En Afganistán, la paz es un estado muy efímero. En la antigüedad, la estabilidad en la región podía durar algunos siglos. La Pax Iranica impuesta por Ciro, el rey persa, duró unos 200 años. Pero la conquista de Alejandro Magno fue de apenas 50 años. Los mongoles de Gengis Khan permanecieron cientos de años, pero siempre en luchas internas. Más cerca en el tiempo, los británicos estuvieron ocho décadas, también en constantes guerras. Tampoco duraron las reformas modernistas del rey Zahir Shah, ni las de los comunistas que tomaron el poder después de años de enfrentamientos. Y el mismo carácter indómito de los afganos se impuso sobre el ejército estadounidense desde que invadió el país en 2001.
Estados Unidos sufre en Afganistán la guerra más prolongada de su historia –más que la Primera Guerra Mundial, la Segunda y la de Corea sumadas-. Sin ningún éxito, intenta desde hace años llegar a un acuerdo con las diferentes facciones para retirarse. Finalmente, en los últimos meses negoció con los Talibanes y antes de octubre se preveía la firma de un tratado de paz con salida de las tropas. Pero, como en los últimos 3.000 años de historia en este país, hay un nuevo ejército dispuesto a guerrear para quedarse con el poder en este terreno yermo a los pies de la cordillera del Hindu Kush. Esta vez son los extremistas islámicos del ISIS, el Estado Islámico o Daesh en árabe.
El grito más claro de guerra lo lanzó el ISIS el último fin de semana cuando uno de sus milicianos se hizo explotar dentro de un salón de fiestas donde se celebraba el casamiento de una pareja de la minoría hazara, mayoritariamente shiíta. Dejó cerca de 80 muertos y 180 heridos. Fue el ataque más letal, pero atentados menores se suceden permanentemente, particularmente en el sureste del país, en la provincia de Nangarhar, con su mítico y estratégico Khyber Pass que une Afganistán con Pakistán. Ese es territorio del ISIS cuyos milicianos se mueven con cierta libertad entre la ciudad afgana de Jalalabad y la paquistaní de Peshawar. No muy lejos de allí fue por donde huyó hacia las montañas, a fines de 2001, Osama bin Laden.
"El Daesh (ISIS) vino a reemplazar a los talibanes", explicó al New York Times Abdul Rahim Muslimdost, un clérigo sunita que estuvo confinado en el campo de detención estadounidense de Guantánamo. Muslimdost fue uno de los líderes religiosos que ayudó a crear la rama del Estado Islámico en Afganistán. Está compuesta, principalmente, por ex talibanes paquistaníes y afganos. Asegura que se alejó del grupo porque había sido infiltrado por los servicios de inteligencia de Pakistán. El gobierno de Islamabad tiene desde hace años una política de "profundidad estratégica", por la que ejerce influencia en Afganistán a través de diferentes facciones armadas. La presión internacional hizo que los paquistaníes dejaran de proteger a los talibanes y se comprometieran en el proceso de paz. Pronto los reemplazaron por los milicianos que huyeron del califato que habían levantado en Siria. El gobierno afgano cree que los talibanes, el ISIS y los agentes paquistaníes son parte de la misma trama. "Terminan actuando por los mismos intereses. Ya no importa mucho si el atentado es de uno u otro lado. Los talibanes reivindican ataques del Daesh y viceversa. Y tienen la ayuda para escapar a la retaguardia en nuestro país vecino", dijo en Kabul la última semana, Massoud Andarabi, ministro del Interior afgano.
Los funcionarios estadounidenses aseguran no tener evidencias concretas de la ayuda paquistaní a los extremistas islámicos, pero que se les permite permanecer escondidos en ese territorio mientras no trasladen la violencia. Sher Mohammad Karimi, un ex jefe retirado del ejército afgano, dice que se está utilizando al ISIS como se usó antes a los talibanes. "Es un hecho que Pakistán quiere un gobierno débil en Afganistán para que pueda cumplir sus objetivos estratégicos", dijo Karimi al NYTimes. "Pero defender este país es nuestra responsabilidad, y debemos preparar nuestras fuerzas".
Desde Washington, los estrategas del Pentágono hablan de un peligro latente producido por la retirada de los talibanes de algunas zonas y la entrada allí del ISIS. Y creen que deben vigilar muy de cerca la situación manteniendo unidades antiterroristas en Afganistán, de modo que los ataques como los de Al Qaeda en 2001 no puedan repetirse. Al Qaeda tenía varios campos de entrenamiento en territorio afgano durante el régimen de los talibanes.
Rusia e Irán, dos naciones con intereses históricos en Afganistán, creen que el ISIS es un "invento" de Washington que ahora, como un Frankenstein, se convirtió en un monstruo que se dio vuelta en su contra. "La cantidad de terroristas de ISIS en Afganistán se triplicó desde 2016, hasta alcanzar la cifra de casi 6.000 yihadistas", declaró el comandante del Distrito Militar Central de Rusia, Alexandr Lapin. Al mismo tiempo, según el militar ruso, "la actividad terrorista de los talibanes en Afganistán creció un 30% en comparación con el primer semestre de 2018". Por su parte, el director adjunto del Servicio Federal de Seguridad de Rusia (FSB), Serguéi Smirnov, dijo que el grupo terrorista busca crear en Afganistán su nuevo califato. "Teniendo en cuenta las bajas que sufrió en Siria e Irak, ISIS está obligado a buscar vías para crear nuevos centros de apoyo logístico y eso es lo que está haciendo en el norte de Afganistán. Esto representa, a corto plazo, la principal amenaza a la seguridad regional", comentó durante la reunión del Consejo de la Estructura Antiterrorista de la Organización de Cooperación de Shanghái (OCS). El Kremlin dio a conocer un informe en el que detalló que el Estado Islámico está activo en 24 distritos afganos a lo largo de la frontera con Pakistán. Y se sabe que la agencia de inteligencia afgana desmanteló células del ISIS que operaban en las universidades y reclutaban jóvenes entre la élite educada de Kabul.
Muslimdost, el clérigo que ayudó a crear la rama afgana del ISIS le aseguró al reportero del NYTimes que lo entrevistó: "Recuerde mis palabras: Si hay un acuerdo con los talibanes, y se convierten en parte del gobierno, Pakistán ya tiene listo el reemplazo para ellos. Continuarán esta guerra en Afganistán en nombre del Estado Islámico".
En tanto, en Doha, la capital qatarí, se inició esta semana la novena ronda de conversaciones de paz entre los talibanes y Washington. Lo que está en juego es la salida de los 14.000 soldados estadounidenses y los 17.000 de otros países de la OTAN a cambio de que los talibanes se comprometan a llegar a un acuerdo de gobernabilidad con el actual presidente Abdullah Abdullah y no permitir que se utilice Afganistán como base para lanzar ataques en Occidente. De las conversaciones participa el enviado especial de la Administración Trump, Zalmay Khalilzad, y el general Scott Miller, el jefe de las fuerzas estadounidenses en territorio afgano. Un portavoz de la delegación aseguró que "el acuerdo de paz está muy cerca". Pero inmediatamente aclaró que "lo que queda por resolver es qué van a hacer los Talibanes con sus `hermanos´ del ISIS".