Este 2019 se perfila como un año políticamente muy relevante para Portugal. Las próximas elecciones europeas tendrán lugar en mayo y los lusos tratarán de aprovecharlas para consolidar su papel de mediador internacional, dialogante y abierto al consenso. Cinco meses más tarde, los portugueses volverán a ser consultados, esta vez para elegir a los representantes de la Asamblea de la República. A lo largo de 2018, en pleno clima pre-electoral, se han sucedido las protestas sociales, fundamentalmente por parte de los trabajadores de distintos sectores públicos (enfermeros, médicos, bomberos, policías, guardias de prisiones…) que le exigen al Gobierno un aumento de salario (tras diez años de suelo congelado), la mejora de unos servicios públicos deteriorados y colapsados o que vuelvan a reconocerles a los funcionarios sus años de antigüedad para poder acceder a promociones dentro de su profesión.
Según la investigadora portuguesa del Real Instituto Elcano, Patrícia Lisa, estas protestas sociales sectoriales "son muy habituales en los meses que preceden a unas elecciones". A pesar de ello, Lisa aclara que "estamos llegando al final de un ciclo innovador en el que el hemos asistido a una coalición inédita entre partidos de izquierdas. El hecho de que esta alianza, sin ninguna tradición o experiencia similar en el país, haya aguantado hasta el final de la legislatura es, de por sí, un éxito en términos políticos". Dentro de Portugal, lo que se plantean es si la población refrendará el desempeño de esta coalición. En el resto de Europa, habida cuenta el auge de la extrema derecha en todo el continente, el debate gira en torno a si aparecerá alguna formación ultraderechista que logre hacerse un hueco en las instituciones portuguesas o si seguirá siendo una de las pocas excepciones (junto con la República de Irlanda, Malta y Luxemburgo) inmunes a ellas.
El auge de la extrema derecha
Para analizar si la extrema derecha puede encajar en el clima sociopolítico portugués, es necesario entender qué es y quiénes la apoyan. Aunque la política interna de cada país hace que estos partidos tengan determinadas características particulares, sí que presentan ciertas similitudes. Tal y como explica el doctor en Historia Contemporánea y experto en el país luso Juan Carlos Jiménez Redondo, "el discurso de la extrema derecha actual se estructura en torno a dos ideas, la tradición y la identidad, y se basa en la sensación de inseguridad y de miedo" de una clase media empobrecida y una gran masa de trabajadores que ha entrado en precario desde la crisis de 2008. También coinciden en la utilización de un enemigo exterior que, en casi todos los casos, se identifica con el inmigrante que "viene a robarnos el trabajo, aprovecharse de nuestros servicios públicos y a poner en peligro nuestra identidad como país". En el caso español, además de a los extranjeros en situación irregular, VOX señala al independentismo catalán, que "busca destruir la unidad nacional", como la mayor amenaza para España.
El auge de estos partidos puede recordar al clima de entreguerras, época del nacimiento y la expansión del fascismo y el nazismo. En su libro 'Los ismos políticos contemporáneos' (1961), el politólogo estadounidense William Ebenstein explica que "en el código fascista, los hombre son superiores a las mujeres, los soldados a los civiles, los miembros del partido a los que no lo son, la propia nación a las demás, los fuertes a los débiles y los vencedores a los vencidos". Sobre la base de estas premisas, los fascistas quisieron imponer lo que el catedrático de Historia Contemporánea y secretario académico del Instituto CEU de Estudios Históricos, Luis Togores, define como "un sistema revolucionario que aspiraba a crear un nuevo orden internacional basado en la creación del hombre nuevo". Es decir, querían crear un sistema político y de organización alternativo tanto a la democracia liberal como a un anarquismo y comunismo en auge en aquel momento.
Si bien hay puntos en común (el nacionalismo exacerbado, el deseo de recuperar un Estado fuerte que proteja los elementos identitarios del país), según Togores, "no nacen de un problema existencial o ideológico, por eso no hay intelectuales detrás de estos movimientos. No quieren transformar el mundo, sino volver a las sociedades tradicionales de los años 50 o 60 cuando cada país vivía en compartimentos estancos y donde los principios de soberanía eran fundamentales". Para el investigador del Barcelona Centre of International Affairs (CIDOB), Héctor Sánchez, hay una diferencia fundamental entre ambos períodos: "En la comunidad internacional actual hay normas, organizaciones, valores… Ese check and balance existe y está consolidado".
Qué pasa en Portugal
Los dos conceptos en torno a los que se articula la retórica ultraderechista son la defensa de la identidad nacional y el rechazo a la inmigración. El Real Instituto Elcano elabora periódicamente un barómetro para evaluar la imagen que se tiene de España en otros países. Desde 2017, también analizan qué elementos son relevantes para la política exterior española y los comparan con lo que otras naciones perciben como amenazas u objetivos. Patrícia Lisa, investigadora de esta institución, explica que las principales preocupaciones de los portugueses son "la economía y que su país tenga peso en Europa. La inmigración o el terrorismo son las últimas de la lista, muy por detrás de su bienestar económico".
