Algunos dirán que sin causa -y puede que en algún caso tengan razón-, pero nadie negará la rebeldía de sus provocadoras acciones. Tampoco será fácil discutir lo intrépidas que fueron Nadya Tolokonnikova y sus amigas aquel ventoso martes de febrero de 2012 en el que irrumpieron encapuchadas en la catedral Cristo Salvador de Moscú a cantar a los gritos su 'plegaria punk': "Virgen María, Madre de Dios, llévate a Putin, ¡llévate a Putin, llévate a Putin!/ Las mujeres darán niños y amor ¡Mierda, mierda, la mierda del Señor!". Fueron apenas 40 segundos por los que las activistas, feministas, fundadoras del grupo de punk y arte político Pussy Riot pasarían en una prisión los siguientes 18 meses de su vida.
Tampoco es sencillo ignorar a esta banda de música nacida en 2011, pero que ya tiene más que ver con un 'colectivo político y artístico internacional', después de que cuatro de sus miembros invadieran el campo de juego durante la final de la última Copa del Mundo en Rusia entre Francia y Croacia. Tras atribuirse la acción, exigieron a través de su cuenta de Twitter la liberación de los presos políticos, el fin a los arrestos ilegales durante las protestas, y que el Gobierno permita la competencia política libre en Rusia.
Tolokonnikova no participó del episodio, aunque sí estaba al tanto del mismo, toda vez que, defiende, "cualquiera puede ser siempre un Pussy Riot".
A punto de llegar por primera vez a la Argentina para dar un concierto este domingo como parte de su gira por América Latina -en la que ya ha apoyado públicamente a los movimientos por el aborto legal-, la autora del libro Pussy Riot. De la alegría subversiva a la acción directa (Roca Libros, 2019) recordó con Infobae su propia detención y la posibilidad -demasiado cierta- de revivirla en cualquier momento. "Es muy fácil ir a prisión en la Rusia de Vladimir Putin por apenas un 'me gusta' o por compartir una publicación en Facebook. Es una ruleta rusa, nunca sabes cuándo te sucederá a ti". Pese a todo, no quiere abandonar su país y dice que sigue eligiendo vivir allí.
"Nunca quise irme, y la verdad es que si quieres hacer un cambio tienes que correr esos riesgos", explica en una conversación telefónica accidentada que mantuvo desde Lima, Perú, y durante la cual cambió en un par de oportunidades de número telefónico, código de área y de un entorno con cantos de pájaros a otro con los sonidos apagados.
Nadya Tolokonnikova lanza una carcajada dulce cuando habla sobre el 'feminismo' de mujeres como la directora del FMI, Christine Lagarde, mientras pendula entre un pesimismo que oscurece su voz, y un optimismo que pareciera querer arrancar desde sus entrañas.
—Afortunadamente, en Rusia muchas feministas en este momento están conectando el tema de género con las desigualdades sociales, porque las mujeres sufrimos una exponencial y creciente inequidad. Y sucede que mi país es uno de los más desiguales del mundo, lo que obviamente afecta cuestiones vinculadas con la agenda feminista. Las mujeres aún cobramos menos que los varones por el mismo trabajo, aún estamos excluidas de ciertos empleos -de hecho en Rusia hay más de 400 empleos a los que oficialmente, por ley, no podemos acceder-, y nos ocupamos del trabajo no remunerado vinculado a las tareas del hogar, entre otras cosas. Por todas esas cosas es que yo soy una feminista de izquierda, y soy socialista.
—¿Cómo es ser socialista justamente en Rusia?
—Es bastante loco ser socialista y rusa a la vez, debido a que los rusos vivimos cosas terribles durante la experiencia socialista. El asunto es que yo no creo que eso haya sido realmente socialismo, sino que prefiero definirlo como un capitalismo de Estado. Y por eso me interesa mucho un fenómeno que es nuevo en Rusia, y que tiene que ver con el surgimiento de otras y novedosas formas de socialismo. Ya pasa algo bastante evidente que es que la gente en mi país cada vez tienen más conciencia social y mayores preocupaciones sociales, y eso es esperanzador.
—Nació unos días antes de la caída del Muro de Berlín, episodio del que este año se cumplen 30 años. ¿Considera que había algo de cierto en la afirmación sobre que se trataba del 'fin de la historia'?
—Primero que nada, no creo que el Muro de Berlín haya simbolizado un debate real entre el capitalismo y el socialismo, por lo que dije antes. Y la verdad es que lo que veo que ocurre en el mundo en la actualidad es que entre la gente más joven están surgiendo movimientos de características sociales y democráticas, y eso explica, por ejemplo, cómo un tipo como Bernie Sanders casi se convierte en candidato a presidente en los Estados Unidos en las elecciones del año 2016. Sobre el muro, no soy cientista política, pero creo que los problemas que existían cuando el muro aún estaba en pie no están para nada resueltos, 30 años después, y no importa lo que diga Francis Fukuyama al respecto. Por cierto, creo haber leído en algún lado que se arrepentía de haber decretado el fin de la Historia, ¡qué gracioso!
