La región de Xinjiang, en el noroeste de China, alberga el sistema de violación de derechos humanos más grande y complejo del siglo XXI. O por lo menos todos los datos así lo indican. Hace años que la evidencia de este terrible hecho se amontona en los pasillos de ONGs de derechos humanos que se han cansado de decirle al mundo lo que está ocurriendo sin que esto cause mucho revuelo por parte del público o la comunidad internacional. Pocos están verdaderamente dispuestos a hacerle frente a China. Pero ahora, después de las filtraciones de documentos oficiales -403 paginas de conversaciones y discursos internos del Partido Comunista Chino (PPC) publicados por The New York Times (NYT) el 16 de noviembre y cientos de memos publicados el domingo pasado por el Consorcio Internacional de Periodistas de Investigación, que incluyen un manual de 2017 confidencial que prescribe detalladamente cómo deben funcionar los brutales campamentos-, ya no se puede ignorar ni negar más. China está llevando a cabo un genocidio cultural.
“La magnitud de los detenidos es de al menos un millón de personas pero probablemente más cerca de 3 millones de ciudadanos, sobre una población de aproximadamente 10 millones,” contó un funcionario del Departamento de Estado estadounidense, quien mostró imágenes satelitales y testimonios que sustentan ese cálculo. Dentro de estos campamentos, uigures, kazajos y otros miembros de minorías islámicas son sometidos a condiciones inhumanas, donde se los reeduca para convertirlos en “ciudadanos chinos.”
Un reportaje reciente de Reuters describe que los prisioneros son “torturados durante los interrogatorios en los campamentos, forzados a vivir en celdas abarrotadas donde no tienen espacio ni para dormir y son sometidos a un brutal régimen diario de adoctrinamiento que llevó al suicidio a algunas personas.”
Decenas de organizaciones de Derechos Humanos, oficiales de la ONU, y varios gobiernos extranjeros le han pedido a China que cierre los campamentos. Pero los funcionarios del gobierno chino sostienen que lo que llaman “centros de voluntarios vocacionales” que no violan los derechos humanos de los uigures, “solo sirven para que estos se adapten a las normas del país”. Sin embargo, se han negado a compartir información sobre esos centros de detención y han impedido que periodistas e investigadores extranjeros los examinen libremente. Pero los documentos internos del gobierno chino filtrados recientemente cuentan los detalles sobre cómo el PCC, de la mano del mismo Presidente Xi Jinping, creó y mantiene los campos de detención masiva con el claro propósito de eliminar a la cultura de las minorías musulmanas de la región.
Conflicto histórico
Los uigures son un pueblo antiguo perteneciente a los túrquicos radicados mayoritariamente en China pero también en Kazakstán, Uzbekistán, Kirguistán y Turquía, entre otros. Musulmanes y más cercanos en cultura y tradiciones a otros pueblos del centro de Asia como los kazajos y los uzbekos, han estado históricamente en conflicto con los Han, la mayoría étnica china.
Desde que el partido comunista tomó el poder en la región de Xinjiang en 1949, la identidad religiosa y cultural uigur ha chocado con la ideología comunista-atea del gobierno chino. El sentimiento antirreligioso dentro de la política del gobierno chino se puede rastrear a lo largo de la historia de las relaciones chino-uigures. Comenzando durante la Revolución Cultural de Mao de la década de 1950, la religión fue vista como un obstáculo para los objetivos del régimen comunista y fue fuertemente oprimida. Sin embargo, una vez que el régimen comunista se estabilizó, a las minorías étnicas se les permitió practicar la religión como parte de su “identidad nacional”.
Sin embargo, esta protección no fue completa, ya que el gobierno y la población marginaron política y económicamente a estas minorías durante los años setenta y ochenta, lo que culminó en una serie de protestas callejeras uigures a principios del siglo XXI. Estas manifestaciones duramente reprimidas por el gobierno y el Estado chino, dominado por los Han, cambió su actitud frente a las población musulmana de Xinjiang.
Esta represión potenció el conflicto étnico y se sucedieron episodios de ataques terroristas de fundamentalistas islámicos, además de un fuerte rechazo a la cultura china por parte de los uigures y otras minorías musulmanas de la región. Esto provocó una dramática escalada en la vigilancia y la opresión del gobierno con el objetivo de convertir a los “uigures étnicos en ciudadanos leales y partidarios del partido”.
A principios de 2017, el gobierno chino puso en marcha un sistema estructurado para “convertir” a los uigures en ciudadanos modelo. La represión china de la población uigur se convirtió en un intento sistemático de eliminar la identidad cultural y religiosa de los uigures.
Cómo son los campamentos
Los documentos publicados recientemente revelan varios detalles sobre estos campos de detención y confirman que el gobierno, a pedido explícito de los más altos mandos del PCC, diseñó una acción colectiva para eliminar la cultura de sus propios ciudadanos, estas ultimas filtraciones son evidencia real de los horrores que ocurren en los campamentos.
Según revela el manual publicado el domingo pasado por NYT, los funcionarios del gobierno debían utilizar medidas para juntar y encarcelar a cientos de miles de sus ciudadanos y llevarlos a lo que organizaciones de Derechos Humanos llaman “campos de concentración”.
