Emanuela Orlandi es la única desaparecida de la historia del Vaticano. Su familia la busca desde hace 36 años.
Por primera vez, la Santa Sede -a través de su secretario de Estado Pietro Parolín- aceptó una petición de la abogada de la familia Orlandi y hoy se abrirán dos tumbas en el cementerio teutónico para verificar si entre los restos de dos princesas del siglo XIX –la princesa Sofía von Hohenlohe y la princesa Carlotta Federica de Mecklenburgo, fallecidas en 1836 y 1840, respectivmente– fue enterrado en secreto el cadáver de Emanuela Orlandi.
Es la primera colaboración oficial que presta la Santa Sede para investigar la desaparición de una ciudadana del Estado vaticano.
El nuevo indicio fue presentado en una carta a la familia Orlandi el año pasado. La familia prefirió preservar la identidad del confidente. El texto sugería buscar la tumba que indica "el angelo", y presentaba la foto. Se refería a la estatua de un ángel que sostiene una hoja con la inscripción en latín "Requiescat in pace" ("descansa en paz").
Muchas personas, en señal de piedad, suelen depositar flores en esa tumba, que será abierta hoy por decisión de la fiscalía de la Ciudad del Vaticano, con la presencia de la familia de Emanuela Orlandi, antropólogos forenses y autoridades de la Gendarmería vaticana.
En una investigación preliminar se verificó que la tumba fue abierta al menos una vez, lo que decidió a la Santa Sede a aceptar el requerimiento de la familia.
El examen de ADN de los restos óseos puede demandar de cuatro a seis semanas.
Después de un calvario de casi cuatro décadas de ocultamiento y negación de la Santa Sede, la familia Orlandi agradeció a Pietro Parolín, secretario de Estado, su voluntad para el esclarecimiento del caso.
Desaparición y silencio de Estado
El Estado vaticano tiene 44 hectáreas, de las cuales, el 75% de su territorio está cubierto por jardines. Detrás de los muros, en una calle interna, hay tres edificios, de tres pisos, donde viven las familias de los empleados, otros edificios de los cardenales y el palacio pontificio.
La Ciudad del Vaticano cuenta con un supermercado pequeño, un banco -el IOR-, un local de ropa y cajeros automáticos. En el segundo piso de uno de los edificios "intramuros" vivía Emanuela Orlandi, hija de Enrico y de María.
En el Vaticano viven 800 personas. Un poco más de la mitad cuenta con derechos de ciudadanía. Una de ellas es Emanuela Orlandi, la única desaparecida de la historia del estado más pequeño del mundo, donde se asienta la institución que más influyó en la historia de la humanidad.
Emanuela tenía 14 años cuando atravesó por última vez la Porta Sant'Anna, que marca la frontera entre el Vaticano y la ciudad de Roma. Cruzó la calle y esperó el colectivo 64 en la piazza della Città Leonina. Al cabo de pocos minutos llegó a la iglesia Sant'Apollinaire, del otro lado del río Tevere, donde estudiaba música.
La historia familiar "intramuros" de Emanuela Orlandi se remonta a 1920, cuando su abuelo fue empleado por el Estado vaticano para atender los caballos de las carrozas del Papa y luego trabajó en la Prefectura de la Casa Pontificia, que se ocupa de las audiencias del Papa.
Como el trabajo le requería presencia constante, al abuelo de Emanuela le otorgaron la ciudadanía y el uso de una vivienda. Su hijo Enrico vivió y formó familia en la misma casa de donde salió Emanuela por última vez.
Entrevistado por el autor de este artículo, su hermano Pietro, de 59 años, recuerda su infancia junto con su hermana en el territorio pontificio.
"Nos juntábamos en la parroquia, teníamos a disposición los jardines del Vaticano, subíamos a las carrozas del Papa. Imaginate lo que significaba para nosotros. Tuvimos una infancia feliz. Emanuela iba al colegio por la mañana, y a la tarde, tres veces a la semana, estudiaba música en la escuela de piazza Sant'Apollinaire, muy cerca de piazza Navona. Tocaba flauta traversa y piano. Solía ir caminando, o tomaba el bus frente a la puerta Sant'Anna. Yo la acompañaba y la iba a buscar. Raramente iba sola. Éramos una familia tranquila. Me acuerdo ahora que pocos días antes se hablaba de secuestros en la televisión, y mi padre nos dijo: 'Afortunadamente eso nunca nos sucederá a nosotros'."
Pietro recuerda en detalle el día de la desaparición. Fue el 22 de junio de 1983.
