"Es cierto que mi forma es muy extraña, pero culparme por ello es culpar a Dios;
si yo pudiese crearme a mí mismo de nuevo procuraría no fallar en complacerte.
Si yo pudiese alcanzar de polo a polo o abarcar el océano con mis brazos,
pediría que se me midiese por mi alma. La mente es la medida del hombre".
El texto pertenece a Joseph Merrick y fue hallado entre sus pertenencias luego de que lo encontraran muerto en su habitación de la plaza Besteers del Hospital de Londres, el 11 de abril de 1890.
"Vi por primera vez la luz el 5 de agosto de 1862. Nací en la calle Lee en Leicester (Inglaterra). La deformidad que ahora exhibo no se notaba mucho al nacer, pero comenzó a desarrollarse cuando tenía 5 años. Fui a la escuela hasta los 11 o 12 años, cuando ocurrió la desgracia más grande de mi vida: la muerte de mi madre, que en paz descanse. Fue una buena madre conmigo". Con esas palabras, el propio Merrick contó en una autobiografía de dos hojas sus primeros años.
Tras la muerte de su madre, Mary Jane, su padre Joseph Rockley se casó con otra mujer a la que padeció por el desprecio con el que lo trataba. Años más tarde, escribió: "Junto con mi deformidad ella fue la razón por la que mi vida fue una miseria absoluta. Se burlaba y se mofaba tanto de mí que no volvía a casa para las comidas sino que permanecía en la calle con el estómago vacío".
El primer acercamiento a la medicina para intentar frenar su enfermedad a fenómeno de circo
Como Merrick mismo escribió, sus malformaciones no nacieron con él sino que comenzaron a atrapar su cuerpo hasta el punto de deformarlo cuando aún era pequeño. Su corta vida —vivió 27 años—fue triste y dolorosa, debido a las impresiones que tenían las personas al verlo.
"Merrick solía relatar que su madre había sido atropellada por un elefante durante su embarazo, aunque no existen registros de tal accidente en Inglaterra, donde los elefantes son, como todos sabemos, inusuales", dijo a Infobae el historiador Omar López Mato, autor de Monstruos como nosotros: Historias de freaks, colosos y prodigios.
Es fácil imaginar al pobre niño buscando alguna anécdota que justificara ante los demás las protuberancias que se habían apoderado de él, sobre todo durante la etapa escolar.
‘Jamás había visto una versión tan degradada o pervertida de un ser humano como la de esta figura solitaria’. Dr. Treves
Joseph dejó la escuela luego de la muerte de su madre y evitaba estar en casa para no tener que lidiar con los embates discriminatorios de la madrastra. "Trabajó desde los trece años en una tabaquería, hasta que la deformación de su mano derecha le impidió liar cigarros. Pensó en hacerse pregonero, pero su deformidad imposibilitaba a los probables clientes interesarse en los productos que promovía", continuó López Mato.
Cuando las deformaciones se hacían más evidentes, Merrick buscó ayuda en la ciencia. "A los 20 años fui operado por primera vez. Fui entonces al hospital en Leicester, donde fui sometido a una operación en el rostro (…) Me cortaron 80 u 85 gramos de carne", explicó sobre el primer intento para frenar la evolución de su desconocida enfermedad.
Finalmente, cuando supo que nada podría detener ese avance, optó por convertir su cuerpo en algo ventajoso. "Fue entonces cuando Merrick se percató del interés que despertaba su aspecto y pensó en cobrar por exhibirse. Así fue como conoció a Sam Torr, un empresario de music hall y circense que inmediatamente vio en él un gran negocio", agregó el historiador.
Joseph se sumó a las giras organizadas por Torr y fue parte del circo itinerante que mostraba bajo la niebla londinense a los "fenómenos". Una de las exhibiciones se realizaron en una tienda frente al Hospital de Leicester, hasta donde se acercó el destacado cirujano Frederick Treves, avisado por sus alumnos que sabían que buscaba casos extraños de la medicina para estudiarlos.
“Al hacer mi primera aparición ante el público, que me ha tratado muy bien, puedo afirmar que me sentí tan cómodo como me sentía incómodo antes”. Joseph Merrick.
Treves se acercó a Merrick y lo convenció para que lo visitara en la Escuela de Medicina del Hospital de Londres a fin de examinarlo. Una vez en el consultorio fue sometido a un examen médico, en el que además le tomaron una muestra de cuatro fotografías.
