Israelíes, jordanos y palestinos trabajan juntos para sanear el contaminado río donde fue bautizado Jesús

El magro curso de agua fue perdiendo su caudal y además se descargan en él aguas servidas y contaminadas

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Peregrinos con sus camisolas blancas en las aguas de bautismo del río Jordan
Peregrinos con sus camisolas blancas en las aguas de bautismo del río Jordan

En contraste con su enorme importancia para las tres grandes religiones monoteístas, o comparado por los caudalosos torrentes de agua que surcan América Latina, el río Jordán, en el corazón del Medio Oriente marcado por el conflicto árabe-israelí, se presenta manso, tranquilo, silencioso. En algunos tramos es apenas un hilo líquido, y en las partes más anchas es un río pequeño, de aguas verdosas, a las cuales mucha gente se acerca en verano para hacer camping, bañarse, compartir una comida.

Su nombre aparece 165 veces en el Antiguo Testamento de la Biblia, y en sus aguas el predicador judío Juan, considerado uno de los profetas en el Corán, bautizó a Jesús, en el principio de una nueva era para la humanidad.
A pesar de unas dimensiones que están muy lejos de ser gigantes como las del Nilo o el Amazonas, otros ríos legendarios de este planeta, el Jordán está además en el centro del sistema de agua que alimenta las tierras de Israel, Siria, Jordania y los Territorios Palestinos, adonde este elemento es crucial para sobrevivir.

Sin embargo, a pesar de sus valores religiosos, culturales y económicos, de su importancia para cientos de millones de personas en todo el mundo, el Jordán está en grave peligro. El río que alguna vez dejaba pasar por su cauce un promedio de 1.300 millones de metros cúbicos de agua por año en su carrera hacia el Mar Muerto y que contaba con puentes internacionales que propiciaban el comercio entre las ciudades sobre el valle, ahora tiene el 96 por ciento de sus fluidos desviados para uso doméstico y agrícola en Israel, Siria y Jordania.

Hasta ahora el sistema de tratamiento de aguas residuales que terminan en el río sigue siendo "muy pobre" o "inexistente" en algunos casos, según advierten expertos del sector, con enormes cantidades de desperdicios arrojados al Jordán desde comunidades israelíes, jordanas y palestinas.
Activistas ecologistas de la región alertaron también que, a causa de la polución, más del 50 por ciento de la biodiversidad del valle se perdió. A lo que se suma un tema para nada menor: las guerras y la actual situación conflictiva en la zona -el valle es zona fronteriza entre Israel, Jordania y los Territorios Palestinos- provocaron que la mayor parte del valle sea zona militar y se encuentre 24 horas al día bajo control de soldados.

En algunos tramos, como atestiguan viejas fotos de los años de la Primera Guerra Mundial, el río tenía unos cien metros de ancho hacia 1917, por ejemplo. Hoy, en esas mismas zonas, con suerte llega a los cinco metros.

Gidon Bromberg, director del capitulo israeli de EcoPeace, en la zona de Isla de la Paz
Gidon Bromberg, director del capitulo israeli de EcoPeace, en la zona de Isla de la Paz

El Jordán de la Biblia, el de Jesús, el que veneran también los musulmanes, el río que alguna vez supo ser caudaloso e inspiró incontables relatos y poemas, es hoy un curso de agua modesto y poco impresionante, apenas una sombra de la leyenda.

Por eso, para algunos ambientalistas estaba claro que para salvar el río Jordán hacía falta un esfuerzo de activistas de las tres religiones, de habitantes del valle que pudieran ver más allá de la guerra y sus nacionalidades.

Así fue que, en 1994, se fundó EcoPeace, la organización regional que está trabajando para rescatar el valle del Jordán y crear un marco de seguridad del agua que pueda superar el largo impasse de la caída de las negociaciones de los israelíes con los palestinos y de la paz fría con Jordania.

"La gente se asombra cuando escucha que ambientalistas israelíes, jordanos y palestinos estamos trabajando juntos", dice Gidon Bromberg, el fundador del grupo, al hablar de un camino de cooperación y, por qué no, hacia entendimientos que lleven a la paz en la zona. Los esfuerzos de los miembros de EcoPeace avanzan casi en silencio. Por eso el asombro de los que escuchan acerca de su trabajo.

Pero el silencio no está en relación con el volumen de trabajo de la organización, que se solventa con aportes privados y no recibe ninguna financiación gubernamental, según asegura Bromberg, director del capítulo israelí de EcoPeace.

Infobae recorrió junto a Bromberg algunos de los puntos que la organización considera entre los más importantes para llevar adelante el salvataje del Jordán. La idea, dice el ambientalista, es convertir la zona que rodea al "Río de los Milagros" en una renovada atracción turística que, de paso, demuestre que al menos porciones de paz son posibles de la mano de la cooperación.

Una tubería que descarga aguas servidas en el Jordan
Una tubería que descarga aguas servidas en el Jordan

"Hay un tremendo potencial turístico si hay acuerdo" entre palestinos, jordanos e israelíes, asegura. "Todo el valle podría ser rehabilitado, con zonas verdes abiertas al público, santuarios para aves, hoteles, podría convertirse en una Petra del norte", dice en referencia al famoso sitio arqueológico en el sur de Jordania.

