La aplastante victoria del comediante y productor de televisión Volodomir Zelenski en las elecciones presidenciales del domingo en Ucrania plantea un problema tanto para los partidarios occidentales del país como quienes en el Kremlin que esperan ejercer nuevamente el control. El pueblo ucraniano no ha votado por un camino específico, o simplemente contra la política como de costumbre: votó en contra de que se le dijera qué hacer.
Zelenski será el sexto presidente del país en casi 28 años de independencia. Esto indica que Ucrania ha tenido más jefes de estado que ningún otro país postsoviético. Este hecho, en sí mismo, demuestra que los ucranianos son difíciles de complacer. Pero la forma de ganar de Zelenski dice una verdad más importante sobre ellos: los ucranianos son reacios a aceptar cualquier tipo de autoridad. Eso complica la posición de Ucrania como, quizás, la nación amortiguadora más importante del mundo, ubicada entre la fortaleza rusa y el flanco europeo de la Organización del Tratado del Atlántico Norte.
Es fácil para un optimista encontrar cosas bonitas que decir sobre la próxima transición de Ucrania. El presidente titular, Petro Poroshenko, quien empleó su mandato para consolidar el poder y tratar de vencer a sus rivales, deja su cargo pacíficamente, sin hacer ningún tipo de esfuerzo para manipular la elección, tal vez porque creyó erróneamente que los votantes lo amaban (el 73 por ciento eligió a su oponente) y quizá porque a los ucranianos les resulta fácil salir a la calle ante la primera señal de engaño.
Zelenski es judío, y habla mejor ruso que ucraniano, lo que significa que la mayoría de los votantes han demostrado ser poco sensibles al nacionalismo ucraniano, que tradicionalmente es antisemita e intolerante a todo lo que sea ruso. Zelenski solo tiene 41 años, y no es miembro de la élite política postsoviética, un grupo notoriamente corrupto y egoísta, y es un millonario que se forjó a sí mismo gracias a una exitosa productora.
Pero nada de esto es tan importante como por qué y cómo, ganó.
La estrategia de Poroshenko fue enfatizar su dedicación a la construcción de la nación: una alianza con Occidente, el fortalecimiento de los militares, la obtención de la independencia espiritual de la iglesia ortodoxa rusa y el fomento del idioma ucraniano. La asignación de recursos para los pobres también fueron parte de su campaña. Poroshenko pretendía encarnar la imagen del padre de la nación; incluso al presentarse a sí mismo como la única alternativa para que el presidente ruso, Vladimir Putin, se hiciera cargo de Ucrania, usó un eslogan que Putin adoptó en un momento: "Hay muchos candidatos, pero solo un presidente".
Zelenski golpeó a Poroshenko al ridiculizar su ambición paternalista, desacralizar su mandato y burlarse de su seriedad. Esto fue especialmente evidente en las tres semanas entre la primera y la segunda ronda de la elección. El presidente quería un debate serio en un estudio de televisión, pero Zelenski lo obligó a enfrentar un desafío sin precedentes en el estadio de fútbol más grande de Kiev. El espectáculo fue precedido por un examen público de drogas, que no dañó para nada a Zelenski (el público ucraniano ha visto cosas más violentas contra él), pero el acto degradó sutilmente a Poroshenko. Durante el debate en el estadio, Zelenski, quien interpretó a un improbable presidente de Ucrania en una serie de televisión llamada "Servidor del Pueblo", se puso de rodillas ante un público de miles de personas, lo que dejó a Poroshenko sin otra opción que seguir su ejemplo con torpeza.
"No soy tu oponente, soy tu veredicto", le dijo el comediante a Poroshenko durante el duelo. La frase fue más que un simple comentario ingenioso. Aparentemente, Poroshenko había olvidado que la Revolución de la Dignidad, que lo llevó a su elección en 2014, fue esencialmente sin líderes, una proeza de democracia directa y autoorganización. Zelenski resucitó a propósito ese recuerdo.
