El historiador musulmán Muhammad Qasim Hindu Shah estimó que la conquista de la zona que hoy forma La India, Pakistán y Bangladesh trajo consigo unos 400 millones de muertos. El mismo erudito relata que a lo largo de los siglos de dominación e imposición del Corán que comenzó con la llegada de las tropas del califato Omeya en el año 711, la población hindú sobreviviente sufrió un extenso proceso de esclavización y conversión forzada, que incluyó la castración masiva, las masacres crónicas y las deportaciones. En otras palabras, dos de cada tres hindúes fueron muertos u obligados a convertirse al islam.
Por eso cuando los ingleses tomaron el control de la India en 1858 y desplazaron a las dinastías musulmanas que aun regían en la zona, hallaron en los hindúes una población que les prestaba una extraña fidelidad. El recuerdo del terror y el deseo de revancha arrastrado por siglos, explicaban aquella lealtad.
Al llegar el momento de la independencia en 1947, el territorio que formaba parte de la colonia inglesa de La India se fragmentó en tres grandes porciones. En el centro del mapa, nació La India, un estado multicultural dominado por integrantes de la mayoría hindú. En el noroeste, Pakistán, de identidad musulmana y lengua urdú. Estaba habitado por una mayoría que pertenecía a la etnia Pasthún y que habitaba hacia siglos un inmenso territorio que ocupaba también el sur del actual Afganistán, pero que fue partido al medio en 1893 por el capricho de un diplomático ingles llamado Mortimer Durand. En el Este, se creó Bangladesh, otro territorio de mayoría musulmana y etnia bengalí que fue asignado a Pakistán (de allí que fuese denominado Pakistán del Oeste/Oriental).
Las tensiones entre musulmanes e hindúes estallaron el 15 de agosto de 1947, el mismo día de la independencia de India y Pakistán.
En los meses anteriores, había comenzado la emigración de pobladores hindúes desde las zonas asignadas a los musulmanes y una mucho más numerosa de seguidores del Corán desde territorios de la actual India. En total, 14 millones de seres humanos se movilizaron para escapar de una matanza que se adivinaba en el horizonte. El día de la emancipación y ya sin el control de las tropas británicas, comenzó una de las masacres más cuantiosas de la era moderna. Un millón de personas fueron asesinadas por turbas de civiles, la mayoría de ellas hindúes, que tomaron por asalto las caravanas de musulmanes que huían a pie desde la India. En esos días, trenes enteros atiborrados de familias que escapaban fueron quemados y sus pasajeros muertos atrozmente. En los puertos, los muelles en los que los emigrantes esperaban embarcar, se tiñeron de rojo cuando las hordas los tomaron por asalto. Las matanzas continuaron en las grandes ciudades en donde aún quedaban bolsones de islámicos y una mayoría adversaria, tal como fuera graficada magistralmente en la película Slumdog Millonaire por el director Danny Boyle.
Con las masacres de 1947, se renovaron las promesas de venganza entre musulmanes e hindúes. Pero además se sucedieron algunos hechos políticos que conducirían a las tensiones del presente. Por un lado, La India había retenido para sí la zona de Cachemira, un enclave de gran valor económico y estratégico habitado por una mayoría musulmana. Pero además, desde Nueva Delhi se inició un plan de apoyo político a los integrantes del movimiento Mukti Bahini, un movimiento político de la etnia bengalí que pretendía independizarse de Pakistán.
Las tensiones entre Pakistán y la India nunca cesaron. Desde el día de la independencia de ambos países, la frontera fue terreno de ataques, emboscadas e intercambios de artillería que finalizaban con decenas o centenares de muertos.
Tanta tensión se volvió conflagración abierta en septiembre de 1965, cuando ambos países iniciaron hostilidades a gran escala por la entrada de tropas paquistaníes a Cachemira y el posterior ingreso de soldados indios a territorio de Pakistán. Pero además, la situación se había agravado por el apoyo de Nueva Delhi a los independentistas bengalíes. El alto el fuego fue seguido por negociaciones diplomáticas oficiadas por las dos grandes superpotencias del momento. Pakistán perdió 3.800 tropas. La India, declaró 3.000 soldados muertos.