Tras esa visita, el médico escribió: "Es el más horroroso ejemplo de naturaleza humana, una versión pervertida de la especie. La deformidad implicaba tanto al sistema cutáneo como al óseo. En lo que se refiere a la piel, el área afectada mostraba dos problemas distintos: de la axila derecha colgaba un trozo de piel y esta afección producía el crecimiento papilomatoso que eran más abundantes en unas áreas que en otras, como el pectoral derecho. Jamás sufría de dolores de cabeza y su inteligencia no era inferior, sino más bien igual o superior a la media".
El médico había quedado decepcionado por no saber qué enfermedad aquejaba al hombre, por lo que lo convenció para que se presentara ante la comunidad médica de Londres y juntos encontrarle, quizás, la cura.
“El Hombre Elefante no está acá para asustarnos, sino para iluminarnos”, pregonaba Torr durante su espectáculo.
Allí fue. Pero ni los médicos dejaron de lado su aversión ante el ser humano que tenían enfrente: enojados con Treves, le reprocharon la exposición ya que "no era apropiado mostrarlo porque no se trataba de un ser humano enfermo sino de un fenómeno".
De estrella de circo a fenómeno rechazado por la sociedad victoriana. La búsqueda de un hogar y aceptación
Para 1884, los shows de "fenómenos" dejaron de ser aceptados en la sociedad victoriana, que se opuso a la continuidad de las presentaciones. Nuevamente el exilio. Merrick viajó al extranjero (Bélgica) en busca de un nuevo público, pero al regresar ocurrió su desgracia.
Logró salir de Bélgica, pero fue robado. Dada su enfermedad y el estado en que estaba, poder regresar a Inglaterra habiendo conseguido un pasaje sin dinero demuestra sus capacidades para conducirse socialmente. Al llegar a la estación de la calle Liverpool se enfrentó a la experiencia más aterradora de su vida. La gente lo corrió, lo golpeó, lo arrinconó y, asustado, como pudo les dijo: "No soy un animal, soy un ser humano". Se largó a llorar y se desplomó preso de sus emociones.
"Librado a su suerte, Merrick comenzó a vagar —cuenta Omar Mato— sin poder precisar cómo y por qué apareció en la estación de Liverpool en un estado de completa enajenación. No hablaba ni parecía saber quién era ni qué hacía allí…". El llamado Hombre Elefante se encontró con lo peor: la monstruosidad humana.
En ese momento intervino la policía: "Entre sus ropas un policía encontró la tarjeta del doctor Treves, quien fue convocado para asistir a Merrick. Lo encontró reducido a una masa que no dejaba de llorar por lo que decidió hospedarlo en el Hospital de Whitechapel", relató López Mato.
Treves habló con el director del Hospital de Londres para que Joseph fuera admitido en el ala cotton, donde estaban las habitaciones de aislamiento que habían sido utilizadas durante los brotes de cólera, alrededor de 1860. Pero su estadía molestó a algunos pacientes y debió ser trasladado a una habitación más apartada, en el ático.
Frederick Treves escribió el libro ‘Elephant Man and Other Reminiscences’ (1923). En él se basó la película ‘El hombre elefante’ (1980)
Treves rompió todas las normas con sus acciones para lograr que Merrick estuviera a salvo, al menos de manera temporal. El piadoso médico notó que en los dos años sin verlo, sus deformidades habían progresado de manera sorprendente, olía muy mal y no era capaz de valerse por sí mismo.
Transcurrido un tiempo, las autoridades del hospital de Londres avisaron que no podían mantener internado a pacientes con casos incurables. Desesperado, Treves pidió auxilio a Francis Carr Gomm, presidente de la institución, quien escribió una carta el editor del diario Times.
"Hay un hombre que reside en el hospital, en una pequeña habitación en una de las alas del ático. Es un caso de enfermedad singular cuya causa es completamente ajena a él, solo puede esperar una vida de quietud y privacidad que el señor Treves me asegura no podrá ser muy larga. ¿Podrá alguno de sus lectores sugerirme el lugar adecuado donde pueda ser recibido?", publicó el diario en noviembre de 1889.
La respuesta en favor de Joseph Merrick fue sorprendente: llegaron una gran cantidad de cartas y una considerable suma de dinero para ayudarlo. Los lectores mandaron al Fondo Merrick dinero que alcanzaba para cubrir sus gastos de por vida. Es más, un tal Singer se ofreció a pagar 50 libras anuales al hospital solo por mantenerlo allí.
