En Rusia existe la costumbre de sentarse algunos minutos en silencio antes de un viaje para pensar en los días buenos, los malos y prepararse para las incertidumbres en torno al futuro. Es posible que para los ciudadanos de la República Democrática de Alemania (RDA) los años posteriores a la caída del muro hayan sido bastante silenciosos. Cuando el último ladrillo cayó, la espuma bajó y la promesa de las libertades se cumplió -al menos formalmente-, los alemanes orientales comenzaron a experimentar una despedida particular: la de la promesa de que era posible vivir en una sociedad buena y bella, donde cada cual aportara lo que podía y recibiera lo que se merecía.
Aunque no es sencillo identificar en cada caso el objeto puntual de la nostalgia, los expertos afirman que la Ostalgie está presente en muchos de los aspectos de la realidad alemana actual, desde los souvenirs de viaje hasta los discursos políticos de ciertos partidos, como el ultraderechista Alternative für Deutschland (AfD).
“Hay varias generaciones del Este afectadas de forma distinta por la caída del Muro, y depende con quién hables dirá algo distinto sobre la Ostalgie. Entre los más ancianos será común encontrar a quienes extrañan el régimen en sí. Era una sociedad con un sistema, y todos tenían un lugar dentro de ese sistema. Sin embargo, entre la gente más joven que quizás apenas hizo la primaria en Alemania Oriental primará la idea de que las promesas de la reunificación no se cumplieron o que apenas se cumplieron en forma parcial. En ese sentido no es que se añora algo concreto, sino que lo que se extraña es el tiempo pasado, la idea de ‘entonces al menos éramos alguien’”, explicó desde Berlín para Infobae Franco Delle Donne, consultor en comunicación política y coautor del libro Epidemia Ultra. El libro sobre las ultraderechas europeas; aunque lo matizó: “Un análisis más racional diría que tenían las libertades coartadas, vivían en un estado policial, era permanentemente vigilados, no podían circular libremente, no podían salir del país, etcétera, etcétera, etcétera. Por eso, la Ostalgie ocurre en un nivel mucho más emocional”.
Por su parte, Anna Kiminsky, directora de la Bundesstiftung Aufarbeitung, una fundación oficial ocupada en el estudio de la realidad de Alemania Oriental, explicó: “La Ostalgie es un fenómeno surgido en los noventas como reacción de los ciudadanos del Este ante las esperanzas y expectativas creadas con la caída del Muro en 1989. Muchos fueron tomados por la decepción, sobre todo ante una serie de experiencias traumáticas experimentadas masivamente por los trabajadores de la ex RDA: el desempleo, la pérdida de perspectivas personales y profesionales, y las angustias del futuro. Así surgió entre muchos una especie de angustia por lo perdido, de la mano de una forma idealizada de la “vida buena y segura” que existía en la RDA —muchas veces basándose en un recuerdo distorsionado de lo que efectivamente había sido—”.
Una reunificación fallida
En la actualidad, apenas en torno a un 40% de los alemanes de los antiguos territorios de la RDA se ve a sí mismo del lado ganador. Esto tiene que ver con que los trabajadores de Alemania Oriental, que en el año 1990 eran nada menos que el 63% de la población, han sido definidos como los ‘grandes perdedores de la reunificación’. La mitad de esos trabajadores se han visto obligados a jubilarse anticipadamente, a acudir a programas de empleo, a trabajar en nuevas empresas de capitales occidentales y, en el peor de los casos, al desempleo. Muchas mujeres, mientras tanto, han tenido que abandonar sus carreras por completo. En suma, en el país que es actualmente el motor europeo, un cuarto de la población vive actualmente en circunstancias económicas poco favorables.
Esta información forma parte de un trabajo titulado ‘La República Democrática Recordada. Representaciones de Alemania Oriental desde 1989’, del investigador Thomas Ahbe, y publicado como parte del libro “Narrativas en competencia: la política en la historia y el discurso de identidad en tres sociedades alemanas” (Rochester, Suffolk, Camden House, 2011). Según Ahbe, el sentimiento de ser ‘ciudadanos de segunda clase’, extendido entre los alemanes orientales, se basa tanto en la sensación tangible de estar materialmente peor, como en el sentimiento de que los recuerdos, las interpretaciones y los valores específicos de la mayoría de la población de la antigua RDA no son parte de los discursos en los medios, en la educación o en la política; simplemente son ignorados o estigmatizados.
Detrás de este fenómeno el especialista destaca la ausencia de las élites locales, esenciales a la hora de ejercer una influencia independiente, articular la experiencia, las opiniones y los deseos del este de Alemania, y utilizar recursos económicos, sociales y culturales para facilitar una sociedad más independiente y ayudar a superar las diferencias entre el este y el oeste.
Otros estudios han dado cuenta de este fenómeno: apenas el 10% de quienes son jueces en Alemania en la actualidad provienen del Este, y algo similar sucede en la administración pública. En el gabinete actual, salvo la canciller Angela Merkel —quien no nació pero sí se crió y vivió toda su juventud en el Este—, hay un solo ministro, de los 13, que viene del Este. En el ámbito científico sucede lo mismo, así como también en el plano económico: de las 500 empresas de más valor de la actualidad no hay ninguna radicada en el Este. El último dato es llamativo sobre todo en un país que es la primera potencia europea y que, en principio, posee los recursos para promover cierta igualdad entre sus regiones.
