Ndaba Mandela, el nieto de Nelson que sigue su legado: "La igualdad de los africanos se logrará dentro de dos o tres generaciones"

El fundador de la organización Africa Rising Foundation que busca empoderar a una nueva generación de jóvenes africanos para lograr el desarrollo del continente habló con Infobae en Santa fe, Nuevo México

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Ndaba Mandela
Ndaba Mandela

Uno puede encontrarle un parecido. Quizá sea producto más de las ganas de ver en él a su abuelo Nelson Mandela que otra cosa. Ndaba Mandela tiene 36 años y nació cuando su célebre abuelo estaba en prisión, el 19 de diciembre de 1982. Hijo de Makgatho Mandela y Zondi, llegó al mundo en Soweto, una zona muy pobre, situada al suroeste de Johannesburgo, Sudáfrica.

Poco después, se mudó con sus padres a la casa de su abuela paterna Evelyn, testigo de jehová, que vivía en una zona rural. Luego su padre se lo llevó a vivir a la ciudad de Durban.

Allí fue a un colegio musulmán con compañeros indios. Ndaba era él único chico negro de la clase. Apenas más tarde, volvió a mudarse con su madre a Soweto y lo mandaron a un colegio católico de Johannesburgo.

También vivió por un tiempo con su abuela Winnie Mandela, la segunda mujer de su abuelo, una activista política que estaba en el ojo del huracán. Esta mezcla de vivencias y religiones y permanentes mudanzas le fue forjando su personalidad.

Finalmente terminaría viviendo con su idolatrado abuelo, estudiaría en la universidad de Pretoria (Ciencias Políticas y Relaciones Internacionales) y pasaría a ser un ferviente activista para mantener el legado de Mandela para la humanidad.

Ndaba Mandela fundó el Proyecto Mandela y también la organización Africa Rising Foundation (que apunta a crear una nueva generación de jóvenes africanos empoderados para lograr el desarrollo del continente).

Es miembro, además, de la Pan African Youth Council (Concejo Panafricano de la Juventud). Su otra gran batalla es contra el Sida: en 2018, con el Príncipe Harry de Inglaterra y el músico Elton John, lanzó una campaña contra el HIV (es director ejecutivo de UN AIDS). Tiene tristes motivos para esta lucha: sus dos padres murieron por la enfermedad.

Ndaba da conferencias, ha hecho campañas publicitarias y, el año pasado, lanzó su primer libro: El camino a la montaña (lecciones de vida de mi abuelo Nelson Mandela). Ndaba conoció a su abuelo recién a los siete años. Mandela había estado preso en la terrible cárcel de Robben Island, pero para ese momento ya vivía recluido en la prisión Victor Verster. Faltaba poco tiempo para que fuera liberado. Algo que finalmente ocurriría en 1990 y abriría su camino a la presidencia de ese país.

En 1994, Nelson Mandela se convirtió en el primer presidente negro de su país inaugurando las elecciones democráticas en Sudáfrica.

Esta tarde de mucho calor, Ndaba recorre el mercado folk internacional más grande del mundo, en Santa Fe, Nuevo México, Estados Unidos. Los tres hijos de un artesano italiano se le pegan como chicle. Él se divierte y juega con ellos. Está claramente más cómodo con chicos que con adultos. Se saca fotos con todos los que se lo piden y sonríe a los celulares con cada selfie a la que se presta. Ndaba es alto y lleva el pelo muy corto, tiene puesto un jean roto y un chaleco negro, al cuerpo, sobre una remera bordó que deja ver sus numerosos tatuajes. Dos cadenas de oro y unos anteojos negros le cruzan el pecho.

Conseguir diez minutos con él y poder escucharlo, a través de la música de este festival multitudinario, no es nada fácil.

Nelson Mandela (d), el primer presidente de la democracia multirracial de Sudáfrica y premio Nobel de la Paz, junto a su entonces mujer, Winnie Mandela (EFE)
Nelson Mandela (d), el primer presidente de la democracia multirracial de Sudáfrica y premio Nobel de la Paz, junto a su entonces mujer, Winnie Mandela (EFE)

-¿Cuál es el primer recuerdo que te viene a la mente de tu abuelo Nelson?

-Yo tenía 7 años y el más de 70. Mis padres me habían dicho que él estaba preso y que lo íbamos a ir a visitar. Así que yo imaginaba cercos eléctricos, guardias de seguridad, paredes enormes y me veía rodeados de asesinos y ladrones. Eso creía.El viaje desde Johannesburgo a la cárcel de Verster fue de unas trece eternas horas en auto. Pero resulta que él ya no estaba en una cárcel común, lo habían sacado y lo habían aislado en este nuevo lugar que era como una casa. Cuando llegué, yo que venía de un hogar muy pobre, y ví esos jardines decorados, esa pileta enorme e impecable, una casa muy bien amueblada con empleados que nos servían comida y unos guardias que nos saludaban… dije ¡Guauu! Mi abuelo apareció entonces con una gran sonrisa para todos. Me preguntó mi nombre, cuántos años tenía y mi materia favorita en el colegio. Mientras, yo pensaba… cuando sea grande ¡¡¡quiero ser como él e ir a la cárcel!!

Mientras, yo pensaba… cuando sea grande ¡¡¡quiero ser como él e ir a la cárcel!!

