En el Libro del Apocalipsis aparece el jinete del hambre montado en un caballo negro. Viene con una balanza en la mano, la de pesar los panes. Es el símbolo de la hambruna. El arma más usada desde que los humanos comenzamos a enfrentarnos contra otros humanos y perfeccionada por los ejércitos de la Mesopotamia. Dejar al enemigo sin alimentos, la muerte sin clavar ninguna daga. Jerusalén es, probablemente, la ciudad que más veces fue sitiada y donde murieron generaciones enteras por el hambre: desde el sitio de Senaquerib, en el 701 AC hasta el de 1834 contra los otomanos.
Un arma efectiva, segura y letal que se sigue usando hasta hoy, en pleno siglo XXI. En este momento, hay miles de personas muriendo en Siria y Yemen por la falta de alimentos. Fuerzas militares de diferentes bandos impiden que las organizaciones internacionales puedan entregar cargamentos de comida a los civiles que permanecen atrapados en ciudades y pueblos sumidos en la violencia.
Aunque se trata de un gravísimo crimen de guerra, nunca se juzgó a nadie por eso. La culpa no es de las malas cosechas, ni una plaga, ni la inflación de precios. Forma parte de un plan para matar de hambre a la población. En Yemen usan esa arma, tanto la coalición que lidera Arabia Saudita como los rebeldes hutíes apoyados por Irán. El mes pasado, la organización de Naciones Unidas para la alimentación informó que en ese país del extremo de la península arábiga hay 5,2 millones de niños en peligro de morir por falta de alimentos.
Manuel Sánchez Montero, director de la organización española "Acción contra el Hambre", asegura que la hambruna "es una forma de provocar la muerte que no salta a los titulares como las armas químicas o los bombardeos indiscriminados. Puede hacerse de muchas maneras: bombardeando las vías de abastecimiento de alimentos o cerrando las carreteras simplemente con un 'checkpoint'". Y agrega que "a veces se consigue también destruyendo cosechas, almacenes de alimentos o robando los pequeños 'stocks' que guardan las familias para momentos de carestía. O se mata al ganado, que deja de proporcionar carne y leche. Otros envenenan los pozos de agua".
El gran maestro del hambre inducida fue el dictador soviético Joseph Stalin. En los años 1932 y 33, durante la etapa de colectivización de la Unión Soviética, sus políticas provocaron lo que se llamó el 'holodomor', una hambruna artificial que causó la muerte de entre 1,5 y cuatro millones de ucranianos. Un genocidio que no necesitó balas, sino un desabastecimiento general de alimentos para reprimir las protestas antisoviéticas. Los nazis también usaron el hambre en el asedio de Leningrado. En menos de tres años, de una población de tres millones de habitantes la ciudad pasó a 1,8 millones. La falta de alimentos llevó a la gente a comer palomas, gatos y ratas. Una barbarie que se sigue viviendo hoy en Medio Oriente. Durante los primeros meses de la guerra siria se sitiaron barrios enteros y cuando los vecinos se agolpaban en largas filas para comprar pan, los bombardeaban.
El asedio más duro fue al campo de refugiados de Yarmuk, con 18.000 habitantes hacinados en los peores momentos de la guerra, donde el Ejército de Bashar al Assad cortó todas las vías de abastecimiento y no permitió a Naciones Unidas repartir alimentos. En Guta, un distrito cercano a Damasco, se produjo otro asedio que provocó cientos de muertos por hambre. Y las primeras víctimas son los niños más pequeños. En una entrevista reciente, David del Campo, director de Acción Humanitaria de Save the Children, dijo que cree que "son estrategias militares en toda regla. Yemen, con su bloqueo humanitario, es el más flagrante ejemplo de ese plan para hacer daño no a los soldados o a los terroristas -que no tendrán problemas para encontrar comida-, sino a la población civil y en particular a los niños. Se trata de una práctica indiscriminada contra los civiles, un crimen de guerra".
Esta semana, se sucedieron los incendios de miles de hectáreas en el noroeste de Siria como estrategia en los enfrentamientos entre el gobierno y las fuerzas rebeldes. La ofensiva de los soldados de Al Assad contra Idlib, el último bastión rebelde del país, está en su fase más crítica. Según las Naciones Unidas, estas quemas de sembradíos y campos productivos están desatando una nueva crisis humanitaria. Los incendios amenazan con interrumpir los ciclos normales de producción agrícola que provocarán una grave escasez de alimentos en los próximos meses, informó el Programa Mundial de Alimentos de la ONU (PMA, World Food Program). "No es aceptable tomar una vez más a la población civil como rehén y utilizar la distribución de la comida como un arma de guerra. Todo esto ya provocó la huida de decenas de miles de personas y otras tantas están atrapadas allí", dijo Herve Verhoosel, portavoz del PMA. También mostró fotos aéreas en las que se ven campos sembrados arrasados por el fuego, algunos en el momento en que todavía ardían. Los cultivos como la cebada, el trigo y las verduras fueron totalmente destruidos en toda esa zona alrededor de Idlib. "Los agricultores ya no pueden acceder a sus campos o cuidar los cultivos que aún quedan durante esta temporada de cosecha que se extiende hasta mediados de junio", dijo Verhoosel.