Durante su condena, Nadya Tolokonnikova estuvo viviendo en unos galpones de un campo de trabajos forzados en Mordovia, con otras cien mujeres con las que compartía el mismo dormitorio. Según relata en su libro, cada camastro tenía un cartel con el nombre de la reclusa, su foto, el código de los delitos que se le imputaban y la fecha de inicio y finalización de su pena: 2005-2019; 2012-2014; 2007-2022; 2012-2025.
"Trabajábamos entre dieciséis y diecisiete horas al día, desde las 7:30 hasta las 00:30. Dormíamos cuatro horas. Descansábamos una vez cada mes y medio", y a ese ritmo se le sumaba la comida putrefacta, las golpizas, los maltratos físicos y psicológicos y la falta de higiene. Por alguna de todas esas cosas en septiembre del 2013 comenzó una huelga de hambre, después de comprender que "el diálogo nunca funciona con aquellos que tienen poder sobre ti (…) A veces no nos queda más remedio que enseñar los dientes y alzarnos en pie de guerra".
Aunque Vladimir Putin lo niegue, lo cierto es que organizaciones de derechos humanos locales y extranjeras denuncian que en la actualidad hay en Rusia cientos de presos políticos poblando prisiones que lejos están de cumplir con los estándares internacionales y, una vez en liberad, ese ha sido uno de los ejes del activismo político de la fundadora de Pussy Riot.
—Bueno, la verdad es que puedo ir a prisión en cualquier momento cuando estoy en Rusia, debido a que las cosas cada vez se están complicando más para los activistas políticos. Son constantemente golpeados, amenazados, intimidados y encarcelados. Por eso en el año 2013 fundé MediaZone, una agencia independiente de noticias y Zona Prava, una organización que monitorea los derechos de los prisioneros.
—Toda la descripción de su tiempo en prisión suena a los 'gulag' del estalinismo.
—Por supuesto, por eso más allá de mis ideas hay una cosa que tengo clara, que es que definitivamente no quiero volver a lo que había antes de la caída del Muro, porque básicamente estaría presa de por vida o sería asesinada. Estoy agradecida de que no estamos en esos días, y definitivamente no siento nostalgia por el pasado en la Unión Soviética. Ninguno de nosotros; ni mis padres, ni mis abuelos, ni ningún familiar siente nostalgia por esa época. Estamos tanto mejor ahora que tenemos Internet y medios de comunicación, por decir sólo algunas cosas.
—A ese pasado no hay que volver, de acuerdo. Pero el presente también puede ser aterrador. ¿Cómo vive lo que algunos definen como un ascenso de la derecha nacionalista en el mundo?
—Lo vivo como un completo desastre. Honestamente, por mucho que me gustaría pensarme a mí misma como una persona empática o comprensiva, no logro entender qué es lo que lleva a la gente a votar a alguien como Donald Trump. Sí tengo una teoría, que es que es consecuencia de las enormes desigualdades y de que una masa gigantesca de personas ha sido expulsada del proceso de globalización, perdió su trabajo, y está enojada. Puedo comprender eso, pero ¿por qué algunos creen que los líderes de la derecha nacionalista harán algo por ellos? Estamos hablando de líderes que odian y desprecian a la mitad de la población y a quienes claramente no les importa la gente. Simplemente no puedo entenderlo.
—¿Encuentra algún punto de contacto entre Donald Trump y Vladimir Putin?
-Ehm… diría que los dos son unos despiadados hijos de puta a quienes no les importa nada ni nadie, que piensan solo en sí mismos y que no les interesa ni siquiera la gente que está a su alrededor. Están ocupados en su dinero y su poder, y en sus malditas, estúpidas y racistas prácticas abusivas. Siguen prometiéndole a la gente que ellos van a cambiar algo que nunca tuvieron intenciones reales de cambiar. Ambos son temerarios pero vacíos en términos ideológicos. En ese sentido tienen puntos en común, aunque claro, no niego las diferencias.
Después de que la Federación Rusa publicara sus imágenes por primera vez, durante su juicio, Nadya abandonó los pasamontañas de colores estridentes y los remplazó por la nitidez de su sonrisa dulce y sus ojos claros con la que ahora posa en las fotografías. Y aunque el anonimato dejó de tener sentido desde entonces, el mundo reconoce sus acciones cuando descubre las coloridas prendas que ellas han colocado al nivel de lo simbólico.
“Trump y Putin tienen común que ambos son unos despiadados hijos de puta a quienes no les importa nada ni nadie”
—Puedes ponerte una máscara y protestar contra lo que sientas que está mal y es injusto, y eso te convertirá en un miembro real de Pussy Riot, en cualquier lugar del mundo. No me tienes que conocer a mí, ni a mis compañeros, ni a alguno que estuvo en prisión; simplemente somos un movimiento abierto a nuevos miembros, sin restricciones de admisión. Esto es así de acuerdo con la ideología con la que comenzamos todo esto. Y a mi me encanta esa posibilidad.
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