Solo hay una vía de acceso al cuartel del regimiento Azov: aceptar sus reglas. Un vigilante con un AK-47 en la mano y un walkie talkie en la otra abre el torno de la entrada. Al pasar a su altura susurra “zhurnalist” (periodista), mientras sonríe. Poco antes, el portón con un grafiti del grupo se ha abierto para dar paso a los dos miembros de otra base que vigilarán la entrevista. Toda precaución es poca para una unidad militar que lleva cinco años en el foco de la prensa por la polémica que suscita.
Las denuncias por tortura y la ideología nacional socialista declarada por algunos de sus miembros posicionaron a gobiernos como el de EEUU y Canadá en su contra. Ahora, el congresista Max Rose y 39 demócratas más han pedido su inclusión en la lista de Terroristas Extranjeros (FTO, por sus siglas en inglés) al considerarlo un grupo supremacista blanco. Sin embargo, en Ucrania son vistos como un polémico cuerpo de elite que, antes de reconvertirse en un regimiento de la Guardia Nacional, movió la línea del frente con simples voluntarios. La operación liberó Mariupol y dejó al medio millón de habitantes de la ciudad fuera del alcance de la artillería prorrusa.
Las guerras dejan heridas más allá de los muertos y están llenas de contradicciones. Estas son las de uno de los miles de ucranianos que cogieron la mochila y marcharon al este a defender las fronteras de su país.
“Si veo al enemigo, no pienso en nada”
Se llama Jean Junge, tiene 30 años y le apodan Norte. Tras la invasión rusa en Crimea y los primeros levantamientos en Donetsk y Lugansk esperó a que el ejército le llamara a filas por su condición de reservista. La desorganización y la situación precaria en la que se encontraban las fuerzas armadas ucranianas hicieron que nadie reclamara su presencia. Harto de la espera cogió el uniforme, se calzó las botas y puso rumbo al frente con una de las 37 milicias de voluntarios que se formaron en el inicio de la guerra: el controvertido batallón Azov.
“En el ejército teníamos a mucha gente que creía en la propaganda rusa y no quiero servir con esa gente, quiero servir con personas nacionalistas”, dice con naturalidad Junge. Este motivo, junto al de conocer a algunos miembros del batallón, hizo que se decidiera por esta unidad en la que lleva ya cinco años. Por el camino, ha perdido a medio centenar de compañeros.
Deja escapar una mueca burlona al ser preguntado por sus acciones en combate, esquivando así responder al número de bajas confirmadas que tiene en su haber. “Si veo al enemigo te aseguro al 100% que no pienso en nada. Él me dispara a mí y yo le disparo a él. Si yo disparo primero, vivo; si el dispara antes, yo muero”, explica.
La guerra se aproxima a su sexto aniversario con más de 13.000 muertos y 30.000 heridos a sus espaldas. Los ánimos han decaído y gran parte de la población alejada del día a día del conflicto pide el final de un enfrentamiento que no pone de acuerdo a la comunidad internacional. Para algunos no deja de ser una guerra civil en una zona muy al este de la vieja Europa, para otros una región que busca la independencia. Mientras tanto, los investigadores y la inteligencia ucraniana han demostrado la presencia de oficiales y soldados rusos en la región, además del envío de carros de combate y equipamiento militar a Donetsk y Luhansk.
Junge repasa la historia de la URSS y ejemplifica con Chechenia lo que él entiende por separatismo antes de dejar clara su postura: “Todos los líderes separatistas son rusos, las armas son rusas, el dinero es ruso... ¡hasta usan el rublo! Esto no es separar, es ocupación”. Sin embargo, no menciona un aspecto importante: alrededor del 70% de la población del este no se siente ucraniana.
Como subteniente cobra menos de 500 dólares por defender una ciudad en la que una gran mayoría le considera un invasor, pero le resta importancia antes de soltar una carcajada: “Es como el que tiene niños y va al doctor a arreglarles los dientes. Los niños te odian porque les duele, pero tú no los llevas para que les hagan daño. Tú tratas de hacerles algo bueno. Es algo parecido”.
En la mira del Congreso de EEUU
El regimiento tampoco es visto con buenos ojos en Estados Unidos. En 2018, el congreso norteamericano vetó la ayuda económica a la unidad militar. Ahora, 40 congresistas han pedido su inclusión en la Lista de Terroristas Extranjeros. Entre ellos se encuentra Max Rose, condecorado con la estrella de bronce en Afganistán.
Para Junge es una prueba más del poder del mensaje ruso y su influencia: “EEUU tiene reputación de no apoyar grupos neonazis, pero nosotros somos nacionalistas. ¿Qué es ser nazi? El odio a otros países u otra nación. Nosotros no odiamos, amamos nuestro país”, y añade: “Algunos en el gobierno de Estados Unidos creen esto y hacen cualquier cosa para no ayudarnos. Sí, esto no es bueno para nosotros, pero es normal para Ucrania no esperar ayuda de otros países”
“Yo mismo he destruido a mi familia"
Sangre, armas, estadísticas... elementos que muchas veces dejan el aspecto humano en un segundo plano. Sin embargo, Junge, como cualquier otro soldado, ha pagado la determinación de dedicar su vida a defender la frontera de su país. “Algunos me odian, yo mismo he destruido a mi familia”, manifiesta al explicar que marchó al frente a los pocos meses del nacimiento de su hijo. Un año después decidió quedarse combatiendo y no volver a su antigua vida, decisión que terminó con su matrimonio.
La entrevista ha derivado hacia su persona, y el encorsetado formulario ha dejado de importar. Dos respuestas de Junge resuenan en el patio vacío de un cuartel hermético en el que no parece habitual ver a forasteros.
- ¿Qué es lo más importante en su vida?
-Mi país. Mi país.
- Y... ¿cómo definiría usted “país”?
-Es como una casa. Cuando alguien me pregunta cómo explico esta guerra, le pongo el ejemplo de un vecino que va a tu apartamento y te dice: “Ahora vivo aquí. Esta es mi mujer, esta es mi comida... y tú puedes vivir en esta esquina o marcharte de aquí”. ¿Tú qué harías? Defenderías tu casa, tu área, tu familia. Esta es mi casa. Si pierdo mi territorio necesito ir a otro país, pero ¿qué sería? Un inmigrante. No importa qué país, sería siempre un inmigrante.
El símbolo de la polémica
La relación entre el movimiento Azov (combina la esfera civil y militar) y el nazismo ha sido debatida desde el inicio en la prensa internacional. En 2014, TV2, un canal de televisión noruego, filmó a dos voluntarios que portaban esvásticas en sus cascos. Un año después, un sargento se declaró abiertamente nacional socialista en una entrevista en USA Today, provocando la intervención del portavoz del regimiento que aseguró que “solo el 20% de los integrantes eran nazis”.
Sin embargo, el enorme parecido de su símbolo identificativo con la runa Wolfsangel utilizada por 2o división Panzer SS “Das Reich” del ejército de Hitler continúa removiendo la polémica. “No tiene nada que ver, son la representación de las letras I y N, que significan Idea Nacional”, esgrime Junge. Por otro lado, cuando el batallón no estaba integrado en las fuerzas armadas ucranianas tenía debajo de las letras un símbolo similar al sol negro de las runas germánicas y que se relaciona también con la mística ocultista de las SS.
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