Varios artículos de prensa dieron cuenta de la sorpresa y del malestar por esta extraña indiferencia oficial que contrasta con las conmemoraciones del Bicentenario, en 1969, durante la gestión De Gaulle-Pompidou.
La revista especializada Herodote señaló otro contraste: el del recuerdo que sí le dedicaron al célebre corso varios medios del mundo, citando como ejemplo la extensa crónica publicada por Infobae el pasado 16 de agosto.
"Hace 250 años nacía Napoleón: ¿por qué casi no hablamos de ello?" era el título de una tribuna en el diario Le Figaro, dos días antes del aniversario. Su autor, el diputado, ex ministro y referente del partido centrista Unión de Demócratas e Independientes, Yves Jégo, escribió: "En todo el planeta, Napoleón es incontestablemente la referencia más emblemática de la influencia francesa. (…) A dos siglos de su desaparición, sigue siendo el personaje de la historia contemporánea más conocido en el mundo".
"El pequeño corso, sin fortuna ni familia poderosa, convertido a fuerza de audacia y habilidad en Emperador de los franceses, hizo temblar, en apenas 25 años, todos los tronos y potencias del Viejo continente. Del Código Civil al Bachillerato, pasando por las prefecturas y el Banco de Francia, su herencia permanece extraordinariamente presente", resume Jégo.
Aunque admite que hubo facetas oscuras en su personalidad y trayectoria, el político condena la actitud de Francia que define como "negación de memoria" y que en su opinión, refleja "el sentimiento de un país avergonzado y sin raíces, que le da la espalda a su historia".
Jégo habla de "una Francia que renuncia, por temor a las polémicas y frente al diktat de los cultores del arrepentimiento, a la celebración de sus héroes", haciendo referencia a la tendencia en boga que lleva a muchos Estados a pedir perdón por acontecimientos pasados, a veces muy remotos, y que son juzgados desde el contexto presente, es decir con criterios por completo anacrónicos. Eso cuando no se trata de verdades a medias o leyendas negras.
Estas actitudes, sumadas al vaciamiento de los contenidos de la enseñanza de la historia en las escuelas, son para Jégo "signos inquietantes de una pérdida de sustancia de lo que constituye las raíces de la nación". Para colmo, creando un vacío que es ocupado por "héroes importados" cuya presencia genera, por reacción "un nacionalismo" o un "populismo" sin matices.
El ex ministro expresa de todos modos su esperanza de que el bicentenario de la muerte del Emperador, en 2021, "brinde por fin la ocasión a Francia de volver a fascinarse con su Historia y de celebrar dignamente, a través de Napoleón Bonaparte, a todos sus héroes".
Hubo excepciones a esta indiferencia oficial. En Niza, por ejemplo, uno de los muelles del puerto, donde Napoleón Bonaparte atracó muchas veces, fue bautizado con su nombre.
Y en Córcega, la patria chica de Napoleón, las celebraciones duraron tres días, del 12 al 15 de agosto, e incluyeron la presencia de descendientes del célebre corso -por parte de su hermano Jerónimo Bonaparte-, y la reconstrucción de su más célebre batalla, la de Austerlitz, en 1805.
Jean-Christophe Napoléon, tataranieto de Jerónimo Bonaparte, ironizó con que "todo hubiera sido mejor si el presidente (Emmanuel) Macron hubiera asistido", recordando que, en ocasión del bicentenario del nacimiento de su ilustre pariente, en 1969, el entonces presidente, Georges Pompidou, había presidido las ceremonias de homenaje.
El medio digital contestatario Boulevard Voltaire describió así los motivos por los que este 250° aniversario pasó sin pena ni gloria: "Es porque los dueños del mundo, de la Europa de hoy, que dictan su política a la nación más vieja de Europa, y cuya historia es la más prestigiosa, han decidido que este país debía ser definitivamente una nación secundaria o incluso dejar de ser nación. Los problemas que tenemos están directamente alineados con la genuflexión de Francia frente a los anglosajones, esos 'tenderos' como los llamaba nuestro pequeño corso".
