"Niebla en el canal. El continente, aislado". Una frase que les encanta repetir a los británicos desde que fue acuñada en 1948 por una revista de comics (otros la atribuyen a un titular del Daily Mail o a un reporte oficial del servicio meteorológico de la Reina). Y que cada vez obtiene más vigencia ante el drama shakespeariano que se está desarrollando en la Cámara de los Comunes de Westminster por el Brexit. Está casi terminando la representación de la obra y aún no se vislumbra un desenlace. Tanto los euroescépticos, que quieren alejarse definitivamente del continente, como los que buscan un segundo referéndum para quedarse en la unión, nadan en ese Canal de la Mancha sin que la otrora poderosa Royal Fleet pueda acudir a su rescate. La niebla tapa el clásico pragmatismo británico.
Cada vez queda menos tiempo para evitar una ruptura intempestiva de Gran Bretaña con la Unión Europea (UE) en la medianoche del 29 de marzo, el último plazo para irse o quedarse. El Brexit entró en un nuevo impasse de dos semanas a la espera de que el Parlamento británico se pronuncie, el 29 de enero, sobre un plan alternativo después de que el acordado por la primera ministra, Theresa May, con la Comisión Europea -tras 18 meses de negociaciones- fuera rechazado por el Parlamento con un tsunami de votos. Ahora, May debe presentar este lunes un Plan B. Nadie sabe muy bien cuál podría ser ese plan si la capacidad de maniobra de la premier y su gobierno están ya diezmadas. Y ella misma se trazó una línea roja: no habrá salida abrupta ni nuevo referéndum. Los 27 estados restantes de la Unión Europea también marcaron la cancha: no habrá una nueva negociación. Entre medio de estas posiciones sólo queda un pedido de Londres para extender el plazo de la salida mientras se decanta una alternativa en este momento impensada.
La UE sigue con atención el caos político británico y supedita la prórroga del Brexit a un acuerdo entre los conservadores de May y los laboristas liderados por el ultra Jeremy Corbyn, que es un euroecéptico desde siempre pero que sabe que toda la base de su partido está a favor de llamar a un nuevo referéndum que acabe con toda esta incertidumbre y recoloque a las islas en la alianza con el resto de Europa. El líder de la oposición especula con un llamado anticipado a elecciones en las que tiene la esperanza de llegar a ocupar el sillón de May en Downing Street. Una jugada que, de todos modos, no llevaría a ninguna solución sobre el Brexit porque Corbyn tendría que resolver el mismo dilema que tiene hoy la premier: en lírica de The Clash, "Should stay or should I go". No puede plantear permanecer sólo dentro de la unión aduanera con la UE, porque le impediría negociar por su cuenta tratados de libre comercio con otros países y tendría que aceptar la misma legislación que rige ahora y que no controla. Tampoco puede proponer seguir en el mercado único europeo, porque eso implicaría aceptar la libre circulación de personas y le impediría prohibir la entrada de inmigrantes o recuperar el control de las fronteras.
Para May "solo hay dos maneras de evitar una salida abrupta: que el Parlamento apruebe su acuerdo de Brexit o la anulación de los resultados del referéndum (de 2016), algo que sería injusto y violatorio del sistema democrático". Este fin de semana, el gobierno tomó un poco de oxígeno después de que May lograra superar con un margen aceptable un voto de censura en el Parlamento. Esa pequeña victoria fue fruto más del espanto de la actual coalición gobernante de conservadores y unionistas norirlandeses a unas elecciones anticipadas que pudieran darle la victoria al temido líder laborista que de otra cosa. Pero este respiro no resuelve la cuestión de fondo: la premier carece del respaldo de su propio partido para aprobar el acuerdo del Brexit pactado con la UE.
May no se pudo tomarse el descanso del sábado inglés. Estuvo todo el día al teléfono tratando de buscar una salida al laberinto en que se metió en conversaciones con la canciller alemana, Angela Merkel, y el primer ministro holandés, Mark Rutte. Pero nadie apuesta a que esto vaya a modificar la posición de los Veintisiete que siguen manteniéndose firmes y unidos en no reabrir el tratado ya pactado, que consideran la mejor oferta posible. Cualquier otra iniciativa de la UE, como aplazar la fecha de salida de Gran Bretaña, debe tener una justificación válida y estar respaldada por una mayoría parlamentaria importante.
