Viajó a China por un viaje de negocios, y los siguientes nueve meses de su vida se convirtieron en un auténtico tormento. Todavía hoy las lágrimas caen de los ojos de Omir Bekali cuando recuerda su estancia en un campo de reeducación para musulmanes en la región occidental china de Xinjiang.
"Cada mañana, entre las 07:00 y las 07:30 horas, teníamos que cantar el himno nacional chino" relató durante una entrevista con AFP Bekali, nacido en Xianjiang de padres de etnia kazaja y uigur.
Desde hace años, asociaciones de derechos humanos denuncian la persecución que sufren las minorías étnicas en Xinjiang.
En 2018, la organización China Human Rights Defenders denunció en su informe "Erradicar Virus Ideológicos: la Campaña de Represión contra los Musulmanes en Xinjiang" que en esa región "el Gobierno chino está cometiendo abusos a una escala que no se ha visto en el país en décadas".
Fue esta represión la que llevó a Omir Bekali a mudarse en 2006 a Kazajistán, un país ubicado en Asia Central que formó parte de la Unión Soviética hasta 1991, cuando se reconoció su soberanía.
Allí encontró trabajo y consiguió la nacionalidad kazaja. Disfrutó de unos años tranquilos hasta que en 2017 todo se torció.
Por un viaje de trabajo, Omar Bekali tuvo que regresar a Xianjiang. Al poco tiempo de llegar, lo acusaron de ayudar al "terrorismo" y lo arrestaron. Después de siete meses en la cárcel lo internaron en un centro de reeducación para musulmanes.
El objetivo de estos reclusorios, contó el ex prisionero, es claro: despojarte de cualquier creencia religiosa. Iniciaban el día cantando de cara a la pared el himno nacional chino. Además los viernes, un día sagrado para los musulmanes, les obligaban a cenar cerdo, un alimento que prohíbe el islam.
"Nunca quise cantar, pero debido a la repetición diaria, se graba en la mente. Incluso un año después, la música aún resuena en mi cabeza" dijo durante la entrevista, en la que llevaba puesto el gorro tradicional de la comunidad kazaja.
Para los oficiales del centro los reclusos eran "estudiantes". Los agentes les prohibían hablar otra lengua distinta al mandarín, rezar o dejarse crecer la barba, pues consideraban esto último un signo de extremismo religioso.
Después de dos meses preso en el campo de reeducación, fue liberado gracias a una intervención de las autoridades de Kazajistán, según reveló Omir Bekali en la entrevista.
Desde Xianjiang viajó a Turquía donde se reencontró con su esposa y su hijo. Su intención era "poner distancia" entre él y China.
En las últimas semanas, ha participado activamente en distintas conferencias para contar su historia y denunciar lo que vivió.
Aunque solo pocos internos de estos centros tienen la posibilidad de contar los traumas que viven, y otros se niegan a hablar por el miedo a las consecuencias, Bekali continuará alzando la voz para que salga a la luz la realidad que se vive en estos campos de adoctrinamiento.
El gobierno chino, por su parte, ha defendido que los centros "responden a sus necesidades".
La respuesta del gobierno chino
La Organización de las Naciones Unidas (ONU) denunció que cerca de un millón de musulmanes se encuentran presos en campamentos educativos en el oeste del país, donde vive la mayor parte de la etnia uigur del país.
Sin embargo, tras este reporte público y después de que Omir Bekali narrara en primera persona sus vivencias, las autoridades negaron la acusación y defendieron que se tratan de "centros de educación vocacional" para eliminar cualquier pensamiento extremista en una región que ya ha sido azotada por ataques mortales en las últimas décadas.
"Nuestros centros de educación y formación se han creado en función de nuestras necesidades. El número de los estudiantes que vienen a aprender es dinámico y cambia" indicó el viceministro de Asuntos Exteriores de Xianjiang Le Yuncheng esta semana.
Sin facilitar el número exacto, dijo que "el total de personas en centros de educación debería ser menos y menos" y añadió que "algún día no se necesitarán", pues desaparecerán gradualmente.
Mientras, Omir Bekali asegura que más que haber vivido jornadas educativas o incluso de adoctrinamiento, atravesó un auténtico "trauma".