Con autobuses y camiones, empezaron a llevar a la población musulmana de la región hacia estos campos. Los documentos dicen que se debe llevar a cualquier persona que tuviese un velo o “atuendo musulman”, a personas con familiares en 26 países llamados “sensibles” como Indonesia, Pakistán, Kazajstán y Turquía, o incluso a personas que tuviesen una copia del Corán en sus casas. Además, cualquier persona que hubiese contactado a alguien en el extranjero a través de WhatsApp también podría ser llevada.
Una vez allí, los reclusos pasan meses o años de adoctrinamiento e interrogatorio para transformarlos en partidarios seculares y leales del partido. Una entrevista de Reuters con ocho ex detenidos revela una imagen de severa detención extrajudicial que no concuerda con la versión de Beijing de que está proporcionando habilidades vocacionales en centros de capacitación para ayudar a la población local.
Algunos de los ex detenidos dijeron que fueron encadenados a sillas y privados de sueño durante días de interrogatorio. Describieron vivir en condiciones carcelarias y eran severamente castigados fisicamente por quejarse. Todos sus movimientos, incluidas las visitas al baño, eran monitoreados por cámaras y micrófonos. Una mujer detenida dijo que su celda estaba tan llena que los reclusos se turnaban para sentarse y descansar mientras otros se paraban.
Desde la madrugada hasta la noche, los detenidos dijeron que fueron sometidos a un adoctrinamiento político aturdidor. Esto incluía recitar las leyes chinas y las políticas del Partido Comunista, así como cantar el himno nacional y otras canciones rojas tradicionales. A los que no memorizaban correctamente las líneas de los dictums del partido se les negaba comida, aseguran los testimonios. Los detenidos se vieron obligados a renunciar a su religión, participar en sesiones de autocrítica e informar sobre otros reclusos, familiares y vecinos. Pero por sobre todo, no podían escapar. Para poder irse, deberían obtener un buen puntaje en una escala según su conocimiento de la doctrina del PCC o la calidad de mandarín.
Esto campos, que operan en la actualidad con torres de vigilancia que cuentan con guardias armados, puertas con doble candado y miles de cámaras que vigilan cada movimientos de los prisioneros, son una verdadera pesadilla orwelliana.
Casas vacías, parientes encarcelados
De los 403 paginas que conforman 24 documentos publicado por el NYT, una directiva sobre cómo manejar a los estudiantes uigures y kazajos que regresan a su hogar en Xinjiang en el verano de 2017 ofrece la descripción más detallada de los campos de adoctrinamiento y la ilustración más clara de la forma regimentada en que el partido contó al público esta historia mientras se movilizaba. En esta se les explica a los oficiales del gobierno como responder a las preguntas de estudiantes que obviamente estarían preocupados al encontrar que su casa estaba vacía, cerrada con llaves, porque el partido se había llevado a sus parientes.
En el escrito, preparado como un guión en formato de pregunta y respuesta para los oficiales chinos, se explica cómo informarle a los estudiantes que sus parientes han sido llevados a “campamentos de entrenamiento vocacional." Ante preguntas cómo “¿Hay posibilidades que el entrenamiento de mi familia sea acortado?”, las respuestas son simplemente brutales: “Es irresponsable de su parte pensar en eso. El pensamiento de su familiar ha sido infectado con un virus” y definitivamente necesitan un “tratamiento residencial” rápido antes de que estalle la enfermedad y antes de emprender el camino de la criminalidad. Un día antes en la erradicación de este “tumor maligno” en su pensamiento significa un día antes de que puedan regresar a su familia y sociedad.”
Los estudiantes deberían estar “agradecidos” de que sus parientes fueran llevados a estos campos, afirma escrito. Es por el beneficio de su familia y de la sociedad china que están siendo tratados y entrenados y estarán allí hasta que se pueda confirmar que no serían una amenaza para la comunidad. El “virus” del islam los hubiese llevado a la criminalidad y es bueno que estén ahora recibiendo educación gratuita del gobierno para que puedan convertirse en buenos ciudadanos chinos.
Además, la nota explica como amenazar a los estudiantes que se quejen demasiado. El documento da a entender que las autoridades están usando un sistema de puntaje para determinar quién puede ser liberado de los campos: instruye a los funcionarios a decirles a los estudiantes que su comportamiento podría dañar los puntajes de sus familiares.
Pero la frase que más se destaca de todas es sobre cómo contestar si los estudiantes preguntan si su familiar cometió algún crimen: “No, es solo que su pensamiento ha sido infectado por pensamientos poco saludables", dice el guión. “La libertad solo es posible cuando este virus en su pensamiento sea erradicado y gocenn de buena salud”.
La justificación de un genocidio cultural
A los funcionarios chinos les preocupa que los uigures tengan ideas extremistas y separatistas y ven los campamentos como una forma de eliminar las amenazas a la integridad territorial, el gobierno y la población de China. La amenaza del terrorismo islámico, un fenómeno que se expandió a pasos agigantados en los últimos años, ha sido particularmente problemático para occidente. Con esto en mente, el PCC tomó medidas rápidas y secretas para asegurar que su histórica región musulmana fuese “neutralizada.”
