El mundo cambió muchísimo desde que en 1975 Margaret Thatcher asumió el liderazgo conservador en el Reino Unido; pero su partido, el de los tories, mantiene la forma que ella le fue dando desde entonces y hasta que perdió el poder, en 1990. ¿El punto más visible? El antieuropeísmo. “Hoy su visión de Europa ha obtenido un consenso mucho mayor, a pesar de la desaprobación vehemente de muchos", escribió Charles Moore en el tercer y último tomo de la biografía de la ex primera ministra, Herself Alone, que completa From Grantham to the Falklands y Everything She Wants. Y que plantea una hipótesis polémica: en su venganza contra los políticos que la expulsaron de Downing Street 10, comenzó a airear la idea de una consulta popular sobre si el país debía permanecer o no en la Unión Europea (UE), y la sembró tan bien que de ella brotó con fuerza el Brexit.
“El periodo que cubre este volumen muestra que Thatcher hizo mucho para sentar las bases del referéndum sobre la participación de Gran Bretaña en la UE que finalmente sucedió en 2016”, escribió el biógrafo, "y de los argumentos a favor de la recuperación de a independencia nacional que contribuyeron a la victoria del Leave”, el voto a favor de abandonar la UE. Y también a una enorme división entre los británicos, al punto que la imposibilidad de poner en marcha la separación del Reino Unido erosionó el poder de la primera ministra Theresa May y ha puesto en sucesivos aprietos al actual, Boris Johnson, también su defensor.
"Me resultó fascinante ver cómo se deslizó la reputación de Thatcher durante las dos décadas que me llevó escribir este libro. Cuando comencé, para Occidente ella estaba fuera de moda. Sus esforzadas victorias en la Guerra Fría y sus reformas de libre mercado se daban por descontadas”, escribió Moore. “El presunto fin de la historia hacía que todo pareciera liviano. Y ella parecía tan grave, tan reaccionaria, tan áspera”. Pero en el siglo XXI, desde el 11 de septiembre de 2001 y en particular desde las consecuencias de la crisis mundial de 2008, “la globalización ha sido desafiada en docenas de países”. Aunque en el mundo eso apunta un dedo acusador a Thatcher, “en Gran Bretaña, donde la revuelta ha adoptado la forma de una desilusión con la Unión Europea, sucedió lo opuesto”.
Herself Alone abre con la elección de 1987, en la cual la primera ministra se confirmó en el poder que ejercía desde 1979, con la natural acumulación de enemigos desde entonces. “La remoción de Thatcher fue el resultado de una conspiración”, escribió Moore. Y en represalia, para complicarles la vida a quienes la habían hecho, que alegremente accedían sin reservas a todos los requerimientos de la UE, comenzó a hablar de un referéndum. Su sucesor, John Major, a quien ella visiblemente despreciaba, no pudo creer la movida. Pero, sobre todo, nadie imaginó que algo así se concretaría cuando Thatcher no fuera más que un recuerdo político y el primer ministro fuera alguien que, de hecho, había asistido a su funeral, James Cameron.
¿La madre del Brexit?
Los últimos años del gobierno de Thatcher fueron muy intensos, tanto por sus éxitos como por sus fracasos, entre los cuales se destaca —curiosamente, en las dos listas— la cuestión europea. “El fin de la Guerra Fría, la subsecuente reunificación de Alemania y el intento afín de Helmut Kohl y Jacques Delors de realizar la unión económica y monetaria de la comunidad europea, que a Thatcher le disgustaba tanto, la involucraron en una diplomacia intensa, prolongada y multilateral” citó Moore.
Delors, un socialista francés que presidió Comisión Europea entre 1985 y 1995, fue uno de los blancos favoritos de los ataques de Thatcher durante el periodo, en particular porque ella “estaba instintivamente contra la idea de que avanzar hacia una moneda única fuera bueno para Europa, y en particular para Gran Bretaña”, contó Moore. “Su creencia en la importancia capital de la independencia nacional se agudizó, como solía ser el caso con su carácter asombrosamente apasionado, por lo personal”: comenzó a detestar a Delors. “Ella estaba en desacuerdo con su visión centralizadora y socialista de Europa. Y, más importante, estaba celosa del poder que él acumulaba”.
