"Dos minutos pasadas las once de la noche del 28 de febrero (de 1986), Palme salió del cine Grand acompañado por su esposa y su hijo mayor (…) A las puertas del cine, Palme y su mujer le dieron las buenas noches a su hijo y decidieron volver a la casa caminando (…) El primer ministro y su esposa bajaron por la avenida Sveavägen, cruzaron la calle para mirar vidrieras y luego continuaron. En la esquina de las calles Sveavägen y Tunnelgatan, el asesino se acercó al primer ministro y le disparó una bala del calibre .357 Magnum en la espalda. Según la teoría de la policía, todas las señales apuntan a que el crimen fue ejecutado de forma profesional".
De esta manera, el escritor y periodista Stieg Larsson describía el magnicidio de Olof Palme, el político más influyente de la historia de Suecia.
El autor de la saga Millennium dedicó su vida a investigar ese homicidio, y al seguimiento de las organizaciones de extrema derecha, algunas de ellas vinculadas al nazismo, en su país.
Pero las dificultades iniciales del caso, los oscuros intereses que se ocultaban detrás del plomo asesino, y el temprano fallecimiento de Larsson el 9 de noviembre de 2004, a los 50 años, producto de un infarto, dejaron su trabajo inconcluso.
Después de 33 años de impunidad, el rostro oculto del sicario que apretó el gatillo, esa fría noche de Estocolmo, puede salir a la luz.
También las organizaciones que pergeñaron y financiaron el golpe y las razones que lo motivaron.
Según el nuevo fiscal del "caso Palme", Krister Petersson, el mayor asesinato político sin final de todos los tiempos "se va a resolver".
De suceder, no será por la investigación policial y judicial, que dejó el prestigio de Suecia por el piso, sino porque a 10 años de la muerte de uno de los novelistas más afamados -con 80 millones de ejemplares vendidos en el mundo- su prolija recopilación de datos archivados en 20 cajas de cartón salió a la luz después de ser desempolvada por el periodista sueco Jan Stocklassa.
Bochornosa investigación
A través de investigaciones propias y continuando con el camino trazado por Larsson, y volcados en el libro El legado. Claves ocultas del asesinato de Olof Palme, publicado por editorial Roca, se aproximó, quizás de manera definitiva, a la resolución del asesinato del primer ministro.
Mientras se escriben estás líneas, y con los nuevos datos aportados a la justicia sueca por el colega de Larsson, el fiscal a cargo del expediente, los servicios de información de esa nación europea, y sus pares sudafricanos, realizan allanamientos y medidas urgentes para esclarecer el crimen.
Sucede que hasta el momento, y a través de 10.225 interrogatorios, la mayoría inútiles, los investigadores suecos habían concluido, en primer lugar, que a Palme lo habían matado por encargo del Partido de los Trabajadores del Kurdistán (PKK).
Esa fue la principal y casi única pista que siguió el primer jefe de la investigación, Hans Holmer. Tan estruendoso fue su fracaso de su amañada investigación, que al año fue desplazado del caso y de la propia jefatura policial.
La inconsistencia del expediente llevó a que, en la prolija Suecia, un perejil fuese condenado a prisión de por vida.
Christer Petterson tenía antecedentes violentos, era adicto al crack, alcohólico, había participado de manifestaciones racistas, conocía el uso de armas de fuego y no tenía ninguna relación con grupos nacionalistas ni con las extracciones políticas enfrentadas a Palme.
Un "loco solitario". El culpable ideal para cerrar un magnicidio que avergonzaba a respetada nación europea.
Lisbeth Palme lo había señalado como el homicida de su esposo en rueda de reconocimiento -inducida por la policía- 34 meses después de la trágica noche.
Meses después, un tribunal superior lo dejó en libertad y le pidió disculpas.
El testimonio de la ex mujer fuerte del país fue considerado falso. Durante el primer tramo de la investigación, la señora Palme no había podido describir a nadie.
La segunda instancia judicial también tomó en cuenta otras cuestiones de peso: una pericia psicológica realizada a la principal testigo; la ausencia de motivación que existía en el reo para asesinar al primer ministro; no se encontraron movimientos bancarios sospechosos; y el arma nunca se encontró.
