El padre Federico Lombardi, italiano de norte, nacido en el Piamonte, fue el encargado del área de prensa y comunicación de la Santa Sede durante tres papados, Juan Pablo II, Benedicto XIV y los primeros años de Francisco. Pese a su alejamiento de las menesteres oficiales, continúa ligado a la comunicación religiosa y a muchas otras tareas vinculadas a la Iglesia Católica, entre ellas, su reciente participación en el mes de febrero como moderador de la cumbre "anti-pedofilia" organizada por Francisco que se realizó en Roma y su trabajo como presidente de la junta de directores de la Fundación Ratzinger-Benedicto XVI.
Poco afecto a hablar de sí mismo, la palabra que más repetirá en nuestro intercambio será "servicio". Es un jesuita sobrio, ascético y simplísimo. Un gentilhombre del siglo XXI. Con expresiones contundentes tanto teológica como pastoralmente, atendió el amplio requerimiento periodístico de Infobae con generosidad en tiempo y en riqueza de contenidos.
—Marzo 2013. ¿Qué conocía usted de Argentina y del cardenal Bergoglio al momento de su elección como Papa. ¿Habían compartido tiempos como jesuitas?
—Debo decir la verdad: jamás he estado en Argentina. Naturalmente, como italiano a menudo había oído hablar de la Argentina, porque hay allí muchos italianos. Una de mis tías nació en Buenos Aires, otra fue religiosa misionera en Argentina… Leímos muchas historias de emigrantes italianos desde muy pequeños. En un libro que todos los niños italianos de mi tiempo leían en la escuela, titulado "Corazón", de Edmundo De Amicis, había un relato inolvidable llamado "De los Apeninos a los Andes" sobre un niño que iba a buscar a su madre que había emigrado a Argentina. Después escuchamos sobre Perón, Evita, el régimen militar y la guerra de Malvinas, la crisis económica… pero no tuve conocimiento directo. También con respecto al padre Bergoglio, debo confesar que no tenía ningún verdadero conocimiento. El único evento en el que ambos participamos fue la "Congregación General 33ª", es decir, la asamblea de representantes jesuitas de todo el mundo que en 1983 aceptó la renuncia del Padre Arrupe, que estaba enfermo, y se eligió al nuevo General, Padre Kolvenbach. Éramos cerca de 200 y estuvimos juntos por más de un mes. Bergoglio era uno de los representantes de Argentina y yo de Italia. Recuerdo una intervención del padre Bergoglio, pero no tuve ningún diálogo ni encuentro personal con él. Más tarde, él se convirtió en obispo y, por lo tanto, no participó en la vida internacional de los jesuitas y no tuve la oportunidad de encontrarlo. Incluso cuando me llamaron para trabajar en el Vaticano, después de 1990, no tuve tampoco ocasión de encontrarme con él en Roma. Además, como sabemos, no era un gran viajero y no le gustaba mostrarse, por lo tanto, aparte de una breve reunión durante las congregaciones de los cardenales en preparación para el Cónclave, en realidad lo conocí cuando se convirtió en Papa. La primera vez que lo vi como papa fue temprano en la mañana, el día después de la elección, ante la imagen de la Virgen en Santa María Mayor donde había ido a rezar.
—Padre Federico, de su vida personal se sabe poco. ¿Cómo fue su infancia, su familia, cómo surgió su vocación religiosa? ¿Los jesuitas siempre fueron su opción?
