Las banderas nacionales que ondean entre los pasillos comerciales del Maravillas, uno de los últimos grandes mercados tradicionales de Madrid, son un símbolo de los cambios migratorios que ha experimentado desde finales del siglo pasado la capital de España. Hoy el amarillo, azul y rojo venezolanos son casi tan visibles como la rojigualda española. La inmigración de esa nación es la que más ha crecido en el último año: en la capital viven 66.000 de los más de 250.000 venezolanos que hay en el país.
"Este mercado se ha convertido en los últimos tres años en nuestro lugar de encuentro, los sábados nos reunimos con la familia para almorzar o comprar productos que nos recuerdan a nuestra patria ", dice Ángel, a quien conocen como 'El Maracucho' (el apelativo que reciben los oriundos de Maracaibo), igual que el nombre que le puso a su puesto donde vende desde quesos venezolanos (llanero y palmita son los más codiciados) hasta tequeños congelados, dulce de guayaba, frijoles negros, leche en polvo, harina pan, suero o nata criolla.
Fundado en 1942 en Tetuán (un barrio céntrico y de los más diversos de Madrid, con una extensa población latina), el Maravillas es un edificio inmenso (la administración sostiene que es el mercado más grande de Europa) donde entre semana se escenifica un trasiego continuo de gente que vive por la zona y viene a comprar pescado, fruta, carne o embutido. "Poco a poco, negocio a negocio y con mucho esfuerzo, los venezolanos hemos ido ganando nuestro lugar", comenta Ángel.
Actualmente ocupan el 10% del espacio: de los casi 200 comerciantes del mercado, ya hay una veintena de venezolanos. Las historias que cuentan las personas detrás de cada puesto presidido por una bandera tricolor se repiten: como Ángel, muchos tenían empresas en Venezuela pero el régimen de Nicolás Maduro se las expropió, tuvieron que dejar todo y migrar a la fuerza.
"Los que llegamos aquí somos profesionales con ganas de trabajar y salir adelante pero no siempre es fácil", comenta Kelvin, quien regentea 'Punto Criollo' junto a su mujer Mariangélica. Cuenta que el problema no son los permisos legales sino los costes. "En nuestro caso tuvimos que buscar un socio español porque el cambio entre el bolívar y el euro es bajísimo".
Apenas lleva siete meses trabajando en el Maravillas y ya se conoce todos los puestos. "Entre los venezolanos nos llevamos bien, hay un sentimiento de solidaridad", dice. Aunque el mercado cierra tres horas y media (coincidiendo con la tradición de la siesta española), Kelvin y su esposa apenas descansan desde que entran a las siete de la mañana y se van pasada la medianoche.
"El espacio es chiquito así que aprovechamos para preparar los alimentos y bebidas cuando no hay clientes", dicen, y es verdad que casi tienen que estar espalda con espalda en su pequeño puesto. Sus productos estrella son (además de las arepas) la cachapa, una tortilla de maíz con un relleno a base de queso de mano y carne o pollo mechados o chicharrón, y los vasitos de chicha, una bebida refrescante que elaboran con cinco tipos de leche diferente, arroz y hielo picado.
Los comerciantes venezolanos estiman que un 50% de sus clientes son compatriotas, un 30% locales y un 20% de múltiples nacionalidades. Pero los venezolanos se quedan más tiempo merodeando en los puestos. Cuando estás lejos de tu patria es reconfortante encontrar un lugar que te recuerde a los tuyos", dice Kelvin.
La señora Dorita, pionera con acento peruano
A principios de este nuevo siglo, el Mercado de Maravillas era muy diferente. Entonces escuchar entre los bulliciosos pasillos algún acento extranjero no era tan común. La señora Dorita fue una pionera que hace 15 años montó aquí su negocio. "Me tocó pelearme con todos, me hacían la vida imposible por ser latina y por ser mujer: no les gustaba que el puesto fuera de mi propiedad. Hoy las cosas por suerte cambiaron, ya casi todos somos latinos", dice.
Dorita nació "en las selvas del Perú" -dice ella- y llegó a España hace tres décadas. Vive en este barrio desde siempre pero aún no se acostumbró a la nostalgia. "Echo de menos mi tierra, claro, es tu país, tu sangre, si hubiera trabajo allá no estaría aquí en Madrid", comenta sin parar de moverse: ahora friega unos cacharros en un pequeño lavadero, luego llena un cuenco de chicharrones para un señor que pidió una cerveza Cusqueña y mientras baja el volumen de la radio donde suena una novela peruana.
Su puesto 'La Caleta de Dorita' es espacioso, una barra amplia donde sirve con la ayuda de su hija ceviches, papa a la huancaína, tamales… Recuerda la época no tan lejana cuando tenía que inventarse algo cada semana para conseguir los productos para cocinar. "A una le tocaba ir a grandes supermercados bien costosos o esperar a que me lo trajeran de allá del Perú. Ahora en el mercado ya venden de todo, no me tengo que mover", dice con una sonrisa.
A un par de puestos a la derecha del de Dorita, en el corredor al fondo del mercado donde se concentran los venezolanos, está la tienda de fruta del dominicano Álex, quien trata de llamar la atención de la comunidad latina con carteles en letras mayúsculas en los que anuncia sus productos: hojas de plátano, auyamas, cilantro, machos verdes, ñame, yuca, ají dulce, habanero picante…
"El rey de la casa es este ejemplar", dice sosteniendo un aguacate inmenso y brillante. "Los españoles se asustan, dicen que es muy grande. Entonces les doy una rodaja y les encanta, los compran de a cuatro o de a cinco. Cuando uno prueba el producto dominicano ya no quiere otra cosa", bromea guiñando el ojo.
Desde hace unos pocos meses hay una nueva bandera en el Mercado de Maravillas de Madrid: la colombiana que ondea en el puesto 'Cafeteros' de Gustavo. En torno a su barra se reúnen varios compatriotas. "¿Dónde consigue la guanábana, señor?", le preguntan. "Un amigo de Colombia me las trae, acá están bien caras", dice mientras una música de vallenato sale de un parlante.
El puesto 'Cafeteros' remarca la diversidad que hoy representa este mercado de toda la vida en la capital de España y la convivencia entre varias culturas. Además de la infinita lista de jugos recién hechos (los hay de guanábana pero también de mango, maracuyá o tomate de árbol) y de delicias colombianas como las empanadas con ají, la papa rellena o el pan de bono, también ofrece raciones típicas españolas como la oreja a la plancha o el gazpacho. "Esas las prepara mi novia, que es de acá", explica orgulloso Gustavo.