Italia se parece cada vez más a Jep Gambardella, el exquisito personaje que interpreta Toni Servillo en La Grande Bellezza de Paolo Sorrentino. El filme, que en cierta manera actualiza el argumento de La Dolce Vita de Federico Fellini llevándola a la época de Silvio Berlusconi, muestra la vida rutinaria, solitaria e insatisfecha de un escritor de 65 años, famoso por una novela de juventud y que desde entonces no pudo escribir nada interesante. Se dedicó a una vida cómoda, de periodista bon vivant y habitué de las fiestas de la decadente sociedad romana. Vive de viejas glorias, sin aportar al presente, mientras espera el milagro que le recupere las ganas de vivir. Gambaredella es la personificación de Italia –y toda Europa- desgastado, ojeroso, elegantemente vestido con un gusto antiguo y dudoso. Su vida se reduce a beber, bailar, aturdirse, derrochar energía en discusiones banales con amigos tan acabados como él.
La economía italiana entró esta semana oficialmente en recesión por tercera vez desde el estallido de la crisis del 2011. Según el Instituto Nacional de Estadística (Istat), la actividad se contrajo en los últimos tres meses del pasado año un 0,2% del PIB. Se trata del segundo trimestre consecutivo de caídas. En el conjunto de la zona euro las cosas no fueron mucho mejor. Apenas si hubo un crecimiento del 0,2%, la misma tasa que en el trimestre anterior. Los 19 países que comparten la moneda europea terminaron el 2018 con un avance del 1,8%, cinco décimas menos que en 2017.
El temor en todas las capitales de la unión es que Italia termine siendo un ancla desajustada que hunda el barco. Alemania, el gran motor económico del continente, recalculó el miércoles pasado su previsión de crecimiento para 2019 del 1,8 al 1%, el Brexit sigue en su laberinto y aumenta la perspectiva de una salida sin negociación, las tensiones sociales en Francia por los chalecos amarillos están afectando el consumo, y aunque la guerra comercial entre Estados Unidos y China alcanzó una tregua, la incertidumbre es enorme. En ese contexto de turbulencias, Italia, la tercera economía de Europa, pasa a ser "la peor de todas", incluso por encima de Grecia.
Sin sorprender a nadie, el primer ministro, Giuseppe Conte, utilizó la clásica fórmula: "La culpa es de los gobiernos anteriores y la compleja coyuntura mundial". Se escudó detrás de que el presupuesto presentado por la coalición antisistema, formada por el Movimiento Cinco Estrellas y la ultraderechista Liga, fue aprobado apenas un mes atrás. Los economistas independientes creen que más bien se trata de unas cuentas demasiado expansivas en el gasto público, la pelea casi permanente con el gobierno central europeo de Bruselas y la falta de confianza de los inversores. Más allá de las herencias recibidas –hay que admitir que las reservas estaban diezmadas-, el estancamiento italiano ya lleva décadas. Algo que acumuló una enorme deuda del 132% del PIB. Y las perspectivas no son nada esperanzadoras. El gobierno había previsto un crecimiento en 2019 de al menos un 1%, pero el Banco de Italia y el FMI rebajaron ese avance a un raquítico 0,6%.
La eurozona está por cumplir su vigésimo aniversario en el que puede presentar como una victoria sus más de cinco años de crecimiento ininterrumpida, acumula 23 trimestres de expansión, y el desempleo está por debajo del 8% por primera vez en una década. Pero el presidente del Banco Central Europeo, Mario Draghi, puso las cosas en perspectiva: en ese tiempo la economía europea apenas creció algo más del 10%, muy por debajo de Estados Unidos y China, sus competidores globales. Alemania, que marca el paso económico del continente, sigue siendo muy dependiente de las exportaciones, la industria automovilística está paralizada y el Rin, el río por donde circulan la mayoría de las mercaderías hacia sus principales mercados este invierno no tiene el calado suficiente para sus enormes lanchones de carga.
El economista estrella, Paul Krugman, lo decía así en un análisis sobre la próxima crisis de la economía global: "Durante años, la debilidad económica subyacente de Europa, por causa del envejecimiento de su población y de la obsesión de Alemania con los superávits presupuestarios, ha quedado enmascarada por la recuperación de la crisis del euro. Pero la racha de buena suerte parece estar llegando a su fin, con la incertidumbre que rodea al Brexit y la crisis a cámara lenta de Italia minando la confianza. Como en el caso de China, los datos recientes son sombríos. Y al igual que China, Europa es un gran actor en la economía mundial, de modo que sus tropiezos salpicarán a todos, incluido Estados Unidos".
La coalición gobernante italiana, populista de derecha, formada por el movimiento Cinque Stelle (M5S), la creación del humorista Beppe Grillo, y los antiinmigrantes eurofóbicos de la antigua Liga del Norte, cada vez aparece más enterrada en su propio barro. Es la formación número 66 que gobierna desde la Segunda Guerra Mundial y le llevó 88 días de negociación para hacerla posible. Finalmente, en mayo pasado, el profesor de derecho Giuseppe Conte fue nombrado primer ministro. Aunque es apenas la cara del gobierno. El poder está en las manos de sus viceprimeros ministros, el bravucón Matteo Salvini de la Liga y Luigi Di Maio, el jovencísimo líder de los "grillinos".