Petterson terminó siendo una víctima más de la inoperancia policial. El ex chivo expiatorio falleció el 29 de septiembre de 2004 -dos meses antes que Stieg Larsson-. Tenía 57 años. Una caída le produjo rotura de cráneo y una embolia cerebral.
Durante las primeras 72 horas de pesquisa, fue arrestado un hombre de 33 años, Victor Gunnarsson, un anticomunista y detractor de Palme que fue liberado, recapturado y nuevamente puesto en libertad a instancias de la fiscalía por falta de pruebas.
Ahora, los datos aportados por el colega de Larsson y autor de El legado demuestran que el novelista y periodista tenía razón desde el comienzo de su investigación personal y privada.
Las claves ocultas
Al entonces primer ministro lo mataron en una operación conjunta minuciosamente orquestada entre la extrema derecha sueca y los servicios secretos sudafricanos que, según el libro, "odiaban a Palme por su activismo contra el régimen del apartheid" y su denuncia internacional sobre "el tráfico de armas destinadas a ese país a pesar del bloqueo impuesto por la ONU".
Como en las mejores tramas de intriga internacional, las investigaciones de Stocklassa, siempre guiadas por los papers de Larsson, lo llevaron hasta el ex espía Craig Williamson, una pieza clave en el entramado del magnicidio, al que entrevistó en el Congo.
El oscuro personaje tenía en su mochila un pesado historial. Ex comandante de la policía sudafricana, fue acusado, pero nunca condenado, de estar involucrado en una serie de bombardeos, robos, secuestros, asesinatos y propaganda en el extranjero patrocinados por el estado sudafricano durante la época del apartheid.
En el segundo día de interrogatorio, el ex espía quiso saber si el periodista tenía más preguntas para realizarle. El diálogo es el siguiente.
—La verdad es que sí tengo un par de preguntas más. Pero nos llevará un tiempo. Tengo un memorando que Stieg Larsson escribió sobre vos—. En Suecia se tutea.
—¿Stieg Larsson? ¿El autor de novela negra? —quiso asegurarse el ex espía.
—Escribió un memorando sobre vos y lo entregó a los investigadores del caso Palme a finales de 1997.
—¿A ver? —solicitó.
Después de leerlo, negó de manera enfática las acusaciones en su contra. Sostuvo -de manera acertada- que durante 30 años ni la Justicia sueca ni la Justicia de ese país lo buscaron o lo requirieron. Se reconoció como un hombre de derecha, que no le simpatizaba Palme, pero que no lo había matado ni había participado del magnicidio.
—¿Y quién mató a Palme? —quiso saber Stocklassa.
-Fue la llamada PKK (por los kurdos). Lo hizo por encargo junto con una mujer de Alemania Oriental, entre otros; estaba en Chipre para acusarme a mí de la operación.
Como era de esperar, uno de los hombres fuertes vinculado al régimen sudafricano, que mantuvo preso durante 27 años a Nelson Mandela para después convertirse en presidente de la nación de raza negra y Nobel de Paz, mentía.
La falsa pista del Partido de los Trabajadores del Kurdistán (PKK) ya había sido desacreditada casi 30 años atrás.
Esta primera línea de investigación estaba débilmente sustentada en que Palme había negado darle asilo al líder de la PKK, Abdullah Ocalan y aplicado medidas de control muy fuertes a sus simpatizantes en Suecia ya que se los consideraba -posiblemente de manera equivocada- terroristas.
En una noche, los uniformados al mando de Hans Holmer -quien se volvería en un afamado escritor de novelas policiales- habían detenido a 50 integrantes del partido del Kurdistán.
A la gigantesca redada, y que no tenía precedentes en Suecia, se la llamó Operación Alfa.
Los interrogatorios no llevaron a ningún lugar. En cambio se comió la reputación de los primeros investigadores que fueron el centro de todas las críticas.
El exespía finalmente contactó a Stocklassa -por entonces temeroso de que lo asesinen- con otra pieza clave en el sangriento puzzle, Bertil Wedin, hombre fuerte del ejército sudafricano, con quien también llegó a hablar, pero en Chipre.