Tal y como afirma el doctor en Historia, autor de 'De Le Pen a Le Pen. El Front National camino al Elíseo' (2015) y experto en movimientos de ultraderecha José Luis Orella, "ha habido un alejamiento de los intereses de los partidos tradicionales respecto a los de la sociedad. La Unión Europea –prosigue- planteaba un modelo basado en el estado de bienestar, pero los recortes sociales y unos modelos más globalizados y neoliberales han favorecido que haya sectores sociales perdedores que buscan una seguridad y la han encontrado en la reafirmación de sus identidades".
Portugal se encuentra en el lado opuesto. Jiménez Redondo afirma que "desde el punto de vista de la diplomacia pública, es uno de los países con mejor reputación del mundo. Ahora tienen al secretario general de la ONU [António Guterres] y al presidente del Eurogrupo [Mario Centeno] y, al ser capaces de proyectarse en instituciones relevantes a nivel mundial, el país ha recobrado una relevancia que no tenía". En este contexto es complicado que los ciudadanos se opongan al europeísmo. A pesar de ello, los dos partidos más a la izquierda de Portugal, el Partido Comunista (PCP) y el Bloco de Esquerda (BE) -que aglutinan el 20% de los votos- recogen el discurso euroescéptico de la extrema derecha, lo que dificulta que estos movimientos encuentren un hueco en este sentido.
Respecto a la inmigración, Portugal apenas cuenta con un 8% de población inmigrante y la mayoría proviene de sus viejas colonias (Cabo Verde, Angola, Mozambique). Dado que estos países no se independizaron hasta mediados de los años 70, "los consideran como propios, por lo que ni se sienten invadidos ni ven peligrar su identidad como nación", afirma Orella. Además, la cuestión identitaria está más que superada. Como explica Jiménez Redondo, "todos los partidos parten de la legitimidad revolucionaria; todos están de acuerdo con que la democracia en Portugal vino de la mano de la Revolución de los Claveles, así que no solo no hay identificación con la amenaza a los valores nacionales, sino que, probablemente, el de Portugal es el nacionalismo más potente de Europa".
Ni amenaza identitaria ni xenofobia ni rechazo a Europa. El único foco en el que podría centrarse la extrema derecha sería el de los trabajadores descontentos, pero, de nuevo, el caso portugués es diferente. El porcentaje de paro ha bajado hasta el 6,7% (tras el 16,3% que alcanzaron en 2013), el déficit se ha reducido un 4,4% desde que llegó al Gobierno la coalición de izquierdas (Partido Socialista (PS), BE y PCP), en 2019 rozarán el déficit cero y, de seguir así, en 2020 podrían lograr un superávit que acabaría con 25 años consecutivos de déficit. Mientras el PS se encarga de fortalecer la relación de Portugal con Europa, el BE y el PCP se ocupan de recoger las exigencias de la calle y llevarlas al Gobierno. Gracias a ello, el próximo año se destinarán 800 millones de euros a la Función Pública, rebajarán el IVA de la electricidad, las pelucas para pacientes con cáncer y los espectáculos culturales y el salario mínimo alcanzará los 600 euros a finales de año. Además, desde 2015 han invertido 1200 millones de euros en la sanidad pública y en 2019 destinarán un 5% más.
A esto hay que añadirle que Portugal cuenta con una estructura política rígida y cerrada. "Los partidos se han mantenido más o menos igual desde la Constitución de 1976; a excepción del PAN (Pessoas-Animais-Natureza), surgido tras la crisis, no hay ninguna formación nueva, al contrario de lo sucedido en España o Italia -explica Patrícia Lisa- . Además, la afinidad entre los partidos de centro [PS y Partido Social Demócrata, de centro derecha] es de las más grandes de Europa; apenas tienen diferencias programáticas". Para Jiménez Redondo, "esto distorsiona la sensación de tener un Gobierno exclusivamente de izquierdas o de derechas", lo que, en la práctica, "se traduce en una mayor propensión a realizar cambios consensuados". Esto, sumado al "papel fundamental", en palabras de Lisa, "del presidente de la República, [Marcelo Rebelo de Sousa], muy presente en la calle y cuyo discurso inclusivo y positivo" busca fomentar el entendimiento entre todos los agentes sociales en un país pacífico de por sí, dificulta en extremo que cale la retórica agresiva y crispada de la ultraderecha.
¿Es imposible que este tipo de partidos obtengan representación parlamentaria en las próximas elecciones? Para Jiménez Redondo, prácticamente, sí. "Para que la extrema derecha pudiera colarse en Portugal tendría que surgir algo a lo que oponerse, un elemento de reacción que generara un movimiento espontáneo de oposición, lo que, por ahora, no parece probable". Patrícia Lisa, sin embargo, se muestra más cauta. "Es cierto que, en otros países, la crisis se tradujo en realidades políticas diferentes que llevaron a una readaptación de las estructuras institucionales, mientras que en Portugal esos cambios se hicieron bajo el mismo sistema institucional". Eso no significa que "esté exento del efecto contagio. Desde el Brexit, sabemos que lo impensable puede pasar y un empeoramiento severo de las condiciones de vida de la gente podría traducirse en la irrupción de un partido de extrema derecha. Esto preocupa a los políticos portugueses por lo que, desde las propias instituciones, se está trabajando para mantener el control y reducir las posibilidades de que se formen este tipo de grupúsculos".
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