No importa dónde fije su mirada, todo luce igual. Todo se ve borroso, blanco, fuera de foco. Lo describe como algo surreal. También desesperante. No sabe si está avanzando, si ha tenido algún progreso en su recorrido. Teme que haya esquiado en círculos, que no se haya movido de donde está. También experimenta algo de claustrofobia, a pesar de que está en un lugar abierto, en un inmenso desierto blanco. Pero es esa la sensación de opresión que le provoca la poderosa tormenta de nieve que enfrenta mientras arrastra con un arnés su trineo.
Era el día 19 en la travesía en solitario de Ben Saunders por la Antártida que duró más de 50 días y en la que recorrió más de 1.000 kilómetros. Una expedición que inició el 8 de noviembre de 2017 en la Isla Berkner, situada en la barrera de hielo Filchner-Ronne en el mar de Weddell, y que finalizó el 29 de diciembre en el polo sur, el punto más austral del planeta, donde convergen todos los meridianos y en donde se encuentra la base Amundsen-Scott, una estación estadounidense dedicada a la investigación científica.
Su plan original era, luego de llegar al polo sur, seguir hasta la barrera de hielo de Ross (la plataforma de hielo más grande del mundo), un recorrido enorme de más de 2000 kilómetros, que finalmente se frustró. Después de su llegada al polo, las condiciones del terreno eran adversas y la provisión de alimentos ya escaseaba; seguir era casi suicida. La reciente tragedia de un gran amigo, Henry Worsley, que en una expedición similar enfermó y luego murió en un hospital en Chile, lo llevó, en parte, a replantear las cosas y tomar la decisión más sensata.
Pero Ben no ve como un fracaso el no haber terminado su expedición completa. En cambio, dice con orgullo que solo tres personas en el mundo pudieron llegar solos y sin ayuda hasta los dos polos de la Tierra, el norte y el sur, y entre esos está él.
Ben Saunders tiene 41 años y nació en el Reino Unido. Su amor por la aventura y la naturaleza afloró durante su niñez y adolescencia en el sur de Inglaterra, donde vivía cerca a un bosque que visitaba con su hermano. Para esa época alucinaba con las historias de exploradores como Ernest Shackleton o Robert Falcon Scott. Más adelante sus grandes referentes fueron los ingleses Ranulph Fiennes, Chris Bonington y el noruego Børge Ousland.
Luego de ingresar a la Real Academia Militar de Sandhurst y tras un breve paso por la armada británica, a los 23 años tuvo su primera gran expedición en el Ártico. Era el 2001 y junto al experimentado explorador Pen Hadow intentaron esquiar desde Rusia hasta el polo norte, pero sufrieron toda clase de problemas. Fue una experiencia enriquecedora pero muy frustrante para él. Estuvieron durmiendo encima del hielo 59 días y regresaron a casa derrotados.
"Ese viaje fue un gran aprendizaje porque sucedieron muchas cosas que no esperábamos. Entre otras, el clima fue muy pero muy malo y se me congelaron los dedos de los pies. Solo pudimos avanzar un tercio de lo que teníamos planeado. Entonces regresé a casa casi en shock y pensaba cuán difícil es una expedición", dijo Ben en una entrevista vía Skype con Infobae.
Tres años después lo volvió intentar, pero esta vez solo. Su intención era cruzar el Ártico: comenzar en Rusia, llegar al polo norte y terminar en Canadá. Una hazaña que nadie ha logrado. La expedición comenzó bien, llegó al polo norte, un lugar que está en la mitad del océano, pero el clima, siempre impredecible, cambió y el hielo cada vez era más delgado y la comida escaseaba.
"Entonces seguí por una semana más, antes de que decidiera que era muy peligroso continuar", dijo Ben, sobre esa expedición en el 2004. Fue la última persona en el mundo en llegar en solitario al Polo Norte, un lugar al que es cada vez más difícil acceder como consecuencia del calentamiento global y el derretimiento de los polos.
A Ben le cuesta definir su oficio, a lo que se dedica. La palabra explorador, como es llamado comúnmente, le parece anticuada y pomposa. "Es como estar en la armada y que te llamen guerrero", dice. Tampoco cree que aventurero sea el término adecuado. Él, más bien, se ve como una especie inusual de atleta.
"Para mí las expediciones no se tratan de encontrar dónde está el Polo Norte o el Polo Sur, eso ya se hizo. Para mí se trata de explorar mis propios límites como ser humano, como atleta. Lo que yo hago lo veo como el máximo desafío. Por ejemplo, en la Expedición Scott que hice en el 2013 junto con un compañero por la Antártida recorrimos 2.090 kilómetros, eso son 69 maratones juntas en el lugar más frío e inhóspito del planeta", dice.