—Nací en la región de Piamonte, en el norte de Italia, la misma de la que proviene la familia del Papa Francisco. Yo también vengo de una familia de antigua tradición católica, de hecho, la familia de mi padre tenía muchos miembros comprometidos públicamente como católicos, en el campo de la familia, la empresa, la política, la enseñanza, y uno de los hermanos de mi padre fue un famoso predicador jesuita, el padre Riccardo Lombardi, quien también predicó con gran éxito en Buenos Aires y Argentina hace unos 50 años… Tuve una juventud muy feliz, asistía a los scouts en la parroquia, al oratorio salesiano y la escuela de jesuitas. Me gustaba muchísimo el alpinismo en las montañas del Piamonte, hacía larguísimos viajes en bicicleta por Europa con mis compañeros scouts: fui a París, a Barcelona hasta Oslo en Noruega en bicicleta cuando tenía 15 años… Con los scouts también fuimos a servir a los enfermos en Lourdes y Loreto… En este contexto, la vocación religiosa nació casi espontáneamente por amor de Dios y al servicio de los enfermos. Aunque sí tenía muchos amigos salesianos en el mundo del Movimiento Scout, me vino espontáneamente pedir entrar con los jesuitas, que eran mis educadores en la escuela y en mi formación cultural y espiritual. Por esto a los 18 años me uní a la Compañía de Jesús. Luego hice la formación normal de los jóvenes jesuitas: noviciado, filosofía, teología, ordenación sacerdotal. Entre la filosofía y la teología, los superiores me hicieron estudiar matemáticas. Tenía gran facilidad en los estudios científicos y hubiera podido enseñar en las escuelas o estudiar filosofía de las ciencias. Pero mientras estaba en teología con los jesuitas en Frankfurt (donde después estuvo el P. Bergoglio durante algún tiempo) hice mucha actividad pastoral con los emigrantes italianos y también escribí artículos sobre este tema. Los emigrantes fueron mi "primer amor" sacerdotal apenas como fui ordenado, y jamás lo he olvidado. Pero esta cuestión también tuvo otra consecuencia: los artículos que escribí sobre los emigrantes fueron del agrado de los redactores de La Civiltà Cattolica y, por lo tanto, cuando terminé la teología, ellos pidieron a los superiores que me enviaran a trabajar a su revista en Roma. Estuve allí 12 años, luego fui nombrado Provincial de los jesuitas italianos (¡entonces había 1.200!). Después de 6 años como Superior, en 1990 me enviaron a Radio Vaticana como Director de Programas. Desde entonces he permanecido 26 años en comunicaciones en el Vaticano con diferentes tareas. Como se puede ver, las matemáticas han permanecido como un recuerdo lejano… o tal vez me ayudaron a intentar expresarme con claridad… quién sabe. En cualquier caso, era más importante tratar de hacer lo que el Señor me pidió que hiciera.
—En el mundo de la comunicación de la Iglesia usted encarna para muchos el modelo a repetir de vocero y de líder de equipo de prensa institucional eclesial. Compártanos, por favor, algún consejo que considere verdaderamente importante para quien trabaja en el campo de la comunicación.
—Yo fui llamado para trabajar en comunicación no porque fuera mi deseo personal o mi pasión, sino para hacer un servicio que se necesitaba. Era una "vocación", no en el sentido de una elección correspondiente a mis capacidades o pasiones, sino en el sentido de ser llamado por los superiores y el Señor para prestar un servicio. Para mí se trataba de servir a la misión de la Iglesia, el Evangelio y la caridad en el mundo, y más concretamente de servir al Papa y ayudarlo en su servicio a la Iglesia y a la humanidad. El Papa, el sacerdote, el cristiano deben ser comunicadores del Evangelio con sus palabras y sus acciones. Yo me siento como un comunicador no porque sea un buen profesional de la comunicación, sino sobre todo porque tengo que comunicar el evangelio de Jesús con toda mi vida y tengo la pasión de hacerlo. Si resulto un buen profesional, esto también será útil, pero si no tengo la pasión de comunicar el Evangelio, el profesionalismo no es suficiente. Los Papas con los que colaboré se comunicaban con diferentes estilos, pero siempre con eficacia, porque eran grandes creyentes, testigos de la fe y, por lo tanto, eran creíbles cuando se comunicaban. Las personas a veces se dejan encantar por comunicadores expertos, pero al final entienden si son personas creíbles o no, si dicen cosas en las que creen o no, cosas reales o no. Esto se aplica a los Papas y gobernantes, pero también a nosotros los comunicadores de nivel intermedio y vale sobre todo en la Iglesia. Si creemos en lo que comunicamos, podemos esperar ser creídos también. Si no lo creemos, las palabras finas o las tecnologías más modernas no serán suficientes.
—En una lista de valores humanos que se ejercitan a la hora de comunicar las noticias, ¿cómo los ordenaría? ¿Cuáles son más necesario y por qué?