El Hombre Elefante volvió a ser querido por la sociedad que, conmovida por su historia, comenzó a visitarlo. Incluso la Princesa Real llegó a mostrarle sus respetos.
Bajo la dirección de David Lynch en 1980 se estrenó "El hombre elefante", protagonizada por John Hurt (John Merrick) y Anthony Hopkins (Frederick Treves)
Treves había cambiado la vida del hombre cuando parecía hundirse en la más absoluta y solitaria tristeza. En esos años estrecharon sus lazos y llegaron a convertirse en grandes amigos. Así descubrió su inteligencia y profunda sensibilidad. "Merrick era un amante de la lectura, un apasionado del arte, sensible", refirió López Mato sobre el tiempo en que el médico aprendió a ver al ser humano detrás de su apariencia monstruosa.
Los últimos días en la vida de Joseph Merrick
"El espíritu humano nace insatisfecho por naturaleza y pese a su inesperado buen pasar, Merrick no lograba la felicidad por el rechazo del que era objeto, especialmente por parte de las mujeres", aseguró a Infobae López Mato.
Fue así que el doctor Treves preparó una reunión entre Merrick y una viuda para que ella solamente le tomase de la mano y le sonriera. "Así ocurrió y Merrick, sosteniendo la mano de su benefactora, lloró de alegría", detalló el emotivo momento el historiador y agregó: "Este episodio se dio a conocer y entonces damas, actrices y hasta la Princesa Real pasaban horas y horas sentadas junto a Merrick, tomándole de la mano".
Cuando comenzaba a sentirse feliz porque por fin pasaba sus días acompañado, escribiendo poemas, sus memorias o armando prolijamente alguna maqueta de palacios e iglesias —que amaba regalar a sus visitas— su vida súbitamente terminó.
"La única explicación hallada por Treves a este desafortunado desenlace fue que Merrick se quedó dormido sentado y que el peso de su cabeza, al inclinarse con brusquedad, lo desnucó. Un triste final para el Hombre Elefante", finalizó López Mato.
Tras su muerte, encontraron entre sus pertenencias dos hojas en las que escribió su breve autobiografía y un poema que, se cree, escribió durante una de las visitas del poeta Isaac Watts.
Entre ellos, los cuatro versos que abren esta nota fueron los últimos que habría escrito Joseph Merrick. En ellos se desnudó por completo y mostró su sensibilidad, humildad, su falta de rencor y el dolor que sufrió ante un mundo despiadado con lo diferente.
Ese poema se considera una gran lección de moral y ética.
El legado a los futuros médicos que dejó el doctor Treves
Frederick Treves murió (7 de diciembre de 1923) sin saber qué enfermedad tuvo su paciente y amigo, Joseph Merrick. Pero confió en que sus futuros colegas junto con el avance de la ciencia encontrarían la respuesta.
Treves tomó muestras de la piel y de los tejido del cadáver de Joseph y los dejó listos para ser analizados, pero que se perdieron durante un bombardeo en la Segunda Guerra Mundial.
También se ocupó de que un experto tomara moldes exactos del cuerpo de su amigo para reproducir las deformaciones que padecían y que también fuera estudiado en la posteridad.
El excelente trabajo de moldes fue analizado un siglo después por un prestigioso equipo de dermatólogos. También mandó a guardar con técnicas de conservación todos sus huesos, los cuales pudieron ser radiografiados y estudiados en la década de 1990.
Actualmente el Museo del Hospital no exhibe el esqueleto de Joseph, pero sí algunas pertenencias suyas como un sofá con ruedas, cartas manuscritas, el libro de admisiones del Hospital con su entrada y el gorro con el trapo cosido que le cubrían la cara y la cabeza —fabricado por Tom Norman— y los vaciados de yeso que le realizaron a su cadáver.
Según descubrieron los estudiosos de su vida, Merrick (de 157 centímetros de estatura) fue devoto de la religión protestante y se identificó con la Iglesia Bautista. Había manifestado que su madre le leía Salmos y que su favorito era el Salmo 23.
En sus últimos años escribió un cuarteto que unió a otros cuatro versos del poeta y pastor protestante Isaac Watts autor de más de 750 himnos cantados hasta hoy en congregaciones bautistas en todo el mundo.
Los últimos estudios médicos que se practicaron a los restos de Joseph Merrick revelaron que padeció el Síndrome de Proteus, del cual representar el caso más grave conocido hasta el momento.