Del KGB a las fake news: cómo influir sobre las personas y envenenar la democracia

Tras el fin de la Guerra Fría y el fracaso comunista, Rusia explotó los microintereses que hoy encajan perfectamente en las redes sociales en el mundo entero. "This is Not Propaganda", de Peter Pomerantsev, es el libro de un corresponsal en el frente de la guerra informativa

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El presidente ruso Vladimir Putin está en el centro de la guerra informativa, argumentó el nuevo libro de Peter Pomerantsev “This Is Not Propaganda” (Reuters).
El presidente ruso Vladimir Putin está en el centro de la guerra informativa, argumentó el nuevo libro de Peter Pomerantsev “This Is Not Propaganda” (Reuters).

Tú eres una persona y vives en un país. Atesoras, por ejemplo, tu intimidad; crees que tu nación limita con otras, o con un elemento natural como el mar o una cadena montañosa.

Es posible que haya sido así alguna vez —generaciones crecieron en ese mundo— pero ya no.

Un mapa físico y político, por ejemplo, es "menos importante que los nuevos mapas de los flujos de información", explicó Peter Pomerantsev en su inquietante libro This Is Not Propaganda: Adventures in the War Against Reality (Esto no es propaganda: aventuras en la guerra contra la realidad).

No hay fronteras como las del TEG. "Tomas una palabra clave, un mensaje o una narrativa y la ubicas en el conjunto siempre creciente de datos del mundo. El analista entonces identifica la gente, los medios, las cuentas de redes sociales, los bots, los trolls y los cyborgs que impulsan o interactúan" con esos términos. Así en 2016 el slogan "Métanla en la cárcel", contra Hillary Clinton, reveló un mapa donde los agentes del Kremlin en San Petersburgo y un votante Wisconsin estaban en el mismo espacio en realidad.

De manera equivalente, tú crees que tienes cosas privadas, como tu propio cuerpo. Sin embargo, "la pesadilla potencial de los nuevos medios es la idea de que nuestros datos pueden saber de nosotros más de lo que nosotros mismos sabemos, y que eso luego se usa para influirnos sin nuestro conocimiento". No se trata de que Cambridge Analytica haya tenido fotos de tus partes íntimas: se trata de que pudo predecir qué hacías con ellas y cómo eso se podía usar para influir tu voto.

Los flujos de información establecen mapas que permiten una influencia extrema sobre los individuos (Getty Images)
Los flujos de información establecen mapas que permiten una influencia extrema sobre los individuos (Getty Images)

"¿No es eso la democracia, cuando le das a la gente lo que quiere?", preguntó Nigel Oakes a Pomerantsev en una entrevista para el libro.

Oakes es el fundador de Strategic Communication Laboratories (SCL), la nave madre de Cambridge Analytica. "Su sueño, repitió varias veces, era crear el arma definitiva de influencia. Como cualquier arma, argumentó Oakes, se podría usar para bien o para mal", lo citó el autor. Pero no para condenarlo. This is Not Propaganda no es un cuento moral sino un despacho de un corresponsal en el frente de la guerra informativa que, sin que sea fácil identificar el sonido de un tiro, se libra en este momento.

Como investigador de la conducta, Oakes hizo un viaje a Moscú en 1990, en la agonía de la Unión Soviética. Cuando lo invitaron a un tour por un centro de investigación de la KGB, se quedó boquiabierto: hacían pruebas de control en pueblos enteros para comprobar hipótesis sobre persuasión. Al regresar al Reino Unido y fundar SCL, pensó que le lloverían ofertas. Pero nadie entendía lo que quería vender: ¿invertir meses en cambiar la conducta en un pueblo entero para vender un chocolate, un detergente o un auto?

Alexander Nix, jefe ejecutivo de Cambridge Analytica, en una conferencia en 2016 (Bryan Bedder/ Getty Images/ Concordia Summit)
Alexander Nix, jefe ejecutivo de Cambridge Analytica, en una conferencia en 2016 (Bryan Bedder/ Getty Images/ Concordia Summit)

En 2008 Alexander Nix se sumó al equipo. Pronto CA exploraría el potencia de sus "psicográficos", o mapas de datos que trazan perfiles de votantes, en el Reino Unido y Estados Unidos.