Esos diálogos, volcados en el libro, son una de las bases de la reapertura de la causa judicial que tienen en la mira a los mismos hombres que el autor de Los hombres que no amaban a las mujeres (editorial Destino) había mencionado a los pesquisas suecos durante el primer año de instrucción de la causa pero que, quizás por presiones políticas, o complicidades internas, nunca se investigó de manera seria.
Según se relata en El legado, el sicario "debió de ser alguien facilitado por la extrema derecha sueca del que luego fuera fácil desprenderse".
El nuevo camino abierto hacia la verdad, Wedin, también un exagente del servicio secreto sueco y presunto integrante de un escuadrón de la muerte del apartheid sudafricano, sería el enlace entre el servicio secreto de ese país -por entonces a cargo de Pieter Willem Botha, conocido como "el cruel dictador racista"- y la infraestructura ofrecida por "grupos nazis suecos liderados por el activista Alf Enerström", uno de los principales impulsores de las campañas sucias que un año antes de su asesinato se realizaban en la prensa de ultraderecha contra el primer ministro.
Wedin salió al cruce de esas acusaciones: "No tengo nada que perder con la verdad. Por suerte para mí, hace mucho tiempo ha quedado claro que no soy un asesino".
En los papeles que Larsson guardaba en sus 20 cajas de cartón, también hay constancias de los 10 avisos que recibió la SAPO, el servicio secreto sueco, en los meses anteriores al asesinato y que alertaban de un complot contra Palme, y a los que nunca se le prestaron la menor atención.
Palme, socialdemócrata, tenía muchos detractores en Suecia, pero también era admirado y respetado en su país y en el mundo, sobre todo en Europa. Lo llamaban la "conciencia sueca" por su defensa a los más necesitados.
Stieg Larsson, quizás el periodista que sin poder ver el resultado de su tarea ayude a resolver el violento homicidio, era un socialista y luchador contra el fascismo.
No militaba en la fila de los adoradores del primer ministro, aunque sí lo respetaba y lo consideraba un "demócrata" que se había manifestado, por ejemplo, contra la guerra de Vietnam.
Stocklassa, por su parte, no publica su simpatía política, sí en cambio anunció al mundo que presentó toda la documentación "a los encargados del caso Palme" y que les hizo saber que el arma asesina que durante más de 30 años la Justicia de su país no pudo encontrar "podría hallarse en una caja de seguridad a nombre de Jakob Thedelin".
Pero ¿quién es este personaje del que nadie había escuchado hablar en tres décadas?
En uno de los mejores capítulos escritos, Stocklassa, el periodista describe como casi consigue una confesión del hombre que él identifica con la falsa identidad de Jakob Thedelin.
Para el escritor, esta persona sería la que presionó el gatillo de la Magnum que mató al político. Según describe, llegó a él a través de una mujer checa que era amiga de Thedelin en Facebook pero que no lo conocía.
A través de ella, Stocklassa consiguió su correo electrónico, se contactó con él presunto sicario, se citó en un bar y después de varias cervezas, y mientras lo grababa y filmaba, consiguió que prácticamente se involucrase en el homicidio.
La policía allanó su casa, pero el arma, si alguna vez estuvo oculta ahí, ya no estaba.
Según Stocklassa, y también Larsson, este misterioso hombre con nombre de fantasía está vinculado a la policía sueca.
Las investigaciones de los periodistas acreditarían que al menos diez policías, que odiaban al primer ministro, estuvieron, de alguna manera, involucrados, primero en el magnicidio, y después en el ocultamiento de pruebas e información para que durante, al menos más de tres décadas, el conmocionante asesinato permanezca impune.
Tan obsesionado estuvo Larsson durante su vida con el crimen de Palme que en su trilogía, Los hombres que no amaban a las mujeres, La chica que soñaba con una cerilla y un bidón de gasolina y La reina en el palacio de las corrientes de aire, al principal personaje femenino lo llamó Lisbeth Salander. Lisbeth, como la psicóloga y mujer de Olof Palme, la misma que el asesino también quiso matar, pero falló.