Tanto las fuerzas de Al Assad como los diferentes grupos rebeldes se culpan mutuamente por la destrucción. Los medios estatales sirios dijeron que las crecientes temperaturas en todo el país, incluso en áreas controladas por el gobierno, fueron las causantes de "incendios furiosos". Pero medios independientes aseguran que todo es obra de los combatientes de uno y otro bando. El PMA instó a todas las partes a "respetar la vida de los civiles y la infraestructura, y permitir que los trabajadores humanitarios tengan acceso seguro a quienes necesitan nuestra asistencia alimentaria continua".
Naciones Unidas reparte raciones a unas 700.000 personas de los tres millones que viven actualmente en el área fronteriza noroeste de Hama, Idlib y zonas rurales donde solo se puede acceder a través de la frontera con Turquía. Y nada indica que la situación podría mejorar. Rusia informó que seguirá apoyando con su aviación la ofensiva gubernamental. Desde la Casa Blanca, el presidente Donald Trump instó al Kremlin y al régimen sirio a que cesen los bombardeos de Idlib. Apenas retórica mientras las bajas se suman por segundo.
En Yemen, una disputa entre el PMA y los rebeldes hutis sobre el control de los datos biométricos para identificar a los más necesitados, está dificultando los esfuerzos humanitarios y amenaza con interrumpir la distribución de la ayuda en un país que ya está al borde de la hambruna. En una declaración inusualmente fuerte, la agencia de las Naciones Unidas que alimenta a más de 10 millones de personas al mes en el país más pobre de la región, dijo el mes pasado que está considerando suspender las entregas "debido a los combates, la inseguridad y la interferencia en su trabajo".
El sistema biométrico, que utiliza escaneo de iris, huellas dactilares o reconocimiento facial, ya se usa en áreas controladas por el gobierno de Yemen (que es reconocido internacionalmente y está respaldado por una coalición de estados árabes liderada por Arabia Saudita). Y estaba comenzando a ponerse en práctica en la capital Sanaa, que está controlada por los hutis. Pero los rebeldes se niegan a aceptar ese procedimiento porque de esa manera no pueden manejar a su antojo la distribución de alimentos y los combatientes no podrían cobrar "peaje" a los camiones que los reparten. En diciembre de 2018 se descubrió que todas las donaciones que llegaban a Sanaa eran desviadas sistemáticamente a una organización de traficantes que se quedaba con una buena parte.
El sistema de registro biométrico es utilizado a nivel mundial para combatir la corrupción en la distribución de la ayuda humanitaria. Mohammed Ali al-Houthi, jefe del Comité Revolucionario Supremo de los hutis, dijo a la agencia Reuters que el PMA "viola la ley yemení al no permitir que manejemos nosotros la entrega de los alimentos". Otro punto de discusión entre el PMA y los hutis es el cargamento de 51.000 toneladas de trigo procedentes de Estados Unidos que permanece bloqueado por los rebeldes desde septiembre en el puerto de Hodeidah y que está a punto de pudrirse. Otra caravana de 160 camiones que el mes pasado transportaban ayuda alimentaria desde el sureño puerto de Aden -al norte controlado por los hutis- fueron detenidos en el puesto de control que separa a las fuerzas de ambos bandos y debieron permanecieron allí durante una semana. Otras agencias humanitarias internacionales dicen que los problemas, como el acoso al personal, la interferencia con la lista de distribución, las dificultades para obtener visas y las restricciones de movimiento, se profundizaron en las áreas hutis en los últimos meses.
Más de tres mil años pasaron desde los primeros sitios para provocar las hambrunas, y todavía se sigue utilizando. Sigue siendo un arma de destrucción masiva, muy barata, muy accesible para los grupos armados, nada sofisticada y absolutamente efectiva. El hambre está tipificada como un crimen de guerra desde 1949 cuando se aprobó la Convención de Ginebra, tras la Segunda Guerra Mundial. Desde entonces, esas reglas se violaron sistemáticamente. En este momento, seis de cada diez personas con hambre viven en un país en conflicto. Y si las guerras provocan hambre, el hambre también provoca guerras. Uno de los tantos círculos viciosos en los que sigue perdida la Humanidad.