La abdicación del emperador Akihito de Japón acelera la sucesión y pone de relieve la urgencia del debate sobre si debe mantenerse la tradición patrilineal, ante el cada vez más reducido número de futuros herederos al trono.
Después de Naruhito (59 años), el hijo mayor del actual soberano al que sucederá el 1 de mayo, solo quedan tres hombres en la línea sucesoria: el príncipe Akishino (53 años), segundo hijo de la pareja imperial, el príncipe Hisahito (12 años), hijo del príncipe Akishino, y el hermano del emperador Akihito, de 83 años, el tercero de la lista.
Esta configuración da una cierta responsabilidad al joven príncipe Hisahito, que deberá tener rápidamente un hijo para que la dinastía no cese. Esta presión también ha recaído durante mucho tiempo sobre Naruhito, y especialmente sobre su esposa Masako, quien dio a luz a un solo descendiente, la princesa Aiko (17 años), y sufrió durante años de depresión, una enfermedad de la que no está totalmente recuperada.
La ley de la Casa Imperial no reconoce el derecho de las mujeres a acceder al trono del crisantemo, como se conoce la monarquía japonesa. Esto deja fuera de la sucesión a la hija del emperador, la única hija del príncipe heredero y las dos hijas del príncipe Akishino.
Además, no son reconocidos como futuros posibles emperadores los varones cuyo padre es un miembro de la familia imperial.
Las mujeres, incluyendo las hijas del soberano, son excluidas de la línea sucesoria después de casarse, a menos que su esposo forme parte de la familia real. Esto supone que, según el sistema actual, incluso si la hija del emperador tiene un hijo, este no tiene ninguna posibilidad de acceder al trono.
Aunque en la historia imperial de Japón haya ocurrido en ocho ocasiones que mujeres ocupen el trono (la última fue Go-Sakuramachi, entre 1762 y 1770), siempre se trató de hijas de emperador.
Y los hijos o hijas de estas emperatrices no les sucedieron. Las soberanas fueron reemplazadas por descendientes masculinos de un hombre de la familia imperial.
"Aunque le acordemos la importancia al hecho que la línea patrilineal ha sido mantenida hasta la fecha sin excepción, desearía que pensáramos en asegurar una continuidad a la sucesión imperial, tenemos que debatirlo de forma serena y precisa", reiteró recientemente el primer ministro, Shinzo Abe. Pero este debate tarda en celebrarse.
A principio de los años 2000, la cuestión surgió con fuerza pero el propio Shinzo Abe, en su primer mandato en 2007, la dejó de lado, un año después del nacimiento del príncipe Hisahito. Este acontecimiento aletargó la urgencia del tema, ya que se trataba del nacimiento del primer heredero varón en la familia imperial desde 1965.
El portavoz del gobierno, Yoshihide Suga, declaró por su parte el 18 de marzo que "el debate sobre este tema empezaría después de que Naruhito se haya convertido en emperador", pero reconoció que el tiempo apremia para tratar "esta cuestión difícil teniendo en cuenta también la edad de los miembros de la familia imperial".
Pese a que la opinión pública va evolucionando, con numerosos japoneses que piensan que autorizar la sucesión femenina sería preferible, la clase política en el poder, apoyada por el bando nacionalista, y masculina en su gran mayoría, se muestra más prudente.
"Nadie quiere tomar la responsabilidad" de cambiar las normas en ese sentido, estima Yuji Otabe, profesor de historia japonesa en una universidad de Shizuoka.
El peso de las tradiciones vinculadas al sintoísmo y el miedo a cambiarlas son tales que el gobierno ha incluso mantenido la regla según la cual solo los hombres de la familia imperial asistirán a la ceremonia de sucesión, en la que Naruhito recibirá los "tres tesoros sagrados" de la línea imperial: un espejo, una espada y una joya, heredados según la leyenda de la diosa del Sol, Amaterasu.
(Con información de AFP)
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