"Ese día, con Emanuela nos habíamos peleado porque yo tenía una cita con una chica y decidí no acompañarla. Ella se enojó y se fue golpeando la puerta. ¿Sabés cuántas veces me dije 'si la hubiera acompañado…'?
Antes de entrar a la escuela, y esto lo supimos por un policía que dio testimonio, de un auto estacionado bajó una persona y le ofreció distribuir volantes para un desfile por un dinero altísimo para la época, 375 mil liras. Le dijo que lo conversara con sus padres. Ella llamó a casa y habló con mi hermana Federica, porque mis padres no estaban. A Federica la cifra le pareció muy alta. Emanuela dijo que no había problemas, que este señor la esperaba a la salida, a las siete, tomaba los volantes y los llevaba a casa. Una compañera de clase, Rafaela Monzi, dijo que la dejó en la parada de colectivo a pasos de la escuela. Es el único testimonio. Eran siete y diez, había luz, era verano. A las siete y cuarto, Emanuela tenía que encontrarse con mi hermana Cristina de este lado del puente (Vittorio Emanuele II), frente al Palacio de Justicia. Como no llegó, Cristina fue a su encuentro al colegio. Llegó siete y veinte. Emanuela ya no estaba. En diez o quince minutos desapareció. De eso, no hay ningún testimonio."
Pasaron treinta y seis años. Pietro recuerda esa noche, la primera noche sin su hermana, como si hubiese sucedido hoy.
Cristina había dado la alarma cuando regresó a su casa, a las ocho. No la había encontrado. Emanuela jamás faltaba a una cita con su hermana. Los padres preguntaron en la escuela; Pietro la buscó por parques, plazas, hospitales; en el Vaticano empezó a haber murmullos, movimientos.
"Desde la Secretaría de Estado del cardenal Agostino Casaroli le avisaron al papa Wojtyla, que estaba en una gira en el todavía régimen comunista de Polonia, con miles de personas en las calles", agrega Pietro. La policía les pidió veinticuatro horas para tomar la denuncia de la desaparición. A las dos de la madrugada dieron con Rafaela, la estudiante que la había visto por última vez. Fueron las primeras horas de una pesadilla que ya lleva casi cuatro décadas.
"Lo absurdo es que un año y medio antes, poco después del atentado a Juan Pablo II, los servicios de inteligencia franceses avisaron sobre un riesgo de secuestro contra ciudadanos que vivían dentro del Vaticano. Lo supimos por una amiga de Emanuela, Raffaella Gugel, hija de un mayordomo de Juan Pablo II, que declaró en la policía que su padre le había avisado que el secuestro sería para intercambiar por prisioneros políticos. Se lo transmitieron a algunas familias, las más cercanas al Papa. Mientras nosotros íbamos corriendo detrás de cualquier pista, el Vaticano podría habérselo dicho a los investigadores. En cambio, se inició la 'omertá'".
"Hagan silencio, ya la vamos a traer a casa"
Juan Pablo II hizo ocho apelaciones públicas por la vida de Emanuela Orlandi en los Ángelus. Fue el primero que habló de "secuestro". Nadie lo había hecho hasta entonces. Después, un hombre con lengua extranjera, al que la familia Orlandi denominó "El americano", comenzó a llamar a la familia y a la sala de prensa del Vaticano. " 'El americano' tenía línea directa con la Secretaría de Estado. Entraba por el conmutador, tenía el código 158 y hablaba con el cardenal Casaroli. El contenido de estas llamadas nunca fue entregado a la investigación".
Tres días después de la desaparición de Emanuela los servicios secretos italianos se instalaron en su casa y preguntaron por cada uno de los amigos de la familia. Los Orlandi entregaron las cartas de Emanuela, los escritos en su diario. Pensaron que era una ayuda. Cada día esperaban noticias, ilusionados con alguna pista que luego se esfumaba.
Dos o tres meses después de la desaparición de Emanuela uno de los servicios secretos le dijo a la madre que se preparase: "En un par de semanas, como máximo, traemos a Emanuela a casa. Le pedimos que no diga nada a nadie y se aleje de la televisión, del periodismo".
"Imaginate –recuerda Pietro–, nosotros nos mantuvimos callados, a la espera, quince días, un mes y no sucedía nada. Mi padre preguntó al agente qué sucedía y este, con total normalidad, le respondió: 'Se cayó todo…'".
En la Navidad de 1983, Juan Pablo II fue a la casa de la familia Orlandi en el Vaticano. Les dijo que estaba haciendo lo posible.
