Los partidos las usan a su antojo. Cuando lo que dicen les favorece, les otorgan gran credibilidad, y cuando son negativas a sus intereses, las tachan de sesgadas, partidistas o poco serias. Por supuesto, hablamos de las encuestas.
Hoy, en España, el debate gira en torno a lo mucho, o poco, que han conseguido aproximarse al resultado final de las elecciones generales que se celebraron este domingo. En su día, cuando fueron las elecciones presidenciales de Estados Unidos o se produjo la votación del Brexit, la opinión pública no tardó en afirmar que las encuestas habían fallado estrepitosamente.
Nada más lejos de la realidad, con respecto a Trump, acertaron por completo: Hillary Clinton superó en cerca de 3 millones de votos a su rival político, lo que no le permitió, aún así, conseguir el suficiente número de senadores. Pero la razón de ello no radicaba en el voto, sino en el sistema electoral.
En relación con el Brexit, las encuestas fueron igual de fiables: en su mayoría, sostuvieron que entre el exit y el remain estaría todo muy ajustado. Así fue: el resultado fue 52% vs 48%. Lo que sucede en el caso de éste y de muchos otros referendos es que un resultado del 49,9% tiene consecuencias radicalmente distintas de otro del 50,1%.
El margen de error
El ejemplo del Brexit ilustra la necesidad de entender que las predicciones de todas las encuestas incorporan un margen de error. Un margen que no es necesariamente fruto de malas prácticas de las empresas que las realizan: se puede deber a que algunos ciudadanos aún no han decidido su voto (en estas elecciones, un 42% de los españoles caía en esta categoría a menos de dos semanas de los comicios), a que otros prefieren no explicitarlo y aun otros ocultar sus preferencias. Y, naturalmente, a los debates entre los candidatos en el tramo final de la campaña y demás acontecimientos acaecidos entre la recogida de datos y la jornada electoral.
Además de todo esto, en lo que se refiere, al menos, a las encuestas electorales, debería empezar a calar en la opinión pública que su función no es predecir los resultados electorales sino, más bien, testar el clima del momento, o conocer el perfil del votante (género, nivel de estudios, clase social, ideología, etcétera) de los partidos que se presentan a unas elecciones.
La prudencia de los medios
Es legítimo que los medios busquen ofrecer a sus lectores una estimación de qué resultados podrían darse en las elecciones, pero deben ser cautos con sus afirmaciones, recalcar los márgenes de error de las encuestas y señalar que éstas captan el sentir de los entrevistados en un momento dado, pero que el votante, cada vez con más frecuencia, cambia de opinión conforme se acerca la cita electoral. Por su parte, los responsables de las encuestas deben ser conscientes de que están bajo el escrutinio público y evitar caer en métodos caprichosos de estimación.
En las elecciones generales españolas del 28 de abril, se daban todas las circunstancias para menoscabar el acierto de las encuestas. Como con Trump, el sistema electoral estaba llamado a tener efectos importantes, porque los votos en las pequeñas circunscripciones de la España vacía valen más que en otras partes, y muchos escaños podían depender de pocos votos.
Como en el Brexit, alteraciones menores en las preferencias podían tener consecuencias políticas importantes, ya que, en el conjunto del país, las coaliciones de gobierno viables dependían de pocos escaños. Además, el número de indecisos era muy elevado, la lealtad partidista era baja, y los votantes se enfrentaban a opciones relativamente nuevas, como la elección entre socialistas y Podemos, o completamente nuevas, como la competición de tres partidos importantes en la derecha, por no hablar de que los ciudadanos críticos con el sistema podían elegir entre formaciones de izquierda y de derecha.
En cualquier caso, ¿cuánto han acertado las encuestas en estas elecciones? La tabla siguiente resume el porcentaje de votos y las predicciones de escaños que algunas de las principales encuestas otorgaban a los cinco partidos mayores a nivel nacional (para la del CIS, hemos tomado los puntos medios de las horquillas, y hemos añadido los extremos de los intervalos entre paréntesis). En la misma tabla, en su última columna, figuran los resultados finales (con el resultado escrutado al 98,9%).
En términos generales, todas las encuestas han acertado al anticipar que el PSOE subiría substancialmente y ganaría las elecciones con cierta comodidad, y que Ciudadanos también subiría, mientras que tanto UP como el PP perderían una parte importante de sus apoyos.
Sin embargo, todas ellas han infraestimado tanto los votos como los escaños de UP y sobrestimado algo las del PSOE. Además, todas predecían mejores resultados para el PP, que ha caído aún más escaños de los que se pronosticaba. Finalmente, cabe sospechar que los métodos de estimación de las encuestas esperaban una distribución distinta del voto, ya que las estimaciones de escaños de Vox estaban bastante por encima de sus resultados efectivos, y las de Ciudadanos, algo por debajo.
Con ello, parecería que las encuestas no lo han hecho tan mal, sobre todo si tenemos en cuenta que predecir el voto en esta etapa incierta no es, ni mucho menos, tarea fácil.
José Rama Caamaño:PhD(c), Universidad Autónoma de Madrid
Andrés Santana: Assistant Professor of Political Science, Universidad Autónoma de Madrid