En una ocasión lo desafió en público, durante una conferencia de prensa del consejo en Londres, en 1986.
—Esa pregunta sobre la inminente falta de recursos que enfrentará la comunidad la puede responder mejor Monsieur Delors —dijo.
—Hmmm —vaciló él—, no, no puedo. Por razones de discreción, se entiende.
—Oh, no tenía idea de que usted fuera un hombre de silencios tan fuertes —se burló Thatcher.
“Ella me humilló, me hizo quedar en ridículo”, dijo luego Delors. “Yo no hablaba inglés lo suficientemente bien como para contestar”. Pero dominaba a la perfección el idioma de la revancha, como se vio dos días después del episodio. Delors responsabilizó al gobierno británico por el alto desempleo y reclamó “algo más que palabras vacías” en el “diálogo social” y una “estrategia cooperativa para el crecimiento”.
Thatcher, cuyo plato favorito era la confrontación, redobló la humillación: “¡Ojalá hubiera dicho algunas de estas cosas en Londres! Lo invité a hacerlo mientras daba conmigo una conferencia de prensa. Se quedó llamativamente callado… Me parece que algunas personas no quieren que les responda con el mismo vigor con el que me atacan”.
“¿Renunciamos al poder de emitir nuestra propia moneda?”
En el plano interno, en particular desde su salida del poder, alentó la posibilidad de que los británicos se expresaran directamente sobre la UE. En una ocasión dijo: “Si yo no hubiera sido primera ministra, habría sido miembro del Grupo de Reforma Europea”, la reunión de conservadores miembros del parlamento (MP) más anti-europea. “Ella deliberadamente cultivó su euroescepticismo para el público local”, señaló Moore. En una entrevista, cuando el periodista la acusó de “tener sólo un pie en la UE”, respondió airada: “Por supuesto que tengo al menos un pie en mi país”.
Su famoso discurso de Brujas, pronunciado el 20 de septiembre de 1988, fue reciclado como bandera por los partidarios del Leave. Antes de comenzarlo, al agradecer al Colegio Europeo por la oportunidad, dijo: “Invitarme a hablar sobre Gran Bretaña y Europa es bastante parecido a invitar a Genghis Khan a hablar sobre las virtudes de la coexistencia pacífica”.
″Intentar suprimir el carácter nacional y concentrar el poder en el centro de un conglomerado europeo podría ser altamente dañino y podría poner en peligro los objetivos que esperamos lograr. Europa será más fuerte justamente porque conserva a Francia como Francia, a España como España, a Gran Bretaña como Gran Bretaña, cada una con sus costumbres, tradiciones e identidad. Sería un absurdo tratar de hacerlas encajar en alguna clase de retrato robot de la personalidad europea", dijo. “No hemos hecho retroceder las fronteras del estado en Gran Bretaña sólo para verlas re-impuestas al nivel europeo, con un super-estado europeo que ejerce un nuevo dominio desde Bruselas”.
“El discurso causó ‘horror absoluto’ en Bruselas y entre muchos jefes de gobierno europeos”. Pero sobre todo entre los tories, que se dividían entre pro-europeos y euroescépticos. Su poderoso segundo, Geoffrey Howe, tras hablar de no encerrarse “en un ghetto de sentimentalismo sobre el pasado”, renunció. Eso precipitó que los conservadores desafiaran el liderazgo de Thatcher y pidieran una votación: el comienzo del fin de la dama de hierro.
En las dos primeras entrevistas que dio tras el desafío, Thatcher sacó el tema del referéndum.
—¿Y cuál sería le pregunta? —indagaron los periodistas.
—Simple —respondió—: ¿renunciamos al poder de emitir nuestra propia moneda? ¿Renunciamos a la libra esterlina?
La gran venganza contra Major
En 1991, cuando ya Major era primer ministro —y en la conferencia partidaria había debido sonreír durante seis minutos mientras los asistentes aplaudieron y vivaron a Thatcher, que ni siquiera habló—, un MP laborista y euroescéptico, le preguntó si él convocaría a un referéndum sobre el traspaso de soberanía que parecía implicar el inminente Tratado de Maastricht.