"Rusia, con sus escuadrones de redes sociales, acecha esos mapas", argumentó Pomerantsev. La razón es sencilla: experiencia previa. La guerra informativa es una consecuencia adaptativa, dijo Pomerantsev, de haber perdido la Guerra Fría. Caídas las certezas del comunismo llegaron las promesas de la democracia y el desarrollo. Y colapsaron tempranamente.

Ante el vacío de significados—el comunismo no funcionaba, el liberalismo no funcionaba— la sociedad se fragmentó en pequeñas identidades: nacionalistas, ortodoxos, bolcheviques, liberales. Pero a pesar de sus diferencias profundas, todos estaban unidos por un hilo, la decepción de vivir sin esperanzas, en "un presente sin futuro".

¿Quién quiere informarse si el futuro va a ser peor?

Gleb Pavlovksy, quien había trabajado en la campaña de Boris Yeltsin, encontró que para las elecciones tras la crisis, las de 2000, los términos habituales de la izquierda y la derecha no influían sobre nadie. Probó con otros, más básicos.

"Pavlovsky unió a todos los que sentían que habían saliendo perdedores en los años de Yeltsin, los que se habían quedado atrás, y les insufló el sentimiento de que esta era su última oportunidad de ser ganadores". Así se unió gente que en tiempos de la URSS habían estado en trincheras opuestas. Votaron a Vladimir Putin.

Mientras tanto, en Occidente, la prosperidad solo llegaba para el 1% y la libertad llevada a Irak causaba muerte. También allí el mundo mejor que prometía el final de la Guerra Fría se desvanecía. Y si no había un futuro mejor, ¿quién querría enterarse de cómo iba a ser? ¿Quién querría saber que sus hijos serían más pobres, o serían masacrados?

Entraron entonces en escena los videos de mascotas en las redes. Y los populismos: "El político que hace un espectáculo de rechazar los hechos, el que valida el placer de perorar sin sentido, el que se concede la indulgencia de una liberación total y anárquica de la coherencia, de la realidad penosa, se vuelve atractivo", describió Pomerantsev.

Manual de influencia del KGB

"Hoy la conversación sobre la Guerra Fría ha sido reemplazada por la guerra informativa. Mi oficina tiene pilas de gruesos informes y ensayos sobre 'La manguera de falsedades del Kremlin' y 'La Línea Maginot digital'. He escrito sobre 'El uso de la información como arma' y 'Cómo ganar la guerra informativa'", agregó.

En la investigación para su libro tropezó con un manual ruso, Operaciones de la guerra informativo-psicológica, dirigido a "estudiantes, tecnopolíticos, servicios de seguridad estatales y funcionarios". Explicaba la manera de distribuir "una radiación invisible" sobre sus objetivos. "La población no siente siquiera que se está actuando sobre ella. Así que el estado no activa sus mecanismos de autodefensa".

Es algo más profundo que imponer a un candidato o hundir a otro. "Cuanto más profundizaba en la literatura rusa sobre la guerra informativa, más me parecía no ser ya una herramienta de política exterior sino una cuasi-ideología, una cosmovisión".

Dio como ejemplo las elecciones presidenciales estadounidenses de 2016: "Cuando uno escucha tantas historias sobre cuentas falsas que parecen apoyar la libertad y los derechos civiles, pero que en realidad resultan ser fachadas de gobiernos extranjeros como Rusia, uno comienza a sospechar de todo lo que encuentra en línea: ese afiche de los derechos civiles estadounidenses, ¿viene en realidad de San Petersburgo?".

Se desconfía del afiche, se desconfía de las noticias: ¿cómo distinguirlas de las fake news? Se desconfía de las protestas en Ucrania — ¿será real la masacre o será una operación de influencia encubierta?— a tal punto que Putin puede decir que nunca envió soldados rusos y luego condecorarlos por su misión, sin consecuencia.