"Recuerden que no hubo representación francesa para los 200 años de Austerlitz. Y en cambio, ¡hubo una fragata francesa en Trafalgar!", se indignaron. Es decir que en el año 2005 el gobierno francés se negó a participar de la conmemoración de una victoria, pero sí formó parte de la reconstrucción de su derrota naval a manos de los ingleses. Algo nunca visto.
El abogado y ensayista Régis de Castelnau es otro de los escandalizados frente al silencio oficial: "En Francia, ya no se ama a Napoleón; en fin, las élites no lo aman más. Imbuidas de moralina dulzona, y preocupadas por obedecer a las órdenes del indigenismo comunitarista, vuelven invisible a una figura que sin embargo no deja de fascinar al mundo entero". El comunitarismo es la tendencia a considerar a la sociedad como un damero de colectivos y minorías cuyos derechos con frecuencia están por encima del conjunto.
Castelnau le otorga "la palma de la hipocresía" al ex primer ministro Dominique de Villepin, autor de un libro admirativo sobre Napoleón ("Los cien días") pero que al mismo tiempo como Premier fue quien tomó la decisión de que Francia no participase de la conmemoración de la batalla de Austerlitz en 2005.
Pero algo similar sucede con Emmanuel Macron, que al asumir la presidencia se dijo emocionado por ocupar el mismo sitial que predecesores ilustres como Luis XIV, Napoleón o De Gaulle, pero ahora no estuvo a la altura de semejante bagaje histórico.
En 2010, las autoridades de la Isla Mauricio quisieron organizar una importante conmemoración en ocasión del bicentenario de la batalla de Grand-Port, que tuvo lugar frente a sus costas los días 20 y 27 de agosto de 1810, y que fue la única victoria naval de Napoleón contra los ingleses.
Castelnau, que fue el encargado de transmitir la invitación a su gobierno, se queja del destrato diplomático de Francia: "El gobierno de Isla Mauricio no recibió ninguna respuesta".
"Esta actitud (francesa) provoca estupefacción en el exterior -escribe Castelnau- donde en este momento la historia de Francia sigue teniendo importancia y sigue fascinando como siempre". Y agrega: "Mito o realidad, se dice que se han publicado más obras sobre Napoléon que los días que han transcurrido desde su muerte, lo que nos lleva hoy a una cifra superior a 72 mil…"
Castelnau destaca hasta qué punto Napoleón aceleró la historia como nunca nadie lo había hecho y en tan corto tiempo. Recuerda entonces la fascinación que el personaje produjo en tantas personalidades: contemporáneas, como Hegel, Goethe o Beethoven, pero también posteriores, como Roland Barthes que se maravillaba observando el daguerrotipo de Jerónimo Bonaparte, hermano de Napoleón, y decía: "Veo los ojos que vieron al Emperador".
"Pero en la Francia de hoy, entre nuestras élites aculturadas, o poseídas por el odio de si, no hay nada de eso, se trata 'el acontecimiento Napoleón Bonaparte' con ignorancia o con desenvoltura".
Castelnau apunta especialmente a la corrección política en boga, que lleva al ridículo de tratar a Napoleón de "blanco, racista y homófobo". Por ello denuncia "una voluntad de relectura de la historia de Francia destinada a denigrar un país al que se nos pide que no amemos".
La mecánica es la mentira o tomar el detalle por el todo. "Desgraciadamente encontramos en la actualidad los ecos de este enfoque entre los bienpensantes de juicio completamente anacrónico, cercano a la necedad, y que motiva las iniciativas más incongruentes".
Cita el ejemplo de una comuna del gran París, donde se quería nombrar "square Napoléon Bonaparte" a una nueva plaza, y un concejal comunista lo consideró escandaloso. El argumento fue que Aulnay-sous-Bois tiene muchos vecinos de origen africano y que Napoleón restableció la esclavitud por decreto en mayo de 1802.
