Fue una película atípica en muchísimos sentidos: una comedia sobre la República Democrática Alemana (RDA), de la que hasta entonces se hablaba con una solemnidad siempre exenta de la menor ironía; un blockbuster que se mantiene entre los cinco más vistos del cine alemán; una precursora de la Ostalgie, la nostalgia del lado derrotado en la Guerra Fría. Inclusive ahora, por los 30 años de la caída del muro de Berlín, ha tenido reestrenos en varios países.
Good Bye, Lenin!, de Wolfgang Becker, sobre una idea y con el guión de Bernd Lichtenberg, cuenta la historia de una familia de la RDA en el exacto momento histórico de las manifestaciones que llevaron al 9 de noviembre. La madre, Christiane (interpretada por Katrin Sass, una actriz que realmente era de la RDA), está entregada en cuerpo y alma al socialismo, sobre todo desde que su marido se fue presuntamente con “una novia enemiga del estado” y hubo que donar su ropa en una bolsa estampada con el sello “Solidaridad con Mozambique”. Vive escribiendo cartas en las que se queja, con insistencia de troll y tropos de crítica constructiva del hombre nuevo, sobre los tropiezos del sistema. Cada tanto recibe alguna condecoración por su ciudadanía ejemplar y sueña con conocer a Mijaíl Gorbachov, que llega al país para celebrar el 40 aniversario de la RDA.
“Esos viejos de mierda que se celebran a sí mismos”, opina, en cambio, su hijo Alex (Daniel Brühl), sobre ese mismo festejo. El 7 de noviembre, en una de las manifestaciones contra el gobierno, Alex es detenido y golpeado por la policía; la marcha corta el camino del taxi en el que viajaba su madre rumbo a un acto del partido comunista. Para no demorarse ella debe bajarse y caminar, y entonces ve la represión y a su hijo entre las víctimas. Christiane sufre un ataque cardíaco al que sobrevive, pero en coma. Y entonces cae el muro.
En la ficción de la película estrenada en 2003, como sucedió en la realidad, flota una sensación de extrañamiento. Lichtenberg creció cerca de Colonia, al oeste del oeste, y no tenía familia en la RDA. Su primer contacto personal con el oriente fue “un día memorable”, dijo a Infobae. “A comienzos de noviembre de 1989 fui a Berlín occidental por primera vez. Quería ver la ciudad porque iba a ir a estudiar allí. Y también visité Berlín oriental”.
El 4 de noviembre caminaba por uno de los lugares más famosos, el boulevard Unter den Linden, cuando de pronto le pareció que la ciudad entera iba a recibirlo: “Venían miles de manifestantes. De casualidad me había topado con la marcha más grande en la RDA. Un millón de personas se reunieron en Alexanderplatz. Hubo discursos críticos del sistema, se sentía un espíritu genuinamente optimista. Fue el climax del movimiento de protesta que había comenzado con las manifestaciones de los lunes en Leipzig, en septiembre”.
Lichtenberg tenía 23 años —aproximadamente la misma edad que el personaje de Alex en la película— y escuchó boquiabierto a los que con valentía se animaban a criticaban al estado y pedir un cambio en la RDA. Pero aún así, no vislumbró lo que sucedería. “Nadie podía imaginar que en cinco días el muro iba a caer”. Él regresó a Colonia y se perdió el (otro) gran día.
En Good Bye, Lenin! el 9 de noviembre y las semanas siguientes transcurren en el hospital donde Christiane está internada. Mientras su hija rápidamente se occidentaliza dejando los estudios para trabajar en Burger King, Alex la cuida. “Mamá durmió durante el triunfo del capitalismo”, dice el personaje, que al fin puede cruzar cotidianamente de una parte a otra de la ciudad, y apenas muestra en el aire su documento de identidad mientras la gente se saca fotos con los guardias de la frontera evanescente.
Lichtenberg vio el proceso: “En marzo de 1990 me mudé a Berlín, para estudiar”. Aunque vivía en la zona occidental de la ciudad, observó de cerca el primer año tras la caída del muro. “Pude ver cómo las cosas cambiaban velozmente. Se vivía un ánimo muy especial, incluso se sentía un poco de anarquía: un estado de cosas que se hundía finalmente se estaba deshaciendo. Por ejemplo: de pronto había casas tomadas por artistas, bares clandestinos que brotaban del suelo, fiestas electrónicas en los lugares más locos. Era un tiempo fascinante, para mí como joven. Y por cierto también para mucha gente joven de la RDA”.
