Una combinación de viejos problemas, como la ley de servicio militar para los jóvenes ultraortodoxos y su mala relación con su ambivalente socio político Avigdor Lieberman, y nuevos asuntos, como sus cuentas pendientes con la justicia por las acusaciones de corrupción en su contra, desbarataron la chance que el primer ministro de Israel, Benjamin Netanyahu, tuvo para formar gobierno tras su triunfo electoral de abril.
La pregunta que sacude al país ahora es: ¿será capaz Bibi de una nueva pirueta que le permita seguir marcando records como jefe indiscutido de Israel o está llegando, como se esperanzan aquí los sectores de centro e izquierda, el final de su carrera política?
Con la fecha para nuevas elecciones establecida recién para setiembre próximo, nadie se anima a hacer apuestas.
"Es muy temprano para decir que es el fin de Netanyahu, él ya sobrevivió muchas crisis", advierte, por ejemplo, el profesor Shmuel Sandler, del Departamento de Estudios Políticos de la Universidad Bar Ilan.
Sandler sintetiza la opinión de la mayoría de los israelíes, quienes vieron a Netanyahu resurgir de las cenizas muchas veces, haber alcanzado triunfos electorales inesperados y superar incontables ataques de medios de prensa locales e internacionales, que se cansaron de presentarlo como un autoritario y populista "rey Bibi".
Más que a las nuevas elecciones, Netanyahu debería temer las consecuencias "de sus problemas legales", dice Sandler, entrevistado por Infobae.
En efecto, el primer ministro israelí viene enfrentando una inminente acusación formal en tres casos de presunta corrupción, comenzando por uno que lo señala como receptor de lujosos regalos por parte de un millonario estadounidense y otro australiano, incluyendo cigarros y botellas de champagne por unos 265.000 dólares. Otra de las causas se refiere a las presuntas negociaciones de Netanyahu con el dueño de uno de los principales diarios del país, Yediot Ahronot, para moderar las críticas al gobierno. Y la tercera se mueve en un frente similar, las supuestas tratativas para que un muy importante portal de internet local, Walla, endulzara los comentarios políticos del website a cambio de ayudas para los negocios de su propietario en el mercado de las telecomunicaciones.
En Israel, los políticos deben tomar en serio las acusaciones de corrupción, como lo puede atestiguar el ex primer ministro Ehud Olmert, quien a mediados del 2017 completó una pena de dieciséis meses de prisión por haber recibido comisiones ilegales para favorecer un desarrollo inmobiliario en Jerusalén.
Como aperitivo, casi al mismo tiempo que se anunciaba la convocatoria a nuevas elecciones, la impopular esposa de Netanyahu, Sara, llegó esta semana a un acuerdo con la Justicia para reconocerse culpable de un delito menor al que era acusada y pagar una multa. El caso de corrupción que involucraba a Sara Netanyahu, que se terminó resolviendo con una multa de 55.000 shekels (unos 15.100 dólares), no se refería a grandes favores políticos o sobornos para conceder negocios a millonarios inversores. Se trató de un caso de catering… Al parecer, la esposa de Netanyahu se aprovechó de una ambigua normativa sobre la contratación de cocineros para la residencia del primer ministro y armó un sistema que le permitió comprar suculentas comidas de lujo, a pagar por el estado.
Muchos en Israel piensan que este tipo de corrupción de cabotaje es la fuerza que está deteriorando el poder de Netanyahu, el hombre que viene manejando el destino del país desde el 2009 (y antes entre 1996 y 1999).
Netanyahu y sus aliados naturales ganaron con relativa comodidad las elecciones del 9 de abril, montados precisamente sobre una economía sólida y un conflicto con los palestinos reducido a unos pocos episodios de violencia por año que apenas transtornan la calidad de vida de los israelíes.
Por ello llamó la atención el descalabro del miércoles pasado, cuando el parlamento unicameral, la Knesset, decidió disolverse y llamar a nuevas elecciones ante la incapacidad de Netanyahu para formar gobierno.
De repente, en Israel reapareció la política de viejo estilo.
Ya no se trató de los milagros tecnológicos de la Star Up Nation, ni del costo de la vida, ni siquiera del conflicto con Irán. Ahora se habla de los cargos de corrupción y de la enemistad de Netanyahu con su antiguo aliado Lieberman.
En cuanto a la corrupción, a Netanyahu se le escapó de las manos la posibilidad de crearse el escudo de una "ley de inmunidad" que, se asegura, estuvo en el centro de las negociaciones que mantuvo para formar gobierno. Si bien en su calidad de primer ministro Netanyahu no corría riesgo de ser depuesto en caso de ser acusado formalmente, su partido, el Likud, estaba buscando concederle una inmunidad parlamentaria.
También querían legislar para quitarle a la Corte Suprema la capacidad de desactivar ese privilegio para los congresistas.
Netanyahu juró que no estaba interesado en esa ley y que el tema no estaría en la mesa de negociaciones para formar gobierno, pero muchos políticos aliados del Likud, hablando en condición de anonimato, revelaron la prensa israelí que la cuestión sí estuvo en el centro de las conversaciones.