El caso de Filipinas

Pomerantsev citó el trabajo de Jonathan Ong, de la Universidad de Massachusetts, sobre la "arquitectura de desinformación" que se montó en Manila cuando la campaña de Rodrigo Duterte hizo eso: invirtió recursos para contratar un ejército de influencia.

Rodrigo Duterte, presidente de Filipinas. También se sirvió de granjas de trolls para influir en el electorado (Reuters)
Rodrigo Duterte, presidente de Filipinas. También se sirvió de granjas de trolls para influir en el electorado (Reuters)

En la cima se hallan los "arquitectos en jefe" del sistema, que provienen de empresas de publicidad y relaciones públicas. Debajo siguen "los influencers, comediantes en línea que, entre publicaciones de sus bromas, se burlan de los políticos opositores". Y en la base se ubican los que Ong llamó "los operadores de cuentas falsas comunitarios", call-centers con turnos que cubren las 24 horas del día con personas que publican en las redes como docenas de usuarios inexistentes.

Todos cobraban por lo que hacían: era un trabajo. "Ninguno, en ningún nivel, describió su actividad como trolear o crear noticias falsas", destacó Ong.

El resultado, según las organizaciones internacionales de derechos humanos, fueron 12.000 muertos, entre ellos 54 niños, ninguno de los cuales tuvieron juicio que confirmara si eran delincuentes. Las hordas se orientaron entonces a las periotutas, como llamaron a los medios que no apoyaban a Duterte.

Uno de esos medios, Rappler, identificó 26 cuentas falsas que lo atacaban (y los ponían en peligro: llegaban a 3 millones de personas). Un día encontraron la número 27.

Así son los mapas importantes del mundo de hoy: un diagrama de Twitter, por ejemplo (Benedikt Koehler: beautifuldatanet)
Así son los mapas importantes del mundo de hoy: un diagrama de Twitter, por ejemplo (Benedikt Koehler: beautifuldatanet)

Compartía frenéticamente noticias sobre política filipina. Como un experto en diplomacia, su administrador antes había posteado sobre Irán, sobre Siria, sobre España y Cataluña. Había un conflicto y el troll decía "presente". "Fue un pequeño recordatorio de que la experiencia de Rappler era un frente en un fenómeno vasto, global", interpretó Pomerantsev.

Y señaló que el handle del troll empezaba con @Ivan.

La granja del Kremlin

El otro caso que contó Pomerantsev fue el de la periodista Lyudmila Savchuk, quien infiltró la granja de trolls de Internet Research Agency (IRA) en Rusia. "En 2015 una antigua colega le preguntó si quería ser parte de un proyecto 'para beneficio de la patria'. Estaba armando equipos especiales y necesitaba gente que escribiera bien", presentó.

Luego de acordar con dos periódicos independientes la publicación de su historia, Savchuk entró al edificio de cuatro pisos en un suburbio de San Petersburgo y se asombró de que no estuviera llena de espías sino de periodistas. La explicación fue sencilla: "Les habían ofrecido varias veces más que un salario normal promedio, y un empleo estable".

Uno de los avisos que Internet Research Agency, firma vinculada al Kremlin, pagó en Facebook durante la campaña 2016 en EEUU (Comité de Inteligencia de la Cámara de Representantes)
Uno de los avisos que Internet Research Agency, firma vinculada al Kremlin, pagó en Facebook durante la campaña 2016 en EEUU (Comité de Inteligencia de la Cámara de Representantes)

Cada día Lyudmila y sus colegas recibirían documentos con artículos políticos y las conclusiones que debían sacar de ellos: "que la Unión Europea no era más que un vasallo de los Estados Unidos, o que Ucrania, que Rusia había invadido, estaba gobernada por fascistas. Quedaba a su cargo cómo integrar estas conclusiones en el blog de Cantadora", la astróloga ficticia que le había tocado crear. Para eso le pagaba Yevgeny Prigozhin, dueño de IRA, quien brindaba servicios de catering al Kremlin y conocía a Putin desde los 90.