Demagógico es el adjetivo más suave que le dedica Castelnau. La actitud "clientelística" de este concejal "insulta la herencia" de su propio partido, acusa el ensayista. Un partido, dice, "que no hacía diferencias étnicas entre la gente a la que defendía". Hubo un tiempo, dice Castelnau, en que en las escuelas del partido comunista se recomendaba a los militantes la lectura de dos libros sobre Napoleón publicados por Moscú. "Los rusos, soviéticos o no, estaban también fascinados con Napoleón y no sólo por haberlo derrotado", concluye.
Lo que también llama la atención es que la Revolución Francesa, con sus guerras civiles, sus interminables derramamientos de sangre, su caza de brujas y su Terror, goza de muy buena prensa en Francia, al revés que Napoleón, pese a haber sido éste quien puso fin a esos años de caos y de violencia sin freno.
La esclavitud había sido abolida por la Convención en 1794, pero la medida no llegó casi a tener efecto. Napoleón la restableció en 1802, algo que por otra parte iba con el espíritu de la época. Inglaterra abolió la trata de personas recién en 1807. Y fue el propio Napoleón quien la volvió a abolir, en 1815, medida que luego fue confirmada por la Restauración en 1817.
Otros lamentaron el "olvido" del aniversario de Napoleón porque éste hubiera podido ofrecer a Francia la oportunidad de sacar lecciones de la acción de "uno de los estadistas más grandes que conoció nuestro país". Existe una relación entre esa "negligencia" de la clase política respecto de la fecha y su incapacidad para sacar a Francia del bloqueo político, económico e institucional en que se encuentra.
Eso afirma William Thay en un artículo del think tank Le Millénaire: "La concepción bonapartista centrada en el mérito por el talento, la grandeza de Francia, la unión en torno a un destino común, la ambición reformadora y el voluntarismo político es una llave para sacar a Francia del marasmo en el que vive desde hace varios decenios".
En junio pasado, la revista L'Express recordó el frenesí de conmemoraciones del Bicentenario del nacimiento de Napoleón, en 1969, cuando acababa de renunciar Charles De Gaulle y Georges Pompidou había asumido para completar su mandato. El contraste con la actitud oficial de este año es patente.
En el 69 se produjeron varias películas -algunas lamentablemente quedaron en proyecto, como la de Stanley Kubrick- y el merchandising explotó. Hubo exposiciones, especiales de televisión, viajes por las rutas napoleónicas, espectáculos de luz y sonido, reconstrucciones, actos y desfiles. De todas partes del mundo, coleccionistas públicos y privados, más gobiernos e instituciones, enviaron objetos y documentos que pertenecieron a Napoleón o se vinculan con su historia para engrandecer las exposiciones. Hasta la Reina de Inglaterra prestó el acta de capitulación.
"En la escuela de la República, también se evocaba a Napoleón. En el patio en el recreo, los niños jugaban a la guerra haciendo de Murat, Davout o Ney", se recuerda en otra tribuna de Boulevard Voltaire, firmada por Georges Michel.
"La Francia de 1969 conmemoró dignamente este nacimiento del Emperador de los franceses -dice la nota-. El 15 de agosto, Georges Pompidou, rodeado de ministros, acompañado por el príncipe Napoleón presidió en Ajaccio las ceremonias conmemorativas (y) en su discurso, el Presidente dijo: 'Un hombre de este genio, de esta talla, viene a ennoblecer por su nacimiento y por su acción a toda una ciudad, a toda una isla, a toda una raza y a toda una nación'". "Digan eso hoy", desafía Michel.
"En la misa del 15 de agosto, vimos a Georges Pompidou arrodillado. Hagan eso hoy", desafía nuevamente, en referencia al anticlericalismo en boga.
Su conclusión: "Napoleón no habría muerto en 1821 en Santa Helena sino entre 1969 y 2019, en algún lugar de Francia, en una localidad llamada Arrepentimiento".
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