Más adelante este mes, una flotilla de barcos remolcadores saldrán de Múrmansk, un puerto ubicado al extremo noroeste de Rusia. Remolcarán al Akademik Lomonosov, una planta nuclear flotante. Estos barcos viajarán 5955 kilómetros al este hacia Pavek, un puerto remoto al noreste del país. Allí, los dos pequeños reactores de la planta proporcionarán energía a hogares y también a operaciones de minería y perforación.
Es un proyecto audaz y costoso; además, parece que apenas es el comienzo. China tiene contemplado hacer el lanzamiento de 20 plantas nucleares flotantes en la próxima década. Los inversionistas estadounidenses esperan poder construir una línea de ensamblaje en Corea del Sur para producir reactores asequibles, transportados por mar.
No obstante, preocupa que las regulaciones no han mantenido el ritmo de los avances tecnológicos. La respuesta poco comunicativa de funcionarios rusos a la fatal explosión de un misil crucero de propulsión nuclear cerca de Moscú a finales de la semana pasada es prueba de lo que está en juego. No es difícil imaginar los catastróficos resultados si se estaciona un reactor nuclear en una zona de tsunamis, una línea de tráfico congestionado o una región vulnerable al terrorismo o la piratería. Debe ser una prioridad establecer nuevas normas globales rápidamente.
La idea de energía nuclear en el mar ha existido desde el principio de la era atómica. Los reactores en tierra son extravagantemente costosos y toma años construirlos —hasta décadas. Requieren diseños personalizados, grandes superficies, un suministro de agua continuo y múltiples capas de revisión regulatoria. Un gobierno sin experiencia nuclear previa usualmente necesita entre 10 y 15 años antes de iniciar la operación de un nuevo reactor.
En contraste, los reactores flotantes son mucho más pequeños y el objetivo es que sean modulares, lo que reduce el costo de manufactura y despliegue. Al ubicarlos en el mar, ya no hay necesidad de espacios terrestres y se logra ofrecer energía a áreas remotas, subdesarrolladas o arrasadas por desastres. Rosatom Corp., el gigante de la energía nuclear tras el Akademik Lomonosov, firmó recientemente un memorando de entendimiento para proporcionar a Sudán su propio reactor flotante.
La primera y única planta hasta ahora de esta índole fue el MH-1A, una plataforma flotante diseñada por el Cuerpo de Ingenieros del Ejército de EE.UU. En 1968, fue enviado al Canal de Panamá cuando la sequía agotó la capacidad de generación hidroeléctrica de la zona y amenazó la operación. El MH-1A mantuvo la operación del canal durante ocho años, hasta que el Cuerpo decidió que era muy costoso continuar.
La oposición pública y la escasez de clientes condenaron los proyectos de mediados de la década de 1970 encabezados por Westinghouse Electric Co. de construir una planta nuclear flotante del tamaño de una isla frente a Nueva Jersey. Funcionarios soviéticos contemplaron durante mucho tiempo la idea de utilizar plantas nucleares móviles para suministrar energía a las regiones escasamente pobladas del norte y este de Rusia, pero nunca lo llevaron a cabo.
El costo sigue siendo un desafío. Cuando se colocó la quilla para el Akademik Lomonosov en 2007, Rosatom esperaba que su diseño compacto pudiera replicarse de manera relativamente económica. Sin embargo, años de excesos y demoras (algunos causados por la incierta situación económica de Rusia) han elevado el costo del proyecto por encima de los US$480 millones. La producción en masa parece poco probable.
China podría tener mejor suerte. Su primera planta flotante está actualmente en construcción para su despliegue en 2021, y más seguirán. A diferencia de Rusia, a China no le faltan recursos para dedicar al proyecto. Más importante aún, sus reactores marítimos se basan en diseños terrestres ya exitosos. Entretanto, los desarrolladores chinos están colaborando con la industria petrolera costa afuera del país, que espera utilizar la energía nuclear para expandir la exploración y perforación en el mar del Sur de China. Dado el interés de China en dominar esa región en disputa, cualquier inquietud de costos se ignora fácilmente.
Los problemas de seguridad son otro asunto. Los defensores argumentan que, en caso de accidente, el agua de mar podría enfriar un reactor flotante dañado hasta que llegue la ayuda necesaria. Pero un desastre por el estilo de Chernóbil igual contaminaría el océano, tal vez por miles de kilómetros, y afectaría a pesquerías y comunidades costeras.
Del mismo modo, un reactor que se desata durante una tormenta podría llegar a tierra y contaminar de manera generalizada áreas pobladas. Peor aún, desplegar reactores flotantes en una zona en disputa, como el mar del Sur de China, los convertirá en un objetivo en caso de conflicto.
Tales preocupaciones no impedirán que China o Rusia envíen reactores móviles a aguas que afirman como propias. Sin embargo, según los términos de la Convención sobre Seguridad Nuclear de 1994, deben cumplir con los estándares de diseño, construcción y operación de instalaciones nucleares civiles, y presentar informes periódicos sobre sus programas nucleares para revisión por parte de otros países. No hay razón para que el tratado, que aplica solo para reactores terrestres, no se pueda modificar para incluir también instalaciones en alta mar.
Como mínimo, eso crearía una línea base de seguridad para esta nueva tecnología y garantizaría algún tipo de supervisión para la comunidad de naciones nucleares sobre la implementación. Si esto no disipa por completo las preocupaciones sobre un "Chernóbil flotante", podría al menos reducir las probabilidades de tal desastre.
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