Es sábado al mediodía en París. Llueve y hace frío, como cualquier otro día en la capital francesa. Los turistas se pasean por el barrio del Marais, justo al lado de la Bastilla. Realmente parece cualquier otro día. Hasta que se escuchan sirenas, se ven unas personas acelerar el paso y un banco tapiado con un panel de corcho que lleva una pintada: "Esculpe tus gritos". Una columna de chalecos amarillos pasó hace unos minutos por ahí camino al Arco del Triunfo.
Desde mediados de noviembre que el escenario se repite, cada vez con mayor repercusión y con mayor violencia. Este es el noveno sábado que los manifestantes se vuelcan a las calles para protestar contra el gobierno de Emmanuel Macron, con consignas que empezaron contra el aumento de los combustibles y que han virado hacia el pedido expreso de renuncia del presidente.
Por fuera del perímetro policial que impide ya el ingreso desde Place de la Concorde, donde inicia la avenida Champs Elysées que conduce al Arco del Triunfo, los turistas preguntan si podrán pasar más tarde. "No se sabe", reciben como respuesta. Desde la calle comercial Rivoli, el tránsito está cortado y enfrente del Museo del Louvre se puede caminar libremente sin ningún auto a la redonda, una postal atípica. Luego, aparecen las vallas, camionetas de la Prefectura y una barrera de policías armados que invitan a circular hacia otro lado.
Es el preludio de una jornada que será violenta. Sortear el perímetro policial y llegar al corazón de las protestas no es sencillo. En cada cruce de calles hay un puesto de control que bloquea el paso. La vuelta obliga a subir hasta donde está la iglesia de la Madeleine. Varias personas que llevan su chaleco amarillo se están retirando; algunas de ellas guardan la insignia en su mochila y se mezclan con la multitud de paseantes.
"Llegamos hasta el Arco del Triunfo, pero esta manifestación fue distinta. Por lo general, vamos todo juntos y se forma una gran masa de chalecos amarillos, pero esta vez quedamos todos muy dispersos y decidimos irnos antes de que comenzara la represión", cuenta a Infobae una familia que vive en Versailles, en las afueras de París, y que se sumó a las marchas en las últimas semanas. De fondo, sobresale un grafiti en la Madeleine "Asesinar al presidente".
La cantidad de gente que se aleja del Arco del Triunfo es cada vez mayor a medida que llega la información de que están arrojando gases lacrimógenos a los manifestantes. "Estamos en Étoile, está peligroso. No vengan", avisa Carla, una activista argentina que milita en un partido de izquierda francés. Su columna partió temprano desde Bercy y marchó al epicentro de la protesta poco después del mediodía.
Pero su advertencia llega tarde. Hay un control policial abierto llegando, sorprendentemente, al Palacio del Elíseo, sede de la presidencia francesa, que permite filtrarse al otro lado del perímetro. Hacia la izquierda hay un camino sin policías que lleva a los jardínes de Champs Elysées. Ya no hay turistas. De hecho, no hay absolutamente nadie. Y la pendiente de la avenida permite vislumbrar el escenario anunciado por Carla desde lejos. Hacia arriba está el Arco del Triunfo imponente. Debajo se ve una multitud, las luces azules de los patrulleros, un chorro de agua que sale disparado. Se escuchan gritos, se escuchan sirenas. A la distancia, se ve la batalla campal entre agentes y manifestantes.
En efecto, se estima que hubo 8.000 manifestantes en París y que medio centenar de personas fueron detenidas en operativos policiales que comprometieron a unos 5.000 policías antidisturbios. Cuando se haga el balance, se dirá que fue uno de los sábados más tumultosos en cuanto a concurrencia en todo el país: más de 32 mil personas movilizadas. Y se resaltará también los movimientos que hubo en otras ciudades, como Burdeos, Toulouse y Nantes.
Pero ahora la noticia está en curso. Después de bordearla por casi una hora, aparece una vía libre a Champs Elysées. "Hacia allá están tirando de todo, hay que ir con mucho cuidado", señala Marion, una mujer de unos 60 años que participó de la manifestación. "Vengo desde el principio, pero cada vez reprimen más. Cuando veo que está por empezar la represión, me voy", agrega.
"Macron es el nuevo Napoléon. Piensa que puede gobernar él solo. Nosotros estamos acá porque queremos mayor participación, queremos que nos escuche. No puede gobernar solo. ¿O acaso esto es una dictadura?", dice a Infobae un militante de la CGT francesa. "Nos reprime para callarnos. Seguiremos aquí todos los sábados", dice uno de sus compañeros. "Macron dimisión. No nos detendremos hasta que te vayas", pone uno de los asistentes en su chaleco amarillo.
Más cerca de los enfrentamientos, se siente el picor de los gases lacrimógenos. Vuelan piedras y bengalas arrojadas a la policía, que responde con los cañones hidrantes y más gases. Ya es de noche y los árboles de la avenida están decorados con luces rojas que recrean un paradójico espíritu navideño en medio de los disturbios.
Los grandes negocios de los Campos Elíseos están cerrados. Algunos de ellos tienen impactos de piedras en las vidrieras. Otros están cubiertos con chapas o planchas de madera. "La injusticia de los poderosos y de los electos forza la revuelta de los oprimidos", reza una pintada en la fachada, toda tapiada, del banco HSBC. Hay muchas consignas de izquierda, pero también de derecha. Los chalecos amarillos se declaran apolíticos, pero cada uno de ellos tiene una simpatía que abarca todo el espectro político y que ha permitido que líderes que van desde Marine Le Pen hasta Jean-Luc Mélenchon se acerquen a los manifestantes.
Cerca, un grupo de chicas ríe y canta contra el gobierno. Irrumpen las sirenas de una caravana de camionetas y patrulleros de la Prefectura. El Arco del Triunfo ya está iluminado y se yergue como el gran monumento histórico que es. De a poco, los manifestantes se desconcentran, la policía se retira, los turistas vuelven a pasear por la emblemática avenida de lujo y París recupera su normalidad. O al menos, en tanto el gobierno de Macron no logre frenar la crisis política, hasta el próximo sábado.