Marcos Bastos, un académico brasileño en London City University, analizó 20 millones de tuits de los movimientos en Turquía y Medio Oriente enviados entre 2009 y 2013. Y luego del escándalo Cambridge Analytica analizó protestas en Brasil, Venezuela y España para ver qué hacían entonces las cuentas enmascaradas del Kremlin. Las encontró.

"Habían estado todo el tiempo, desde la cima de la 'tercera ola de democratización'. Aun cuando las primeras protestas se sucedían en Brasil, Venezuela y España, el Kremlin ya experimentaba con las posibilidades de penetrarlas y explotarlas", sintetizó el libro.

En 2012 las cuentas títeres del Kremlin no hacían nada espectacular, solo se colaban, fertilizaban el e-terreno. "Cuando indagó un poco más profundamente, encontró que algunas cuentas habían sido creadas en 2009 incluso, aunque era otra cuestión saber si habían salido de la granja de trolls o si las habían comprometido luego".

Bastos se acordó de él mismo en 2013, dando una conferencia en la Escuela Superior de Economía de San Petersburgo, sobre "cómo la influencia en los movimientos digitales de protesta no se lograba mediante un puñado de influencers importantes con muchos seguidores sino con muchos pequeños que se comuniquen incesantemente".

De Moscú a Beijing

Pomerantsev empleó la historia familiar para contar lo que sucede hoy. Hijo de un poeta y una documentalista disidentes en la URSS, recordó que mientras el KGB perseguía a sus padres ciertos analistas rusos vinculados al poder denunciaban "los 'virus informativos' plantados por los servicios de seguridad occidentales". Luego los interpretarían como caballos de Troya: "la libertad de expresión (Glasnost) y la reforma económica (Perestroika)".

El ruso Igor Ashmanov, quien sostiene la idea de “soberanía informativa” de los países (Dmitry Rozhkov/ Wikimedia)
El ruso Igor Ashmanov, quien sostiene la idea de “soberanía informativa” de los países (Dmitry Rozhkov/ Wikimedia)

Esa teoría se popularizó en la era Putin: "Hoy, dice el argumento, Occidente libra una guerra informativa contra Rusia". A la cabeza de los defensores de estas ideas está Igor Ashmanov, "uno de los padres de la internet rusa, el ex director del segundo buscador más importante del país". Según él, Google, Facebook y Twitter son armas ideológicas que apuntan a Rusia, para las cuales la ganancia es una necesidad secundaria.

"La gran idea de Ashmanov es la 'soberanía informativa', el control gubernamental de qué información llega a la población, lo cual China está cerca de obtener, y que Occidente, dice, trata de disimular con discursos sobre libertad de expresión", citó el autor. Si toda la información es parte de la guerra, lo mejor que se puede esperar es una paz informativa: "Cada parte respeta la soberanía informativa de la otra", es decir "una pantalla para la censura".

Angela Wu, una especialista en identidades políticas en la web china, argumentó que la polarización sobre la que medra Beijing no es, como se cree en Occidente, los usuarios de internet amantes de la libertad versus el estado opresor. "La división yace en lo que Wu llama 'ideología de China como superpoder': una voluntad nacionalista militarista, territorialmente obsesiva, por dominar a otros. En esta ideología, China está rodeada de enemigos que conspiran contra ella", desde las potencias coloniales europeas.

El Gobierno chino es uno de los que está más cerca de consagrar la censura en internet como criterio político
El Gobierno chino es uno de los que está más cerca de consagrar la censura en internet como criterio político

Suceda donde suceda en los mapas de los flujos informativos, esta "guerra ambigua" ha ayudado a cambiar no una idea, sino el ambiente en el cual las ideas son verosímiles o no. El caos de teorías conspirativas y noticias falsas emerge como nueva normalidad. "El enfoque ruso borronea la línea entre guerra y paz, lo cual da como resultado un estado de conflicto permanente que no está ni activo ni inactivo", concluyó el autor. "Y en este conflicto las campañas informativas juegan un papel importante".

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