Hasta este peñasco de piedra caliza se extendía el mundo de los griegos. Para ellos, después de Gibraltar aparecía un territorio desconocido y peligroso. Decían que era una de las "columnas de Hércules". Cuando los romanos olvidaron los mitos griegos, el Peñón pasó a ser un punto estratégico para el control del Mediterráneo y la salida al Atlántico. Fue disputado por árabes y europeos hasta que una enorme flota británico holandesa se hizo con el control de la península.
Nueve años más tarde se firmó el Tratado de Utrecht que le cedió la soberanía total de "the Rock" a Gran Bretaña. Desde entonces, es motivo de controversia y de difíciles relaciones hispano-británicas. El "Brexit", ahora le da una gran oportunidad al gobierno de Madrid para intentar renegociar de alguna manera el infame tratado de 1713. O, por lo menos, quedar en una posición en la que pueda en algún momento recuperar la soberanía de este territorio. Si no se encuentra una solución antes del domingo a la letra chica del acuerdo de salida del Reino Unido de la Unión Europea, el "Brexit" podría chocar contra el Peñón de Gibraltar como le sucedió durante siglos a algunos de los navíos más poderosos.
Para las Naciones Unidas, Gibraltar, como colonia, es uno de los territorios no autónomos bajo supervisión de su Comité Especial de Descolonización, al igual que otros dieciséis casos más. El Tratado de Utrecht dice que "la ciudad y castillos de Gibraltar, juntamente con su puerto, defensas y fortalezas" son propiedad a perpetuidad de la Corona británica en territorio de jurisdicción española, debiendo retornar a España si el Reino Unido "renunciase o enajenase de alguna manera dicha propiedad". Para España es, simplemente, territorio ocupado. Y si los ingleses se van de la Unión Europea hay que mantener el antiguo status de que cualquier negociación tiene que ser única y directa entre los gobiernos de Madrid y Londres.
España acompañó la negociación de los últimos 20 meses entre Londres y la UE para cumplir con la salida que los británicos votaron en un polémico referéndum. Pero ahora, se puso al frente de los países que cuestionan el borrador del acuerdo entre la Comisión Europea y el gobierno de Theresa May que está circulando por las capitales de los 28 países miembros. El tratado que regulará el "Brexit" está siendo objetado por el futuro de Gibraltar, por las ventajas que podría obtener el Reino Unido durante el período de salida, la pesca en la zona de exclusión de las islas británicas y la indefinición de cómo se manejará la frontera entre Irlanda del Norte –que se queda en la UE- y el resto del territorio británico.
El presidente del gobierno español, Pedro Sánchez, anunció que podría levantar la mano en contra de este pacto si no se resuelven las objeciones respecto a Gibraltar. "Si el domingo va el acuerdo de retirada y la declaración política de futuro en los términos que está ahora mismo, España votará que no", anunció solemnemente en un foro organizado en Madrid por la revista británica The Economist.
Sánchez se siente traicionado por un artículo en apariencia inocuo, pero con repercusiones jurídicas para el encaje europeo de Gibraltar, introducido a última hora en la propuesta de texto de retirada. El polémico artículo alude a la relación futura que deberán pactar Bruselas y Londres una vez que concluya el periodo de transición tras el Brexit y que deberá negociarse "con pleno respeto a los respectivos órdenes legales". España interpreta que esta expresión permite a Reino Unido aplicar cualquier vínculo futuro entre la UE y Londres a todos los territorios incluidos en su orden constitucional, entre ellos Gibraltar. España rechaza que la colonia forme parte de Reino Unido. Y aunque técnicamente solo hace falta el voto de la mayoría de los socios comunitarios para ratificar el acuerdo, en este tema tan crucial se busca el consenso general.
En materia de pesca, España y Holanda encabezan el grupo que quiere seguir faenando frente a las islas británicas. En esa zona se pesca un millón de toneladas de mariscos y pescados al año y el 60% lo hacen barcos europeos no británicos. Los negociadores también temen que durante el período de transición Londres tenga todas las ventajas de seguir negociando dentro del mercado europeo sin cumplir con ninguna de las obligaciones. El tema de la frontera con Irlanda del Norte, por ahora, podría resolverse con una unidad aduanera temporaria. Pero los brexistas duros se oponen a esa solución y están complicando a Theresa May. Pero si el acuerdo de salida se aprueba el domingo en Bruselas, no habrá marcha atrás. El 29 de marzo de 2019, Gran Bretaña ya no pertenecerá a la Unión Europea y el exclusivo club pasará a estar integrado por 27 estados.
La propia premier May dijo en el parlamento de Westminster que Gran Bretaña tiene sólo tres opciones en este momento: un acuerdo de salida de UE, salir sin acuerdo o quedarse. Los Tories más extremos, incluida la May, preferían hasta hace poco irse golpeando la puerta y afrontando las consecuencias. Hoy, ven que eso sería algo parecido a un suicidio. Los que quieren que se vuelva a votar porque creen que todo fue obra de una enorme confusión del electorado, de acuerdo a las encuestas son mayoría ahora pero no cuentan con los votos necesarios para revertir la decisión de 2016.
En tanto, el eje franco-alemán intenta relanzar el proyecto comunitario minado no sólo por los brexistas sino también por los populismos de derecha que comienzan a tener fuerza en varios países. El presidente francés Emmanuel Macron habló esta semana ante el Bundestag, con la presencia de la canciller Angela Merkel, y dijo que Francia y Alemania tienen la obligación de "no dejar que el mundo descienda hacia el caos y de acompañarlo en el camino de la paz".
En medio de esta puja entre los socios del acuerdo que muchos envidian en el mundo y quisieran imitar para sus regiones, el Peñón de Gibraltar vuelve a ser una de las columnas de Hércules. Se necesitará esa fuerza titánica del mítico personaje para encontrar la salida a un conflicto que lleva tres siglos.
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