Ni a través del Caribe y el Atlántico, por aire y por mar, ni tampoco cruzando las montañas de Afganistán, los principales cárteles dedicados al tráfico ilegal de drogas están virando su atención hacia nuevas rutas en un territorio hasta el momento poco explorado: África.
Los cambios en el consumo de ciertos estupefacientes en Estados Unidos, además de políticas más intensas de control del narcotráfico en Turquía y otros países europeos, entre otras razones, han provocado que numerosas bandas, en su mayoría latinoamericanas, comenzaran a trasladar sus estructuras el continente africano, donde la debilidad institucional y la corrupción, condiciones básicas para un negocio exitoso, abundan, de acuerdo a un reporte de la revista británica The Economist.
En septiembre la policía judicial de Guinea-Bisseau, un pequeño país en la costa occidental de África, incautó 1.660 kilogramos de cocaína detrás de una pared falsa en una casa en el pueblo de Canchungo. En dos residencias vecinas había otros 250 kilos de la misma droga, destinada a Mali y luego Europa. En marzo pasado la cantidad secuestrada fue de 800 kilogramos.
Las autoridades arrestaron a una docena de personas vinculadas con el cargamento, incluyendo tres colombianos y un mexicano, además de 18 automóviles y una lancha deportiva.
Pero a pesar de que el volumen reportado fue un récord que no se veía desde hace décadas, la realidad parece ser más compleja. Para los principales analistas citados por The Economist, la sorpresa no es el gran número de drogas incautadas, sino que la policía decidiera incautarlas y reportara el progreso a las Naciones Unidas (ONU).
Al menos desde 2005, cuando los primeros cárteles colombianos pisaron por primera vez Guinea-Bisseau, el tráfico ha sido una constante en este país, siempre con ayuda y apoyo de la policía y el gobierno de turno, y se calcula que llega a diez toneladas al año, una cantidad que al ser valuada según el precio final de las drogas en Europa, asciende a tanto como el producto bruto interno del país. Al mismo tiempo las fuerzas de seguridad no realizaban incautaciones ni reportaban el problema a la ONU.
Pero ahora la policía judicial, la más transparente entre las fuerzas de seguridad del país, parece estar queriendo dar batalla a las bandas criminales, la policía corrupta y el gobierno, que le niega acceso a recursos básicos.
Será difícil. Guinea-Bisseau se encuentra a apenas 3.000 kilómetros de la costa brasileña, uno de los país africanos más cercanos a Latinoamérica, sufre de una pobreza extrema, un estado débil y una clase política esencialmente corrupta. Es el terreno ideal para los cárteles colombianos, que arribaron en 2005 durante el gobierno del presidente João Bernardo “Nino” Vieira.
Vieira fue asesinado por sus propios soldados en 2009, un hecho que muchos atribuyen ulteriormente a los colombianos, y en 2012 el ejército, no menos corrupto, lanzó un golpe de estado. Desde entonces se cree que la presencia de los narcotraficantes latinoamericanos ha crecido y que el dinero generado por las drogas es la fuente principal de financiamiento de los partidos políticos y los candidatos.
Al respecto, Guinea-Bissau celebró el sábado sus elecciones presidenciales y la población de casi dos millones de personas espera aún los resultados. En caso de que ninguno de los candidatos obtengan más del 50% de los votos, habrán una segunda vuelta el 29 de diciembre.
Los cárteles no pagan en dinero, costoso de blanquear, por el servicio de tránsito sino en droga, que es luego vendida en el país. Por lo que el problema del consumo también está llegando a la región para quedarse.
Guinea-Bisseau no es el único caso de crecimiento del narcotráfico en África Oriental, aunque sirve de ejemplo paradigmático. Una situación similar ocurre en Cabo Verde, donde en febrero se incautaron nueve toneladas de cocaína a bordo de una buque que provenía de Brasil. Como los colombianos, en este caso el Primer Comando de Capital (PCC), inmenso cártel basado en San Pablo, teje aquí sus redes.
Y es probable que el problema se reproduzca en más países.
Después de una caída en el uso de drogas provocada por la crisis financiera global de 2009, en los últimos años los niveles de consumo tocaron récords históricos, especialmente en los países más ricos.
Esta alta demanda ha disparado la producción de cocaína en Colombia, donde las bandas se beneficiaron del desmantelamiento de la guerrilla marxista de las FARC para ocupar sus territorios y ampliar el cultivo de coca. También en Afganistán, donde los campos de amapolas, utilizadas para fabricar heroína, se han multiplicando tras la salida del grueso de las tropas de la OTAN en 2014 y el resurgimiento de los talibanes.
Pero aunque demanda y oferta están en alza, la distribución se ha enfrentado a problemas. El mayor control de las fronteras por parte de Estados Unidos y la legalización parcial de la marihuana han colocado obstáculos para las organizaciones criminales dedicadas a la cocaína.
Similarmente, un lucha más efectiva de Turquía contra el narcotráfico dentro de su territorio ha limitado la llegada de heroína a Europa por tierra.
La respuesta, nuevamente, es África, como paso previo para que la droga alcanzar el continente europeo. También, se ha comenzado a notar un giro de la cocaína hacia la heroína y el fentanilo, ambos más fáciles de transportar.
Al respecto, el domingo las autoridades españolas capturaron por primera vez un minisubmarino cargado con tres toneladas de cocaína, que había pasado por Cabo Verde en su hacia el viejo continente.
Si bien es una novedad para Europa, la captura de “narcosubmarinos” es frecuente en Latinoamérica y el Caribe. Los traficantes sudamericanos, especialmente los colombianos, después de utilizar repetidamente aviones y embarcaciones rápidas, recurren también a submarinos más o menos sofisticados para llevar la droga a México y luego a Estados Unidos.
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