El comediante no ha hecho casi ninguna promesa de ningún tipo, ni siquiera a las personas que lo ayudaron a ganar. Aún no está claro quiénes serán nombrados para los puestos clave. El domingo por la noche, le pregunté al exministro de Economía, Aivaras Abromavicius, quien había organizado las reuniones de Zelenski con inversionistas para ayudarlo a lucir legítimo ante los partidarios occidentales de Ucrania, si estaba contento con la victoria de Zelenski y si seguiría trabajando con él en alguna medida. "¡Ciertamente estoy feliz!", me devolvió el mensaje junto a una foto suya con un brazo por encima del hombro de Zelenski sonriendo. No hubo respuesta a la otra pregunta.
Las opiniones de Zelenski, expresadas en algunas entrevistas y conferencias de prensa difusas, surgen como vagamente proeuropeas y económicamente libertarias, pero nada de lo que ha dicho lo ata de manos de ninguna manera, excepto la única promesa que ha hecho constantemente: consultar a la gente antes de tomar alguna decisión seria, a través de referendos o, para asuntos más pequeños, mediante algún tipo de mecanismo de convocatorias abiertas basado en la redes sociales. No es coincidencia que el único líder occidental con el que Zelenski se reunió antes de ganar la elección fuera el presidente francés, Emmanuel Macron, quien acaba de celebrar un "gran debate" a nivel nacional para solicitar las opiniones del público sobre los asuntos políticos más importantes.
El compromiso de Zelenski con la democracia directa aún debe comprobarse. Podría ser simplemente una estrategia inteligente por parte de sus asesores de campaña o una cortina de humo para una presidencia débil destinada a restaurar los activos e influir en el entusiasta patrocinador y socio comercial del comediante, el multimillonario Igor Kolomoisky. Pero esa es la promesa del "servidor del pueblo" con la que ganó Zelenski.
Pareciera que Poroshenko y otros políticos ucranianos aún no toman esto en serio. Están haciendo planes para las elecciones parlamentarias de octubre (o antes, en caso que Zelenskiy encuentre una manera legal de disolver el parlamento cerca del término de su mandato), con la esperanza de evitar que el nuevo partido de Zelenski (llamado "Servidor del Pueblo", por supuesto) gane una mayoría. Pero si lo hacen bien y Zelenski es rechazado, no tendrá otra opción más que dirigirse directamente a la gente y a la poderosa sociedad civil de Ucrania, cada vez que se vea frustrado en el parlamento.
La alta probabilidad de que el gobierno de Zelenski sea un experimento de democracia directa plantea desafíos tanto para los occidentales que esperan que el país siga en el camino hacia la membresía de la OTAN y la Unión Europea, como para los aliados de Putin que esperan que Ucrania vuelva a caer en el rebaño ruso. Es probable que ninguno de los grupos tenga interlocutores confiables en la Ucrania de Zelenski. Ambos tendrán que ir directamente al pueblo ucraniano por cualquier medio que puedan encontrar.
Queda por verse si un país tan grande, complejo y asediado como Ucrania puede manejarse de esta manera. Sin embargo, las raíces de la democracia ucraniana están en el autogobierno cosaco de los siglos XVI al XVIII, y el país parece volver a ellas en momentos decisivos de su historia. Hoy en día, el progreso requiere, por ejemplo, una revisión completa del podrido poder judicial de Ucrania, y es posible que los referendos y la presión constante de la sociedad civil sean los únicos medios efectivos para lograr ese fin.
La victoria de Zelenski es otra oportunidad tentadora para que Ucrania encuentre una forma de gobierno adecuada a su peculiar carácter nacional anárquico. Al igual que el breve reinado de Poroshenko, podría ser una oportunidad desaprovechada, o podría finalmente liberar la energía creativa que Ucrania necesita para dar un salto hacia a adelante.
Fuente: Bloomberg