Tanto EEUU como la URSS habían apoyado a uno de los bandos en conflicto. Washington encontró en Pakistán un aliado firme en el extremo oriente y los soviéticos un socio conveniente en la India, cuyo principio de no alineamiento resultaba apropiado para sus necesidades estratégicas en la zona. En los hechos, Pakistán recibió lo mejor de los arsenales de Occidente y la India enormes cantidades de pertrechos soviéticos de última generación.
Esas armas fueron puestas a prueba en diciembre de 1970 cuando ambos países entraron nuevamente en guerra. Todo comenzó con el triunfo de la Liga Awami en las elecciones celebradas en Pakistán Oriental. Aquel grupo era apoyado en su reclamo de independencia por La India. Pakistán respondió al desafío con una feroz persecución a los líderes de ese partido, que huyeron de manera precipitada hacia la India. Una rebelión de las tropas locales formadas en su mayoría por bengalíes, concluyó con la declaración de Independencia de Bangladesh el 27 de marzo de 1971 y su reconocimiento por parte del gobierno indio.
En las horas siguientes, Pakistán intentó tomar el control de su territorio oriental y las tropas de sus adversarios se movilizaron para apoyar a las del país recién nacido. Lo que siguió fueron casi dos semanas de intensas hostilidades en todos los terrenos. Los paquistaníes intentaron hacer llegar tropas al Este, pero para eso debían atravesar casi mil kilómetros por territorio enemigo. Los indios lograron frenar ese intento a costa de casi diez mil muertos. Del lado adversario, cayeron unos 4.000 soldados.
El alto el fuego no significó el fin de las tensiones y la guerra en la frontera siguió en forma de combates esporádicos. En tanto, Pakistán se dedicó a fortalecer el poder de los grupos musulmanes que operaban en Cachemira al tiempo que desarrollaba un plan secreto para hacerse de armas nucleares que compensaran su debilidad militar. La India, con asistencia de sus aliados, comenzó un programa similar para ponerse a la par de sus adversarios.
La primera carrera nuclear del tercer mundo
En enero de 1972, el presidente pakistaní Nawaz Shariff aprobó el plan para proveerle a su país de armas atómicas. La idea había sido desarrollada en un principio por su antecesor, Zulfikar Ali Bhutto, quien había entendido que el único modo de evitar una nueva derrota como la de 1971 era contar con armas de destrucción masiva.
Para concretar su plan, reunieron a los científicos más renombrados de su país e iniciaron un plan secreto de adquisición de tecnología en el exterior. La construcción de instalaciones de desarrollo y prueba en la provincia de Baluchistán fueron el comienzo de un programa que un lustro después comenzó a mostrar los primeros resultados. Hacia 1976, el diseño estaba listo, pero las demoras por presiones externas y especulaciones políticas internas hicieron que recién en 1998 se hiciera la primera prueba de un arma atómica. El 28 de mayo de ese año, un artefacto de 40 kilotones fue detonado en las instalaciones subterráneas de Chagai. Cinco detonaciones similares en los días siguientes anunciaron el nacimiento de la nueva potencia nuclear.
La India reaccionó ante la prueba y denunció a Pakistán por no respetar los acuerdos internacionales de no proliferación nuclear. Pero en realidad, aquello era una impostura dado que Nueva Delhi había desarrollado su propia arma nuclear en un programa igual de secreto.
De hecho, ya había hecho detonar su propia bomba atómica en 1974, pero seguía sosteniendo que se trataba de un plan de investigación con fines pacíficos. Cuando ambos bandos reconocieron tener armas atómicas y disponerse a usarlas en caso de un nuevo conflicto, se sinceró la existencia de los arsenales y su intención de continuar con sus planes de desarrollo nuclear bélico.