Por lo tanto, es muy posible que May vuelva al Parlamento para plantear nuevamente la máxima a la que recurren todos los políticos desesperados: yo (su acuerdo de Brexit) o el caos (de una salida abrupta). Esa estrategia le funcionó la última semana para superar el voto de censura. Apuesta a que los representantes de su propio partido entren en pánico ante la proximidad del abismo. El Banco de Inglaterra dio a conocer en noviembre un informe en el que afirmaba que una salida no acordada podría causar una caída del 10% del PIB del país. Algo catastrófico para las aspiraciones británicas y que revelaría definitivamente que los que propusieron el Brexit mintieron a la población con los supuestos beneficios que traería el divorcio de la UE.
Los bancos, que son siempre los primeros en huir ante cualquier posible catástrofe, ya están accionando. De acuerdo a Sabine Lautenschläger, la vicepresidenta del Banco Central Europeo, "decenas de bancos establecidos en el Reino Unido comenzaron a desplazar más de 1 billón de euros en activos al interior de la eurozona para conservar su acceso y actividad comercial en la UE después del Brexit". Y el gobierno francés de Emmanuel Macron activó un plan para reforzar puertos y aeropuertos ante una salida británica sin acuerdo "que es cada vez menos y menos improbable", de acuerdo al primer ministro francés, Edouard Philippe. España, está negociando para evitar que las aerolíneas Iberia y Vueling, que son propiedad del grupo británico IAG, pierdan sus licencias de vuelo europeas si no hay acuerdo.
Gran Bretaña siempre tuvo una actitud displicente sobre el sueño de "una Europa unida, democrática y promotora de la equidad social" que fue la base de lo que luego, con la unidad económica y monetaria, se constituyó en la UE. Nunca adoptó el Euro como moneda y siguió abrazada a la libra esterlina. A la ceremonia de la firma del Tratado de Roma en 1957 (primer paso de la UE), el Reino Unido envió a Russell Bretherton, un funcionario de comercio de rango intermedio, ni siquiera un secretario de Estado. "Iba a observar, no a unirse", escribe Michael White en The Guardian. Cuando el entonces primer ministro Harold Macmillan reconoció el error estratégico y pidió la entrada al acuerdo europeo en 1961, su viejo aliado de guerra, Charles de Gaulle, no lo dejó entrar hasta 1973. En aquellos primeros días, fue el líder laborista Hugh Gaitskell (1955-63) quien levantó la bandera euroescéptica contra la perspectiva de perder "mil años de historia" como Estado independiente. Sus enemigos en la izquierda del partido, que pensaban que la unión era apenas "una maniobra del capitalismo estadounidense", lo terminaron apoyando. Los Tories (conservadores) también tenían sus euroescépticos, entre ellos, los nostálgicos de la Commonwealth, que hablaban de traición a la patria.
Finalmente, triunfaron por escaso margen los parlamentarios proeuropeos del Partido Laborista y el Partido Liberal (después Demócrata Liberal), además de la mayor parte de Fleet Street, la calle donde se ubicaron tradicionalmente las redacciones de los principales periódicos de Londres. La prensa se volcó masivamente en favor del Sí en el referéndum de 1975 para ser miembro pleno de la CE. Pero pronto Margaret Thatcher dijo que la habían engañado y denunció el "federalismo impuesto por Bruselas". A partir de ese momento, comenzaron a tener más peso los euroecépticos que terminaron imponiendo 25 años más tarde (por una impericia política fatal del premier conservador Michael Cameron) un referéndum en el que los habitantes de la Britania profunda sacaron a relucir su rabia por el bienestar perdido por la globalización y la transformación tecnológica y votaron en favor del divorcio con Europa sin medir las consecuencias.
Theresa May ahora está perdida en ese laberinto de ligustrinas que viene siendo regado desde hace seis décadas. Su gobierno tendría que encontrar una hipotética salida antes de que el 29 de marzo la niebla cubra definitivamente el canal y Britania quede aislada como antes de la llegada de los romanos hace 2.000 años.
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