Los viajes al Continente Blanco Ben los hace siempre durante el verano austral, cuando los días duran 24 horas y la temperatura oscila entre los 20 y los 15 grados bajo cero. En cualquier otro momento del año, cuando el sol se esconde, la temperatura baja y todo es penumbra, es impensable un viaje la Antártida.
Para emprender una expedición la preparación física previa es esencial para Ben. Son meses y meses de entrenamiento para desarrollar la resistencia que necesita: corre maratones, hace rutas de ciclismo de más de 200 kilómetros, sube montañas cargando peso en la espalda. También hace sesiones de pesas en el gimnasio para ganar masa muscular, ya que durante los viajes polares pierde mucho peso y además tiene que estar fuerte para poder arrastras los 135 kilos que pesa el trineo donde carga todo lo que necesita para sobrevivir.
Y es que en ese trineo está todo: la carpa en la que duerme y que arma en las noches blancas polares; el panel solar que pone encima de la carpa para cargar los aparatos electrónicos; un teléfono satelital, un dispositivo que le permite conectarse a internet, los aparatos de GPS, un teléfono celular Samsung Galaxy con el que escribe y lee emails, una cámara Sony para tomar fotos y cuatro iPods Shuffles para escuchar música; herramientas; indumentaria; una estufa para preparar los alimentos y el combustible para encenderla; y comida, mucha comida separada por raciones diarias en bolsas selladas.
Durante su última expedición, Ben consumió 6.200 calorías por día. En la mañana se preparaba una malteada de proteínas que, entre otros ingredientes, estaba hecha a base de yema de huevos, comía una barra de granola y terminaba con una bebida de 500 ml energizante. Luego, durante el día, tomaba dos litros de una bebida hidratante con carbohidratos y electrolitos, y, entre pequeños descansos, comía barras de proteínas y energía. Al finalizar la jornada, luego de haber esquiado un promedio de 20 kilómetros, dentro de la carpa derretía nieve en la estufa que le servía para preparar los alimentos y las bebidas del siguiente día. En la cena tomaba otra malteada de proteínas, comía una barra de avena, un chocolate negro, un brownie y el plato principal —una comida que podría asimilarse a la de los astronautas y que preparaba con agua hirviendo— podía variar entre fideos con carne de cerdo, guiso de carne de res, chili o risotto de hongos.
Ben ama el Ártico pero la Antártida ejerce un poder más profundo sobre él. Hace énfasis en la importancia que ese continente cubierto de hielo que tiene el tamaño de China e India juntos tiene para la vida en la Tierra. Allí están las reservas de agua dulce más grandes del planeta y cualquier cambio o transformación que allí ocurra tiene efectos globales.
"Es un lugar muy especial, es enorme, y esa es una de las cosas más difíciles de explicar: la escala de su tamaño. Y después de andar por todo el mundo, de viajar de un lado a otro en avión, haber estado allí te crea la ilusión de que la Tierra es un lugar pequeño. La Antártida te hace tener otra perspectiva del planeta", dice Ben.
Además, la Antártida le parece otro planeta, no solo por sus paisajes sino porque es un lugar ajeno a los problema políticos que enfrenta el mundo. Sobre todo en este momento en el que se alzan muros, se delinean fronteras y en el que las naciones quieren estar más aisladas unas de otras.
"Esa es otra cosa muy especial de ese lugar, especialmente en momento donde tenemos situaciones como el Brexit y brotes nacionalistas en distintos países, y tiene que ver con que nadie es dueño de la Antártida, es un lugar que está gobernado por un tratado internacional y está dedicado únicamente a la ciencia. Nadie la puede perforar, construir una mina o dejar basura. Es un ejemplo de cómo el hombre puede hacer las cosas de forma colaborativa", dice.
Ben quiere volver a la Antártida pero ya no como una atleta sino como un explorador. Sueña con liderar una expedición de jóvenes científicos para descubrir partes de ese continente a las que el hombre no ha llegado aún.
"Definitivamente quiero regresar, y de alguna forma estoy contento por lo que he conseguido, pero me gustaría en un futuro ir con más personas. Hay lugares como las Montañas Transantárticas que es la cadena montañosa menos explorada en el mundo. Hay valles y montes que nadie los ha caminado. Entonces quiero volver, ir con un equipo y contar la historia de esa parte del planeta", finaliza.
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