EEUU toleró el desarrollo nuclear de sus aliados paquistaníes, a los que necesitaba para seguir nutriendo de armas a los rebeldes afganos que luchaban contra los invasores rusos. Después de todo, los muyahidines que peleaban contra las tropas de Moscú eran parte de la etnia pashtún que habitaba en norte de Pakistán y desde donde les acercaban armas norteamericanas. La línea imaginada en 1893 por Mortimer Durand que los había separado, servía ahora para crear santuario desde donde llegaban refuerzos a los rebeldes afganos.
Y la Unión Soviética apostó a debilitar ese apoyo obligando a Pakistán a aumentar sus gastos en el programa nuclear y debilitar su economía. Lo hizo proveyendo a la India de tecnología y vectores adecuados para transportar más lejos sus artefactos atómicos.
La existencia de bombas atómicas en ambos lados del conflicto desató una carrera atómica sin precedentes en el Tercer Mundo. Aunque ambos países tenían enormes índices de pobreza y grandes carencias de infraestructura, invirtieron miles de millones de dólares anuales para acrecentar sus arsenales nucleares. Desde el Centro de Investigación Atómica de Bhabha, la India desarrolló nuevas armas hasta proveer a los arsenales de su país un total aproximado de 140 armas nucleares. Pakistán, por su parte, tendría entre 90 y 130 armas nucleares. Los arsenales sumados, son suficientes para causar un estrago inimaginable si fueran arrojados en una región que está entre las más pobladas del planeta.
En la actualidad, ambos países desarrollaron además misiles balísticos armados con carga nuclear para alcanzar los puntos estratégicos situados en el interior del territorio adversario. El más reciente desarrollado por Pakistán es el "Ghauri" y tiene la capacidad de hacer llegar su carga nuclear a 1.300 kilómetros de su zona de lanzamiento. La India presentó recientemente su último desarrollo, el misil Agni 5. Este modelo es capaz de alcanzar objetivos a 5.000 kilómetros.
Semejante despliegue de armas no es solo un juego disuasivo. Pakistán sigue apoyando a los rebeldes de Cachemira, atento a seguir erosionando a su adversario. Nueva Delhi acusa abiertamente a Carachi de estar detrás del grupo musulmán Jaish-e-Mohammed, responsable del ataque sucedido contra una comisaría en Cachemira el pasado 14 febrero, en el cual murieron 42 policías indios. De acuerdo a los informes de inteligencia, muchos de los grupos de rebeldes cachemires habían logrado sus primeras experiencias guerreras entre los grupos islámicos más radicalizados que operan en Afganistán y el norte de Pakistán, en donde mandan los servicios secretos de sus adversarios.
La respuesta de la India fue iniciar un despliegue de tropas a lo largo de la frontera común y lanzar una ofensiva aérea contra los santuarios del grupo terrorista en territorio paquistaní. El derribo de dos aviones indios por parte de sistemas antiaéreos paquistaníes y las noticias de al menos una docena de bajas en las refriegas entre tropas de ambos países, hace temer que la escalada de tensión derive en un nuevo enfrentamiento como sucedió en 1965 y 1971.
La diferencia entre aquellos conflictos y el que se desarrolla en el presente, es que en las guerras pasadas ambos adversarios solo usaron armas convencionales. Hoy, en cambio, cuentan en conjunto con casi 300 armas atómicas para despedazarse mutuamente. Y todo esto, en una de las regiones más vulnerables por su concentración demográfica. Los resultados de una nueva guerra abierta entre Pakistán y la India puede resultar catastrófico. Como lo fue en su inicio, muchos siglos atrás, cuando las tropas de los omeyas llegaron a la India y acabaron con dos de cada tres habitantes de la región dando así inicio a una sucesión de venganzas que puede terminar en un desastre nuclear.
Edición: Julieta Monge Molina
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