Llegaron como una medida de higiene frente a las hediondas calles parisinas. Las “pissotières” (meaderos), como se las conoce en el lenguaje corriente, fueron inventadas en 1834 por el conde y prefecto Claude-Philibert Barthelot de Rambuteau quien, junto al Barón Haussman, transformaron la fisionomía de París con una lógica higienista, que apuntaba a combatir enfermedades como el cólera en los núcleos urbanos. Bajo su mandato, vieron la luz el Arco de Triunfo, la avenida de los Campos Elíseos y los urinarios públicos.
Rambuteau, también conocido como Monsieur Propre (Señor Limipio), impulsó estos artefactos destinados sobre todo a los varones que no dudaban en aliviar sus vejigas en plena calle. “Mear en la ciudad en el siglo XIX sería durante mucho tiempo un asunto de hombres”, explica Marc Martin, fotógrafo y escritor, que desde hace diez años se dedica a estudiar el tema y hoy organiza la exposición “Les Tasses: Toilettes publiques, affaires privées (Los urinarios: baños públicos, asuntos privados)”.
La muestra, que puede verse hasta el 27 de noviembre en el bar-galería Le Point Ephémère, en el distrito 10 de París, se apoya en la investigación de Martin a partir de su diálogo con sociólogos, historiadores e indaga en relatos de escritores como Paul Verlaine, Arthur Rimbaud, Céline o Musset, así como en numerosos documentos y fotografías de época.
“Sensualidad inquietante”
“En 1834, los primeros urinarios instalados en las columnas Morris sólo ofrecían sitio para una persona. Como se formaban largas colas, fueron reemplazados por urinarios con varios sitios instalados detrás de chapas. Era algo más confinado, y pasaban cosas…”, apunta Martin.
Esas “cosas” eran “hombres en busca de una identidad que ponían las primeras piedras de una convivencia. Los urinarios se convirtieron rápidamente en lugares de encuentros que no podían existir de otra manera. Generaciones de varones pudieron emanciparse así”, agrega el organizador de la muestra que abrió sus puertas coincidiendo con el Día Mundial de los Aseos.
Prueba de esta función es el testimonio de Hugues, un hombre de 83 años, que cuenta cómo encontró allí al amor de su vida. Otro recuerdo que ofrece la exhibición es el de Jean-Pierre, de 73 años. “Fui manoseado por bailarines, diseñadores de moda, actores, cantantes… ¡Conocer a alguien en un urinario hediendo y terminar en su apartamento de lujo algunos minutos más tarde era una gran aventura!”, evoca.
“Me gustaría que se reconozca que estos hombres eran valientes. Me gustaría darle a estos lugares libertinos, que albergaron tanta excitación, su parte de sensualidad inquietante”, recalca Marc Martin.
Pero los urinarios públicos no sólo fueron el teatro de encuentros sexuales. También fueron soportes de prevención, con los primeros avisos de sanidad sobre las enfermedades venéreas. Su secretismo también sirvió para encuentros furtivos entre miembros de la Resistencia durante la Ocupación. Antes, durante el “caso Dreyfus” también sirvieron para propagar rumores y teorías conspirativas, indica la muestra.
Hoy en día, de los 2.000 urinarios antiguos que existían en París sólo queda uno frente la prisión de La Santé, en el distrito 14. Los que quedaron fuera de uso se rematan en subastas para coleccionistas, nostálgicos y fetichistas.
Publicado originalmente por RFI