Los más grandes desconfiaban todavía de que la Stasi se hubiera ido a descansar, y además de la esperanza y esa impresión como de despertar, tenían temores. De un mes al otro la vida que conocían había cambiado, muchos temían perder los trabajos que se convertían en pasado como el estado socialista. “En el verano se hizo la unificación monetaria (la abolición del marco de la RDA) y comenzaron a cambiar las cosas de la vida cotidiana: de pronto en los supermercados las cosas eran completamente distintas. En cierta medida ese año la gente perdió el suelo bajo sus pies”. Esas observaciones que hizo en 1990, cree, lo llevaron a tener “la idea de Good Bye, Lenin! unos tres años más tarde”.
Aunque escribió el bosquejo de la historia, Lichtenberg la dejó a un costado. “Sentí que la distancia temporal que me separaba de los hechos era todavía muy escasa. Luego de unos años más saqué la sinopsis del cajón y pensé cuáles directores podían ser adecuados para la historia. En ese momento se estrenó La vida en obras, de Wolfgang Becker. Me gustó mucho su estilo narrativo, el tono tragicómico. Le sentaba a la historia que tenía en mi cabeza. Le envié a Wolfgang mi sinopsis y él me contactó, muy interesado. Pronto comprendimos que teníamos la misma visión de la película”.
—Para enriquecer los detalles de la trama usted habló con gente que había vivido en la RDA. Ya habían pasado años desde la reunificación. ¿Cómo se habían asentado los recuerdos?
—Yo había hecho mucha investigación, había pasado meses mirando materiales de archivo y leyendo, pero además hablé, junto con Wolfgang Becker, con mucha gente de la ex RDA. Sus historias eran muy diferentes, y las evaluaciones que hacían sobre sus vidas en la RDA también eran diferentes. Había gente que odiaba el estado, pero también gente que había atravesado los cambios súbitos demasiado rápidamente y tenía la sensación de que sus vidas habían sido echadas a la basura de la historia anterior a la caída del muro. Algunos habían perdido sus empleos y sus creencias, y se habían vuelto cínicos; otros se las habían arreglado mejor en la nueva era, habían logrado empezar bien y habían aprovechado oportunidades.
—¿Alguno extrañaba el pasado?
—A veces había una cierta melancolía. Pero nadie lamentaba que el sistema de la RDA hubiera terminado. No obstante, toda esta gente había perdido —por decirlo así— las imágenes de su vida cotidiana anterior, y en un tiempo muy breve. También las imágenes de la infancia, que con frecuencia nada tenían que ver con la política. Eso, por cierto, condujo luego a esta Ostalgie, como se dice. Sin embargo, nosotros nunca procuramos esa Ostalgie en Good Bye, Lenin! La película es, más bien, un comentario irónico.
Un día, al fin, Christiane abre los ojos. Su estado es bueno, se alegran los hijos. Pero delicado, les advierte el médico. No puede volver a sufrir una emoción fuerte, su corazón no resistiría.
Así es como, en un apartamento de 79 metros cuadrados, la RDA tiene una sobrevida magnífica, con sus pickles marca Spreewald y su café instantáneo Mokkafix (envases viejos que Alex saca de la basura en las calles y rellena con los nuevos, abundantes productos del mercado capitalista), sus pioneros cantores (niños que cobran 20 marcos por disfrazarse de la organización de pequeños comunistas y recordarle a Christiane edificantes tonadas socialistas) y hasta un automóvil Trabant, que llega a la convaleciente “¡tras sólo tres años de espera!”, según se alegra.
En su esfuerzo por recrearle el mundo de Alemania oriental a su madre, Alex hace informativos falsos (la caída del muro es en realidad la llegada atropellada de los alemanes occidentales a la RDA para escapar de la mercantilización y las adicciones), se viste con ropa que sólo se ve en las tiendas de caridad y logra que los vecinos, y hasta el cosmonauta Sigmund Jähn, participen en la farsa.
Sobre Lichtenberg (autor también del cortometraje Déjà vu, que interpretó Sass, guionista de Deutsche Welle y autor de las novelas Eine von vielen Möglichkeiten, dem Tiger ins Auge zu sehen y Kolonie der Nomanden) pesaba una duda: “Dada la dimensión histórica de la historia, me preguntaba si yo, como alemán occidental, podía contarla. Pero en el fondo Good Bye, Lenin! es la historia de una familia. Es una historia sobre mentiras y secretos en una familia. Desde luego, entretejida con los hechos históricos de fondo. Pero habla de un hijo que ama a su madre”.