Según los documentos publicados por el NYT, el mismo presidente Xi fue quien sentó las bases para la represión en una serie de discursos pronunciados en privado a los funcionarios durante y después de una visita a Xinjiang en abril de 2014, pocas semanas después de que militantes uigures apuñalaran a más de 150 personas en una estación de tren, matando a 31 de ellas. Fue entonces que el mandatario pidió una “lucha total contra el terrorismo, la infiltración y el separatismo” utilizando los “órganos del Estado”, y no mostrando “absolutamente nada de piedad”.
Lo campamentos empezaron después de que Xi tomó el poder en 2013. Los campos en Xinjiang se expandieron rápidamente después del nombramiento en agosto de 2016 de Chen Quanguo. El nuevo y entusiasta jefe del partido para la región distribuyó los discursos del Xi para justificar la campaña y exhortó a los funcionarios a “juntar a todos los que deberían ser detenidos”.
Conocido por aumentar el número de puntos de control policial y de seguridad, así como por el control estatal sobre los monasterios budistas en el Tíbet, Chen ha intensificado drásticamente la seguridad en Xinjiang.
“Genocidio cultural”
A pesar de que la evidencia cuenta que efectivamente el gobierno chino está encarcelando, torturando y adoctrinando a más de un millón de musulmanes uigures -que son particularmente perseguidos por sus creencias religiosas o etnia- en campamentos de “reeducación”, no hay evidencia de un esfuerzo de asesinarlos en masa. “En realidad, la información que tenemos no parecería hacer referencia a un caso de genocidio” aclara Alejandro Chehtman, un experto en derecho internacional público y profesor plenario de la Escuela de Derecho en la Universidad Torcuato Di Tella, en conversación con Infobae. Chehtman explica que la Convención contra el Genocidio (1948), en los Tribunales ad hoc de Naciones Unidas y en el Estatuto de la Corte Penal Internacional es más restrictiva y requiere que las condiciones de existencia a las que se somete al grupo “conlleven su destrucción física total o parcial.”
Estas acciones son más bien un esfuerzo colectivo por “borrar” la cultura de los Uigures del mundo. Es por esto que una reciente nota editorial publicada por The Washington Post usa el término “genocidio cultural” para referirse a las acciones del gobierno chino, por las que su gobierno puede ser acusado de violaciones graves de derecho internacionales.
“El hecho de que no sea técnicamente un caso de genocidio no significa que las conductas no sean ilegales con arreglo al derecho internacional, o que individuos no puedan ser además responsabilizados individualmente por ellas. Los hechos denunciados, de ser probados, sí podrían constituir otros crímenes internacionales, como crímenes de lesa humanidad y no hay duda alguna que constituirían gravísimas violaciones al Derecho internacional de los derechos humanos,” asegura Chehtman.
El juego de las relaciones internacionales
El partido ha rechazado las críticas internacionales a los campamentos y los ha descrito como centros de formación profesional que utilizan métodos suaves para luchar contra el extremismo islámico. Pero los documentos confirman la naturaleza coercitiva de la represión en las palabras y órdenes de los mismos funcionarios que los concibieron y orquestaron. Pero uno de los rasgos de la China de Xi que la distinguen de sus antepasados es su astucia para “jugar el juego de la relaciones internacionales.”
Ante la Asamblea General de la ONU, 23 países - casi todos occidentales- se juntaron para hacer una fuerte declaración oficial criticando los centros de detención de Xinjiang de Beijing. Ese grupo de estados buscó presionar a China para que implemente con urgencia recomendaciones de expertos independientes de la ONU sobre la situación en Xinjiang, “incluso evitando la detención arbitraria de uigures y miembros de otras comunidades musulmanas”. También pidieron a los países que no envíen a refugiados o solicitantes de asilo de regreso si pueden enfrentar persecución.
Pero la respuesta de China, en vez de negar que esto ocurría y quedar expuesta con una desventaja numérica frente a la comunidad internacional, fue más ingeniosa. A pedido de Beijing, Bielorrusia emitió una declaración alegando que 54 países apoyaban el sistema de Xinjiang. No todos los firmantes fueron revelados, pero una declaración similar en julio incluyó a varios países musulmanes, como Arabia Saudita, Pakistán e Irán.
Hace unos días, en una rueda de prensa, el portavoz del Ministerio de Asuntos Exteriores Geng Shuang afirmó que “algunos medios” extranjeros están tratando de “exagerar el tema de Xinjiang” para “difamar” la campaña impulsada por Pekín por el “antiterrorismo y desradicalización”.
“No tendrán éxito”, prosiguió el vocero, quien reiteró que la situación en esa provincia noroeste es una cuestión interna china y que “una Xinjiang estable y próspero será la mejor respuesta a esas calumnias”.
Sin tener que someterse al poder de occidente y moviéndose ingeniosamente en el ámbito de las organizaciones internacionales, China continua encarcelando a millones con el expreso propósito de eliminar un cultura de la historia de la humanidad y no parece que ningún gobierno esté seriamente dispuesto a frenarla.
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