El último viaje de “Il Duce”: cómo terminó parte de su cerebro en un sobre

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Hacia julio de 1943, el régimen fascista de Benito Mussolini llegaba a su fin. Ese mes, el Duce fue arrestado. Sin embargo, Adolf Hitler, su aliado de tantos años, no lo iba a dejar solo. En un operativo comando, tropas de elite de paracaidistas de la SS liberaron a Mussolini del Campo Imperatore, en las montañas de Abruzos. Fue entonces cuando este se instaló en el norte de Italia y creó una república fascista, la Repubblica Sociale Italiana, conocida también como Repubblica di Salò, por la localidad donde se había establecido.

Dos años más tarde, la derrota del Eje era un hecho. El Duce, enfermo y sin fuerzas, fue a Milán. Las tropas estadounidenses se acercaban. Los partisanos comunistas lo amenazaban. Intentó cruzar la frontera suiza vestido de oficial nazi. Su amante, Claretta Petacci (1912-1945), no quiso abandonarlo en este último trance.

Mussolini y varios dirigentes fascistas avanzaron junto a una columna motorizada del Ejército alemán, pero fueron capturados por los partisanos de la brigada Garibaldi a cargo de Urbano Lazzaro (conocido como el capitán Valerio), un joven de escasos 20 años que respondía al "nom de guerre" de Bill. Avisadas las autoridades italianas, fue enviado Walter Audisio a organizar una corte marcial. El juicio fue sumario, y poco tardaron en condenar al Duce y a 17 jerarcas que lo acompañaban. Era menester que no cayese vivo en manos de los aliados.

El 28 de abril, a las 4 de la tarde, fue conducido a Giulino di Mezzegra, donde se reunió con Claretta. Allí fue que le dijo: "Te sigo hasta el final". Los partisanos le ofrecieron a Petacci la posibilidad de escapar, pero la rechazó y expresó su deseo de compartir la suerte de su amado: ambos fueron fusilados. En el momento de la ejecución, mientras que el Duce exigía que Audisio le disparase al pecho con su metralleta, Claretta intentó proteger a Benito con su cuerpo y recibió la primera descarga.

Mucho se habló del "tesoro del Dongo", el oro y las joyas que Mussolini llevaba al exilio, pero nadie supo decir dónde hallarlo y desde entonces no se conoce su paradero o si realmente existió.

Los cadáveres de Benito y Claretta, junto al de otros jerarcas, fueron colgados cabeza abajo en la Piazzale Loreto, Milán, el mismo lugar donde el Duce había ejecutado a tantos partisanos. Así permanecieron los amantes durante cuatro días. Dicen que, años antes, cuando accidentalmente donna Rachele Guidi, la legítima esposa de Mussolini, se había cruzado con Claretta, le había gritado que algún día iría a parar a la Piazzale Loreto, punto de reunión de las viejas prostitutas. Resultó esta una macabra predicción.

La cripta de Mussolini en
La cripta de Mussolini en San Cassiano

El cadáver del Duce fue pisoteado y vejado por la muchedumbre, a punto de dejarlo irreconocible. Posteriormente, fue enterrado en secreto en el cementerio de Musocco, en Milán. El 23 de abril de 1946 fue sustraído el ataúd por orden de Doménico Leccisi, quien, sin saber qué hacer, lo tuvo por dos semanas, peregrinando por las calles, hasta que finalmente fue conducido al monasterio franciscano de Sant'Angelo, en Padua. Para evitar más problemas, el gobierno italiano prefirió trasladar al cadáver del Duce, en el mayor de los secretos, al monasterio capuchino de Cerro Maggiore, ubicado a veinte kilómetros al norte de Milán.

Once años más tarde, cuando las zozobras del gobierno de turno necesitaron de los votos neofascistas, el dirigente Leccisi exigió el retorno del cadáver de Mussolini, que fue entregado a Donna Rachele. Los presentes en la ocasión lo recibieron con el saludo fascista.

En 1975, el Duce fue enterrado en el cementerio de San Cassiano, cerca de su pueblo natal, Predappio. No fue trasladado a un ataúd, lo enterraron en la misma urna de zinc donde había sufrido tantos traslados desde su muerte. Antes de cerrar este sarcófago, sus seguidores fueron a darle un último adiós a su jefe, con el saludo fascista.

Por muchos años, su tumba fue muda testigo de los frecuentes choques entre neofascistas e izquierdistas, que eligieron este cementerio como campo de batalla ideológico.

Tiempo después, la embajada de Estados Unidos, en una simple ceremonia, hizo entrega a Donna Rachele de un sobre. Este contenía una parte del cerebro del Duce, que los estadounidenses habían separado para su estudio. Se lo devolvían a su familia sin haber llegado a ninguna conclusión científica sobre las variaciones anatómicas en el cerebro de un fascista. Al serle entregado el sobre, la viuda debió firmar un comprobante donde confirmaba haber recibido del gobierno estadounidense el cerebro de su marido. Rachele firmó contenta, por fin tenía a "casi" todo su Benito.

El autor es médico oftalmólogo argentino, investigador de Historia y Arte. Es director de Olmo Ediciones.

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