—¿Alex se parece a usted en algo, a pesar de ser oriental?
—Tiene la misma curiosidad por los nuevos tiempos que yo tenía en aquel entonces en Berlín. De algún modo, Good Bye, Lenin! también es una historia sobre volverse adulto. Alex está en ese umbral cuando el país en el que vive cambia radicalmente. Atraviesa un período fascinante para él, pero por otro lado todo lo que conoce se desvanece, su infancia y su juventud se pierden a medida que se pierde todo lo que podría recordárselas. Es una situación que me pude imaginar perfectamente, aun si haber sido un ciudadano de la RDA. Diría más: acaso la distancia que tuve como alemán occidental ayudó a contar la historia.
—¿Cómo fue el rodaje, la reproducción del pasado reciente en lugares que se habían transformado completamente?
—Siempre estuve en el set, y recuerdo especialmente el día en que se filmó la manifestación del 40 aniversario de la RDA, la escena en la que la madre cae en coma. El escenógrafo había decorado las calles con carteles por el aniversario de la RDA, había cientos de extras vestidos con ropa de la RDA. Era una atmósfera extraña, un salto hacia atrás en el tiempo. La gente que pasaba se conmovía.
Good Bye, Lenin! se mantuvo número uno durante un mes apenas se la estrenó en 2003 y entre las 10 películas más vistas durante 15 semanas. Desplazó a Catch Me If You Can, Gangs of New York, The Ring, My Big Fat Greek Wedding, 8 Miles, Bowling For Columbine y hasta un Señor de los Anillos (The Two Towers) y un Harry Potter (The Chamber of Secrets). A un año del estreno, cuando el éxito también se había contagiado al mundo, en Alemania seguía en más de 100 salas y proyecciones al aire libre durante el verano, con lo cual llegó a casi 7 millones de espectadores.
“Probablemente se estrenó en el momento justo”, dijo el guionista sobre el lanzamiento en Alemania. “Pero el éxito internacional de la película creo que también tiene mucho que ver con que cuenta la historia mediante un relato familiar, que se puede comprender en todas partes. Desde luego, hay detalles que quizá los que no son alemanes no puedan captar de inmediato. Incluso hubo diferencias en la recepción en lo que eran el este y el oeste: algunas bromas sólo eran comprensibles para los espectadores orientales”.
Por Good Bye, Lenin! Lichtenberg recibió el Premio Nacional al Mejor Guión (2002, antes del estreno) y el Premio Europeo en 2003. Pero quizá más feliz lo haría saber que acaso su trabajo ayudó a algunas personas en un proceso histórico muy traumático.
“No creo que las dos partes de Alemania se hayan unido, realmente; eso llevará otra generación, tal vez. Todavía hay diferencias: el ‘florecimiento’ que se le prometió a la gente en el este luego de la reunificación no ha sucedido. Más bien lo contrario”, dijo. “Desde luego, ya existe una generación que nación luego de la caída del muro y que conocen la RDA sólo por los relatos de sus padres. Pero es un problema que a veces los logros de las vidas de esos padres no se reconozcan, que haya una suerte de mentalidad ganadora occidental que los desdeñe. La arrogancia del oeste no contribuyó al proceso de unificación”.
Hoy el escritor vive en el barrio berlinés de Prenzlauer Berg, cerca de la iglesia de Getsemaní donde solía reunirse los opositores al gobierno socialista en la RDA. Estos días del 30 aniversario allí se desarrollan varias actividades de conmemoración en un contexto político muy diferente al de 1989. “En estos tiempos de ascenso de los movimientos populistas”, observó Lichtenberg, “hay que cuidar que los logros de esa revolución pacifica no sean apropiados por las manos equivocadas. Alternativa para Alemania (AfD), un partido político xenófobo, de ultraderecha y populista, tiene éxito particularmente en el este, y en su campaña durante las elecciones estatales dijo que ahora, 30 años después, quería ‘completar el cambio’. Equipararon sus quejas contra la migración, su odio y su populismo con el coraje admirable de los ciudadanos de la RDA hace 30 años. Esa apropiación es algo terrible a lo cual hay que oponerse".
MÁS SOBRE ESTE TEMA: