Alguien gritó algo así como "¡Ponganse las máscaras!", tal vez en inglés o italiano o en árabe. No se entendió muy bien. Pero todos sabíamos de qué se trataba. Corrimos a buscar esas horribles máscaras de gas que teníamos todos los corresponsales que estábamos bajo las bombas en Bagdad. Eran un elemento imprescindible para la supervivencia. Casco, chaleco antibala y esas pantallas con gomas ajustables que hacían difícil la visión y la respiración. Después de un rato en silencio, con las ridículas máscaras en nuestras caras, cruzamos miradas inquisidoras. ¿Quién gritó? ¿Qué pasó? Nada. Una gata que saltó y salió corriendo con su cría nos dio la respuesta. No se trataba de un ataque químico como el que estábamos esperando. Si la gata vive, nosotros vamos a poder respirar. Lentamente, nos fuimos quitando las máscaras. Sí, había un olor intenso. Tal vez de la cercana planta petrolera de Al Doura. Pero no un gas letal como el que tanto temíamos. Había muchos antecedentes de ese tipo de ataques por parte del régimen de Saddam Hussein. Los propios expertos de las Naciones Unidas nos habían advertido poco antes de abandonar Irak: no encontramos armas de destrucción masiva –ese había sido el argumento de Estados Unidos para atacar- pero vimos grandes cantidades de químicos letales. Es posible que los usen si se encuentran en una situación desesperada.
Tuvimos suerte. No los usaron. Las máscaras volvieron casi intactas y sirvieron para sortear gases lacrimógenos y gas pimienta en otras lides periodísticas. Pero los químicos estaban allí. Los fueron encontrando de a poco. De acuerdo a una investigación del New York Times, entre 2004 y 2011 las tropas estadounidenses hallaron más de 5.000 cabezas de explosivos cargados con sustancias químicas letales. Y en, al menos, seis ocasiones los soldados quedaron expuestos a gas mostaza que les quemó la piel y los ojos. Documentos secretos describen a 17 militares estadounidenses y siete iraquíes afectados y en estado grave, en uno sólo de los incidentes. El desarrollo de estas armas prohibidas después de las masacres que se cometieron con ellas en la Primera Guerra Mundial, continuó por años en Irak y muchos otros países. El amplio conocimiento para manejarlas fue pasando desde los científicos de la Muhabarat, la temible policía secreta de Saddam, hasta los jihadistas de Al Qaeda y el ISIS.
El martes pasado fue sentenciada a cadena perpetua en Bagdad la científica Abrar al-Kubaisi, que desarrolló armas químicas y biológicas para el Estado Islámico. Fue atrapada en la ciudad de Mosul por la Unidad de Inteligencia Falcon del ejército iraquí. Allí había levantado un laboratorio con elementos de un antiguo desarrollo de agentes saddamistas. Logró producir grandes cantidades de sulfuro de mostaza, cloro (chlorine) y risina. El primer ataque con esos químicos se produjo en noviembre de 2015 cuando una cantidad no determinada de soldados y oficiales del ejército iraquí murieron a causa de los gases arrojados por milicianos del ISIS. De acuerdo a un informe del centro de investigación de inteligencia, IHS Conflict Monitor, en 2016 se registraron 52 ataques de este tipo en Siria e Irak.
"La doctora Abrar al-Kubaisi era la figura más destacada de ese equipo, pero tenían muchos más biólogos, químicos y farmacéuticos trabajando en el ISIS y el proyecto era montar laboratorios móviles para poder ser usados en todo el territorio del califato o donde fuera necesario. Era algo así como una fábrica de municiones al pie del cañón", describió Abu Ali al-Basri, el jefe de Inteligencia y Contraterrorismo del gobierno iraquí.
A fines de 2017, las fuerzas estadounidenses habían capturado Sleiman Daoud Al-Bakkar, conocido como Abu Daoud y bautizado por el ISIS como "emir a cargo de la fabricación de armas químicas y convencionales". Dirigía un complejo farmacéutico de origen alemán que funcionaba en Mosul y lo transformó en una planta de elaboración de armas biológicas y químicas. Poco después, la aviación estadounidense destruyó la fábrica y se cree que allí murieron la mayoría de los científicos que había reclutado el estado islámico entre jóvenes europeos y africanos.
El último ataque registrado ocurrió en el pueblo de Taza Khurmatu, cuya población es mayoritariamente shiíta de origen turkmenestani. "Se escucharon explosiones y vimos unas nubes amarillentas. Había un olor raro. Y enseguida todos comenzamos a tener náuseas y vomitar. Algunos corrían a buscar agua, pero se caían porque ya no podían ver. Unas 30 personas fueron llevadas al hospital, muchas con quemaduras. Nadie murió. Los médicos dicen que no eran gases muy concentrados, pero hay que esperar porque es probable que tengamos problemas más adelante por las quemaduras internas", explicó a la radio VOA, Soran Jalal, jefe de Defensa Civil de Taza Khurmatu
De todos modos, los analistas militares creen que el ISIS no tiene capacidad para armar cabezas químicas para misiles con las que esparcir los agentes por un amplio territorio. "Se trata, más bien, de `material en crudo´ que se lanzaba en forma de polvo a morteros y cohetes de muy corto alcance", dijo una fuente de inteligencia. Pero cuando estos gases llegan a zonas urbanas pueden herir o matar a muchas personas. Esto ocurrió en septiembre del año pasado en la localidad de Qayyara, al sur de Mosul, donde cayó polvo de gas de mostaza provocando graves quemaduras a decenas de personas, incluyendo un grupo de chicos que jugaban un partido de fútbol.
De todos modos, el Pentágono se tomó la amenaza muy en serio. Repartieron 40.000 máscaras de gas entre las fuerzas iraquíes, 9.000 para los peshmergas (combatientes) kurdos y otras 1.500 entre las unidades especiales de investigación de las fuerzas occidentales. Todo, dentro de un paquete de más de 400 millones de dólares para la prevención de ataques químicos, que incluyen medicamentos para curar las heridas y las quemaduras internas en ojos, bocas, pulmones y riñones.
También existe temor de que, en algún momento, el ISIS pueda utilizar lo que se denomina una "bomba sucia" elaborada por materiales radiactivos. "Antes de abandonar Mosul y de perder el territorio de su califato, el ISIS se llevó material radioactivo de la Universidad de esa ciudad. Y varios milicianos capturados confirmaron que los jerarcas tenían planes de lanzar una bomba de gran poder sobre el enemigo", explicó Karl Dewey, un especialista en el tema de la revista de análisis de inteligencia Jane's.
Irak tiene una larga y lamentable historia de uso de armas químicas. Los kurdos recuerdan muy bien la matanza de la ciudad de Halabja. El 16 de marzo de 1988, los aviones del ejército de Saddam Hussein arrojaron bombas químicas contra zonas residenciales. Los ataques se prologaron durante toda la noche con agentes múltiples como cianógeno, gas mostaza y gases neurotóxicos. Murieron más de 5.000 personas. Otros miles resultaron heridos. Algunos de ellos tras tres décadas, todavía sufren por las consecuencias, el cáncer y otras enfermedades causadas por los gases tóxicos. El dictador ordenó el ataque contra Halabja en represalia por el apoyo, brindado por los combatientes kurdos a las fuerzas iraníes, en la guerra que desató Irak contra su vecino entre 1980 y1988. Cuando llegó al lugar el enviado especial de la agencia AFP, Michel Leclercq, describió al lugar como una "ciudad mártir". 'Ni un murmullo, ni un grito, ni un movimiento (…) Halabja parece congelada, inmovilizada por un sueño plomizo", escribió.
La ciudad "presenta las cicatrices de un bombardeo, pero las casas siguen en pie, las tiendas llenas de productos. Eso sí, no queda un alma viva desde que los aviones iraquíes lanzaron su veneno mortal", añadió.
En enero de 2010, el general Ali Hasan al Majid, apodado "Ali el químico", primo y hombre de confianza de Sadam Husein, fue sentenciado y ahorcado. Se lo considera el máximo responsable de la matanza de Halabja, pero nunca expresó remordimientos y dijo haber actuado por la seguridad de Irak. Dos años después, el gobierno iraquí entregó a las autoridades locales de la ciudad kurda la cuerda con la que fue ahorcado. El propio Saddam, fue condenado a muerte por la masacre con armas químicas de 148 shiitas en Dujail. También murió en la horca en 2006 sin que finalizara el juicio contra él por otro caso, el de Anfal, en el que se lo acusaba de genocidio de la población kurda por el uso de armas no convencionales. Inmediatamente después de la guerra de marzo-abril 2003, las fuerzas estadounidenses encontraron varios arsenales de artillería de 155, 152 y 122 milímetros cargadas con agentes químicos que ya habían perdido todo su poder dañino. Eran el remanente de miles de bombas fabricadas durante la guerra iraquí-iraní. Habían sido fabricadas en el complejo químico de Muthanna, cerca de la ciudad de Samarra, destruido por completo durante los bombardeos, dentro del programa secreto de la inteligencia saddamista denominado "Proyecto 922". Esos laboratorios habían sido levantados con la ayuda de científicos alemanes y dos compañías estadounidenses proveyeron de thiodiglycol y sulfuro de mostaza para la elaboración de los químicos.
La más destacada de las químicas de Saddam fue Huda Salih Mahdi Ammash, más conocida como "Miss Antrax". Ammash, obtuvo un doctorado en microbiología en la Universidad de Missouri en 1983. Su padre fue un destacado líder del partido Baath en la revolución de 1968 y se desempeñó como ministro y embajador iraquí antes de ser asesinado en la década del 80, supuestamente por órdenes de Saddam. En mayo de 2001, Ammash fue además la primera mujer que lideró un comando regional del partido Baath, como integrante del Consejo del Comando Revolucionario y se la acusó de ordenar la tortura de los colegas que no acataran sus órdenes. Y una de las más destacadas ingenieras genéticas y microbiólogas que desempeñó un papel clave en la reconstrucción de la capacidad iraquí para producir armas biológicas a mediados de los 90, cuando era jefa de los laboratorios microbiológicos militares. Uno de sus mentores fue Nasser Hindawi, a quien se considera fundador del programa de armas biológicas de Irak. Otra fue Rihab Taha, conocida como "Doctora Germen", y también sindicada como una de las creadoras de las grandes reservas de las armas biológicas iraquíes.
En los primeros meses de 2006, las tropas estadounidenses hallaron el arsenal más grande de armas químicas en desuso. Primero fueron 440 bombas del tipo Borak de 122 milímetros. Antes de finalizar el año, eran más de 700 las cabezas de misiles cargadas con agentes químicos. Y, de acuerdo a un informe presentado al comité de Fuerzas Armadas del Senado, en Washington, poco después se hallaron otros 2.400 "rockets" Borak enterrados en lo que se denominaba como Camp Taji, levantado sobre lo que había sido un cuartel de la policía secreta saddamista. También, varias carcazas de bombas M-110 de fabricación española e italiana. Se cree que una buena parte de ese arsenal fue a parar a las manos de la filial de la red terrorista Al Qaeda (Al Qaeda en la Mesopotamia) y que las utilizó durante los enfrentamientos que sostuvo hasta 2010 con las tropas estadounidenses. Al Qaeda tuvo también varios científicos famosos trabajando para ellos.
La química del ISIS, sentenciada esta semana, es apenas el último eslabón de una larga cadena de científicos iraquíes dedicados al desarrollo de agentes contaminantes para uso bélico. La mayoría, se utilizaron contra su propio pueblo. Con el tiempo, muchos civiles iraquíes y sirios fueron acumulando en sus casas máscaras antigas para intentar protegerse de los efectos de un probable ataque. Son un elemento casi hogareño. Ya hace mucho que no pertenecen sólo a la cultura de las fuerzas armadas o de los corresponsales de guerra. Siempre aparecen nuevos científicos dispuestos a trabajar para el mal.