"Pronunció una frase que todavía tengo en mi cabeza: 'Existe el terrorismo nacional y el terrorismo internacional. El de Emanuela es un caso de terrorismo internacional'".
Tres días después el papa Juan Pablo II fue a ver a Alí Agca, el hombre que había atentado contra su vida, a la cárcel.
"Nosotros teníamos confianza. 'El Papa se está ocupando', nos decía mi padre. Confiaba en un ciento por ciento. Tenía miedo que cualquier cosa que hiciéramos pudiera bloquear las tratativas".
—¿Cuál era la sospecha, la pista, que se seguía en aquel entonces?
—Hubo muchas sospechas. Podía ser algo relacionado con Agca y el atentado, o por su apoyo a Polonia, que molestaba mucho dentro y fuera del Vaticano.
En ese momento, Pietro Orlandi tenía 23 años. Con el tiempo, se casó, tuvo hijos, pero su vida transcurrió siempre alrededor de la búsqueda de su hermana.
"Yo siempre consideré al Vaticano como parte de mi familia. Al principio, la mayoría de las personas mostraron cercanía, comprensión, los empleados de Gendarmería y de Prefectura fueron solidarios con esta historia. Por eso cuando critico al Vaticano no lo hago contra todo el Estado, sino contra los que tienen responsabilidad."
Fue Juan Pablo II el que le consiguió a Pietro un trabajo en la banca vaticana IOR. Se lo propuso un poco en broma en aquel encuentro en la Navidad de 1983. "¿Querés ser el banquero del Papa?". La frase no era del todo feliz. Para entonces ya había aparecido "suicidado" el "banquero de Dios" Roberto Calvi, colgado de un andamio debajo del puente Blackfriars, en el distrito financiero de Londres. Pietro tomó el empleo.
—Mi vida era una pesadilla. Mi papá pensaba que me iba a dar un poco de tranquilidad. Después, con el tiempo, me puse a pensar por qué el Papa me había dado un puesto en el IOR habiendo tantos lugares para trabajar en el Vaticano. El IOR quedaba a dos pasos de casa. Es una torre redonda, con planta baja y dos pisos de oficinas. En la oficina central estaban Paul Marcinkus, Donato De Bonis, la dirección. Yo hacía la apertura de cuentas para sacerdotes, institutos religiosos y empleados.
Búsqueda en manicomios y conventos
Mientras trabajaba en la banca oficial, Pietro Orlandi continuaba con su investigación personal, siguiendo la pista de los mensajes anónimos que recibía.
"En 1993 fuimos con mi mamá y el juez a Inglaterra. Había llegado una carta con una foto de una chica muy parecida a Emanuela que estaba en el interior de un convento. Entramos con la policía internacional. Pensábamos que la traíamos. Pusieron a mi mamá en una habitación detrás de un vidrio y desde allí vio a la chica, que no tenía nada que ver con Emanuela. Nada. Ni siquiera con la fotografía. Volvimos con una gran desilusión. Siempre hay contactos que dan información muy verosímil. Yo no puedo decir que no. Tengo que verificar. En el verano de 2012 visité un monasterio de clausura en un pueblo cerca de Bolzano, al norte de Italia, sobre la punta de una colina. Solo se podía subir a pie. Vivían siete u ocho monjas. Ahí no nos dejaron entrar. La Madre Superiora pidió la autorización del Vaticano. Otra vez volví a Inglaterra por un contacto de un ex servicio secreto de inteligencia, en Birmingham, empecé a recorrer manicomios… nada.
La causa de Emanuela fue cerrada en 1997. Hasta entonces la investigación seguía la pista del terrorismo internacional que le había mencionado Juan Pablo II a la familia. La pista búlgara, Alí Agca. Cuando la causa se cerró, desde el Vaticano no se escuchó ni una palabra más. El Parlamento italiano impidió la prórroga de la instrucción judicial y también del atentado al Papa. Por ese hecho se resolvió que Agca era el único responsable y Emanuela, 'desaparecida'."
"Una vez me llamó un periodista para preguntarme qué pensaba sobre el cierre de la causa. 'El Vaticano no se ocupó como correspondía de una ciudadana vaticana. Ellos siempre dicen que hay que rezar, pero con el rezo no basta. Tendrían que haber hecho algo más, iniciar una investigación', respondí. Dos días después me llamó el presidente del Governatorato, el cardenal (Rosalio José) Castillo Lara, venezolano, la autoridad más importante después del Papa y del secretario de Estado. Yo estaba trabajando en el IOR. Voy a su oficina, y veo que ya tenía una actitud mafiosa, con el Corriere della Sera en la mano y ojeando la entrevista. '¿Qué dijiste acá? ¿Todavía con esta historia de tu hermana? Basta… ¿No te alcanza con el trabajo que te dimos?'. Y yo le dije: 'Un trabajo no es una moneda de cambio por la vida de mi hermana. Lo puedo dejar mañana…'."
