Se puede estar horas atrapado en una autopista de Teherán sin tener la menor idea de lo que está sucediendo. Es cuando los iraníes sacan unas heladeritas y se comen tranquilamente un sandwich. O se ponen a charlar con el conductor del auto de al lado. O a leer. O a rezar. A la hora del rezo, hay miles de personas arrodilladas sobre las pequeñas alfombras a un costado de sus autos detenidos. Lo toman como algo normal. Es la consecuencia de disfrutar de un valor casi irrisorio del combustible y la consiguiente proliferación de autos. Para ellos es un derecho adquirido: un país con tantas reservas de petróleo, debe dar la gasolina a muy bajo precio a sus habitantes. Esto convirtió a Teherán en una de las ciudades con mayor congestión de tránsito del planeta. Es el “castigo divino” que tienen que pagar por el privilegio de tener un territorio regado de petróleo.
Todo esto, hasta hace dos semanas, cuando el gobierno decidió aumentar a casi el doble el precio del combustible. De 10.000 a 16.000 riales (de 7,5 a 11 céntimos de dólar) por litro. Sin ningún aviso previo. Algo que desató la rabia. Como en Santiago o en Hong Kong o Beirut o La Paz, algo enciende la mecha y la gente sale a la calle a romper todo lo que puede. El saldo hasta ahora podría ascender a unos 200 muertos, según organizaciones humanitarias. Aunque, en realidad, nadie sabe exactamente lo que está sucediendo. Además de la represión, el gobierno de los ayatollahs respondió con otra arma que usan frecuentemente las dictaduras: cortó Internet. Creen que de esa manera los ciudadanos no podrán ponerse de acuerdo para encontrarse en un punto determinado o no se enterarán de los sucesos de la noche anterior en alguna provincia. Obviamente, un esfuerzo infructuoso.
El aumento llegó en pleno fin de semana. Los conductores se enteraron cuando fueron a cargar los tanques de sus autos. “De haberlo anunciado, habríamos alertado a los que venden gasolina de contrabando y las estaciones de servicio se habrían quedado vacías”, justificó el portavoz del régimen, Ali Rabiei. Pero no todos justifican la medida dentro del propio gobierno. El jefe del complejo sistema judicial, Ibrahim Raisi, se quejó públicamente y dijo que “le tenían que haber avisado a la gente, así sólo provocan ira”.
Las primeras protestas se registraron precisamente en las autopistas que cruzan Teherán. Los conductores, directamente, detuvieron sus autos provocando unas congestiones monumentales. Esta vez, voluntariamente. Luego, comenzaron las concentraciones en las principales avenidas, especialmente en la parte norte de la ciudad que es donde vive la gente de mayores ingresos, más liberal y que depende menos del régimen. Hasta que se encendió la mecha en el interior del país. Hubo protestas en más de cien ciudades. “La gente reaccionó con mucha rabia y violencia. Para la mayoría de nosotros la situación económica es muy dura; y ahora esto”, comentó a una agencia de noticias Maryam, una abogada que vive en Karaj, una ciudad cercana a Teherán, donde hubo tres días consecutivos de manifestaciones. Allí, grupos de estudiantes atacaron varios bancos, gasolineras y hasta dependencias gubernamentales. Los diarios dijeron que fueron 150 los comercios vandalizados en todo el país. Y en el medio, aparecieron a reprimir los Pasdarán, los Guardias Revolucionarios del régimen. También las milicias juveniles de los Basiyis. Amnistía Internacional identificó a 106 manifestantes muertos en 21 ciudades y un número indeterminado de heridos. “Grabaciones de vídeo verificadas, testimonios de testigos e información reunida por activistas fuera de Irán revelan un patrón desgarrador de asesinatos ilegales por parte de las fuerzas de seguridad iraníes”, aseguró Amnistía en su informe. También hay al menos un millar de detenidos, según el gobierno. “Estamos especialmente alarmados porque la utilización de munición real habría causado un importante número de muertes en todo el país”, informó Rupert Colville, portavoz del Alto Comisionado de la ONU para los Derechos Humanos, en Ginebra. De acuerdo con los datos que entregó, “decenas de personas podrían haber resultado muertas y numerosas heridas en al menos ocho provincias”.
A pesar de las amenazas lanzadas por los poderosos Pasdarán y las marchas de sus milicianos por las calles convulsionadas, las manifestaciones no se detienen. Son las más graves desde 2017, cuando los iraníes salieron a la calle por la suba de los precios y la falta de trabajo. Como entonces, las protestas por la crisis económica muy rápidamente derivaron en repudio político. En los últimos días se quemaron retratos del líder supremo, el ayatolá Ali Jamenei, y del presidente Hasan Rohani. Los acusan de autoritarismo, pobre manejo de la economía y corrupción. Y todo esto expresado de una forma más violenta de las anteriores. Los manifestantes ya no se dejan castigar sin responder. Los medios iraníes informaron de la muerte de “tres agentes de las fuerzas del orden”, un oficial de la Guardia Revolucionaria y dos basiyis. Al parecer, fueron acuchillados en una emboscada al oeste de Teherán. Otro policía había muerto el pasado fin de semana.