Ahora, con la Knesset en un parate y con las elecciones en el horizonte para setiembre, en el Likud reconocieron que no hay tiempo para que se apruebe una "ley de inmunidad".
Y aquí entra Lieberman, el líder de cientos de miles de inmigrantes llegados a Israel desde la Unión Soviética, quien habría hecho los cálculos políticos adecuados para darse cuenta de que, quizás, haya llegado su momento para desplazar a Netanyahu como líder de la derecha israelí.
"Mucha gente tiene dudas de si fue realmente acerca del servicio militar" que se cayó la posibilidad de armar gobierno, estima el profesor Gideon Rahat, del Departamento de Ciencias Políticas de la Universidad Hebrea de Jerusalén.
Hablando con Infobae, Rahat recuerda que se trata de "un asunto que viene dando vueltas en el escenario político israelí desde hace décadas", y que Lieberman "participó de muchos gobiernos de los que formaban parte partidos ultra-ortodoxos y nunca había sacado a relucir el tema, hasta ahora".
Lieberman, nacido hace sesenta años en la entonces república soviética de Moldova, llegó al país en 1978 y en 1999 formó el partido Israel Beiteinu (Israel Nuestra Casa) para aglutinar el voto de la masiva inmigración que se desató cuando Mijail Gorbachov abrió las puertas de la agonizante URSS a sus ciudadanos judíos.
El partido suele ser caracterizado como laico nacionalista y a menudo etiquetado como de "derecha", aunque sus posiciones sociales no están lejos de las de los partidos más progresistas.
Aunque Lieberman formó parte de muchos gobiernos encabezados por el Likud y en compañía de los partidos ultra-religiosos, sus votantes no le tienen mucha simpatía a los compatriotas ultra-ortodoxos.
Israel Beiteinu llegó a sumar quince bancas en el 2009, pero en las últimas elecciones solamente arañó cinco. De todas maneras, Lieberman siempre apareció como el político capaz de ponerle el sello final a los gobiernos del Likud, los ultra-religiosos y el resto de la derecha.
Según comentaristas israelíes, Lieberman ya está cansado de ese papel. Ahora olió sangre y quiere desbancar a Netanyahu.
Para impedir que Bibi formara gobierno se declaró inflexible en sus intenciones de avanzar con una ley que obligue a más jóvenes ultra-religiosos a enrolarse en el ejército, una aspiración que comparten millones de israelíes cansados de ver cómo sus hijos tienen que pasar dos o tres años en los cuarteles mientras los ortodoxos se quedan estudiando la Torá en la yeshivá.
Lieberman, dice Sandler, de la Bar Ilan, "es una persona con una gran ambición, quiere convertirse algún día en primer ministro pero, con apenas cinco bancas en el parlamento, necesita todavía una base, y para eso quiere representar la derecha secular".
Una derecha secular que vería con muy buenos ojos el recorte de los privilegios de los ultra-ortodoxos.
"Puede ser que Lieberman esté tratando de posicionarse como líder de la derecha secular", coincide Rahat, de la HUJI. "Tuvo tiempos mejores en el terreno político, sigue teniendo el apoyo de los inmigrantes rusos, pero se reinventa todo el tiempo", añadió.
En especial, siguió Rahat, hay que tener en cuenta que los votantes "naturales" de Israel Beiteinu, los inmmigrantes que llegaron desde la Unión Soviética en los '90, "ya están desapareciendo", por razones biológicas, y Lieberman tiene que expandir su base de alguna manera, si quiere llegar a primer ministro.
Levantando la bandera de la ley de conscripción para los ultra-religiosos es un posible buen camino para ampliar su electorado.
Según las encuestas que salieron apenas se conoció la decisión de llamar a nuevas elecciones, si se votara hoy los resultados serían similares a los de abril, con el bloque de derecha liderado por el Likud llegando a 57 escaños y la coalición de centroizquierda de Azul y Blanco, los laboristas y los partidos árabes en 54 bancas.
Otra vez en el papel de "kingmaker" quedaría Lieberman y su Israel Beiteinu, con nueve escaños.
Por eso habrá que estar atentos a las novedades en el frente judicial que se le abre a Netanyahu y a los movimientos políticos a izquierda y derecha que se registrarán en los próximos meses.
¿Derrumbará la Justicia a Netanyahu y será el momento de Lieberman?
¿Podrá Bibi soportar la tormenta y volver a ganar de la mano de sus aliados de siempre, en especial los partidos religiosos asustados por la ley de reclutamiento? ¿Logrará la centroizquierda armar un frente presentable que convenza a los israelíes y los devuelva al gobierno?
Con el descanso del Shabbat, en internet los diarios están poblados de noticias y columnas intentando analizar lo que pasó y predecir lo que vendrá. A la izquierda, el periódico Haaretz, por ejemplo, dice que "reemplazar a Netanyahu es vital para la democracia israelí (aunque esta no es la forma de hacerlo)" o "comenzó la cuenta regresiva para el final de la era Netanyahu".
Pero, con un político con las capacidades del "rey Bibi", nunca está dicha la última palabra.
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