"Con la inversión adecuada, estimamos que la zona puede atraer unos 300.000 turistas al año", asevera. El gran problema, alerta Bromberg, es que el conflicto, la violencia y las mezquindades políticas entre los vecinos hacen que la cuestión del medio ambiente pasé al asiento de atrás cuando se trata de negociar aquí.

Por ejemplo, señala, "echar los desperdicios al río es barato, y es uno de los problemas a los que nadie presta atención porque está bajo la sombra del conflicto, que cubre prácticamente todo" en esta parte del Medio Oriente.

Eso queda claro cuando se llega al lugar conocido como Isla de la Paz, donde se juntan el río Jordán con el Yarmuk.

Pocos kilómetros al sur del Mar de Galilea, es un compendio verde de las complejidades de esta zona: el ingeniero Pinjas Rutenberg, nacido en Rusia, primero revolucionario comunista y amigo de Lenin, y luego un pionero del movimiento sionista que trajo a inmigrantes judíos a la entonces Palestina, acordó con el rey Abdullah I la construcción ahí de una central hidroeléctrica, la que produjo energía desde 1932 hasta 1948, cuando estalló la guerra que, tras la partición ordenada por las Naciones Unidas, dio origen al Israel moderno.

Cuando Israel y Jordania firmaron la paz, en 1994, se estableció que la zona volvía a estar bajo la soberanía de Ammán, pero que los israelíes podían seguir usufructuándola a través de un leasing de 25 años. Actualmente, el gobierno jordano dice que quiere la zona de regreso, pero muchas de las tierras están legalmente en manos de israelíes.

Cerca de la desembocadura en el Mar de Galilea, una tuberia que derrama agua fresca en el Jordan
Cerca de la desembocadura en el Mar de Galilea, una tuberia que derrama agua fresca en el Jordan

En medio de ese limbo, la zona languidece. Grandes carteles advierten que se trata de una zona bajo control militar, y que la frontera es inalcanzable para los civiles. Hay maleza por todos lados, los ríos son raquíticos, pero Bromberg es puro optimismo.

El ambientalista cree que, si prospera el plan que promueve EcoPeace, la Isla de la Paz podría girar alrededor de un santuario para aves, convertirse en una gran atracción turística, incluso con un hotel a construirse sobre la base de los restos de la antigua estación de tren estilo Bauhaus que, alguna vez, formó parte del mítico corredor ferroviario que conectaba Haifa, sobre el Mediterráneo, con la línea Damasco-Medina.

"La cooperación es esencial para que podamos convertir este valle, que actualmente es un valle de pobreza con una alta tasa de desempleo, una zona que tiene un PBI de apenas 4.000 millones de dólares anuales para todas sus partes combinadas, en una economía de 73.000 millones de dólares", estima Bromberg. Algo que puede ocurrir, dice, "si sabemos cómo ponernos de acuerdo y lograr que se inviertan por lo menos 4.500 millones de dólares" en la zona.

No es una tarea fácil, porque -además del conflicto, periódicamente violento- en la región reina la desconfianza. En esa parte del mundo, describe el ambientalista, "del agua se apropian como pueden los israelíes, los jordanos y los palestinos, con razones legítimas, como la de alimentar a sus pobladores y hacer crecer la agricultura, pero también como una manera de quitar poder al enemigo".

La cuestión del agua es una de las tantas que se discuten en las negociaciones de paz con los palestinos y en las tratativas de convivencia con los jordanos. Hasta ahora se pudo lograr muy poco, más allá de los entendimientos para la repartición de las aguas del Jordán, el Mar Muerto y el Mar de Galilea, que se siguen al pie de la letra a pesar de las caras malas de los políticos y los fusiles militares.

Area militar israelí y zona fronteriza con Jordania, lindera al Jordan
Area militar israelí y zona fronteriza con Jordania, lindera al Jordan

En una presentación ante el Consejo de Seguridad de la ONU, la directora del capítulo palestino de EcoPeace, Nada Majdalani, lo puso clarito: la planta de desalinización de Ashkelon, en el sur de Israel, que provee el 15 por ciento de toda el agua potable que se consume en el país, hace poco tuvo que cerrar transitoriamente a causa de la polución que llegaba desde las playas frente a Gaza.

"A los dos lados del río trabajamos con escuelas en la tarea de crear confianza, para que aprendan sobre su realidad alrededor del agua y la realidad de sus vecinos", señala Bromberg. "Gracias a este programa, los chicos empezaron a preguntarle a los alcaldes de sus localidades: '¿por qué está el Jordán tan sucio?'", cuenta el ambientalista.

Las presiones desde arriba y desde abajo tuvieron algunos frutos. Por ejemplo, una planta de tratamiento de aguas servidas que se instaló hace pocos años cerca de la desembocadura del Jordán en el Mar de Galilea, y las tuberías que están derramando agua fresca en el Jordán por primera vez en décadas.

O la foto que Bromberg considera la prueba del "momento más memorable" que le tocó vivir desde que fundó su organización, tomada en el 2005 a un puñado de alcaldes de localidades palestinas, jordanas e israelíes tomados de la mano mientras se bañaban en el Jordán, en una demostración de amor por el río y compromiso con su rescate.

Organizar el encuentro acuífero de los alcaldes le tomó nada menos que cinco años de negociaciones, algo que se termina de entender cuando se recuerda que el mes pasado, por ejemplo, el alcalde de la ciudad jordana de Karak, Ibrahim Karaki, estuvo a punto de ser echado de su puesto por haber ayudado a un grupo de turistas israelíes judíos que visitaban la localidad.
El gesto de hospitalidad levantó una ola de rabia entre los residentes del pueblo, y Karaki salvó el puesto solamente después de publicar un video de disculpas en el que pidió perdón por ayudar a "los sionistas".

El río Jordan cerca de la desembocadura en el Mar de Galilea
El río Jordan cerca de la desembocadura en el Mar de Galilea

Los ambientalistas están acostumbrados a este tipo de situaciones, quizás con algo menos de dramatismo, dice Bromberg. "Nos dicen ingenuos, o traidores, o tontos que trabajan para desarmar una situación que no tiene solución", cuenta el director de EcoPeace.

Pero eso no los amilana. "Hay que tener en cuenta que hasta hace apenas cinco años, si una persona tiraba la cadena del inodoro en Tiberíades, por ejemplo, los desperdicios llegaban aquí, sin ser tratados", subraya Bromberg señalando las aguas del Jordán, esta vez a la altura de la represa Alumot, adonde es común ver amontonamientos de plásticos y otros residuos.

"Lo mismo ocurre con los desperdicios cloacales en casi toda Jordania -amplía-. Al final, casi todo llega, de una u otra manera, hasta las aguas del Jordán".

"Estamos hablando -sigue- de un río sagrado para la mitad de la humanidad, para judíos, cristianos y musulmanes, pero que, a pesar de su importancia religiosa, el conflicto lo convirtió, al ser parte de la frontera, en poco menos que un canal para aguas servidas, una combinación poco sagrada de elementos contaminantes".

El costado religioso del problema se recorta claramente en la próxima parada, Yardenit, uno de los tres sitios de bautismos cristianos sobre el Jordán, adonde miles de personas llegan todos los años para bañarse religiosamente en sus aguas, contaminadas o no.

Los arqueólogos no terminan de decidirse si el sitio donde Juan bautizó a Jesús está ubicado en Al-Maghtas, en Jordania y declarado Patrimonio de la Humanidad por la Unesco en el 2015, o enfrente en Qasr el Yahud ("Castillo de los Judíos", en árabe), en los territorios palestinos ocupados por Israel.
Al-Maghtas está abierto al público y se estima que recibe unos 80.000 visitantes al año. Qasr el Yahud es administrado por las autoridades israelíes y también se puede visitar, pero en sus alrededores hay constantes recordatorios del estatus de la ocupación. A fines del año pasado, por ejemplo, expertos zapadores limpiaron 1.500 de las 6.500 minas antitanque que infestan la zona.

Cartel en mosaicos a la entrada de Yardenit, el centro turístico sobre el Jordan, del lado israelí de la frontera.
Cartel en mosaicos a la entrada de Yardenit, el centro turístico sobre el Jordan, del lado israelí de la frontera.

Para bautizarse con un poco más de tranquilidad, el ministerio de Turismo de Israel abrió en 1981 la alternativa de Yardenit, un centenar de kilómetros al norte de Qasr el Yahud y Al-Maghtas.

El propietario y gestor del sitio es el kibutz Kinneret, que montó un complejo adonde prácticamente nada falta. Hay un enorme puesto de souvenirs con el aire acondicionado a full adonde por veinte dólares se puede comprar la camisola blanca para bañarse en el Jordán y, por un puñado más, también se puede encargar un video que eternice el momento.

Hasta hace algunos años, Yardenit era el principal sitio de bautismos sobre el Jordán, con unos 75.000 visitantes al año, pero la competencia que le abrió Al-Maghtas hizo que ese número bajara drásticamente. De todas maneras, en la ardiente tarde de junio en que la visitó Infobae, en Yardenit no faltaban visitantes, incluyendo algunas decenas chapoteando en las aguas del Jordán para bautizarse.

Quizás en algunos años los peregrinos podrán bañarse en aguas más limpias. De hecho, en EcoPeace piensan que la tecnología israelí de punta en materia de agua puede ser una llave para resolver al menos una parte del conflicto con los palestinos. En pocas décadas, los israelíes lograron que el 70 por ciento del agua que beben provenga de las plantas desalinizadoras, y que la mitad de la que se usa para riego venga del tratamiento de aguas servidas.

Por lo pronto, los ambientalistas celebran que un poco de agua fresca ya esté siendo vertida de nuevo en el Jordán. Y, si eso es posible, "también la paz es posible", profetiza Bromberg.

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