Hay otro aspecto del proceso que no tiene que ver con el plano exclusivamente económico, sino más bien con el simbólico. Los ciudadanos de Alemania Oriental tenían un lugar en la sociedad, y por lo tanto también un propósito.
“Uno podría pensar que no todos se sentían así; por ejemplo quienes debían informar para la Stasi (policía secreta) sobre sus colegas y compañeros. Era horrible sí, pero con todo, seguía siendo gente que tenía un propósito, seguía siendo una sociedad con un sistema. Fallido, disfuncional, pero un sistema con reglas y ciertos procedimientos. La reunificación reemplazó un sistema por otro, pero por aplastamiento. Como cuando en España ocurrió la reconquista y construyeron las iglesias donde antes estaban las mezquitas. Se intentó reemplazar la cultura y la política de un país de raíz. Hay que imaginarse vivir en un país en el que de pronto cambian absolutamente todas las leyes", explicó Delle Donne.
La ultraderecha alemana y el discurso de la identidad del Este
Las últimas elecciones regionales en Alemania revelaron un dato inquietante: uno de cada cuatro alemanes de los territorios en la extinta RDA votaron por la ultraderecha, lo que plantea la posibilidad de que las mismas personas que en algún momento fueron entusiastas de la Alemania Oriental, treinta años después y con varias frustraciones encima, sean votantes de Alternative für Deutschland, hoy segunda fuerza en el Bundestag o parlamento alemán.
El fenómeno, sin embargo, está vinculado con algo que no es exclusivo de la realidad alemana. Matteo Salvini, los españoles de Vox, Marine Le Pen, pero también Donald Trump y Jair Bolsonaro han conquistado a importantes franjas de votantes basándose en un discurso que apela, por un lado, a las frustraciones y, por el otro, a la identidad, con el objetivo de vehiculizar el descontento social.
Los números demuestran, además, que esas derechas lograron movilizar a un electorado que durante muchos años no acudió a las urnas: Mientras que en las primeras elecciones de la década del noventa la participación electoral era de en torno al 80%, ese índice se derrumbó brutalmente hasta el 2014, cuando hubo una participación del 49%. Como durante todo ese periodo la participación se mantuvo estable en el Oeste, muchos analistas atribuyeron el fenómeno a la falta de una historia democrática en los territorios del Este, pero Franco Delle Donne lo explica de otra manera: “Muchos ciudadanos del Este están efectivamente desilusionados, no sólo con las promesas de la reunificación, sino también con la Política con mayúsculas".
“Lo cierto —continúa el experto basado en Berlín— es que en el Este de Alemania tienen problemas que en el Oeste no tienen, y los partidos políticos del Oeste no logran verlo ni vehiculizar una alternativa para representar a esos ciudadanos. Alternative für Deustchland sí entendió que si ellos dan el debate de la “identidad” pueden ganar apoyos. Die Linke (La Izquierda) que venía del Este y podría haber ocupado ese rol de partido regional, en algún momento decidió, por algún motivo estratégico, que le convenía occidentalizarse, europeizarse, y a partir de ese momento perdió la posibilidad de representar aquello que se entiende como intereses del Este”.
En términos de la composición sociológica de las regiones, también hay diferencias. La falta de oportunidades en el Este ha empujado a muchos ciudadanos a dejar sus ciudades natales con destino a ciudades como Frankfurt, Hamburgo, Munich o Stuttgart, lo que ha provocado un aumento del crecimiento vegetativo mucho más significativo en el Este que en el Oeste. Pero incluso emigrando, según establecen varios estudios sobre el tema, cargan con el peso de sus orígenes orientales debido a su acento.
“Las frustraciones las comparten los que se van y los que se quedan, y es la materia prima ideal para el discurso político ultraderechista que repite ‘te dejan solo, te abandonan, no te quiere nadie’. En las últimas elecciones regionales (celebradas entre agosto y fines de octubre) la AfD explotó tres ejes: que el cambio climático no existe; que el Este está olvidado -una idea que ejemplificaban por ejemplo con que no llega el transporte público, lo cual es sólo parcialmente cierto-; y que hay que ‘poner fin a la reunificación’”, detalló el Delle Donne. “’Terminemos este proceso en el que resultaste perdedor', sería la idea”, aclaró.
Hay un problema extra, que plantea en la actualidad otro bloqueo a la integración del Este y que, por lo tanto, seguirá reforzando la añoranza por el tiempo pasado. En la Alemania unificada, los discursos sobre la identidad, la historia y la política se basan en la narrativa de las ‘dos dictaduras alemanas’. De acuerdo con la investigación de Thomas Ahbe, esta narrativa está ligada a la teoría totalitaria, según la cual la República Alemana unificada se posiciona de forma equidistante tanto del nazismo del Tercer Reich como del comunismo de la RDA. Al hablar de las “dos dictaduras alemanas”, se reduce la brecha entre los crímenes del nacionalsocialismo, con su ideología racista e imperialista y el darwinismo social, y los crímenes de la RDA, con su ideología anticapitalista y colectivista de la lucha de clases. Con esto, se otorga a los alemanes occidentales un sentido de identidad, en el mismo movimiento en el que se excluye a los alemanes orientales de tal narrativa. Aún hoy, treinta años después.
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