—En los últimos años, cuando comunicadores más jóvenes o estudiantes de comunicación me piden que hable con ellos, generalmente yo hago este discurso: no hablo sobre nuevas tecnologías y nuevos lenguajes de comunicación, ellos mismos saben más que yo y verán tantos cambios porque lo que será en 10 años será muy diferente de lo que sucede hoy. Entonces yo les digo pocas cosas que creo que les servirán incluso mañana y que para mí son las más importantes. Traten de usar siempre la palabra y la comunicación para unir y no dividir, para hacer la paz y no la guerra, para crecer juntos en el diálogo. Traten de decir siempre la verdad y no la falsedad para su propio interés o el de los demás; y si no ven claramente la verdad, búsquenla con humildad, escuchando también a los otros. Busquen dar buenas noticias, aprendiendo a ver que en el mundo no solo opera el mal sino también el bien, aunque a menudo está más oculto. Traten de mostrar la belleza, la belleza de la virtud, del heroísmo, de la pureza, de la santidad, porque nuestros ojos y nuestras bocas están demasiado llenos de vulgaridad, pornografía y falta de respeto por la dignidad humana. Jesús dice: "Si tu ojo está iluminado, en todo tu cuerpo habrá luz". Es necesario levantar la mirada. Unidad, verdad, bondad, belleza, son valores que duran y contienen a todos los otros. La espiritualidad de los comunicadores debe ser nutrida por esto. Los grandes filósofos cristianos decían que estos valores encuentran su perfección en Dios.
—Quiero pedirle que me hable sobre momentos que le hayan impactado, anécdotas, imprevistos, sorpresas buenas y de las otras, durante sus viajes papeles.
—Hice cerca de 25 viajes internacionales con Juan Pablo II. A partir de 1991 hice uno cada dos, alternando con otro director de Radio Vaticana. Luego, al convertirme en director de la Sala de Prensa, realicé prácticamente todos los 24 viajes internacionales de — y luego los primeros 15 de Francisco. Así que en total más de 60, sin contar algunos viajes a ciudades italianas. Naturalmente que son experiencias extraordinarias. En nuestro tiempo, dado que la facilidad de los viajes aéreos seguros existe, los viajes de los Papas se han convertido en una forma esencial para la animación de la Iglesia en el mundo. Entre los motivos por los que Benedicto XVI renunció justamente, sin duda estaba la conciencia de no poder viajar más. Me impresionó el coraje con que los Papas afrontaban los viajes incluso en situaciones muy difíciles y riesgosas. Pienso en Benedicto en el Líbano rodeado de conflictos, en Francisco en los peligrosos barrios musulmanes de las periferias de Bangui en África Central… Pero siempre han hecho bien en tener valor, podemos decir que la Providencia de Dios siempre los ha acompañado y por eso han dado mensajes de caridad, de paz y de diálogo eficaces.
Los viajes espiritualmente más intensos probablemente fueron los de Tierra Santa, la tierra de Jesús. El primer viaje internacional de Pablo VI fue a Tierra Santa y sus tres sucesores viajeros fueron allí. No podían no ir allí. Las Jornadas Mundiales de la Juventud también fueron inolvidables, con el entusiasmo de los jóvenes que involucraron a los ancianos pontífices con su alegría contagiosa. Un episodio que no puedo olvidar fue en la Vigilia de los días de Madrid [Jornada Mundial de la Juventud 2011], cuando una fuerte tempestad de viento y lluvia golpeó al Papa y al millón o más de jóvenes que estaban en la explanada con él. Fue realmente aterrador, los sistemas de luz y sonido saltaron y se quemaron. Pero el Papa y los jóvenes resistieron con paciencia y confianza, la tormenta pasó y hubo un silencio y una paz absolutos en los cuales comenzó la adoración del Santísimo Sacramento, con un intenso recogimiento y oración en la noche. Para mí, este episodio permanece como símbolo del pasaje de la turbación a la paz en unión con Dios. De las tempestades en la vida de la Iglesia, que se superan con la presencia del Señor. Es una experiencia que cada uno de nosotros y toda la Iglesia debemos aprender a hacer en su vida.
—En tren de imaginar, ¿le gustaría acompañar en un posible viaje de Francisco a la Argentina?
