, el malestar irrumpió en las calles de todo el país, tensionado por la creciente inflación, la desocupación y una política económica precaria y errática y atada al valor internacional del petróleo. Pero el poder central dejó en claro que no toleraría manifestaciones en su contra y desató una brutal represión.
Fue en esos momentos en que la temible Guardia Revolucionaria Islámica asomó la cabeza para ser la herramienta que pusiera fin a las incipientes marchas y desmanes. Sin embargo, las revueltas se incrementaron, lo que provocó que la aplastante maquinaria asesina de la teocracia se multiplicara. Los relatos son escalofriantes. Temerosa de que las noticias sobre las masacres salieran a la luz, el gobierno de Hassan Rohani decidió bloquear internet y las comunicaciones. No quería que las redes sociales mostraran al mundo lo que allí ocurría. La red permaneció desconectada durante cinco días. Un apagón digital absoluto.
Durante esos días se produjeron los mayores excesos por parte de los miembros de la fuerza policial iraní. De acuerdo a la descripción hecha por los periodistas Farnaz Fassihi y Rick Gladstone del diario The New York Times, durante esos días se vivieron las ejecuciones masivas. La mayoría de los manifestantes -y víctimas- tienen entre 19 y 26 años: son los que poseen menores ingresos y quienes no muestran temor ante la estructura asesina iraní.
“El uso reciente de la fuerza letal contra las personas en todo el país no tiene precedentes, incluso para la República Islámica y su historial de violencia”, señaló Omid Memarian, subdirector del Centro de Derechos Humanos en Irán, una organización con sede en Nueva York. La ONG hace permanentes denuncias sobre ejecuciones y ahorcamientos por delitos menores en varios puntos de aquella nación.
La brutalidad de las fuerzas iraníes es absoluta e impiadosa. Sólo por narrar lo ocurrido en uno de los focos de las protestas, la ciudad de Mahshahr, en el suroeste del territorio, testigos y personal médico señalaron que miembros de la Guardia Revolucionaria Islámica “rodearon, dispararon y mataron de 40 a 100 manifestantes, en su mayoría jóvenes desarmados, en un pantano donde habían buscado refugio”, indicó el periódico neoyorquino. Una masacre perpetrada por ametralladoras de gran calibre. Una vez concluida la ejecución masiva, apilaron los cuerpos en la parte trasera de un camión y partieron.
Esa ciudad es mayoritariamente árabe y es de las que más se enfrentan al poder de Teherán. Durante tres días los activistas mantuvieron el control sobre la mayoría de las carreteras, bloqueando los accesos y haciendo inútil el esfuerzo de la policía local para repelerlos. Sobre pasado, Rohani decidió enviar allí a su fuerza más letal, siguiendo instrucciones del Ayatollah. Al arribar al lugar comenzaron a disparar sin advertencia alguna a la multitud. Cinco días después de la matanza indiscriminada, las autoridades entregaron los cuerpos a sus familias. Pero bajo una condición: no podrían hacer reclamos ni funerales. Mucho menos ofrecer entrevistas a medios internacionales.
Las escenas se repitieron en varios puntos del país, como en las ciudades de Shiraz y Shahriar. Docenas y docenas fueron reportados asesinados por la Guardia Revolucionaria Islámica. En muchas de estas plazas irrumpieron con tanques y atacaron a manifestantes desarmados. En otras se enfrentaron con pobladores que apenas se defendieron con armas que utilizan, a menudo, para cazar su propia comida.
Pero las protestas continúan. La furia se incrementó luego de que Khamenei intentara responsabilizar a los Estados Unidos por las manifestaciones. Washington ejerce una fuerte presión sobre el “estado terrorista” al que señala de estar detrás de atentados en todo el mundo y de intentar desestabilizar la región con fuerzas irregulares que responden a Teherán en diferentes puntos como Yemen, el Líbano, Siria e Irak, donde también gran parte del pueblo se levantó contra la injerencia iraní en el desmembrado país.
Las matanzas ordenadas por Khamenei fueron comparadas por un líder opositor como aquellas que ordenó el Sha Mohammed Reza Pahlavi en 1978 y que precipitaron su posterior caída un año después. “Los asesinos del año 1978 fueron los representantes de un régimen no religioso y los agentes y tiradores de noviembre de 2019 son los representantes de un gobierno religioso”, dijo Hussein Moussavi, 77 años, ex candidato a presidente en 2009 que denunció fraude y fue detenido. “Entonces el comandante en jefe era el sha y hoy, aquí, el líder supremo con autoridad absoluta”. Su polémica derrota de aquel año también provocó furia en la población: 72 personas resultaron asesinadas por el régimen.
Mousavi y su esposa, Zahra Rahnavard, permanecen bajo arresto en su casa en un callejón cerca de la residencia oficial de Khamenei en la capital. Pero el sitio de noticias Kaleme suele difundir declaraciones de quien fuera primer ministro de Irán hasta la abolición del cargo en 1989. Mousavi comparó la represión de noviembre con el “viernes negro”, un momento crucial en la revolución iraní, cuando los soldados abrieron fuego sobre los manifestantes en la Plaza Jaleh. Las cifras de muertos de aquella jornada varían entre los 86 y 4.000, pero los historiadores coinciden en que fue el punto sin retorno para el sha, que para entonces padecía una enfermedad terminal. Se sucedieron protestas y huelgas, el Pahlavi huyó de Irán en enero de 1979 y la revolución se consolidó.
El descontento se vio reflejado en las múltiples marchas ocurridas en 29 de las 31 provincias iraníes. En su paso, 50 bases militares fueron atacadas por los pobladores lo que provocaron la destrucción de 731 bancos, 140 espacios públicos, 307 vehículos, 70 estaciones de gasolina, 183 patrulleros policiales, 34 ambulancias y 1.076 motocicletas. Los datos fueron aportados por el Ministerio del Interior comandado por Abdolreza Rahmani. Pese a la detallada enumeración de pérdidas materiales, el funcionario no supo decir cuántos muertos hubo en más de 15 días de protestas.
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