—No estoy a favor de referéndums en una democracia parlamentaria —contestó Major.
Sentada otra vez como una MP más, Thatcher se preparó para destrozarlo con un discurso que no había sido esterilizado por sus copartidarios. “Describió todos los aspectos de los borradores [del tratado] que amenazaban la soberanía y dijo que la transferencia de poderes sobre la moneda era ‘el más peligroso de todos’”. Benn le hizo la misma pregunta sobre la consulta popular que le había hecho a Major:
—La única autoridad que tenemos es la que nos dan en la votación.
—Pero en las elecciones generales no se presentó el tema de la abolición de la libra, no hay mandato.
—Para citar la autoridad constitucional de A.V. Dicey, “lo único que queda por hacer es llamar a un referéndum” —dijo Thatcher.
Major se enojó: “Yo estaba considerando la opción de ofrecer un referéndum, pero el hecho de que ella lo pidiera liquidó la posibilidad. No podría conseguir que el gabinete lo aprobara: había unos ocho en contra”.
Cuando algunos de los miembros del gabinete de Major —todos varones, dicho sea de paso— hablaron contra esa posibilidad, Thatcher dijo que “rechazar un referéndum es arrogante”.
Thatcher, la polarización y el Brexit
Volvió a hablar del referéndum en 1993, como opositora al tratado de Maastricht ya firmado el año anterior, cuando aseguró: “Si yo hubiera sido primera ministra no lo habría firmado”. Cada vez que podía, lo repetía: “Fue un error haber entregado los derechos parlamentarios del pueblo en una escala como la del tratado de Maastricht sin el consentimiento del pueblo en un referéndum”.
La insistencia de Thatcher, destacó Moore, finalmente “comenzó a hacer progresos politicos”. Si aumentaba la demanda pública, “la posibilidad de bloquearlo se volvería difícil para los partidos políticos”. Ella se llevaba bien con Sir James Goldsmith, “quien en noviembre de 1994 fundó el Partido del Referéndum, un movimiento de objetivo único”. Tenían, además, amigos en común, como como Bill Cash, uno de los MP más fuertemente euroescépticos, quien había creado una Fundación Europea para hacer lobby. Si bien ella no tenía intención de dejar el Partido Conservador, encontró que el camino que abría Goldsmith podría estimular a los euroescépticos en todas partes.
Observó Moore: “Si tal partido fuera a prometer un referéndum sobre una cuestión europea vital, a los otros les resultaría difícil negarse a seguirlo”. Sobre todo porque las encuestas mostraban que a los ingleses no les gustaba la idea de abolir la libra esterlina. “A lo largo de 1996 primero los tories y luego, como consecuencia, los laboristas, sintieron que no podían evitar comprometerse con un referéndum”.
“Como resultado del éxito de Lady Thatcher, Cash y Goldsmith para convertir este método de aprobación popular en asunto de debate público, se convirtió en un tema de la siguiente elección general", aunque no se impuso entre los que dirimieron los resultado. No obstante, Thatcher recibió una alegría: Major perdió. Si bien fue a manos de la oposición, Tony Blair parecía un mejor heredero del legado de ella. Henry Kissinger le escribió: “Nunca pensé que te felicitaría por una victoria laborista en las elecciones británicas, pero no se me ocurre nada mejor que el programa de Blair para confirmar tu revolución”.
La consulta popular nunca moriría como tema. "Finalmente llevaría al referéndum Leave-Remain EU de David Cameron, que sucedió en 2016. El clamor había comenzado en 1990 cuando Thatcher comenzó a identificarse públicamente con la causa del referéndum”. Y todavía continúa: en 2019 el líder de los eurófobos, Nigel Farage, transformó su Partido por la Independencia del Reino Unido (UKIP) en un Partido de Brexit, que cuenta con el favor de algo más del 10% de la población y critica duramente hasta el modo en que Johnson intenta la separación de la UE.
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