—Por supuesto que estaría contentísimo. El viaje de un Papa a su patria es algo extraordinario. En particular, los viajes de Juan Pablo II a Polonia fueron un acontecimiento histórico inolvidable y tuvieron un gran impacto espiritual, social y —como sabemos— también político. Pero cada Papa es único y cada país es diferente. En estos años hemos aprendido que el Papa Francisco, aun deseándolo ciertamente, consideró mejor posponer un viaje a Argentina. Dejémosle a él y su sabiduría evaluar si existen las condiciones para que este viaje se realice y sea fructífero. Mi conocimiento de Argentina es demasiado limitado para poder dar mi parecer y poder imaginar lo que significaría este viaje para su país.
—¿Cómo resignificó su propia vida personal y profesional cuando en el 2016 dejó su servicio en comunicación en la Santa Sede con todas sus implicancias y responsabilidades? La Fundación Joseph Ratzinger-Benedicto XVI lo tiene como presidente. ¿De qué se trata su trabajo allí?
—Después de haber dejado el servicio de comunicación en la Santa Sede, luego de la Jornada Mundial de la Juventud en Cracovia a fines de julio de 2016, el Papa Francisco me dijo que quería que asumiera la presidencia de la Fundación Ratzinger. Yo quedé muy sorprendido porque se trataba una actividad de carácter cultural en la que la teología tiene una gran importancia y mi trabajo había sido muy diferente durante mucho tiempo. Sin embargo, realmente amo al Papa emérito, a quien he servido de todo corazón, y por eso traté de entender qué debía y podía hacer. La Fundación tiene algunas actividades principales: cada año asigna el Premio Ratzinger a dos personalidades de gran autoridad en el campo teológico de las artes de inspiración cristiana; organiza conferencias internacionales en colaboración con universidades católicas; otorga becas para estudiantes de doctorado en teología o ciencias afines; promueve publicaciones, estudios sobre el diálogo entre ciencia y fe, etc. He tratado de promover convenios y estudios sobre argumentos importantes, como la responsabilidad de nuestra "casa común", haciendo ver siempre cómo la enseñanza de Benedicto continúa y se desarrolla en aquella de Francisco. Por ejemplo, organizamos un Congreso en Costa Rica, con la participación de muchas universidades católicas de América Latina sobre la encíclica "Laudato Si' " (las actas son publicadas en su totalidad en español por la BAC, Biblioteca de Autores Cristianos). Pero la Fundación Ratzinger es una institución bastante pequeña y también puedo dedicarme a otros compromisos.
—Por último, ¿podría definir con pocas palabras-conceptos a cada Papa con el cual le tocó compartir tareas, tiempos, contratiempos, palabras, silencios, gracias: Juan Pablo II, Benedicto XVI y Francisco?
—Juan Pablo II sigue siendo para mí no solo un gran testigo de la fe, sino también un "maestro de pueblos" extraordinario. Testigo de la fe personal: cuando se arrodillaba en oración ante el Santísimo Sacramento, con la cabeza en las manos, incluso en breves visitas a las iglesias durante los viajes con programas intensísimos, sentía que estaba verdaderamente "inmerso en Dios". No tenía prisa porque lo más importante era estar unido a Dios. Maestro de pueblos: cuando hablaba con las grandes multitudes —cientos de miles, a veces millones de personas— especialmente en viajes a países orientales liberados del comunismo, lograba hablarles con una autoridad única, altísima, indicando pueblos enteros cuál era su vocación en la historia, cuál su dignidad y la contribución que debían que dar al camino de la gran familia de los pueblos del mundo. Nunca he escuchado a nadie hablar con tanta autoridad a pueblos enteros.
Benedicto permanece para mí como el hombre que expresó en una síntesis maravillosa la armonía de la fe y la razón, la belleza y la profundidad de la cultura humana animada por la espiritualidad. Y luego, el hombre que primero enfrentó con humildad, verdad y previsión el desafío planteado a la Iglesia por la llaga de los abusos.
Francisco es para mí el anunciador eficaz de la misericordia de Dios con la cercanía de todos, comenzando con los más pobres. Esta es la cosa más importante que tiene que hacer la Iglesia, la razón por la que existe. Todos los Papas lo sabían y lo decían, pero Francisco me parece que logró que muchas personas, dentro y fuera de la Iglesia, lo comprendieran mejor. Y yo se lo agradezco inmensamente.
*Traducción del padre Guillermo Ortiz SJ
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