Pietro dijo que ese día entendió el pensamiento del Vaticano sobre su hermana: terminar con la historia.
Desde entonces empezó a luchar por la reapertura de la causa judicial, con su padre, Enrico, que murió en 2003.
Wojtyla moriría dos años después.
"Él supo la verdad y mantuvo el secreto, se lo llevó a la tumba", afirma Pietro Orlandi.
—La pista sexual fue mencionada de varias maneras a lo largo de los años. ¿Qué incidencia pudo haber tenido esa pista en la desaparición?
Pietro no se escandaliza con la pregunta. Intenta razonar el argumento:
—Es la única pista en la que no creí, porque hubiera empezado y terminado ahí. El Papa no habría hablado si hubiera sido un maníaco, un secuestro sexual. La secuestraron por ser ciudadana vaticana, no por ser Emanuela Orlandi. Pista sexual interna: supongamos que fue alguien de adentro… siempre alguien tiene que saber qué sucedió. Se hubiese conocido. Nosotros considerábamos a los sacerdotes como de nuestra familia. Es posible que existan las "fiestas" de los cardenales, lo que no quiere decir que Emanuela haya entrado en ese nivel aberrante, que si salieran a la luz para mí caería la Iglesia. Pero entrar en una situación de ese estilo significa estar de acuerdo, y no lo digo por defenderla, porque sea mi hermana. Para estas "fiestas" seguramente buscan muchachos que están de acuerdo, no toman a una persona contra su voluntad y que además vive dentro del Vaticano. Si hubiese sido así, el tema se habría abierto. Se le habría atribuido la responsabilidad a un sacerdote, y hubieran dicho: "es este", y fin de la historia.
—Otra de las pistas fue la de la Banda della Magliana, que permitió la reapertura de la causa judicial. ¿Cómo se inició?
—Se presentó Sabrina Minardi, una amante de Enrico de Pedis, uno de los jefes de la Banda della Magliana, que está ligado con el Vaticano, en especial con el IOR. Ella dice que De Pedis hizo este trabajo (en referencia al secuestro) a comisión. Quería presionar sobre algunos ambientes del Vaticano. Es lo que escuchó. Se dice que De Pedis llevó dinero al IOR…
—¿En qué consistía la relación entre el Vaticano y la Banda della Magliana?
—La pista indica que la banda tomaba dinero de la mafia, que fue a parar al Banco Ambrosiano durante la gestión de Calvi. Y ese dinero, el dinero de la mafia, fue utilizado por Juan Pablo II para sostener al grupo Solidaridad en Polonia. Esta es la historia entre De Pedis y el Vaticano. Es lo que se investigó. La mafia pudo haber pedido ese dinero, y en el Vaticano ya no estaba más, se había mandado afuera. Entonces la respuesta fue el secuestro de Emanuela. Esta cuestión económica es la pista fundamental que sigue la Justicia, la que vincula a la Banda della Magliana con el Vaticano.
Sobre esta historia está la tumba de De Pedis. De Pedis fue muerto en 1990 de un tiro en la espalda por un ajuste interno de la criminalidad y fue enterrado en la iglesia Sant'Apollinaire. El mismo edificio donde Emanuela estudiaba música y fue secuestrada.
—El juez pensó en la relación que podría haber entre la tumba y la desaparición de Emanuela. Es el mismo lugar prácticamente. Nosotros pedimos ver qué había dentro de la tumba. Hicimos una serie de manifestaciones y logramos que se abriera en mayo de 2012. Los huesos que se encontraron son los de De Pedis, y también encontraron otro osario, pero no eran los restos de mi hermana.
—¿Por qué De Pedis, siendo de la Banda della Magliana, fue enterrado en la iglesia Sant'Apollinaire?
—Lo autorizó en su momento el vicario de Roma, el cardenal Polletti, por cuenta del Vaticano. Para esta sepultura, llamada "sepultura privilegiada", hubo que presentar los méritos que esta persona hizo en vida. Argumentaron que era un benefactor. La relación entre Iglesia y criminalidad está representada en esa tumba.
—¿Cuál es tu visión sobre la actuación de Benedicto XVI sobre la desaparición de tu hermana?