Y no es sólo en Irán. También hay levantamientos en los dos países en los que los iraníes tienen mayor influencia: Irak y El Líbano. Durante las últimas seis semanas, violentas manifestaciones callejeras y disparos sacudieron a Bagdad. Son jóvenes que acusan al gobierno del primer ministro Adil Abdul Mahdi de corrupción desenfrenada, amiguismo y la falta de trabajo. Pero el foco principal de su ira es el vecino Irán, que los manifestantes consideran la mano negra que guía al gobierno de Mahdi y, por lo tanto, en última instancia, responsable de sus fallas. Incendiaron el consulado iraní en la sagrada ciudad shiíta de Karbala y quemaron banderas iraníes mientras cantaban “¡Fuera, fuera, Irán!”. La represión estuvo a cargo, directamente, de las milicias iraquíes que están armadas, entrenadas y pagadas por Teherán y que abrieron fuego contra los manifestantes en varias ciudades. Hasta ahora, según las cifras de las organizaciones humanitarias, hay más de 300 muertos y unos 15.000 heridos. Los manifestantes siguen acampando en la plaza Tahir de Bagdad y enfrentándose cada noche con las milicias y la policía. La revancha de los iraquíes vino a mano del fútbol. La selección nacional venció a la de Irán por 2 a 1 para la calificación del próximo mundial. En el estadio se escucharon cantos contra el poderoso general Qassim Soleimani, el jefe de los comandos especiales de la Fuerza Quds de los Guardias Revolucionarios, y que había estado en esos días en Bagdad dando órdenes a sus subordinados para terminar con las protestas a sangre y fuego.
En El Líbano, todo comenzó por un intento de imponer impuestos a las comunicaciones por WhatsApp. Pero, en realidad, la ira se desató por la corrupción generalizada y una crisis económica profunda. Ya tuvo que renunciar el primer ministro Saad Hariri y hasta ahora fueron inútiles los intentos de formar un nuevo gobierno. Aunque no son tan violentas como las de Irak, las protestas están llamando a nuevos líderes tecnócratas que no estén comprometidos con la división tradicional del poder del país entre cristianos, sunitas y shiítas. Estas manifestaciones amenazan el control de Hezbollah, la milicia más fuerte en el Líbano y cuyo brazo político es un miembro clave del bloque más grande en el parlamento libanés. Hezbollah también es el referente shiíta más antiguo e importante de Irán en Medio Oriente.
Los disturbios en Irak y Líbano pueden verse como una segunda Primavera Árabe, la anterior ola de levantamientos populares de 2010 contra los regímenes en toda la región. Las reivindicaciones son las mismas, que se vayan los líderes que se convirtieron en millonarios mientras que los ciudadanos comunes luchan con montañas de basura no recogida en sus calles, agua contaminada y energía eléctrica que funciona solo unas pocas horas al día. La exacerbación de los problemas del Líbano se deben a una deuda nacional aplastante y la contracción de la moneda que obligó a los bancos a permanecer cerrados por días, sin que se pagaran los salarios.
Volviendo a Teherán, el gobierno intenta desmovilizar a la gente con una medida populista. Otorgó un subsidio para compensar el aumento de la gasolina. Una iniciativa que esperan afecte positivamente la vida de al menos 18 millones de familias. El portavoz Rabiei explicó que en una primera instancia se dará dinero a 20 millones de personas. La semana entrante el subsidio alcanzará a 40 millones, y así irán aumentando hasta cubrir el 75% de la población, que supera los 80 millones de habitantes. La economía tuvo un deterioro enorme después de las nuevas sanciones económicas impuestas el año pasado por Estados Unidos tras retirarse del acuerdo sobre el programa nuclear iraní, en el que Teherán se comprometía a detenerlo por más de un decenio a cambio del levantamiento de las restricciones comerciales.
Pero, al mismo tiempo, el gobierno de la República Islámica prometió responder con dureza a las manifestaciones. Y dividió a los que protestan en dos grupos: los que “legalmente levantan la voz por los problemas económicos” y tienen derecho a hacerlo, según un comunicado de los Pasdaram, y los que atacan bancos, gasolineras y otros comercios. El Líder Supremo, Ali Jamenei, dijo que esos últimos jóvenes están conectados con grupos opositores en el extranjero y apoyados por Estados Unidos, entre ellos los seguidores de Reza Pahlevi, el hijo del derrocado Sha. Algunas consignas en favor de los Pahlevi se escucharon en la calle de Teherán y Shiraz.
En tanto, continúan las colas en las gasolineras desabastecidas y en las autopistas, donde muchos conductores abandonan sus autos por falta de combustible. Teherán está convertida en un infierno y la nieve que comenzó a caer en forma anticipada este año, está haciendo todo mucho más difícil. En el Gran Bazaar de la capital, donde se concentra el verdadero poder de la economía iraní desde hace siglos, ya hay rumores de un cambio de figuras importantes del régimen. Y cuando los vendedores de alfombras hablan, Irán tiembla.