Desde entonces, se dedicaron a romper todas las reglas de la comunidad europea para poder cumplir en cierta manera con sus múltiples promesas de campaña. Habían asegurado que crearían una renta ciudadana, un sueldo básico universal de 780 euros, pero no encontraban su lugar en el presupuesto. El ministro de Economía, Giovanni Tria marcó claramente un límite de déficit que lo impedía. Es un moderado que quiere cumplir con las normas de la UE. El portavoz del primer ministro, Rocco Casalino, un ex participante de Gran Hermano, se lo dijo bien claro a un periodista del Corriere: "Nos importa un carajo lo que piense Tria. Si lo tenemos que sacrificar, lo haremos. Tria no tiene peso, el problema es que en el ministerio hay una serie de personas que llevan años protegiendo el mecanismo, el sistema entero. No es aceptable que no se encuentren los 10.000 millones de mierda. Si no lo hacen, dedicaremos todo 2019 a echarlos a patadas".
Y así fue. Tria no pudo mantenerse en un déficit del 1,6% del PIB. El Consejo de Ministros presionó de tal manera que tuvo que subirlo al peligroso 2,4%. De acuerdo a las crónicas de ese día, el ministro Tria llamó para pedir ayuda al presidente de la República, Sergio Mattarella, que se encontraba en un concierto de Ennio Morricone en el auditorio romano de Santa Cecilia y no pudo responder. Así que quedó solo, tragó saliva y aceptó defender un proyecto en el que no creía. Los 10.000 millones aparecieron y el déficit se disparó. Desde Bruselas llegaron las críticas. Pero Salvini contestó bien a la italiana: "me ne frego". Y trató de borracho al presidente de la Comisión Europea, Jean-Claude Juncker: "Solo hablo con gente sobria".
El economista experto en deuda pública Carlo Cottarelli explicó así la situación en ese momento al diario El País de Madrid: "Las reglas europeas han sido violadas. Es la primera vez que no se disimula. Ahora, al menos, son honestos y dicen claramente que les da igual. Esta ley aumenta los riesgos notablemente. Con un déficit alto y la deuda que baja demasiado lentamente, estamos expuestos a riesgos que manden a Italia a una recesión. Una situación provocada por una deuda pública elevadísima. Y el crecimiento será bajo porque nuestra competitividad no es la que debería ser". La predicción se cumplió. Lucrezia Reichlin, profesora de la London Business School, cree que la raíz de todos los males se remonta a los años noventa. "El primer problema es el crecimiento, a la cola de la media europea desde antes de la entrada en el euro. Y esto tiene que ver con la demografía, pero también con la productividad. El segundo, es que detrás de este dato hay una gran heterogeneidad en pedazos enteros del sistema productivo, concentrados en las regiones del sur. La clave de una política económica convincente debería ser afrontar el crecimiento, pero también estos problemas de las pequeñas empresas", explica.
Dos meses más tarde, algo de todo esto quedó expuesto con la tragedia del derrumbe del puente Morandi en Génova que mostró el largo estancamiento sin inversión en infraestructuras públicas. Y la decadencia general también aparece muy clara en los números más duros. El PIB per capita italiano en 1998 era de casi 20.000 euros; muy cerca del alemán con 24.600 euros y por encima de la media de la eurozona que era de 17.700 euros. Casi dos décadas después, en 2017, este mismo indicador fue de 28.500 euros, frente a los 30.000 euros de la eurozona y los 39.600 de Alemania. El crecimiento acumulado de la producción real per capita italiano en estas dos décadas fue del 1,15% frente al 26% alemán.
Giorno tristissimo, decían los diarios italianos cuando se conoció esta semana la entrada en recesión. Y las alianzas de la extrema derecha europea que ven lo que sucede en Roma como un "laboratorio político" para sus ambiciones, comenzaron a recalcular sus discursos económicos. Desde Viktor Orbán en Hungría hasta el Alternative für Deutschland alemán y Marine Le Pen en Francia –todo aderezado con la verba de Steve Bannon, el ex asesor estratégico de Donald Trump que ahora trabaja para todos ellos- continúan con su posición euroescéptica pero comenzaron a ponerle un ojo más estricto a los números que prometen a su creciente electorado.
Mientras tanto, la Europa de los valores eternos de "libertad, igualdad y fraternidad" impuestos por la Revolución Francesa de 1789, espera que se produzca un milagro como el que dio oxígeno a Jep Gambardella, el personaje de La Grande Belleza. En la película, se cruza con la antigua fragancia de Fanny Ardant. Ve una jirafa entre las ruinas romanas y el mar en el techo de su dormitorio. Recobra fuerzas, se renueva; tal vez, escriba una nueva novela. Pero como Italia, primero tiene que sacudirse las cenizas para intentar retomar el vuelo.
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