—Se lavó las manos. Poncio Pilatos. Cuando sucedió lo de Emanuela, siempre estaba cenando con Wojtyla. Seguramente habrán hablado. Una vez le pedí por carta que la recordara en un rezo durante el Ángelus, que diera una señal positiva. También le pedí al padre Georg Gänswein una cita con Ratzinger y me dijo: "Conozco la historia a grandes líneas, pero es un problema del otro pontificado". En la carta reservada que le envió el (ex vocero) padre Lombardi al padre Gänswein, aun cuando recomienda no hablar del tema, Lombardi reconoce que el Vaticano tuvo un comportamiento poco cristiano. Es la carta que sacó Paolo Gabriele de la oficina del papa Ratzinger.
Vatileaks: las cartas del mayordomo
Así fue: el mayordomo Gabriele había sacado cartas de la oficina de Benedicto XVI e hizo fotocopias, que luego se hicieron públicas con el Vatileaks en 2012.
"Gabriele desde que fue nombrado al servicio del Papa vivía en el piso de arriba de mi casa. Es muy católico, muy creyente, y le disgustaba ver cómo se arruinaba la Iglesia frente a sus ojos. Y él sabía que, si sacaba las cartas, tarde a temprano lo detendrían. Pero consideró que era necesario un sacrificio para un cambio honesto. Ratzinger, que es una persona de 'poco coraje', digamos, hizo su último gesto de coraje: renunció."
Le mencioné a Pietro Orlandi que quizá Paolo Gabriele haya sido el único detenido en la celda del Estado vaticano por robar cartas reservadas del Papa y de su hermana Emanuela, la única ciudadana del Estado desaparecida.
"La diferencia –observa Pietro– es que cuando realmente quieren hacer una investigación en pocos meses encuentran a la persona responsable. Para el departamento de abajo, en cambio, solo hay silencio, omertá, un total desinterés. Por mi hermana no hicieron nada".
Bergoglio: "Ella está en el Cielo"
Pietro insistió con su reclamo de verdad con Francisco apenas fue designado pontífice. En 2013, tuvo un fugaz encuentro con él en la parroquia Sant'Anna, el mismo lugar donde rezaba Emanuela, a pocos metros de la casa de su madre.
A la salida, cuando el Papa empezó a saludar, el jefe de la Gendarmería, Domenico Gianni, le presentó a María, la madre de Emanuela. Francisco le tomó las manos y le dijo: "Ella está en el Cielo…".
Pietro, que estaba detrás, pudo escucharlo y se acercó. El Papa repitió el mismo gesto con él. Le tomó ambas manos y le dijo: "Ella está en el Cielo…".
Pietro le respondió: "Nunca hubo una prueba de que Emanuela estuviese viva o muerta. Yo la busco viva. Siempre buscaré la verdad, y le pido que me ayude a alcanzarla".
Fueron las únicas palabras en los treinta o cuarenta segundos de contacto. Y fue también el único contacto que tuvo con el Papa. Luego, jamás lo recibió.
A Pietro lo golpeó esa frase sobre su hermana.
—¿Cómo sabe que está en el Cielo? ¿Se lo dijo alguien? ¿Por qué esa frase? Me pareció raro porque es una historia que todavía está en duda. Pero sentí que era una señal, que él conocía la historia. Tuve la misma sensación cuando Wojtyla vino a nuestra casa en la Navidad de 1983. "Haremos todo lo posible…", dijo. Parecía dispuesto a ayudarnos. Pero si el papa Francisco me dice: "Ella está en el Cielo" significa que su cuerpo está en la tierra, y entonces en algún lado tiene que estar.
—¿Qué respuestas tenés, después de tantos años, a las preguntas iniciales? ¿Quién secuestró a Emanuela? ¿Por qué? ¿Cómo…?
Pietro está convencido de que es algo relacionado con el Vaticano.
—Ella es una pieza de un rompecabezas de extorsiones. Había distintos grupos de poder en el Vaticano, varias corrientes internas en el pontificado de Wojtyla. Creo que la secuestraron para llevar la tensión al máximo contra el Vaticano. Mi impresión es que llamaron a la Secretaría de Estado y le dijeron: "Tenemos pruebas y sabemos esto y esto…", cosas que son importantes para la Iglesia. No buscaban extorsionar a una familia. El mensaje mafioso era para el Vaticano.
Marcelo Larraquy es periodista e historiador (UBA). Su último libro es Los días salvajes. Historias olvidadas de una década crucial (1971-1982), editado por Ed. Sudamericana.
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