Sería después que su abuelo le contaría que, esos cercos del maravilloso jardín bien cuidado, tenían en su parte superior alambres eléctricos. También sería luego que él se daría cuenta de que esa mansión-prisión era una ingeniosa maniobra política -en tiempos que un gran sentimiento anti apartheid crecía en el mundo- de neutralizar a su abuelo "Madiba". Buscaban separarlo de sus amigos y compañeros del Congreso Nacional Africano. Era un intento de seducirlo con el confort y la posibilidad de ver a su familia en un ambiente agradable, para abrir una brecha en el movimiento.

-Le pregunto entonces a Ndaba, ¿ cómo fue la segunda vez que lo vió?

-Fue un tiempo después, cuando él decidió que yo viviría con él. Un día, yo tendría unos 10 años, estaba afuera de mi casa jugando con mis amigos. Y apareció un señor de traje que me dijo que me venía a buscar para llevarme con mi abuelo. Le dije que no pensaba ir a ningún lado. Él me preguntó si yo no sabía quién era mi abuelo. Le respondí que sí, pero que no me iba a ir con un desconocido. Era chico y sabía que era peligroso irse con extraños.

-¿Qué dijeron tus padres cuando les contaste lo ocurrido?

-Ese mismo día, cuando le conté a mi padre, me dijo que si volvían a buscarme tenía que ir. Yo vivía en un área muy pobre. Así fue que, cuando dos días después volvieron por mí, me fuí. Para mí la casa de mi abuelo resultó una mansión. Esa vez cuando me vió, pocos minutos después de haber llegado, me dijo: 'Te voy a mandar a la universidad.'

Ndaba, uno de los 17 nietos que tenía Nelson Mandela, tenía casi 11 años cuando empezó a compartir su vida con su abuelo y eso cambiaría por completo el sentido de su existencia. Vivió con él durante veinte años.

Ndaba tiene hoy dos hijos. Lewanika, la menor, sólo tenía 3 años cuando Nelson Mandela murió el 5 de diciembre de 2013 a los 95 años. Ndaba, que fue nombrado uno de los 28 hombres del cambio por la Black Entertainment Television, se mueve por el mundo buscando mantener el legado de Mandela, promoviendo la dignidad para su gente y su continente.

-¿Cuánto creé que puede demorar alcanzar el ideal de tu abuelo, la igualdad total para todas las personas de África?

– Unas dos o tres generaciones…

– ¿No es mucho tiempo para la rapidez con que parecen suceder los cambios hoy?

En este punto Ndaba se enoja y golpea con sus puños la mesa de madera. Grita varias veces y me hace saltar. No entiendo para nada su enojo. Parece alterado. Quizá quiere demostrarme lo estúpida que soy, me pregunto. Y de golpe me siento demasiado blanca para entender. -¿¿¿Mucho???? ¡¡Te parece mucho!! ¡¡¡Tuvimos más de seis generaciones de esclavos!!!! ¿Mucho te parecen dos o tres generaciones?? Tenemos que ganar todas las batallas, demostrar nuestra determinación para conseguir la igualdad. El mundo tiene que dejar de querer cambiarnos, tiene que aceptar que África tiene sus costumbres. África tiene que estar orgullosa de tener sus raíces y de que éstas sean respetadas.

Tenemos que ganar todas las batallas, demostrar nuestra determinación para conseguir la igualdad

Pasa un minuto y se calma. Y esta vez le pregunto por su lucha contra el HIV. En este punto me concede que a su continente le falta mucho más que al resto del mundo para llegar a erradicar la enfermedad. Ndaba mira su reloj dorado y dice que mi tiempo se ha terminado. Que ya han pasado mis diez minutos. Me siento la Cenicienta perdiendo el zapato en el mejor momento. Pienso en lo mucho que me hubiese gustado entrevistar a su abuelo. En lo interesante que hubiese sido hablar con él en un lugar más silencioso. Pienso en lo mucho que ha cambiado la historia desde el apartheid que, curiosamente, me parece que fue hace nada, en abril de 1994. En los logros inmensos obtenidos y en los inmensos, también, cambios que aún faltan.

Ndaba tiene que subir al escenario. Gente blanca, negra, indígena, de todos los países y religiones… lo saludan, lo tocan, lo abrazan. Como si de alguna manera al tocarlo estuviesen palpando algunas células de aquel líder increíble y carismático que fue Nelson Mandela. Aquel que convirtió la guerra en paz (no en vano ganó en 1993 el Nobel de la Paz).

Un hombre que no se dejó arrastrar por su ego ni su furia, aún habiendo sufrido lo más terrible y habiendo estado 27 años sometido al encierro. Un súper hombre que logró, con un mensaje de reconciliación y una voluntad inquebrantable de concientizar sobre la dignidad humana, terminar con el segregacionismo e instaurar por fin la democracia. Ndaba es su nieto y compartió dos décadas de su vida con semejante líder.

Qué honor ha tenido y qué peso. Ndaba sabe perfectamente lo que lleva en sus espaldas. Terminar la titánica tarea comenzada por Nelson Mandela. Y lo resume así en su libro: "Hay una nueva lucha para los jóvenes africanos, y para los jóvenes del mundo, y esa lucha es quebrar las barreras mentales que todavía existen. Eso puede ser todavía más difícil de lograr porque esas cadenas son intangibles, no las podés señalar. Esas cadenas existen dentro de nuestra mente, pero pueden ser más fuertes que el hierro (…) Bob Marley cantaba sobre estas cadenas mentales en Redemption Song… y nos recuerda que los únicos que podemos realmente emanciparnos somos nosotros mismos".

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